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"La duda que enfría el corazón"
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La noche era fría, un hielo que se clavaba en su piel, pero Dalia no lo sentía. Su cuerpo era un cascarón vacío, su corazón un pedazo de cristal roto. Donovan, ese hombre que la había destrozado una y otra vez, la había dejado hecha añicos. Su mente era un torbellino de recuerdos, cada uno más doloroso que el anterior. Sus emociones, un volcán a punto de erupcionar, amenazaban con consumirla por completo. Todo lo que quería era un abrazo, un refugio cálido que la protegiera del dolor. Y Dhelia, su hermana, era la única que podía ofrecerle eso.
Dalia llegó a la casa de Dhelia como un fantasma, arrastrando los pies por el camino de piedra. El aroma a jazmín que emanaba del jardín de Dhelia no logró calmar el vacío que la consumía. El sonido de la lluvia golpeando los cristales de la ventana la devolvió a la realidad, a la fría y dura verdad de que Donovan la había dejado plantada.
Dalia tocó la puerta de la casa de su hermana, esperando allí pero su mirada parecía perdida como si estuviera en otro lugar. Cuando Dhelia abrió, se sorprendió al verla allí y más estando en ese estado emocional perdido. Dalia tenía los ojos rojos e hinchados, y su rostro estaba pálido. Se aferraba a su bolso como si fuera un salvavidas en medio de un mar de emociones.
- ¿Dalia? - Preguntó sorprendida al verla. - Dios mío, ¿Qué te sucedió? Mira cómo estás...
Pero Dalia no pronunció ni una palabra simplemente dio unos paso hacia ella y la abrazó con fuerza, buscando consuelo entre los brazos de su hermano, comenzó a llorar con dolor. Eso solo provocó que Dhelia empezará a preocuparse por ella.
- ¿Qué pasó, Dalia? - Pregunto entre un tono de preocupación y desesperación - Por favor dime, estas preocupandome .
Dhelia la abrazó con más fuerza, sintiendo el dolor de su hermana como si fuera el suyo propio.
- Tranquila, Dalia. Estoy aquí para ti.
Dhelia la ayudó a entrar a la casa, guiándola con cuidado hacia la sala de estar. La casa de Dhelia era un refugio de paz y tranquilidad, un lugar donde el aroma a flores frescas y a pan recién horneado se mezclaba con el sonido de la música clásica que Dhelia siempre tenía puesta. Las paredes estaban pintadas de un suave color crema, y los muebles eran de madera oscura y tapizados en tonos cálidos. Sobre la chimenea, un cuadro de su abuela, con una sonrisa cálida y acogedora, la miraba desde la pared. Dalia se sintió como si estuviera en un lugar seguro, como si estuviera protegida del mundo exterior.
Ambas se sentaron en el sofá, Dalia seguía aferrada a ella como si tuviera miedo de soltarla. Dhelia acarició el cabello de Dalia, sintiendo la textura suave y sedosa bajo sus dedos.
- ¿Qué te ha pasado? ¿Qué te ha hecho sentir así?.
Dhelia la miró con ojos llenos de preocupación, esperando que Dalia encontrara las palabras para expresar su dolor. Ella permaneció en silencio un buen rato hasta que logró calmarse y mirarla, en su mirada se podía notar la tristeza en su rostro, tomó aire por unos segundo y poder contarle todo lo sucedido sin derramar alguna lágrima aunque sabía que le iba a ser imposible.
- Nunca llegó Dhelia, nunca llegó y me dejó allí - Allí nuevamente esas lágrimas que eran inevitable contener - En serio creí que cambiaría... Que esta vez sería diferente, pero no lo hizo, nuevamente no lo hizo... Acaso mi amor por el no es suficiente.
Su hermana la miro con compasión y limpio las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas.
- Tu amor es lo suficientemente fuerte y maravilloso para quien sea, Dalia. Pero él no se lo merece. Mereces a alguien que te valore y te aprecie como tú te mereces - le dijo Dhelia para que ella entendiera que su amor es suficiente solo con la persona correcta.
Escuchar esas palabras fue como si ahora las pudiera comprender un poco mejor. Dalia sintió un alivio al escuchar las palabras de su hermana, como si una carga pesada se hubiera levantado de sus hombros.
