PARTE ÚNICA
ATENCIÓN.
Esta historia se ambienta en el año 1610, época de piratería. Es un universo alternativo que mezcla fantasía y una pizca de realidad. Sus escenarios son Kioto, en ese momento capital de Japón en el período Edo, e islas ficticias, creadas para este one-shit (y one-shot también). La inspiración para algunos (y pocos) elementos de esta obra es gracias a Piratas del Caribe, pero más por las historias de piratas que nunca escribí y estaban estancadas en mi cabeza.
HISTORIA PARA EL CONCURSO DE FANTASÍA DE LA EDITORIAL DrunkMafiaSquad
CAPÍTULO UNO.
HOMBRE DE AMBICIONES.
Se sumergía en las profundidades del mar, él arrastrado por una corriente pesada; cayó lentamente, contemplando la luz que acariciaba la superficie. El oxígeno en su cerebro era cada vez menor, sofocado ante la falta de aire. Sus pulmones parecían marchitarse en su interior al contener la respiración. Esto lo obligó a nadar hacia arriba con dificultad, sus brazos se cansaban a pesar de aletear, a pesar de ser un experto nadador desde niño.
Nunca le temió al vasto mar, pero en ese momento era traicionado por las aguas que más de una vez navegó, haciéndole caer hacia abajo, mientras que en sus manos logró ver como sostenía una joya que no lograba identificar del todo. Brilló de una tonalidad azul verdosa en la penumbra del océano. Y un susurro no dejó de repetir su nombre de manera distorsionada, lejana y mental.
Una y otra vez resonó: Kim Seok Jin.
Entonces despertó exaltado al creer morir, sus ojos se abrieron de par en par y sintió el sudor frío recorrerlo por la espalda. Empapó sus sucias mantas, así que se las quitó con brusquedad. Era un sueño repetitivo desde que comenzó a navegar y ser dueño de su destino; más bien, era producto de una ambición que guardaba en el fondo de su corazón. El simbolismo de su sueño era claro: Iba a hundirse en su ciega avaricia, la indecisión también lo mataría. Otro significado no podría otorgarle.
Limpió su frente con el dorso de su mano, y acto seguido, escuchó como su nombre era gritado varias veces por uno de sus tripulantes. Era real, vívido.
Buscó sus pesadas botas, con poca energía tiró de ellas hasta ser calzadas en sus pies. Su cuerpo resentía la pesadilla, intentó apaciguar su corazón con una inspiración y observó atentamente hacia la espada cerca de su cama, esta dormía dentro de su funda. Kusanagi no Tsurugi, uno de los tres tesoros lo ha encontrado de pura casualidad en un mercadillo de Hanseong hace unos años atrás.
La misma le otorgó agilidad, fuerza y valentía sobrenatural. Fue quien lo hizo coronarse como capitán de su actual barco. Jamás lo hubiera logrado solo y sin aquella ayuda extraordinaria. Se volvió imparable, el más temido de los capitanes desde entonces.
La tomó entre sus manos, sin dejar de oír el griterío exterior. Su filo era destructivo, aunque no pareciera representar peligro real. Su solo tacto era indescriptible. Y una vez saborear la sangre, uno llegaría a percibir el poder que emanaba desde su empuñadura. Quería más sacrificios, más muerte... Cerró sus ojos ante aquella sensación oscura apoderarse de él, y más despabilado: abrió la puerta de su camarote. El sol lo recibió con una bofetada de intensa luz, sus ojos rasgados tuvieron que empequeñecerse. Le costó apreciar el rostro ajeno hasta que su visión se acostumbró a la luz natural.
—¡Capitán Kim! ¡Capitán Kim!
No paró de exclamar el joven Park Ji Min con ancha sonrisa. La tripulación lo apodó tal cual como «Sonrisas», pues siempre tenía la expresión jovial pegada en su rostro.
—No necesitas gritar tanto, ¡estoy justo delante de ti! —comentó divertido. Usó sus dedos para terminar de arreglarse su camisa—. ¿Que está sucediendo, grumete Park?
—Finalmente vamos a arribar en la capital, señor.
—¡Ah! ¡El puerto de Kioto! —exclamó feliz—. ¡Ya hemos llegado!
