Uno
1890.
Francia, Dijon.
Victoria Sould.
-Si quieres estar favorable para la majestuosa noche de Valse Musette, debes de llevar uno de los vestidos más espléndidos y delicados de todo el salón, Victoria.
Dos, cuatro. Tres, cuatro. Seis, ocho. Suave, como la seda. Así era como se danzaba el famoso Vals Francés.
Observe a madame Liary a través del gran espejo de mi tocador. Respiré hondo al sentir una gran punzada en mi cintura. Lograba ver las tiras de mi corsé asfixiarme la vida.
El ser hija de los jueces Sould, no implicaba el que me destripasen con un corsé detallado a rosas negras en su seda carmesí.
Mordí mi labio inferior, callando mis pensamientos para que madame Liary no los oyera.
-Con tus dieciocho años, ya deberías de encontrar un esposo que sea tu fiel servidor. Tu madre está siendo fuertemente acechada por valiosas propuestas, Victoria.
No quería oír sus palabras; se me lograban parecer quisquillosas, molestas, irritables, como la voz de mi prima al hablar de ciertos vestidos que no sentaban bien a la moda.
¿Casarme a mis dieciocho años? Pensar en ser una mujer honrada para la casa y el bienestar de sus hijos, no era algo que me sentase bien. Mi merced le pertenecía a libros, estudios, poemas.
Pero jamás a un solo corazón y una vida cruelmente escogida y planeada.
Los ojos azules de mi madre llegaron a mi mente. Estaba siendo cotizada por mi, y, estaba segura que por jóvenes ricachones y bien portados; nosotros éramos de un estatus más allá de esa similitud.
Mis padres, dos jueces de la corte suprema de Dijon. Sould, un apellido que mi nombre arrastraba a su lado detonando elegancia y poder.
-Hoy será una velada de julio romántica con un usual aroma a vino dulce. -inhale dolorosamente, viendo mi rostro pálido contraerse en una mueca de incomodidad frente al espejo.
-No es algo de lo mío, Liary. -sus veintiocho años quedaron expuestos en el reflejo luego de apartarse de mi corsé. Su rostro lleno de rubor resplandecía conformidad en mi atuendo.
Se acercó esta vez a mi cabello negro el cual caía más abajo de mis hombros. -Eres una joven hermosa, Victoria. Deberías de ser más agradecida con la vida, con el amor y sobretodo con un futuro armonioso junto a un esposo servicial y honorable.
No evite girar los ojos, aunque sabía que a ella eso no le llegaba a fastidiar en lo más mínimo como a mi madre.
-Yo no me casare, esa es la realidad.
Comenzó a recoger agilmente mi cabello en un rodete alto. -¿Qué ocurre? -sus ojos verdes me observaron con un asomo de pena- ¿Acaso crees que no eres lo suficientemente bella para encontrarlo?
-¿Encontrarlo? -sonreí, observándome fijamente los ojos, como si estuviera hablando para mí misma- Yo no necesito un marido para ser feliz.
Negó lentamente con su cabeza, meneando un poco de sus rizos dorados a los costados de su rostro ovalado y terso.
-Eso dices ahora, Victoria. Tengo el sentimiento en mi pecho, algo me dice que aún no eres consciente de tu poderoso apellido y de tu belleza elegante y altanera.
Una risa amarga abandono mi garganta. Después de todo Liary resultaba ser un humano más que se dejaba arrastrar por las horribles garras de las apariencias. -La belleza no lo es todo, Liary.
Y, aunque sonase como una típica y recurrente frase de un libro antiguo y polvoriento de alguna que otra estantería de un anciano, era certera. La belleza no lo era todo.
Sin embargo, a Liary no pareció agradarle aquella frase tanto como a mí.
-Para nosotras, la belleza es lo único recurrente en este mundo, Victoria Sould -entonces, finalizó mi aspecto de baile para esta noche con un poco de rubor-. Y... me temo que eso jamás podrá cambiar.
