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Monte Justicia, 5 de octubre 11:00 am
—¿Y qué piensan?—preguntó Artemisa, cruzándose de brazos.
—¿De qué cosa?—repuso Wally—. ¿De qué Percy no sólo acaba de presentarnos a su súper equipo de semidioses, sino que también dijo directamente que no estaba con nosotros por voluntad propia?
M'gann ladeó la cabeza un poco.
—Bueno... ¿quién puede realmente juzgarlo?—dijo—. Después de todo, es un chico mayor de edad que estaba a punto de casarse. No creo que tener que convivir con un montón de chicos más jóvenes, lejos de su hogar, le agrade demasiado.
—¿Entonces para que unirse al equipo en primer lugar?—bufó Conner.
—Tiene sus razones—respondió Robin—. Y de no ser por él, esos monstruos hubieran acabado con nosotros.
Artemisa rodó los ojos.
—¿En serio? ¿Lo defiendes?—dijo—. Desde que llegó eres el que más desconfió de Percy.
—Déjenlo—los detuvo Aqualad—. Estoy seguro de que Percy les explicará todo cuando regrese. Por ahora, no podemos hacer mucho más.
...
Percy volvió bastante tarde a la cueva, había pasado el resto de la tarde poniéndose al corriente con los asuntos del Olimpo, además de que le había mostrado el lugar a Diana ya que no consideraba justo que la amazona que había salvado el mundo en tantas ocasiones no conociera el hogar de los dioses.
Y sí, el resto del tiempo lo pasó con Artemis, ¿quién podría juzgarlo?
Por lo tanto, cuando Percy volvió a la cueva no se esperaba que nadie lo recibiera. Por lo tanto, el hecho de que todo el equipo estuviera allí esperándolo lo tomó desprevenido.
—Respuestas, Jackson—dijo Artemisa—. Ahora.
Todo el equipo lo miraba fijamente, y Percy decidió que no podía mentir.
—Primero que nada, está es información realmente importante, así que tendrán que guardarla en secreto. Incluso de sus mentores.
El grupo se miró entre ellos y asintió.
—Bien, ¿qué saben del emperador botitas, también llamado Calígula?
Robin hizo una mueca mientras pensaba, era casi posible notar como se movían los engranajes en su cerebro,
—Cayo Julio César Augusto Germánico, fue el tercer emperador de Roma, gobernó del año 37 al 41. Estaba loco, intentó convertir a su caballo en un senador y le declaró la guerra al mar.
—Sí y no—respondió Percy—. En efecto, Calígula hizo todas esas cosas, pero no estaba loco, en realidad estaba bastante cuerdo, le gustaba actuar de forma tan extravagante para burlarse del senado. Un sociópata de primera línea.
Wally se rascó la cabeza, confundido.
—¿Qué tiene que ver un emperador que lleva siglos muerto con todo esto?
La mirada de Percy se ensombreció.
—Esa es la cosa, Wally—dijo el chico—. Él nunca murió del todo, eso que viste allí era él, vivito y coleando.
—Pero... eso es imposible, ¿verdad?—habló Artemisa—. Fue asesinado por sus propios guardias hace muchísimo. Y aunque hubiera sobrevivido al ataque, no hay forma en la que pudiera seguir vivo a día de hoy...
—Hay una forma—interrumpió Percy—. Calígula se convirtió en un dios.
Se hizo un profundo silencio por un tiempo. Entonces, Wally habló:
—Pero... no puedes sólo volverte un dios, ¿o sí?
Percy miró sombríamente hacia el techo.
—Calígula, al igual que otros emperadores, insistieron en que eran dioses—explicó—. Se construyeron a sí mismos templos, pedían sacrificios y demás cosas. Algunos los creían locos, otros de verdad creyeron que eran seres divinos. Al final del día lograron llegar a un estado de casi divinidad. Son los dioses menores más menores entre los menores, pero dioses al final del día.
Robin miró fijamente a Percy.
—"Dioses" en plural.
Percy asintió.
—Calígula y otros dos emperadores. Su inmortalidad, al igual que la mía, estaba ligada a algo en particular que de destruirse los debilitaría, en mi caso es mi prometida, pero para ellos eran unos fasces, hachas que simbolizaban poder en la antigua roma.
—¿Quienes son esos otros dos emperadores?—preguntó Kaldur.
Percy descartó la pregunta con un gesto de la mano.