Soltó una risa de emoción, enseguida apartó al grumete para contemplar por sí mismo el escenario antes de atracar. Ya no habían nubarrones en los cielos y el viento del sureste era bastante generoso al empujar las velas del galeón Dulyeoum, construido por un carpintero inglés que conoció en Londres. La multitud de personas infestaba el mercado del puerto, viéndolo desde el castillo de popa, otros barcos se imponían también, lo que generaba una hermosa pintura natural.
Porque ese catorce de mayo de mil seiscientos diez, por fin estaba visitando la tierra en donde nació su padre. Ha sabido de su identidad por las historias que contaba su progenitora, una hermosa gisaeng de hermosura codiciada. Al principio, creyó que eran para entretener una inquieta mente como la suya o al menos, advertir que una llenarse de aventuras e inmoralidades no era la mejor manera de vivir.
Llegó a la conclusión que si era hijo de un famoso pirata japonés —aunque muchos lo tacharan de mentiroso y estafador porque todos sabían de su rubro—, dejó que la elección cayera por su peso. Al final, sus pasos persiguieron el mismo camino sin quererlo. ¿Era cuestión de sangre o destino? Una cosa llevó a la otra. Las riquezas lo volvieron impaciente, la fortuna que gastaba con monedas de oro para comida o mujeres, en un derrochador experto.
CAPÍTULO DOS.
RECELO
El vaso de sake servido lo vacío de un trago. Sabía ser tolerante a cualquier licor ya que las negociaciones con chinos, en innumerables ocasiones, le enseñaron a tener resistencia con el alcohol. A ellos les gusta servir bebida y comida para que la lengua aflojara. Era un mecanismo de persuasión ideal, del mismo modo que estrechaba los lazos si más se bebía.
Tres de sus tripulantes lo acompañaban en silencio. Su segundo al mando, Nam Joon, el único a quien le confiaría su propia vida, aunque a él le faltara una mano sienfo imposible que volviera a levantar una espada. Se conocían de niños, amantes de la buena vida y los lujos que siempre carecieron.
También destacaba Jung Kook, el más ágil cuando se trataba de robos y lucha. El joven huyó de un cargo de nobleza al no querer casarse. Aprendió del mismísimo espadachín del Ejército de la nación, ya que el general era su padre.
Y luego, la presencia del médico Yoon Gi, aún destacado en su área, quiso suicidarse después de la muerte de su esposa. El capitán no hizo más que salvarlo de su destino, señal de que las deidades aún lo necesitaban para grandes cosas. No pareció equivocarse aunque ha sido solo una mera treta para llevarlo a su barco, pues la necesidad de salvar a su amigo Nam Joon fue su prioridad en ese tiempo.
Los murmullos y la tensión creciente a sus espaldas era por las miradas de la clientela. Su presencia, su rostro afilado y mirada desafiante hacía dudar a cualquiera. Más por el recelo de los japoneses, la desconfianza. Ellos estarían preparados para desenfundar la espada con la menor de las excusas para derramar sangre.
En especial la suya.
—No estamos aquí para luchar —avisó en voz baja el gran Seok Jin—. No queremos meternos en problemas con el shogunato. Solo necesitamos encontrar a Yuta.
Yuta Nakamoto era el único hijo del señor Nakamoto, quien fue el más poderoso de los hechiceros. Esperaba no equivocarse con ese joven, porque era bastante escurridizo e inquieto. Lo necesitaban para hallar la ubicación exacta del siguiente tesoro después de años sin un guía. Y aunque hubiese una competencia feroz por encontrarlos entre los piratas, no quería perder la oportunidad.
La perdió cuando el padre de Yuta murió durante la travesía. Un hombre fuerte y habilidoso que cayó ante el hechizo de una sirena, directo a los brazos de la mismísima muerte.
El camarero sirvió más sake, seguramente por orden del dueño, que decía que iba a invitar la casa por tener generosos gaijin. Eso solo olía a problemas. El alcohol apestaba, en sentido metafórico, a veneno. Así que se levantaron tras aquella invitación indirecta a retirarse.
—¿Qué haremos ahora, capitán? —murmuró Jung Kook—. ¿Cómo se supone que vamos a encontrar a quien no quiere ser encontrado?
—Ese bar era nuestra mejor fuente de información —añadió Nam Joon.
El capitán Seok Jin se detuvo al divisar a una japonesa sonreírle, se lamió el labio inferior sin resentir el licor. Estaba fresco pero fingió estar borracho por su propio bien y el de sus hombres.