- Le crei tanto, crei tanto en su amor por mi... - Las lágrimas volvieron a salir, deslizándose por sus mejillas como un río desbordado. - He creído tanto en él, que ahora siento como si me hubieran hechado un balde de agua fría. - Apretó con fuerza la almohada, como si quisiera exprimirle la tristeza. - Duele, duele mucho...
Dhelia la observó con tristeza, entendiendo el dolor que sentía su hermana. Ella también había tenido malas experiencias en el amor pero sabía que para Dalia era diferente, Donovan era su primer y unico amor, había sabido como utilizar su encanto para mantenerla a su lado.
Dhelia tomó la mano de Dalia, sintiendo la frialdad de sus dedos.
- Lo sé, Dalia. Duele mucho ahora. Sientes como si te hubieran arrancado el corazón. Pero te prometo que este dolor pasará. No va a ser fácil, pero con el tiempo, vas a sanar. Vas a volver a ser tú misma, la Dalia fuerte e independiente que conozco.
Dhelia le dio un suave apretón a la mano de Dalia, transmitiéndole su apoyo y su amor incondicional.
- Yo estaré aquí para ti en todo momento. Siempre estaré aquí para ayudarte a superar esto.
Ambas hermanas se volverían a abrazar con mucho cariño, la cabeza de Dalia era un torbellino mezclado con recuerdos y emociones, pero algo tenía muy en claro no quería ver a Donovan no al menos esa noche, no quería saber de él.
- Puedo quedarme contigo esta noche? - Más que una pregunta sonaba como suplicante.
En verdad Dalia estaba suplicando por quedarse, sabía que si regresaba a la casa con Donovan, él se disculparia nuevamente y ella lo perdonaría una vez más por defraudarla. Asi que esperaba poder quedarse allí y evitar ese momento.
- Mi querida hermanita eso no tienes ni que preguntar - Le sonrió Dhelia - Te puedes quedar aquí todo el tiempo que quieras.
Dalia se quedó en casa de Dhelia, pero sus pensamientos estaban en otro lugar, analizando toda su vida amorosa con Donovan como si cada momento de su vida junto a él ahora mostrara señales que antes no veía. Se sentía mal con ella misma por haberse dejado influenciar de esa manera por alguien como él. Esa noche ni siquiera pudo dormir, estaba tan confundida emocionalmente y solo deseaba escuchar la voz reconfortante de su madre. El aroma a lavanda de la habitación de Dhelia no lograba calmar su mente.
Al amanecer, Dalia sabía que necesitaba hablar con su madre. Dejó una nota para Dhelia agradeciéndole por todo y que había tomado su coche. Dalia había emprendido viaje al pueblo donde creció, Woodstock, Nueva York, un lugar encantador con casas de madera y calles adoquinadas. Condujo por muchas horas, sintiendo cómo el paisaje cambiaba a su alrededor, cómo el ajetreo de la ciudad se convertía en la tranquilidad del campo. Al llegar a la casa de sus padres, la casa donde creció, y estacionó allí. La tranquilidad del jardín, con su madre trabajando la tierra, contrastaba con la tormenta que Dalia llevaba dentro. Se acercó a ella, con pasos lentos y vacilantes, como si temiera romper la paz que la rodeaba.
Renée, su madre, con su cabello canoso que le llegaba a los hombros y unos ojos azules penetrantes que reflejaban la sabiduría y la bondad que la caracterizaban, se detuvo en su trabajo al ver a Dalia. Su rostro, marcado por el paso del tiempo, conservaba una belleza serena y una sonrisa cálida que invitaba a la confianza. Sus manos, ásperas por el trabajo en el jardín, eran un testimonio de su amor por la naturaleza y su dedicación a su familia. Dalia vio en ella un reflejo de su propia belleza, especialmente en esos ojos azules que compartían, y en la sonrisa cálida que siempre la había acompañado.
- Mamá... - Dijo Dalia, con la voz temblorosa, llena de nostalgia y necesidad de consuelo. Sus ojos, rojos e hinchados por las lágrimas de la noche anterior, buscaban la comprensión y el amor de su madre.
Renée se sorprendió al verla, pero aún así corrió a abrazar a su pequeña. Sus manos, ásperas por el trabajo en el jardín, acariciaron el cabello de Dalia con un amor incondicional.
- - Mi niña! Cuanto te hemos extrañado con tu padre - exclamó con alegría y felicidad de ver a su hija - No hubieras avisado para prepárate algo especial.