—No importa ahora, ambos fueron destruidos hace algunos años. Creíamos que Calígula había muerto con ellos, ese fue nuestro error.
—Sabes, vas a tener que explicarnos mejor eso—dijo Wally.
Percy suspiró y se sentó en el suelo de piernas cruzadas.
—Bien, aquí les va el resumen. Tres emperadores, Calígula, Nerón y Cómodo, crearon una sociedad secreta que estuvo reuniendo recursos y poder desde las sombras, esperando para el momento de salir y tomar el mundo: Terrenos Triunvirato.
Robin abrió mucho los ojos.
—Conozco ese nombre—dijo—. Hace algún tiempo intentaron absorber a varias de las empresas importantes de Gotham, Wayne Tec, por ejemplo. Batman y yo hicimos una investigación sobre ellos, pero no encontramos prácticamente nada, solamente que su poder era tal que incluso empresas como Lex Corp palidecerían a su lado.
Percy asintió.
—Sí, así era—confirmó—. Por suerte, el dios Apolo, convertido en humano, logró acabar con el triunvirato. Asesinó a Cómodo y Nerón él mismo, y Calígula desapareció en una gigantesca explosión. Creímos que allí acabaría el asunto. Pero claramente Calígula sobrevivió. La empresa de Terrenos Triunvirato no es ni la sombra de lo que solía ser, pero sigue teniendo recursos virtualmente ilimitados.
—Así que Calígula se unió con los súper-criminarles mortales, y tu fuiste mandado aquí para detenerlo.—Terminó Aqualad.
Percy asintió.
—Sí, básicamente así fue.
Otro largo rato de silencio.
Robin sacudió la cabeza.
—¿Podemos hablar de otro asunto, en privado?
Percy asintió, y ambos jóvenes abandonaron la sala.
Una vez en un lugar apartado, Robin interrogó a Percy.
—Todo esto lo comprendo—dijo—. Pero debo saber, no has parado de hablar de Búhos cuando estoy cerca, además de que mencionaste que esa chica, Annabeth, era pariente mío.
Percy asintió lentamente con la cabeza.
—Sí, lo siento.
—¿Qué sientes?
—Esto.
El semidiós le dio un puñetazo en el rostro al joven.
—¡¿Pero qué te sucede?!
Percy recogió tranquilamente del suelo un diente que le había arrancado a Robin, le dio la vuelta y encontró que efectivamente en su base había un grabado.
Un búho ateniense.
—No puedo decirte mucho, simplemente porque no estoy demasiado enterado del asunto—dijo Percy—. Pero en Gotham hay una sociedad secreta tan antigua como la misma ciudad que en sus orígenes fue fundada por semidioses hijos de Atenea. Y tú eres descendiente de uno de sus guerreros.
Robin retrocedió levemente.
—Pero... entones... eso significa...
Percy asintió seriamente.
—Así es, Richard John Grayson, legado de Atenea, diosa de la sabiduría y la estrategia.
Robin retrocedió hasta una pared, miró hacia todos lados para asegurarse de que no hubieran testigos y se retiró su antifaz.
—¿Cómo... cómo sabes mi nombre?
—Cuando los dioses me enviaron a esta misión, Atenea me informó de ti—explicó el semidiós—. Eres su descendiente, después de todo, se preocupa por ti.
Robin volvió a ponerse su antifaz y miró la marca en su diente.
—Gracias...—murmuró.
—No te preocupes, no tienes de que preocuparte—lo tranquilizó Percy—. Tu aura semidivina está tan diluida que no atraerás monstruos.
Robin asintió.
—Claro, está bien.
Percy se volvió para retirarse.
—Por cierto, ya hice el encargo de las armas, deberían estar listas dentro de no mucho. Te recomendaría estar listo para ello.
Robin asintió.
—Percy, escucha—dijo el joven maravilla—. El equipo desconfía de ti. Deberías darle algo de tiempo para que comprendan mejor la situación. Ya sabes, mantenerte al margen durante un tiempo.
El semidiós asintió.
—Lo entiendo... no les dije la verdad desde el principio, después de todo.
Ambos jóvenes llegaron a un mutuo acuerdo.
—Supongo que los acompañaré a las misiones y demás—dijo el semidiós—. Pero les dejaré algo de espacio fuera de eso. Aún así, llámenme de inmediato en caso de monstruos.
Robin asintió y ambos chicos fueron a donde el resto del equipo.
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