Inevitablemente suspiré en exasperación.
Tratando de ignorar lo que había oído de su gran bocota llena de labial rojo como la sangre, alise la falda de seda de mi vestido negro. El negro era fúnebre, triste, tenebroso, pero me gustaba que este me sentase tan bien con aquel cruel corsé carmesí y negro.
La delicada y pequeña joya de rubí resplandecía en mi cuello con el dorado de su fina cadena y no tarde en recordar la apariencia de mi madre, la cual se hacia notar en cada poro de mi ser.
Merideth de LeSrion, mi madre, la dame de justice. Una mujer con un alma oscura y una tez pálida como la luna.
-Belle... -el susurro de un gran triunfo se escapó de la boca de Liary.
Claro que estaba hermosa, parecía mi propia madre, mujer a la que toda joven quiere asemejarse.
-Eres idéntica a tu madre, Sould Victoria.
-Espero no por mucho tiempo, madame Liary. -estaba segura que todo lo que ahora salía de mi garganta, sería dicho directo a mi madre; Liary era una de sus aprendices en el ámbito de la moda.
Sonrió, negando con su cabeza como si de mí se tratase de una muchacha rebelde.
-Estoy orgullosa de haber creado tal obra de arte.
-No puedo creer que su orgullo se resuma a algo tan pésimo como la apariencia de mi madre, madame.
Sus ojos se abrieron en desagrado e impresión, como si de mí boca estuvieran saliendo residuos de las tabernas más vulgares de la ciudad.
-¡Por el amor del señor, Victoria! ¿Qué clase de odio llevas en tu alma cómo para hablar así de tu propia madre?
-No es odio, madame, es... opinión propia, y, ahora, si me disculpa, quiero estar sola. -señale cortezmente las grandes puertas de mármol de mi habitación.
Sus ojos verdes me inspeccionaron unos breves segundos, pude ver un ápice de furia en ellos. -Le informaré de esto a su madre, jovencita.
-Me temo que no es de mi importancia lo que haga, madame. -y sin decir ni una palabra más, se retiró de la habitación.
Observe nuevamente mi reflejo en el espejo, pero, al verme la cara, un desvio de mis ojos me hizo ver el antifaz negro posando en el tocador. El encaje que conformaba a este no tardó en llevarme a recuerdos lejanos.
Tome el antifaz, colocándolo en el área de mi mirada. Sonreí al verme como una jeune rose noire.
Algunas voces se oyeron en el gran salón. Me lograba impresionar lo rápida que era la gente para llegar a este tipo de reuniones, como si la vida de estos dependiera de ello.
Respiré hondo sintiendo las punzadas del corsé en mi cintura casi inexistente y cerré uno de los libros del escritor William Shakespeare.
...
-Es hermoso el sonar de ese instrumento tan... elegante. -dijo, mi segundo pretendiente.
Observe el violín al que sus ojos apuntaban. Era en lo único que coincidía con él.
Mientras veía la mano del violinista hacer su sonata perfecta, se me olvidaba el nombre del hombre egocéntrico y altanero a mi lado, quien quería ganarse mi mano a base de palabras que parecían ciertamente estudiadas horas antes, como si esto se tratase de un ensayo.
No quise hacer notar lo mucho que me molestaba ser tomada como una ingenua, pero lo cierto era que un hombre de la época veía así a toda mujer. Por más que quisiera, no podía verme diferente a otra mujer con cualidades y capacidades distintas, formando así miles de corazones y mentes inigualables en una misma bolsa inferior.
-¿Le gusta el vino, madame Sould? -volvi la vista a él. Su juventud resplandecía en sus ojos esmeraldas y su cabello negro azabache. Su porte elegante y su altura demandante me hizo recordar a Louis Philippe.