Yoon Gi solo suspiraba hasta que emitió una opinión:
—Es maestro de la ilusión y el engaño como su padre, puede ser cualquiera.
El destino aún así, era posiblemente el más caprichoso o más insolente como un bribón. Saliendo del bar, un japonés se les plantó y los encaró tras reconocer que no eran cualquier grupo de piratas. No todos entendieron el idioma la lengua exceptuando al capitán Seok Jin y a Nam Joon , esto era debido a las frecuentes negociaciones entre varios piratas japoneses en puerto coreano. Asintió un par de veces tras la jugosa información.
—No es exactamente lo que queríamos, igual nos servirá —dijo Seok Jin conforme caminaba tambaléandose, con su peculiares ropas que llamaban la atención.
Se balanceó de un lado a otro, similar a un gracioso baile, solo que era por el efecto de los navíos a los que acostumbraba. Recordaba bien ese vaivén, lo implementó en sus pies desde como un recurso estratégico. Era díficil de creer que realmente no estuviera ebrio, por lo que su actuación se volvió ejemplar.
CAPÍTULO TRES.
BRUJA DE MAR.
—Capitán... No es por menospreciar su liderazgo pero... —Los ojos de Nam Joon estaban exaltados, intentando murmurar sin exclamaciónes al estar dentro de una tienda de artefactos peculiares—. ¿Se acaba de dar cuenta que nos ha traído ante la bruja de mar?
Una bruja de mar, así las llamaban los piratas más reacios ante las hermosas sirenas que habían obtenido sus piernas. Eran sus enemigos naturales. Todo ser con lujuria acababa muerto en sus brazos después de todo. Devorados sin más.
—Me doy cuenta, no tenemos más opción que confiar y aceptar lo que nos toca —susurró él en respuesta.
—Puedo oíros —replicó la mencionada, con un antiguo acento ante las mezclas de idiomas—. Que ahora tenga piernas gracias al honorable sacrificio del señor Nakamoto, no significa nada. Me ofendéis. Su muerte fue honrada y necesaria, ¡de lo contrario no hubiera podido estar aquí frente a vosotros! Me entregó su corazón, ¡yo lo acepté!
—Ah, no queremos ofender. ¡Para nada! ¡Y felicidades por vuestras piernas, Basauri! —entonó Seok Jin siendo encantador. Pidió en una seña que lo dejaran encargarse de todo ante su condición de líder—. No esperabamos un reencuentro... Sepa entender nuestra estupefacción. Entonces, ¿podéis ayudarnos, oh, hermosa y divina señora Basauri?
—Algún día vuestra lengua os va a matar, Capitán Kim Seok Jin. Está bien, dejadme a solas con él.
Nam Joon dio un paso al igual que Jung Kook, la desconfianza creció al igual que ese silencio desvastador, asesino. Estaban decididos a matarla si ella usaba sus tretas con el capitán.
El frío ambiente, fue cortado por la voz de Seok Jin:
—No se preocupen, no me va a violar. Aunque sé que mi apariencia es atractiva y tentadora, entendería si lo llegase a pensar. —bromeó—. Ella ya tiene las piernas, también el hijo que tanto quería, no me hará nada.
La risa estridente de la dama lo hizo sonreír de oreja a oreja, y una vez que se calmaron sus tripulantes, escuchó las palabras que debía de prestar atención sobre su hijo, Yuta, mitad hechicero con sangre de sirena.
Pronto salió de la tienda una vez todo fue dicho. De manera pesada, cautivo en sus pensamientos, su mirada fue más seria que nunca.
—¿Y bien capitán? —cuestionó Yoon Gi para hacerlo despertar de su trance.
—Tenemos algo mejor.
—¡¿Qué?! —bramó Yoon Gi, lo tomó de sus ropas, lo sacudió fuerte—. ¡¿Cómo que algo mejor que ese joven hechicero?!
—Volvamos al barco —enunció en una orden sin dar explicación.
CAPÍTULO CUATRO.
LA BRÚJULA
Las últimas provisiones de comida, y el cargamento de municiones fueron destinados al almacén del galeón Dulyeoum. Los piratas terminaron de equipar, arreglar todo para embarcar a un nuevo destino hacia la isla Grand Pebach. El sol era arrasador desde el cenit, dejando en evidencia que era el mediodía más caluroso en tierras japonesas. No faltaba mucho para irse, lamentándose no haber podido ver mucho más de la ciudad.