- Yo también los he extrañado, lo he extrañado demasiado - se alejo de su madre y la miro aguantando su ganas de llorar, sonrió - Es que quería darles una sorpresa.
Su madre rió y volvió a abrazarla - Conseguiste sorprenderme, vamos dentro te prepárare algo rico para que comas, estas muy delgada - dijo Renée en tono de reproche.
Madre e hija entraron en la casa, mientras esperaba sentada en el comedor Dalia recorrió toda la casa con la mirada. El aroma a madera de pino y a lavanda que siempre había caracterizado a la casa la inundó con una sensación de paz y nostalgia. Sonrió nostálgica al ver que nada había cambiado, la casa tenía el mismo toque cálido y acogedor que siempre la había caracterizado. La chimenea, con su marco de piedra tallada, seguía en el mismo lugar, con un pequeño jarrón de cerámica con flores silvestres que su madre había recogido esa mañana. El sofá de cuero marrón, donde solía acurrucarse con su padre para ver películas, seguía allí, con sus almohadas bordadas con flores. La casa era un reflejo de la vida de sus padres, un lugar donde el tiempo parecía detenerse.
Al poco tiempo, su madre apareció y dejó el plato de su comida favorita, un guiso de pollo con verduras que Renée preparaba con tanto amor. Dalia sonrió como una niña mientras comía, no sabía dando cuenta cuanto extrañaba la comida de su madre que la hacía sentir tan especial. El sabor del guiso, con su mezcla de especias y hierbas, la transportaba a su infancia, a momentos de felicidad y seguridad. El aroma a tomillo y a laurel le recordaba las tardes de invierno en que su madre la acurrucaba en sus brazos mientras le contaba historias.
- Dime, pequeña, que ha pasado? No creo que hayas venido por una visita sorpresa nada más - La miro - Se que hay algo, no puedes engañar esta vieja madre tuya.
Dalia no sabía cómo hablar aunque en esos momentos lo que más necesitaba era un consejo de su madre, escuchar sus sabias palabras.
- Mamá me he equivocado tanto - Río sarcástica - Y todavía no puedo entender como fue que llegue ahí, le he perdonado tantas cosas, crei en cada una de sus palabras como una idiota y me deje ilusionar por promesas de amor que no existían - Negó cerrando sus ojos - Le di todo mi amor pensando que nuestro amor sería para siempre, que cambiaría de verdad... Dios me escucho hablar siento como tonta niña ingenua
Su madre la escuchó, cada palabra que decía su hija dejó que se desahogara, veía en el fondo que era algo que ella necesitaba, siempre había tenido la fe en que su hija abriera sus ojos y se diera cuenta de que era en realidad ese hombre y ahora que lo había hecho sentía ganas de abrazar a su hija por que sabía que estaba sufriendo para ella esto demasiado.
- Oh mi niña - tomó las manos de su hija con un amor maternal - Enamorarse puede ser bueno como malo, a veces damos amor a personas equivocadas pero es una parte de la vida con ellas aprendes lección que te ayudarán a no tomar los mismo errores.
Renée la miró con ojos llenos de comprensión y cariño.
- No eres una tonta, mi amor. Todos cometemos errores. Lo importante es aprender de ellos y seguir adelante.
Dalia sintió un alivio al escuchar las palabras de su madre. Se dio cuenta de que no estaba sola, que tenía a su familia para apoyarla. En ese momento, la puerta de la casa se abrió y Xavier entró, con su cabello canoso corto y unos ojos marrones cálidos que reflejaban su amor por la vida y su familia. Su rostro, marcado por el paso del tiempo, conservaba una belleza serena y una sonrisa cálida que invitaba a la confianza. Sus manos, fuertes y trabajadoras, eran un testimonio de su dedicación a su familia y su pasión por la vida.
- ¡Dalia! - exclamó Xavier, con una sonrisa que iluminó su rostro. Dejó su maleta a un lado y se acercó a ella, con pasos rápidos y ágiles a pesar de su edad. Sus ojos, llenos de alegría, se posaron en su hija, buscando en ella un reflejo de la niña que siempre había sido.
Dalia se levantó de la silla y corrió a abrazar a su padre. Se aferró a él con fuerza, sintiendo el calor de su cuerpo y el aroma a madera y a tierra que siempre la había acompañado.