En su mano vi una botella de vino con un nombre particular que siempre rondaba las mansiones más lujosas, incluyendo la de mis padres. La monarchie majestueuse, leí en mi mente, observando sus siglas doradas con detenimiento.
-No es algo que me logre impresionar, monsieur. Pero, para tal velada, tal vez sea necesaria. -una sonrisa abiertade su parte logró mostrarme sus dientes parejos y blancos.
Hizo un ademán para que uno de los sirvientes se acercara hasta nuestro lugar. Le extendió la refinada botella y este no tardó en servirnos en las copas. El sirviente me entregó una y no dude en darle las gracias, por otra parte, el muchacho frente a mí solo me regaló una mirada de suma extrañeza.
Estaba segura que él jamás le había dado las gracias a uno de sus sirvientes.
-Bien, hagamos un brindis. -me propuso, y trate de no hacer una mueca incomoda.
-¿Y qué motivo tendrá este, monsieur?
Unos breves segundos pasaron de largo, con ellos yéndose la música danzante.
-¿Por nosotros? -no evite sonreír como si este me hubiera dicho una broma de mal gusto.
Iba a responder que no había ningún un "nosotros" pero entonces una melodía nueva se escuchó por todo el salón, haciéndome desviar los ojos del monsieur altanero a mi lado. Le sang de Gardenia resonó en todo el lugar, una sonata que solo una vez en mi vida había oído.
Esa sonata era una de las más difíciles en el ámbito del violín, de la música, de todo lo que se relacionase.
Un violinista nuevo se encontraba en uno de los altares, llevaba un antifaz de terciopelo de color rojo y un traje negro con bordados de raíces carmesí. Su altura, su porte, todo de él transportaba elegancia, cortesía e inigualidad, pero sobretodo, belleza oscura.
Pude deducir que este, detrás de ese antifaz negro, llevaba un atractivo rostro masculino.
Y luego... cuando creí que la melodía no podía ser tan perfecta, un harpa intrusa resonó detrás del bello joven. Mis oídos quedaron totalmente embelesados, y puedo decir que mis ojos también.
Un joven no más de la misma edad que el anterior, se mostró con unos cabellos rebeldes dorados y unos ojos cerrados detrás de un antifaz azul de terciopelo. Su traje era el mismo que el del violinista, pero a diferencia del otro, este traía un bordado de rosas azules.
Una sensación extraña y exquisita se presentó en mi pecho, quizás era la de estar embelesada por primera vez después de mucho tiempo en mi vida. No supe descifrar si me sentía así por la melodía del harpa y el violín, o por aquellos apuestos muchachos.
La gente calló estrepitosamente, como si de unos muertos se tratase los cuales estaban allí tocando los instrumentos.
-Son espléndidos. Qué embriagador. -el monsieur a mi lado se encontraba de la misma forma en la que todos nos veíamos allí: impresionados.
-Así es, monsieur Richard. -la voz lenta y femenina de mi madre, pronunció el nombre que una vez mi mente había olvidado. Se encontraba tocando lentamente el hombro del monsieur como si se tratase de una víbora tomando a una presa de sorpresa.
-Mademoiselle Sould... -susurró este, observando a mi madre quien relucía su vestido escarlata de seda. Este era similar al mío, pero a comparación de mi prenda, era mucho más larga la suya.
Gire mis ojos al sentir su mano fría en mi hombro derecho. La tensión fue breve, pero fue participe y supuse que ella también la sintió.
-¿Ya han bailado bajo el son de esta hermosa melodía?
-Oh, mère mía, la melodía es tan hermosa, que solo se debe de disfrutar en silencio e inmóvil. Como... Los muertos.
-La fille, no seas tan harta de la vida. Diviértete en el compás y la mirada de tu acompañante, el monsieur Richard.
-Prefiero no seguirle el compás a nadie.