Era su deber proseguir, aún si sus hombres exigieron una noche. Solo una para descansar. Por eso festejaron en la tarde, no bebieron mucho o no podrían partir en la mañana siguiente. Solo comieron la gastronomía local, acompañados de hermosas geishas que servían sus platos. En cuanto aquel hermoso sueño acabó, sus tripulantes regresaron sin rechistar.
Pero en medio de la oscuridad de la cubierta, Seok Jin y sus tripulantes, avistaron al mismo hombre con el que se había topado en el bar, aquel mismo que le dijo donde podía encontrar a Basauri. Desfenundaron al creerlo una amenaza, el rostro de ese desconocido se esfumó como una ilusión, mero humo de cigarro pero aún era pronto para comprender de quien se trataba.
—¿Yuta? —habló Seok Jin sorprendido, más que cualquiera de los piratas presentes—. Pero... ¿Por qué?
—Necesitaba un barco —dijo divertido, saltando hacia los palos mayores como un acróbata experto—, ustedes tienen la brújula... Quiero que me lleven.
La brújula señalaría lo que el corazón de Seok Jin más quería. Así se lo explicó Bausari. Señaló al sur tan pronto estuvo en sjs manos, y como su palabra era Ley en ese barco, nadie rechistó su decisión. El joven Nakamoto los acompañaría en la aventura. El mayor golpeó al menor con su puño sobre su hombro, un regaño suave que acabó en risas y cantos.
—Tae Hyung, canta una de tus canciones.
La música relajaba el estado anímico de los hombres, y para un viaje de semanas o de meses, el vaivén era más ameno con música. Distraía la mente, se lograba disminuir el silencioso océano que a veces silvaba con sus brisas frescas.
—Esta canción se llama: Oda al pirata.
Empezó con su gentil y gruesa voz, acariciaba las cuerdas de un laúd robado pero con su melodía tocaba el corazón.
El respetado Seok Jin apoyó su mano sobre el hombro de Yuta, en su expresión había una interrogante que deseaba escupir. Lo arrastró despacio, empujándolo hacia las paredes de madera.
—¿Por qué quieres venir? Di la verdad, sé claro —exigió amenanzante—. Tu padre dejó la brújula, ¿por qué la darías si puedes buscar tu mismo el tesoro? ¿Qué planeas?
—Porque eres el único que está obsesionado con encontrarlos, así me lo contó mi madre. yo no quiero encontrarlos como tú, no funcionaría la brújula conmigo —contó, acomodó rápido su peinado que fue revuelto por la brisa—. Y porque... Quisiera encontrar a alguien, uniéndome a vuestra... Digo, su viaje, la encontraré.
—¿Esto es por una chica? —Una bocanada de aire necesitó para no enfadarse con él.
¡Todo por una chica! La juventud no tenía ambición. ¡No todo era amor y sueños!
—Sí, claro. La conocí en un templo, me enamoré de ella. ¡Si vieras con qué gracia habla! ¡Es tan hermosa! ¡Parece de ensueño!
—Ah, bien —cortó su discurso de amor, negando varias veces—. Ya suenas como tu padre. Tal para cual.
CAPÍTULO CINCO.
COMO EL JADE
El pueblo de Grand Pebach lo recibió con poco movimiento, habían llegado en el atardecer y anochecería pronto. El capitán Seok Jin no quiso detenerse a tomar un descanso del viaje así que caminó más allá, junto al joven Yuta que se le había pegado y seguido los talones con más energía. Era parlanchín, Seok Jin tuvo que callarlo un rato sin dejar de ver como la aguja apuntaba hacia una casa en particular.
Era pequeña, modesta. Sus botas pisaron el sendero, sin evitar ver el pequeño jardín que los recibía. Golpeó un par de veces a la puerta. Los nervios lo atontaron, él nunca se había sentido así, ni tampoco comprendía como era tan fácil haber hallado uno de los dos tesoros faltantes. Por si acaso, colocó su palma sobre la empuñadura.
—No me gusta el derramamiento de sangre ni la violencia —opinó Yuta—, sería mejor evitar la confrontación.