- Papá, te extrañé tanto - dijo Dalia, con la voz llena de emoción. Sus palabras eran un torrente de sentimientos que se habían acumulado durante semanas, un torrente de nostalgia, de amor y de dolor.
Xavier la abrazó con fuerza, sintiendo el amor de su hija como si fuera un bálsamo para su alma. Al tener a sus dos padres juntos en la casa, Dalia les contó con detalle todo lo que había vivido con Donovan durante los cinco años en los que se había mantenido alejada de ellos. Para ellos fue una sorpresa. Sabían algunas cosas, pero conocer todos los detalles de la relación de su hija fue doloroso. Su madre derramó algunas lágrimas con ella mientras que su padre ardía en furia. Quería ir a buscar a Donovan para ajustar cuentas con él, pero su hija lo convenció de que no lo hiciera. Ella sería quien lo confrontaría, solo que aún no tenía las fuerzas para hacerlo. Sabía en el fondo de su corazón que si iba en ese momento a confrontarlo, terminaría cediendo ante él nuevamente y estaría de nuevo en ese círculo vicioso de por vida si no tomaba el control de su propia vida de una vez.
Dalia se sentía agotada, su voz se quebró al describir las peleas, las reconciliaciones, las promesas de cambio que nunca se cumplieron y las veces que se había sentido atrapada en un ciclo de dolor y esperanza.
- Sentía que estaba perdiendo mi propia identidad - dijo con la voz apenas audible - Era como si él me estuviera absorbiendo poco a poco, y yo no podía hacer nada para detenerlo.
Su madre, con los ojos húmedos, la abrazó con fuerza. - Mi amor, estoy tan orgullosa de ti por haber sido tan valiente - le dijo - No te preocupes, siempre estaremos aquí para ti.
Su padre, aunque todavía con la mirada llena de ira, le dijo - Dalia, te quiero mucho. Nunca te olvides de eso. Si ese hombre te vuelve a hacer daño, me aseguraré de que no te vuelva a hacer daño nunca más.
Dalia se sintió aliviada de haber podido compartir su historia con sus padres. Sabía que no sería fácil olvidar a Donovan, pero al menos ahora tenía el apoyo de su familia. La habitación se llenó de un silencio reconfortante, un silencio que hablaba de amor, de comprensión y de esperanza.
Dalia había tomado la decisión de quedarse con sus padres un par de días en Woodstock. Era un pequeño pueblo rodeado de naturaleza, un lugar que siempre le había traído paz. Allí, lejos de la ciudad y de Donovan, se sintió libre. Caminó por los bosques, respiró aire fresco, y se reencontró con viejas amistades de la infancia.
Al principio, se sintió un poco torpe, como si su personalidad se hubiera apagado durante años. Pero poco a poco, fue recuperando su brillo. Empezó a reír de nuevo, a hablar con más seguridad, a expresar sus opiniones sin miedo. Se dio cuenta de que había dejado de lado su propia voz, su propia luz, por complacer a Donovan.
En Woodstock, Dalia se encontró a sí misma. Se dio cuenta de que era fuerte, independiente y capaz de amar y ser amada sin necesidad de depender de nadie. Se sintió segura de sí misma, como si finalmente hubiera encontrado su camino.
Después de un par de días en Woodstock, Dalia sintió que había recuperado la fuerza que necesitaba. Se había reencontrado consigo misma, había recordado quién era y qué quería. Aunque aún sentía un poco de tristeza por el pasado, ahora se sentía más segura y llena de confianza.
Se despidió de sus padres con un abrazo cálido y una promesa de volver a verlos pronto.
- Los quiero mucho - les dijo y los miro a ambos con cariño y un brillo especial en sus ojos - Gracias por todo - Sonrió llena de luz.
- Nosotros también te queremos, mi amor. Recuerda que siempre estaremos aquí para ti - le respondió Renée, con los ojos húmedos y la volvió abrazar por unos segundos más, después soltarla.
- Vuelve a visitarnos cuando quieras, Dalia. Te esperamos con los brazos abiertos. - le dijo Xavier con una sonrisa relajada.
Dalia se sintió reconfortada por las palabras de sus padres. Sabía que siempre podría contar con ellos.
Se despidió de su familia y emprendió su viaje de regreso a la ciudad. Mientras conducía, sintió el viento en su rostro y la libertad en su corazón. No estaba segura de lo que le deparaba el futuro, pero sabía que estaba lista para enfrentarlo.
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