Fue entonces que mi madre se acercó un poco más a mi oreja. Esto era algo de lo que debia acostumbrarme, porque ya sabía lo que venía a continuación. -Victoria, Anastasia Sould, es mejor que no dejes a tu acompañante en la soledad o te juro prender fuego tus más valiosos libros de romance hipócrita.
-Ay, por favor, mère, no seas tan... cruel. -sus garras, las cuales seguramente estaban más que afiladas, se enterraron sutil en mi espalda baja, acercandome a monsieur Charles.
El muchacho me escaneo con sus ojos, sorprendido por el repentino acercamiento de mi cuerpo.
-Lo siento... -susurré.
Por otro lado, mi madre, cual no temeria decir que era como una bruja de la noche con aquel cabello negro suelto que se traía, no tenia ni un asomo de arrepentimiento.-Oh... creo que... los dejare solos. -dijo, fingiendo picardía y desconcierto.
Suspiré, apagando el aire en mi boca para que el monsieur ya no se llevara decepciones por mi parte en no querer corresponder a sus insinuaciones un tanto... actuadas.
-¿Desea bailar esta hermosa melodía, mademoiselle Victoria?
Claro que no, monsieur.
-Por supuesto, monsieur Charles.
Su mano enguantada en seda blanca cubrió la mía gentilmente, como si esta fuera a romperse bajo sus dedos, eso por alguna razón, me hizo percatarme de que monsieur Charles era un joven que, sin dudar, tenía a las mujeres como sinónimo de fragilidad.
Eso logró descarrilar mis pensamientos de cortesía, remplazandolos en amargura y un poco de furia.
Quería demostrarle que una mujer no era tan frágil. Como de esperarse, y para mi suposición, uno de sus creadores le habrá enseñado desde que comenzó a caminar que la mujer era delicada, nada ruda y elegante.
Y, seguramente, inferior.
Todos abrieron paso mientras íbamos bailando suavemente hasta el centro del piso más elegante de casi todo Dijon.
-Es usted una de las mademoiselles más bellas que he visto.
La misma conversación en un Vals hermoso, ahora visto como un infierno. ¿Por qué las cosas más bellas se deben arruinar con situaciones y palabras no deseadas? Lo único diferente en el baile ya repetido reiteradas veces en mi vida, era aquella hermosa melodía del harpa y el violín.
No evite volver mis ojos a la gran tarima donde dos muchachos se encontraban maniobrando dos instrumentos oscuros.
Era casi tonto escuchar si alguien dijera, o más viniendo de una señorita, que en vez de estar posando los ojos en mí acompañante de baile, los este poniendo en los músicos de la noche. Era un tanto estúpido y extraño, pero lo cierto era que ese pensamiento mío, o tal vez un decir futuro en mi mente luego del baile, sonaría interesante y hasta curioso.
¿Qué tenían esos simples músicos para que una mademoiselle como usted posase sus ojos en ellos, robandole la atención a su acompañante?
Me imaginaba la voz de madame Liary preguntarme aquello y ciertamente me dió un poco de gracia, porque estaba segura que ella me trataría como una tonta por no aprovechar el momento con un tal vez futuro esposo.
Pero... que me disculpe madame Liary, también mère Merideth y, por si acaso, el monsieur Charles, pero los músicos lograban ser de agrado visual y más enigmáticos que la misma noche.
Los ojos de ambos jóvenes se encontraban cerrados, pero podía asegurar que debajo de tales antifaces se ocultaban unos rostros más bellos que un paraíso.
Un apretón en mi mano izquierda hizo que volviese mi atención al monsieur Charles.
Con mis ojos hice la pregunta del porqué aquella acción.
Carraspeo su garganta, aclarando esta. -¿Es así de descortés con todos sus pretendientes, Victoria Sould?
Fruncí mi ceño por sus palabras tan repentinas y frías. -¿Usted deja la cordialidad al ver que no es la atencion de alguien? Aun no baje su antifaz, monsieur Charles. La velada no acaba hasta que logre ganarse mi corazón y desposarme.