—Sé que no siempre la violencia resuelve todo pero... Hay que estar preparado para cualquier circunstancia. ¿Y no eres hechicero? Puedes defenderte.
Los interrumpió entonces una figura femenina de rasgos asiáticos, se asomó tímida, su presencia era enigmática y hermosa como un jade. Tenía una piel brillante, blanca y sus ojos denotaban pureza genuina. Ella contempló a los caballeros, más detenidamente al japonés que la saludó con su boba sonrisa.
—Eres tú —habló la joven—. Pero... ¿Qué haces aquí? ¿Como me encontraste?
—¿Me recuerdas, Hisui? —Él la abrazó inesperadamente—. ¡Qué alegría volverte a ver! ¡Sabía que te encontraría!
—Oh —susurró Hisui y exclamó seguidamente—: ¡Oh! ¿Me estabas buscando?
—Muy conmovedor reencuentro, pero yo no vine para eso —apuntó Seok Jin con impaciencia, tanto así que abrió la puerta de par en par con insonsolencia. La brújula seguía marcando su destino final. Solo que no apuntó a otro lugar sino a la mujer—. Que interesante... Déjeme ver algo.
Su mano indagó en el cuello femenino, sus dedos acariciaron hacia abajo buscando el ansiado collar pero solo se topó con el tacto del busto e incluso, se animó a buscar entre sus bolsillos. Ella se sonrojó de inmediato, chilló y en consencuencia, le dio un manotazo. Yuta también enrojeció de rabia, pero no dijo nada apresurado. Una exclamación de dolor se le escapó de la boca de Seok Jin que también tenía una marca en el dorso de su mano, se lo había merecido por bribón.
Pronto las explicaciones llegaron, ella se mostró reacia a hablar sobre el tema de los tesoros. Los echó a ambos, con una ambilidad apabullante. No quisieron enfadarla, así que marcharon en silencio.
—Tienes sangre de sirena corriendo por tus venas, podrías haberla persuadido. —Se quejó Seok Jin, señalando indignado la vivienda, tampoco se movió de su lugar—. No sirves para nada.
—La intimidaste... Y la llegaste a tocar de buenas a primeras —espetó irritado—. ¿Eso en qué me dejaría a mí si me aprovechaba? Además, ¡además! Estoy enamorado de Hisui, no sería justo hacer trampa, la quiero enamorar con buenas intenciones. Tú eres el que no sirve.
El capitán arrugó el ceño, prefirió callar antes que seguir con aquel tema; chasqueó su lengua y su bota pateó una pequeña piedra que usó como un entretenimiento ante una espera que podría ser volverse eterna. No se iba a mover hasta que ella saliera entonces, obtendría la oportunidad de hablar y explicarle nuevamente de buenas maneras. Ella debería de tener el Yasakani no Magatama, el collar que podría otorgarle longevidad.
Y pasó la noche allí, esperando; aguantando la brisa fría del norte, había esperado años por encontrarla. ¿Qué más daba si esperaba un poco más? Yuta regresó con sus tripulantes, dejándolo solo tras no lograr que Hisui saliera. Falló en el intento, todavía negándose a usar su hechicería. Él se durmió sentado, cuando sintió una respiración sobre su rostro, no dudó en alzar su espada y rozar el cuello de quien lo había estado contemplando.
—Lo siento. —Se disculpó—. Incluso si duermo no puedo darme el lujo de bajar la guardia.
—¿Eres un pirata, no?
—Lo soy.
—Uno ambicioso, puedo notar —siguió Hisui con diversión—. E insistente.
—Prefiero decir que soy perseverante con lo que quiero.
Ella río, leve, amable, lo absorbió y después rompió su línea de pensamiento, pensándola como si fuera algo tan refrescante como las olas de mar. Sintió, cosas, sintió muchas cosas. Oh, no. No podía, no debía tener ese tipo de caprichos. Piratas como él no tenían derecho a amar, querer o atarse. Los ojos de Hisui lo estudiaron, fue demasiado curiosa, después peinó su cabellera revuelta, hecha una maraña por los vientos.
—Te ayudaré en tu aventura —dijo ella—, solo si me prometes algo.
—¿Una promesa? Está bien... —Por alguna razón, no le agradaba eso, tratándose de una negociación, no iba a retroceder—. ¿Cuál es?
—Enséñame sobre el amor.
