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[1] Algo que extrañar.

1 – Algo que extrañar.

Las cosas nunca son lo que parecen, y yo lo había comprobado, con creces, a lo largo de mi vida, y esa vez, no fue la excepción. A pesar de que me sentía devastada, triste por lo que dejaba atrás, no pude evitar sentirme mucho mejor, al darme cuenta de que muchas cosas buenas llegaron después de ello. Esto me hizo darme cuenta de algo, detrás de algo malo, llegan miles de cosas maravillosas, que hace que encuentres sentido a todo lo que parecía que no lo tenía. A veces, hay que sufrir para encontrar el camino.

Y eso fue lo que pasó, las cosas mejoraron y en tan sólo un par de meses, Salva y yo volvimos a estar como siempre, como dos grandes e inseparables amigos, logrando que nuestra relación fuese incluso mejor de lo que nunca hubiese sido.

Incluso me sentía con ganas de arreglar las cosas con Marta, ya no tenía miedo a su rechazo, a aclarar las cosas con ella, pues el respaldo de Salva me ayudaba muchísimo a enfrentarme a las cosas.

Lo cierto es que desde que Salva y yo volvimos a hablarnos de esa manera especial, de nuevo, nos convertimos pronto en los tres mosqueteros, como al principio. Alfonso, Salva y yo. Pero, como digo, las cosas aún estaban un poco tensas con Marta, por lo que no podíamos ser los 4 inseparables.

Esa quizás era la razón principal de que Sonia, su novia, no dejase de montarle escenas de celos cada vez que quedábamos juntos. Comprendía perfectamente su punto de vista, ella debía de sentirse desplazada pues antes Sonia era el centro de atención, y en aquel momento él tenía más opciones. Eso me hizo replantearme la situación, quizás debía alejarme de él, pues no quería estropear su relación, pero por una vez en mi vida, quise ser algo egoísta, y pensar sólo en mí.

En cuanto a Borja... eso es harina de otro costal. Las cosas estaban más tensas que de costumbre entre nosotros, evitábamos mirarnos, quedarnos a solas en la misma habitación, y por supuesto, ni hablar tengo de su actitud conmigo, volvía a ser el capullo que era con todos los de la oficina, exceptuando a su hermano.

***

Aquel sábado estaba realmente exhausta, después de una larga mañana en el trabajo, había sido realmente agotadora, pues estábamos en la época de divorcios, y todo el mundo llamaba para pedir cita y solicitar presupuestos. El teléfono no dejó de sonar en toda la mañana.

Miré hacia el despacho de mi jefe, justo cuando me ponía el pañuelo en el cuello y me preparaba pasa salir de la oficina. Hacía como una hora que se había marchado y aún podía recordar los gemidos de su cita de las doce, mientras él la hacía suya sobre el escritorio.

Negué con la cabeza, intentando alejar cualquier pensamiento de mi mente. Debía comportarme como una simple secretaria, aquello no debía afectarme, ¿verdad?

Caminé hacia el ascensor, dejando nuestro departamento atrás, adentrándome en el largo pasillo, alejándome más y más. A cada paso que daba sentía que iba dejando más y más lejos a Borja, os mentiría si os dijese que no dolía, pero debía hacerlo. Engancharme de un tío como él no era una buena idea.

Entré en el ascensor, pulsé la planta inferior, y limpié la lágrima que acababa de escabullirse por mi mejilla izquierda, sonriendo hacia la nada, intentando fingir que todo estaba bien, asegurándome a mí misma que lo estaba.

Las puertas del ascensor se abrieron y salí de este con prisas, para luego abrir la gran puerta de la calle, dispuesta a abandonar el edificio pronto, pero me quedé sorprendida al verle allí, frente a mí, a tan sólo unos diez metros, encendiéndose un cigarro, mientras apoyaba su espalda sobre la farola.

Por un momento sentí una extraña sensación, cómo si se detuviese el tiempo, cómo si sólo estuviésemos él y yo, como si el mundo se hubiese puesto de acuerdo para detener el tiempo en ese justo instante, para que yo pudiese observarle. Pero, tan pronto como él levantó la vista, quitándose el cigarro de la boca, girando la cabeza, quedándose sorprendido al encontrarme allí, observándole, salí de mi ensoñación.

Bajé la cabeza, intentando mantener la calma, y caminé hacia él, o al menos, eso dejé que creyese, pues tan pronto como llegué hasta él, seguí caminando, para luego levantar la mano hacia un taxi libre que pasaba por allí, y montarme en el acto, pues tenía un lugar al que acudir.

Tan sólo éramos como dos desconocidos él y yo, como si nunca me hubiese acostado con él, como si nunca hubiésemos sido amigos, como si lo hubiésemos olvidado todo.