-¿Acaso está diciendo que soy una persona que trata de parecer?
-Dejar su cordialidad demuestra su verdadero rostro, monsieur. No quiero imaginarme cuando consiga su objetivo. ¿Será acaso un hombre maltratador en el matrimonio? O... ¿Un hombre maleducado?
-Está ensuciando mi imagen con tales preguntas y suposiciones, mademoiselle.
-Usted demostró ser un hombre diferente a la falta de atención, ¿qué es lo que me queda a mí, monsieur?
-Ser una mujer más correcta y prestar su atención solo a mi persona.
-Disculpe, monsieur-fue entonces que la melodía finalizó-. Pero prefiero ser una mujer descortés antes que centrar mis ojos en un hombre tan ególatra y falso como usted. No hace falta que retire su antifaz del rostro, su verdadera cara está más que descubierta.
Charles abrió su boca en una "o" perfecta, ese tipo de expresión que le había visto a más de una mademoiselle al hablarle de mis libros de misterio y terror.
Desvié fugazmente mis ojos a la tarima, pero aquellos dos muchachos ya no estaban.
-Y, ahora, si me disculpa, monsieur Charles, me retiro.
-Grosera.
-Todo lo que sea, pero menos estar con usted.
Tome un poco de la falda de mi vestido, agilizando mis pasos entre las personas amontonadas como ratas en el queso de la cocina de la reina.
Con mis ojos busque a esos dos jovenes entre todas las siluetas de la noche. Era ironico que estuviera buscando algo tan oscuro y tan simple como los trajes de aquellos muchachos entre vestidos y trajes coloridos, finos, extravagantes.
Recorrí cada esquina del gran salón, pero me lleve una gran decepción. Los muchachos ya no se encontraban en ningún lugar, al menos no para mis ojos. Era como si se hubieran esfumado.
Con la desilusión en mi cabeza, camine hacia lugares sin sentido, escuchando algún que otro murmullo sobre mi familia.
Sould. Sould...
Debes de ser correcta como tu madre. Justiciera como lo era tu padre en su época. Elegante como el apellido que portas y bella como tu nombre.
Esas palabras lograban rodearme todos los días de mi corta vida, gracias a las mademoiselles un poco tomadas por la gracia de un caballero, criadas por las mismas palabras.
Mi vida no era un poema, como toda persona creía que lo era. Mi vida era una malvada y triste fábula donde la enseñanza era que ser mujer tenía sus consecuencias, y más en una familia tan poderosa.
Mis ojos captaron a mi madre, quien buscaba a alguien con su mirada azul y oscura.
Sabía que a quien buscaba era a mí.
Trague en seco, imaginando la desgracia que correrían mis hermosos libros que reposaban plácidamente en mi biblioteca de mármol.
Fue entonces, que en mi rigidez, sus ojos me atraparon. Sus labios se movieron, susurrando algo que jamás llegó a mis oídos.
Y que tampoco iba a quedarme a esperar y escuchar.
Sin dudar, volví a tomar mi falda, pero esta vez con más fuerza, aferrándo mis dedos en esta como si fuera un refugio.
Me di la vuelta y sin esperar los regaños y sermones de mi madre, salí del gran salón. Sabía que no me iba a escapar de sus hirientes palabras, pero estas quedarían pospuestas por unas horas hasta que terminara el baile de la noche. Eso sería un gran alivio para mí.
Las grandes escaleras, rodeadas por los candelabros con su luz anaranjezca y tenue, quedaron expuestas a mi. No me mortificaria más la cabeza por esta noche, solo iría a mi habitación y leería algún libro antiguo de poemas románticos.
Como todas las noches.
Suspiré, y sin medir más mis pensamientos y las futuras palabras de mi madre, subí las grandes escaleras.
Camine lentamente en un pasillo oscuro alumbrado por tenues fuegos. Cuadros de mi madre y mi abuela regados por todas las paredes de un gris de neblinas.
Ni un cuadro de mi padre.
Ni un cuadro de mí.
¿La razón? No me gustaban los retratos, solo creía que reflejaban una mentira piadosa para su portador. Por otro lado, mi padre no revelaba su rostro ni en pinturas.
Él era... un hombre de la noche, que merodeaba en su oficina y libros de la justicia real. Reservado, frío y poco hablador. Cortés, de habla grave.
Hace mucho no lo veía desde que pasaba sus días en su otra gran mansión a las afueras de la ciudad.
Detuve el pensamiento cuando pude ver a metros de mí a dos siluetas delgadas y masculinas apoyadas en cada lado de las dos paredes.
Lista para exigir respuesta de sus paraderos sospechosamente muy cerca de mi habitación, me acerqué a ellos.
-Disculpen, -observé a ambos sujetos, buscando sus rostros para categorizarlos en su nombramiento, al no poder ver sus caras, no dude en llamarlos de la forma que toda mujer acostumbraba- monsieurs. El baile de la noche se encuentra escaleras abajo.
Estos repararon en mi presencia. Eso había sido extraño. ¿Acaso no se habían percatado de mí?
-Oh, discúlpanos, mademoiselle. Solo estábamos descansando luego de la función. -fue inevitable no fruncir el ceño en confusión al escuchar su voz seductora y varonil.
¿Luego de la función? ¿Es... que acaso eran...?
Busque con obvia atención sus rostros, cuando la sorpresa llegó a mi cuerpo. Ambos llevaban aquella vestimenta apagada. Ambos llevaban aquellos antifaces de terciopelo. Rojo. Azul.
El violinista y el muchacho del harpa.
-Por favor, discúlpanos. ¿Debemos marcharnos de esta área? -negue repetidamente con la cabeza al oír hablar al chico de antifaz azul, ambos fruncieron el ceño al ver mi acción.
-No, no... -sonreí, amablemente, cambiando mi expresión de asombro- por favor, al contrario, quédense. -casi que les implore.
-Es usted muy amable, mademoiselle -habló por primera vez el muchacho de antifaz rojo. Su voz era ronca, masculina, apagada-. Demasiado, quería decir. ¿Debemos de darle algo a cambio de su amabilidad?
Repase sus palabras en mi mente, quedando bajo sus ojos azules. ¿Querría yo sacar algún provecho de mi amabilidad?
Tonterías. No era alguien así, aunque mi sangre se cernía en todo aquello que estuviera relacionado en la palabra aprovechar. Pero... si era algo de ellos, ¿qué me darían?
Pasaron unos largos segundos. Eso dio paso a una tentativa propuesta.
-¿Qué tal si tocan nuevamente un poco de esa hermosa melodia de hace minutos atrás? -luego de oír mi propuesta, ambos se observaron mutuamente, sosteniéndose la mirada por unos breves segundos.
¿Qué pasaba por sus mentes en ese instante? Por un instante quise arrebatar sus pensamientos cual ladrón a un botín.
-Seria un honor, belle madame. -acepto el muchacho de cabellos dorados y ojos gatunos.
Entonces, como si mi propuesta diera paso a una obra de magia, estos movieron sus manos ágiles en sus instrumentos. Fue asi, que en uno de los pasillos oscuros de mi propio hogar, aquel atractivo duo hizo sonar un harpa y un violin. Mis oidos, complacidos, hicieron que mi cuerpo bailase sin evitarlo. Delicado, sin acompañante.
Unos largos minutos pasaron, en donde mis ojos se cerraron, pesados. Donde mi corazón latía desenfrenado. Una sensación exquisita y palpitante se robó mi pecho, algo así como la primera vez que recite en voz alta uno de los poemas más románticos que había leído en mi vida.
Por primera vez en mucho tiempo, volví a sentirme extasiada. Anormal. Algo exorbita en mi aire que me hace sentir extrañamente libre.
Parecía un hechizo. Sí. Uno de los hechizos más intrépidos y astutos jamás usados en un ser humano.
¿Era un hechizo? ¿Acaso alguien podría hechizarse por medio de la melodía de un harpa y un simple violín?
Pero...
Cuando creí ser demasiado débil a la magia, esta se rompió.
-¿Es usted Victoria Sould? -abri mis ojos. sobre la melodia de su harpa el joven de pelo rubio como el sol había elevado la voz. Di una pequeña y lenta vuelta, en el trayecto borroso pude ver al muchacho del violin maniobrando con este, sus ojos azules se encontraban fijos en mí, como si estuviera acechando respuestas.
Me agradaba, de alguna forma, el hecho de que ellos no supieran de mí o no me lograsen reconocer, pero si a mi nombre. Y eso me pareció... sospechoso.
¿Qué ocurriría si les dijera que no? ¿Me verían como una muchacha misteriosa bajo la oscuridad de la mansión Sould?
Aún así, no caí en la tentación de decir que no. Por alguna extraña razón, quise que ellos supieran quién era.
-Sí, soy Victoria Anastasia Sould, monsieurs. -pronuncié mi nombre con lentitud, gozando de la melodía que oía por segunda vez en la noche.
Pero, de repente mis ojos quedaron estacionados en el pecho del joven rubio a un lado de mí, en él, un dije azul con forma de un valiente corazón posaba, moviéndose de un lado hacia otro con fulgor.
El aire se entrecorta en mis pulmones, y todo comienza a verse nubloso, lento.
-Hemos esperado una eternidad por ti, Victoria Anastasia... -pronunció, ahora moviendo sus labios carnosos y rojizos.
-Sould... -susurra, esta vez el pelinegro, quien sentí pegado a mi cuello.
Mi piel se erizó como si estuviera expuesta al invierno más frío jamás vivido.
-Eres idéntica a tu padre... -dijo, el muchacho aún cerca de mi cuello.
Trague en seco, sintiendo todo mi alrededor diferente, oscuro y temerosamente difuso.
Mi padre... aquella persona que no veía hace mucho tiempo, aquel que no mostraba su rostro ante la población y mucho menos ante su propia hija.
Sentí mis articulaciones pesadas, mover mis dedos fue casi imposible, y, antes de que mi vista se nublara hasta su total límite, pude observar que, ambos muchachos habían cesado el tocar de sus instrumentos. Pero algo me alertó, posiblemente algo más allá de mi imaginación y de los escenarios más extraños que alguna vez mi mente experimento.
La sonata, la melodía, Le sang de Gardenia aún seguía oyendose. Pero esta vez retumbaba, estruendosa y perfecta en mis oídos.
-¿Aún la oyes? -la voz del muchacho rubio se escuchó en mi mente.
-Cómo lo había previsto, Defaris. -susurro está vez el otro muchacho.
-No debí dudar de tu palabra, Nevaro. -le respondió, ambos entablando una conversación en mi mente.
Mi corazón latió cada vez más rápido, incluso más rápido que la muerte en las personas de avanzada edad.
Quise hablar, pero mis cuerdas vocales se sintieron inexistentes, fuera de mi cuerpo.
Caí hacia atrás cuando mi vista se sumió en la oscuridad misma. ¿Acaso... yo?
El miedo me tomó del cuello, de mis cuerdas imaginarias, convirtiéndome en su fiel títere. ¿Acaso yo estaba muerta?
La pregunta hizo estragos en mi sistema.
-No, aún no encuentras la muerte. -me respondió la voz del rubio.
Rendida, y sin alientos, sentí caer en un pecho cálido. Me sentí apartada de mi propio cuerpo, como si mi alma y este fueran dos personas diferentes.
-Ven con nosotros, Victoria...
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