CAPÍTULO SEIS.
AMOR
¿Por qué había dicho que si a su propuesta? ¿Y qué le iba a enseñar? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿No podía haberlo pedido a Yuta? Ese niño se desvivía por Hisui, sus ojos delataban esa chispa. No había nadie que no se hubiera dado cuenta cuando ella subió al barco, aún si la norma era no traer a ninguna mujer.
Kim Seok Jin no sabe nada del amor. Nada. Solo amar sus codicias. Entonces, luchando frente a una criatura guardián que nunca antes había visto, logró sentir el fuerte mordisco en su brazo. Bajó su guardia un instante, pues no le dejaba de dar vueltas al asunto, siquiera parecía temer a la muerte al dejarse exponer de aquella forma, y tras por fin elevar su espada, cortó rabiosamente la cabeza sin que le temblara el pulso.
Nam Joon no había querido interponerse, mucho menos sin una mano y quien más lo crítico fue Jung Kook, quien pese a no tener un rango que pudiera darle esas clase de confianza. Hisui admiró a todos, señalando el camino con paciencia.
En cuanto a Yoon Gi, lo empujó severamente para luego obligarlo a sentarse, curándolo de inmediato de la mordedura:
—¿Estás demente? ¡Casi te mata!
—No vuelvas a sumirte en tus pensamientos de esa forma —comentó Nam Joon—, sé que eres invicto en cada pelea que das, nunca dejarías que te ganen ni que te hagan siquiera un pequeño rasguño. Nunca. ¿No es la espada quien te da fuerza?
—Sigamos —dijo como única respuesta, su temple impidió que siguieran reprochándolo. Sus ojos avistaban ese fuego de guerra, insaciable por sangre.
Avanzaron por el templo de la isla Saoland, derrotando al último guardián custodio del espejo sagrado. Sin la información de ellos proporcionada por Hisui, habrían muerto apenas entrar. El Yata No Kagami era pequeño, entraba perfectamente en su palma. Sus ojos negros admiraron su propio reflejo, buscando respuestas que tanto ansiaba. Aún con el artefacto que brindaba toda la sabiduría del universo, no encontró respuesta para lo que Hisui quería saber.
Indicó a los piratas de regresar al galeón, sin saber porque la decepción lo envolvía. Y cuando todos yacían durmiendo en sus camarotes, con el barco a paso constante, subió a cubierta para aspirar el aire fresco de la madrugada. El aroma salino llegó rápido a su nariz, lo disfrutó sin dejar de mirar el horizonte.
Un poco más a su derecha, la figura de Hisui contemplando el cielo. Escaseaban las estrellas. Él no supo cómo iniciar una conversación, impedido por el reiterado pensamiento de un montón de dudas y preguntas. ¿Por qué lo escogió a él para resolver sus dudas sobre un sentimiento tan insistente entre los hombres? Con el espejo sagrado en su poder, comprendió algo: no solo concedería sabiduría al portador sino que, si la persona que se identificaba como dueño hacía que otro se contemplara, lograría arrancar las verdades.
Era trampa. Por supuesto que era tramposo, nunca se proclamó un personaje limpio por la sencilla razón de que las puñaladas caían siempre sin mirar a los ojos. Así que su mano apretó el artículo mágico, primero tenía que hacer la pregunta. Estaba decidido.
—Hisui —llamó—, ¿por qué quieres que te enseñe sobre el amor?
Ella lo contempló, su sonrisa era suave, agradable; como admirar una fruta.
—Porque te vi en mis sueños.
—¿Qué? —La sorpresa lo hizo bajar el espejo, tal vez no era necesario con ella—. ¿Cómo que me has visto en tus sueños?
—Sí, te vi.
Sus manos la tomaron de los hombros, la obligó a mirarlo bien, tan bien que ella no apartó su vista de él, con una fuerza magnética que lo devoró entero. Se estremoció. Notó el brillo de nuevo. Una vibración al tocarla, que lo hacía sentirse bien. Que sus pesadillas, su oscuridad corrompiéndolo podrían irse si la besaba. Cerró sus ojos, no iba a dejarse tentar por esa sensación.
¿Y si era una bruja de mar?
Debía serlo. Lo apartó de sí entonces, deteniéndose ante sus sentidos encendidos, hirvió de vergüenza. Le dio la espalda enseguida. De nuevo, había bajado la guardia por su culpa.