Me monté en el auto y dejé que este me condujese hacia la nueva galería de arte que se inauguraba en el centro.

- Has llegado pronto – me dijo Salva, tan pronto como bajé del taxi, y me encontré con él en la puerta del local. Sonreí al verle allí, y me posicioné junto a él, para luego darle un cálido beso sobre la mejilla – He estado a punto de no venir.

- Sonia – adiviné, haciendo que él asintiese en señal de que lo había acertado – siento si pude estropear algo anoche – me disculpé, pues lo cierto, es que la noche anterior le besé en la boca, como justo solíamos hacer cuando estábamos a solas, justo en el momento en el que su novia llegaba a casa, pillándonos de lleno. Sabía que ella no lo había entendido, que lo había malinterpretado.

- Yo tengo las cosas claras, es ella la que tiene un problema con eso – se quejó, cansado de aquella relación que parecía no ir hacia ninguna parte – con sus enfados tan sólo está logrando el efecto contrario.

- Chicos – nos llamó Alfonso, llegando hasta nosotros, junto a Marta, haciendo que ambos misáremos hacia atrás, descubriéndolos – Miriam ya está dentro – aseguró – debe estar a punto de comenzar.

Los cuatro entramos, con una amplia sonrisa, y muchas ganas de disfrutar de las obras de aquella maravillosa artista por la que Fonsi había apostado. La chica estaba realmente entusiasmada con todo aquello, y cuando llegamos lo estuvo aún más, incluso abrimos una botella de vino en su honor.

- Ella tiene mucho talento – aseguré, con la copa sobre mi mano, mirando hacia "Felicidad abstracta"

- Esta es también mi preferida – admitía Fonsi, divertido, mirando hacia mí de reojo, porque le encantaba que fuésemos tan parecido en gustos.

Salva agarró mi mano, obligándole a mirar hacia él, a espaldas de Marta y Fonsi. Le sonreí con calma, haciendo que él lo hiciese también.



- ¿Aún estás preocupada por lo de Sonia? – preguntó, mientras se ponía frente a mí, y levantaba la mano que minutos antes me había estado agarrando, y acariciaba mi mejilla – no quiero que te sientas culpable por lo que pasa entre ella y yo – insistía – me gusta que volvamos a ser amigos – me dijo, acercando su rostro al mío – me gusta que al final podamos volver a lo de antes – concluyó, para luego besarme en los labios, justo como solíamos hacer con asiduidad, con un pico de amigo – me da igual que a ella no le guste esto.

- ¡Has venido! – exclamó Fonsi, a nuestro lado, obligándonos a mirar hacia el lugar hacia donde miraba, encontrando a Borja allí, junto a nosotros, lucía algo triste, sorprendido por algo que escapaba a mi entendimiento. Era la primera vez que aparecía en un evento como aquel, la primera vez que volvíamos a encontrarnos fuera del trabajo, y me sentía algo incómoda, más después de cómo me había marchado, sin tan siquiera dirigirle la palabra.

Alfonso abrazó a su amigo, y este pareció sentirse un poco mejor al ser reconfortado de aquella manera.

- Ey – me llamó Salva, haciendo que levantase la vista para mirar hacia él, pues lo cierto, es que estaba algo decaída de encontrarme con mi jefe allí – sonríe para mí – pidió, haciendo que le dedicase una leve sonrisa – te quiero.

Mi sonrisa se ensanchó un poco más y me sentí bien, por volver a tenerle como amigo, estaba claro que no volvería a estropearlo con él jamás.

- Te quiero – respondí, haciendo que él cogiese mi mano entre la suya, como si intentase reconfortarme.

- ¿Sabes que eres la única chica por la que dejaría a Sonia no? – preguntó, haciendo que perdiese mi sonrisa y mirase hacia él, sin comprender que era lo que decía con aquello – Si me lo pidieses yo... - proseguía, pero se detuvo, y sonrió, divertido al ver mi cara de preocupación. Lo comprendí en ese justo instante, él tan sólo estaba bromeando. Rompió a carcajadas en ese justo instante, y yo lo hice con él, al darme cuenta de que sólo intentaba distraerme para que dejase de estar preocupada por Borja, o por Sonia.


El resto de la noche fue bien, aunque él y yo apenas hablamos, tan sólo nos miramos, aunque no demasiado. Creo que ambos nos sentíamos incómodos de volver a vernos fuera del trabajo.

Observaba uno de mis cuadros favoritos de toda la colección, cuando Salva se marchó al baño, justo después de besarme sobre la mejilla, y Salva se fue con él, dejándonos a solas a los tres. Se sentía incómodo estar allí con las únicas dos personas con las que no me hablaba. Estaba tentada a marcharme, cuando le escuché junto a mí.

- La soledad puede ser bonita a veces – aseguró, con la vista fija en la obra, sin que yo ladease la cabeza, tan sólo me quedé allí, mirando hacia el cuadro, intentando por todos los medios que no se me notase que estaba incómoda, que me moría por salir de aquel lugar.

- Supongo que ... - comencé, pero me detuve tan pronto como sentí sus dedos rozando los míos, creándome una especie de desasosiego, incluso me estaba quedando sin aire. ¡Por Dios! ¡¿Cómo ese hombre podía causar en mí tantas sensaciones juntas?!

Ladeé la cabeza, mirando hacia Marta, pero para mi sorpresa, ella no estaba donde se suponía que debía. Tan sólo estábamos él y yo.

Volví a mirar hacia el cuadro, aterrada, sintiendo su mirada sobre un lado de mi rostro, mientras él metía la mano que acababa de rozarme en su bolsillo. Recé con todas mis fuerzas, interiormente, para no ceder ante las muchas ganas que tenía de mirarle, pero al final... giré la cabeza, observándole allí, con sus ojos puestos en mí. Tan pronto como nuestras miradas se cruzaron pude sentir como si una flecha se clavase en mi corazón, como si el mismísimo cupido estuviese allí, haciendo de las suyas.


Quizás él pensó que no me atrevería, quizás pensó que retiraría la mirada en cuanto le descubriese mirándome, pero no lo hice, tan sólo me quedé allí, observándole, dándome cuenta de que, por más de haberlo negado, por más que lo hubiese escondido en el fondo de mi alma, mis sentimientos hacia él, seguían allí.

- Lau – me llamó Alfonso, divertido, llegando a nosotros, haciendo que ambos perdiésemos el contacto visual el uno con el otro – no vas a creerte lo que hay en el baño de los hombres, un puto váter que te limpia el culo solo – descubrió, haciéndome reír, divertida.

- Voy a ir a por otra copa de vino – comenzó Borja, haciendo que todos mirásemos hacia él - ¿Alguien quiere otra?

- Traeme una a mí – pidió Salva, para luego mirar hacia mi copa – y a Laura.

Él aceptó, tragando saliva, algo incómodo, para luego marcharse hacia el pequeño mini bar que había al fondo.

- ¿Dónde está Marta? – preguntó Alfonso, al darse cuenta de que "su novia" había desaparecido. Me encogí de hombros, y él me puso mala cara – voy a buscarla.

- ¿Ha pasado algo entre vosotras? – quiso saber mi amigo. Negué con la cabeza y me encogí de hombros, de forma exagerada, haciendo que él comprendiese de que no había pasado nada - ¡Mierda! – se quejó, sacando su teléfono móvil del bolsillo, se veía que lo tenía puesto en silencio – es el sargento, voy a salir fuera a cogerlo, tardo nada – aseguró, para luego marcharse, dejándome allí sola.

Me moví por la estancia, deteniéndome en aquel cuadro negro, en el que no se podía ver absolutamente nada, tan sólo un remolino de tonos grises. Leí el cartelito "Miedo al abismo" Me quedé allí, observándole con detenimiento, había algo en aquel cuadro que me transmitía intranquilidad.

No supe cuando tiempo me quedé allí, mirando aquella bonita pintura, que representaba por completo como me sentía en aquel momento, tenía miedo al abismo, a caer en el juego de Borja otra vez.

A cada minuto que pasaba, mi miedo iba creciendo, y cuando él me llamó, no pude evitar asustarme del todo. Me di la vuelta, despacio, descubriéndole a él, con las tres copas de vino detrás de mí, mientras mi corazón latía a toda velocidad y mi respiración alterada me delataba, era como ver representado en carne y hueso todos mis miedos.

Su vista se fijó en el cartel, en la pintura y luego en mí, sonriendo tenuemente antes de hablar.

- Miedo al abismo – decía, aún con las copas en la mano, para luego tragar saliva, perdiendo por completo sus ganas de sonreír - ¿te he asustado? – preguntó, molesto, provocando que negase, aterrada, porque no quería que él lo descubriese, que me aterraba hablar con él – El vino – habló, obligándome a mirar hacia las copas que traía – cógelo y no tendrás que volver a hablarme.

- Borja, yo ... - comencé, mientras él fruncía el ceño, molesto con todo aquello, y yo negaba con la cabeza, intentando que él no malinterpretase todo aquello.

Las cosas pasaron demasiado rápido, Salva volvió, posicionándose junto a mí, agarrándome de la cintura para indicarme que había vuelto, mientras yo ladeaba la cabeza, para observarle, y él se percataba de que Borja estaba allí.

- Gracias por el vino – agradecía, alargando la mano para que este le diese el vino, pero en lugar de eso, él siguió mirando hacia mí, sin tan siquiera tener el menor miedo a hacerlo, a ser descubierto por todos los demás.

Salva alargó la mano un poco más y le quitó las copas que sujetaba en la mano izquierda, y este pareció soltarlas sin más. Pero entonces, un sonido hizo que todos nos fijásemos en él. La copa que aún sostenía en su otra mano explotó, haciendo que el vino saltase en todas direcciones, incluso los cristales saltaron.

Me aparté hacia atrás, tan pronto como sentí como algo saltaba a mi mejilla y la hería, haciendo que un pequeño rasguño se hiciese visible en ella.

- ¿Pero qué coño te pasa? – se quejó Salva, acercándose a mí, agarrando mi rostro entre sus manos, observando mi herida, mientras yo torcía un poco la cabeza, y observaba la mano aún cerrada de Borja, como si no se diese cuenta de lo que sucedía, con la vista fija, clavada en mí, mientras que su mano chorreaba.

- Borja – le llamó Alfonso, haciendo que este reaccionase, ladeando la cabeza para mirar hacia su amigo – tío, estás sangrando.

- No es nada – habló él, quitándole importancia, abriendo la mano para tirar los cristales que aún sujetaba en su mano – siento haberos asustado – se disculpaba, para luego meter su mano herida en el bolsillo de su pantalón, haciendo una leve mueca de dolor.

- Deberías ir a un médico – me quejé, preocupada, como una estúpida, haciendo que él sonriese vagamente, sin tan siquiera mirarme.

- Lau – me llamó Alfonso al ver mi arañazo en la cara – tú también estás herida, ambos deberíais ir.

- Estoy bien – repetí, haciendo que Salva negase con la cabeza, cansado de que fuese tan tozuda.

- Él tiene razón – comenzó Borja, haciendo que todos mirásemos hacia él, de nuevo – deberíamos ir a un hospital – insistió – pero yo no puedo conducir así – se quejó, sacando del bolsillo y levantando su mano herida – debes conducir tú.

Mi cara perfectamente era un poema. Borja estaba sugiriendo que lo llevase al hospital, que yo lo llevase al hospital. ¿Por qué?

Alfonso nos obligó a ambos a irnos al hospital, y allí me encontraba frente a su descapotable, con las llaves en la mano, mirando hacia él, sin saber qué hacer, porque sabía que mi jefe no era de los que pedían ayuda o se mostraban débiles, así que... qué quería, porque estaba claro que quería algo.

- Siento haberme valido de artimañas para traerte aquí – declaró, cuando arranqué el auto, provocando que mirase hacia él, aún sin haber metido marcha atrás – pero debes mirarte esa herida, y sé que eres demasiado cabezota para ir tu sola por las buenas – se quejaba, sin dejar de observarme – así que ... iré al médico si con ello consigo que vayas tú.

Metí las marchas y puse rumbo al hospital, mientras él se mantenía en silencio durante todo el trayecto, en realidad, ambos lo hicimos, mantenernos en silencio.

Cuando llegamos al hospital, fuimos atendidos en habitaciones distintas, yo simplemente fui curada, pues la herida, como sospechaba no era muy profunda, pero a él tuvieron que cogerle un par de puntos, incluso le vendaron la zona, y le recomendaron no forzar la mano.

Esperaba en la pared, cuando le vi salir, lucía cansado de todo aquello, pero lejos de sorprenderse de verme aún allí, su cara se iluminó. Caminó hasta mí, y apoyó su mano libre sobre la pared, bajando la vista hacia el suelo, como si se arrepintiese de algo.

- Lo siento – declaró, sorprendiéndome con ello, porque él para nada era así, él no solía pedir perdón por absolutamente nada – por todo esto – se quejó, levantando la vista para mirar hacia la tirita que me habían puesto en la cara – por herirte, por arrastrarte hasta aquí.

- ¿Qué quieres Borja? – pregunté, observándole, tan cerca de mí, que dolía. Porque le conocía mejor que a mí misma, y sabía que tras todo aquello había un motivo.

Sonrió, divertido, como si aquella situación le hiciese gracia. Le aparté de mí, mientras negaba con la cabeza, incapaz de creer que fuese en serio, yo había tenido razón desde el principio, incluso había hecho bien en alejarme de él.

- Me iré primero – le dije, para luego poner las llaves del auto sobre su mano libre, marchándome entonces, sin que él hiciese absolutamente nada para impedirlo.


Continuará...

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