—¿Ibas a besarme? Hazlo, bésame.
—No lo haré —avisó él—. Podrías querer comerte mi corazón.
Se retiró a pasos lánguidos, sin notar que desde el palo mayor, los observó Yuta con el corazón roto.
CAPÍTULO SIETE.
EL QUE BUSCA ENCUENTRA
Bebió. Bebió hasta perder la inconsciencia y soñó. Soñó que de nuevo caía en las profundidades del mar, ahogándose, y en el momento en que se sofocaba, despertó a tiempo. Hisui estaba encima de él, sonriéndole curiosa. Sus piernas servían como columnas que no le dejaban levantarse, sus codos se enterraban entre sus costillas.
—No soy una bruja de mar como piensas —explicó ella.
—¿De qué hablas?
—No soy una bruja de mar —insistió—. ¿Cuándo me enseñarás?
—Creo que no podré cumplir nuestra promesa, Hisui. Seguro que Yuta sabrá, él te quiere. ¿No viste como te busca? Son perfectos juntos, la tripulación siempre...
—No —espetó ella—. No. Debes ser tú.
Intentó quitarla de encima, pero ella lo empujó de nuevo en su lugar, rozando sus labios contra los suyos. Una exhalación se le escapó, sumergiéndose en una tibieza desconcertante, como si por fin recibiera una dosis de bondad que le quitaba los pesares de su corazón.
—Detente —pidió—. ¿Por qué debo ser yo? Explícame.
—¿No me viste también en tus sueños? —Soltó su pregunta con una sonrisa que a él lo dejó nervioso, con miedo porque cada vez que ella lo rozaba de nuevo, era capaz de desprenderse de su lado asesino—. Estoy segura que lo hiciste... Nos sumergíamos juntos, estabas ahogándote conmigo.
—Hisui... —Su voz tembló. El capitán más temido temblando por una sonrisa—. Espera...
—Soy el collar que buscas, Seok Jin. —Besó su mejilla—. Supongo que fuí yo quien te escogió a ti.
Hisui. Jade en japonés, material que probablemente estaría hecho el collar y razón por la cual, la brújula siempre la señalaba a ella. Lo que más anhelaba, lo que sus sueños le mostraron tantas veces. Lo más importante para dejar sus atrás tormentos y encontrar el equilibrio que le faltaba. La representación de la benevolencia frente a sí. Suspiró a punto de llorar, ella le provocó todo lo que faltaba sin esmero.
—Por favor... —suplicó él.
—Sé que siempre me has querido, ¿no me buscabas con tanta ambición incluso en tus sueños? Me estabas enseñando a anhelarte también, a quererte.
—No sigas...
Porque entonces sus labios se juntaron. Y entonces, solo entonces, la vida le supo a verdadero manjar.
CAPÍTULO OCHO.
UN FINAL
Debió de haberlo suponido: El amor era capaz de llegar a tener un desenlace nefasto para quienes amaban con locura o inocencia. Él y ella, ahogándose como en sus sueños, sosteniendo su forma verdadera después de que Yuta, en un estado de despecho, los haya tumbado a los dos con tal de intentar matarlos. Hisui lo protegió, regresando a su forma real, disolviéndose y entregándose en los brazos del capitán Kim Seok Jin, el más temido de los mares.
Fue su primer amor. Ella le enseñó a él a abandonar la codicia, por eso no la olvidaría, manteniéndola a su lado por siempre.
—¿Qué pasó con el capitán? ¿Se murió también? ¡Que historia tan fea!
—No se murió, ¿no me prestaste atención? —expresó el narrador—. Da igual. Estás hablando con el mismísimo Kim Seok Jin, niño. Soy leyenda pura por haber sobrevivido al ataque de un hechicero mitad pez.
—¿Kim Seok Jin? No me haga reír, señor, aprenda a mentir y que sepa que Yuta hacía mejor pareja con usted que con Hisui... La próxima reinvente el final. —El niño le sacó la lengua, corriendo hacia el mercadillo al quitarle la manzana roja que había estado devorando.
—¡Eh! ¡Insolente! ¡Mi manzana! —gritó detrás de él—. ¡Maldito mocoso!
Sin embargo, el collar de jade que colgaba de su cuello y se mecía de un lado a otro, se iluminó con intensidad.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro