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CAPÍTULO 18

O'Donell soltó una tremenda carcajada que hizo que mi piel se erizara. Me ruboricé como el infierno.

—Me atrapaste, Madlow.

—Ciertamente eres un imbécil.

O'Donell volvió a carcajear y golpee su brazo. Cerré mis ojos, tratando de regular mi ritmo cardíaco, pues había empezado a pensar en cosas. Ignorando por completo el estúpido comentario de un demonio. Sé que hacía estas cosas por molestar.

Ese demonio estúpido la cual te trae totalmente loca.

Era cierto, eran desbocados mis latidos. ¿Qué más podía hacer? No los iba a ocultar, O'Donell estaba demasiado consciente de que su presencia no me era indiferente. Y era algo que me incomodaba. Sólo le haría aumentar su ego. Le sentí moverse. Su cabeza estaba en mi pecho bien posicionada escuchando mi corazón. Su cabello parecía brillar aun en la oscuridad, los demonios deben ser temibles, no protectores, deben de ser malos, pero parecen no serlo demasiado. Los demonios deben ser horribles, no criaturas hermosas. Aun y cuando había cualidades positivas en ellos, no dejaban de ser demonios. Si de algo estoy segura es que son egoístas y avaros, existe una maldad desde el principio de los tiempos que quizás ningún humano tenga, aun y cuando sean la peor escoria. Buscan el poder cueste lo que cueste. Una parte de mí, extrañamente confía en ellos, pero no deseo hacerlo. Nos quedamos sin palabras, más que con nuestras respiraciones haciendo un diálogo del cual no se sabría qué iba a pasar. Mi lado oculto pedía a gritos un toque, aunque fuese pequeño de él. Me odiaba aún más por sentir todo esto. No caeré en el juego de un pervertido que coge todo lo que se mueve.

Después de un largo rato, ya me había acostumbrado a su presión en mi pecho. Inclusive, me había atrevido a acariciarle su cabellera mojada, no sé cuánto tiempo habrá pasado de ello. Media hora, cuarenta minutos, una hora, no lo sabía, pero se sintió agradable. Luego de haber dejado de acariciarle el cabello, mis manos abrazaron parte de su cabeza y los latidos de mi corazón habían disminuido. Abandonó su posición en cuanto supo que yo no haría nada al respecto, aunque esta situación fuera incomoda, era excitante a la vez y yo no podría hacer esto; Y se acostó envolviendo su cuerpo semidesnudo con mi cobija al otro costado de la cama. Me acostumbré demasiado rápido a tenerlo en mi misma cama.

Estuve un momento más dándole la vuelta a un par de pensamientos y recordé algo que me parece sumamente extraño. Hasta ahorita no lo puedo descifrar, O'Donell será un cretino, pero por lo que veo, está al pendiente de mí, y es por esa razón tan extraña que necesito solucionar todo este embrollo. La presencia de Kike estuvo en esta habitación, sin embargo, no pude abrir mis ojos en ningún momento. Tuve una especie de hipnosis con algún instrumento. La lluvia no ayudó mucho. Creí por tan sólo un momento que quizás fue solo un sueño. Pero nunca antes había sido sonámbula, esto no tenía sentido.

¿Y si él vino a verme? ¿Y si en verdad volvió?

No.

Kike jamás volvería de esa manera. Negué con mi cabeza, llevé una mano a mí frente y la dejé ahí. Suspiré, no puedo dormir con O'Donell en la misma cama, no dejo de pensar en que Kike tal vez pudo estar aquí. Pero era su aroma, era su voz, pero algo no encajaba, la melodía de aquella flautilla todavía seguía muy presente. ¿Serían esos, a los que mi voz llamó, Cazadores?

Comencé a dar vueltas en la cama. No sé cuánto tiempo estaría pensando en todo esto, pero el sueño se había ido de mí. Pasaron al menos dos horas desde que O'Donell se quedó plácidamente dormido. Me levanté de la cama y caminé hacía mi ventana, viendo afuera. Todo estaba tranquilo. Volví a la cama rendida, con mucho cuidado de no despertar a O'Donell. Mi cabeza se volvió a pegar en la almohada, manteniéndome prudentemente distante del demonio. Estaba viendo su cuerpo reposar en mi cama. Su espalda era ancha, y sobresalían partes de sus tatuajes.

—Madlow, estás muy inquieta... solo duerme —La voz adormilada de O'Donell me sobresaltó y le di la espalda inmediatamente.

Escuché como O'Donell también se movía. Me tensé un poco.

— Te lo advierto, O'Donell. Cruza mis límites y te castraré — Le amenacé y en cambio rio.

Una risa ronca que me hizo erizar los vellos de la piel. Sentí cómo me abrazó. Su brazo derecho me atrajo hacía él, y dejó su brazo en mi cintura.

— ¿Estás amenazando con tocarme? — Rápidamente me di cuenta de su estúpido doble sentido y me giré bruscamente.

Aunque la oscuridad no dejaba ver del todo, veía su rostro burlón rondar. Éste idiota a veces me hace encabronar demasiado, pero para que negar que me gusta que él esté aquí en este momento porque, a decir verdad, me siento segura.

—No seas estúpido... No te pienso tocar de esa manera —Me quedé en mi posición volteándolo a ver.

—Solo diré una cosa, nena—Dijo — Si no te duermes, algo malo te puede pasar — Sus ojos formaron esas llamas sobrenaturales que me tenían fascinadas y yo me reprimí al instante.

—No te atreverías.

— No tengo porque reprimir mis instintos, dulzura — Sus cejas se elevaron y me sacaron una sonrisa.

Estaba bromeando, poco a poco comenzaba a conocerlo.

Acomodé mi cabeza en la almohada de él, y lo poco que pude con la oscuridad, lo observé detenidamente. Cejas negras y pobladas, piel blanca y unos labios gruesos.

Me pregunto a cuantas chicas habrá besado...Un sinfín, eso era más que seguro.

Pero no logro comprender, cómo es que un demonio prefiere la cama con un humano que con los de su misma especie. A lo largo de la historia, los íncubos y los súcubos, son demonios que se han encargado de mantener relaciones sexuales con los humanos y extraen energía de ellos. Nunca entendí por qué nosotros. Hay tantos misterios en el universo, por ejemplo, cuándo los ángeles cayeron del cielo por fijar su mirada en las humanas. ¿Acaso no había ángeles mujeres de belleza extraordinarias? Nunca sabré del porqué muchas de las cosas. Cómo no puedo entender porque tantos demonios cómo Cazadores andan tras de mí. Sí todo lo que he vivido con respecto a esto, es cierto, ¿qué hay de malo en mí?

— O'Donell... — Me acerqué un poco a él.

Desprendía un suave calor, perfecto para este clima.

—Dime, Madlow —también se acercó, estábamos demasiado cercas. Relamí mis labios.

—Aparte de los demonios ¿hay alguien más que ande tras de mí?

Tenía que preguntárselo eso me tenía bastante nerviosa. Y si alguien más me buscaba tenía todo el derecho de saberlo, no pondría en riesgo a mi familia por culpa mía... si es que tengo alguna. O'Donell fijó su mirada en la mía.

— ¿Por qué la pregunta?

—Sabes mucho más de lo que aparentas saber O'Donell —Dije esta vez casi en un susurro—Los sujetos de la otra noche...

—No era nada por lo que debas preocuparte, nena. —Habló lo más normal que se pudo.

— Entonces, ¿Por qué evitas el tema? Sí no tengo de que preocuparme dime, ¿Ellos son los cazadores?

Resopló.

— Eres una pequeña testaruda —Rio. Estuve a punto de darle la espalda cuando su mano viajó a mi mejilla izquierda. —Son cazadores de demonios. Rara vez nos encontramos con ellos, ya que no se involucran en nuestros asuntos, siempre que no afectemos este plano. No debes preocuparte de nada, porque no has hecho nada.

En todo caso ¿Me vigilaban?

—Gracias por tu honestidad... Sé que tal vez quieras dormir, pero aún tengo muchas preguntas, hace noches que he tenido extraños sueños. Pero hay algo que me inquieto bastante. En uno de esos sueños, te vi a ti, estabas con otras personas —Pareció sorprenderle lo que le estaba contando. No he querido tocar el tema porque creo que es una tontería. Me suena todavía algo de locos. —Uno de ellos te llamó Garlari.

—Es sólo un sueño, Madlow. Olvídalo.

No le insistiría, ya habría otra oportunidad.

— De acuerdo O'Donell, ya no te molestaré más.

O'Donell se movió de la cama y se sentó. Pasó una de sus manos por su cabellera azabache y me dio la espalda.

—Dulzura, te entiendo, tienes muchas preguntas eso lo sé, muchas cosas no son claras para ti aun, pero te prometo que, a su tiempo todo te será revelado. Obedezco a un rey, soy un soldado, uno leal de una casa de Ángeles Caídos, de los primeros en caer de la guerra celestial. —Asentí. Prestando suma atención— Sí tuviera la oportunidad te contaba todo con lujo de detalle, pero, no puedo, es una orden que debo seguir. A pesar de ser demonios, y tener la característica de ser rebeldes, debemos respetar la jerarquía de poder.

Podía entenderlo, entendía lo que él quería decir.

— Está bien, no volveré a insistir. Por mucho que no quiera, debo respetarlo.

— Eso sería de bastante ayuda.

— Buenas noches, O'Donell —Dije triunfalmente.

Volvió a la cama. Sus brazos llegaron a mi espalda baja y la comenzaron a acariciar. Lo intenté apartar o eso creo, ya que sus manos me estaban arrullando, me estaban dando la mejor de todas las sensaciones. Estaba muy caliente, sus manos ardían. Acercó su boca a mi oreja y la piel se me erizó. Sentí que sus labios besaron mi frente.

—No tienes idea de lo que provocas — Sé que no es cierto por su tono de voz. O al menos eso creía.

— Lo podrás averiguar si sigues haciéndote el gracioso.

Dejó de hacerlo no sin antes soltar una risilla. Me quedé dormida en su pecho, sin rechistar por sus manos recorrerme toda la espalda.

A la mañana siguiente el cuerpo de O'Donell se encontraba fuera de mis sabanas, por fortuna, si no, no quiero saber qué hubiera pasado si mi padre o Arnold, lo hubieran encontrado a un lado de mi cama. Me levanté perezosamente dirigiéndome hacia el baño. Me lavé la cara y me metí en la ducha. El agua caliente me hacía sentir más tranquila, más relajada, menos tensa. Necesitaba un día relajante un día sin demonios, sin O'Donell...


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No podía dejar de pensar en esa pequeña conversación de anoche. ¿Lo habrá dicho enserio? ¿O simplemente me estará tomando el pelo? No imposible. Desperté con una extraña inquietud. En todo momento me sentí observada. No podía dejar de sentir paranoia. Cuándo esta mañana salí de casa, había visto una llama estar en la esquina de mi casa, pero cuándo paso un auto, se desvaneció por completo.

Estaba en los hombros de Carl mientras caminaba por la calle. Isla llevaba una sombrilla para cubrirse del sol y no dejaba de quejarse sobre que había olvidado su bloqueador. Ana usaba lentes de sol en forma de soles, y Sarah llevaba un sombrero muy coqueto. Todos vestíamos muy playeros. Y por si no fuera obvio, nos dirigíamos a la playa y llevábamos todo lo necesario para nuestro pequeño descanso. Hacía tiempo que no la pasábamos también juntos. Yo iba tarareando la melodía que estaba viva en mi cabeza.

—Yvaine, pesas mucho —Se quejó Carl mientras me acomodaba mejor.

Estoy ofendida.

— No inventes Carl, ¿eres un debilucho? —Me burlé de él mientras ajustaba mejor mis lentes de sol y mi gorra.

Este movió su cabeza para acomodar su cabellera y movió un poco su cabeza para fijar su atención en mí.

— ¿Yo? Déjame decirte que soy súper fuerte — Imitó una voz más varonil.

Llegamos al malecón y bajamos por las escaleras de piedra. La playa hoy se veía realmente deliciosa. No aguantaba por acostarme en la arena y tomar el sol. Yo no soy fan de nadar en el mar, es algo que de verdad no me gusta. Le temo a nadar en mar abierto. Tocamos la arena y como si nunca hubiésemos venido, soltamos lo que traíamos en las manos y corrimos al mar, yo solamente a la orilla y los demás fueron a sumergirse como críos. Claro sin que Carl se deshiciera de mí éste era el único que me acompañaba en la orilla del mar. Me sentí normal por esos momentos. El sol estaba en su punto bueno, las olas del mar estaban un poco embravecidas. Sarah tomó las manos de Ana e Isla y corrieron a sumergirse en el agua por cuarta vez en lo que llegamos. Carl me aventó un poco de agua y yo lo golpee.

— Grosero —Le dije —¿no te podías resistir cierto?

— Ni siquiera deberías preguntarlo — Hice un puchero y volví por nuestras cosas.

El castaño se deshizo de su playera y siguió con las chicas.

Cuando volvía por las cosas, arriba en el malecón vi a un hombre observarme. Vestía de blanco y gafas de sol completamente oscuras. Me incomodé en mi lugar y rápidamente volví con los muchachos.

Alerta.

Y claro qué lo estaría. Cuándo me volví a girar, ya no había nadie. Eso hizo que mis vellos se erizaran. Carl ya había vuelto del mar y me coloqué a un lado suyo y la diferencia era grande. Me ayudó a colocar las sombrillas mientras las chicas jugaban en el agua. Las toallas las distendimos sobre la arena, las bolsas a un lado. Habíamos traído la comida, pero se nos habían olvidado los refrescos.

—Iré por unos refrescos — Dijo Carl mientras se volvía a poner la playera.

—Yo voy, no te preocupes — El asintió y me dio dinero. Se echó en su toalla mientras la sombrilla cubría su cuerpo.

Caminé por la multitud de gente que había en la playa. Subí por las pequeñas escaleras de piedras hacía el mercado playero en busca de refrescos. Había souvenirs por toda la avenida. Lo bueno de estar en la playa, es que podía usar un short, una blusa de manga larga con la tela muy delgada, lentes de sol, cabello en coleta y unas sandalias de playa.

Divisé rápidamente una pequeña tienda y entré en ella.

El aire acondicionado era el invento de la humanidad más increíble que existía sobre la faz de la tierra. Había una larga fila para pagar los productos, así que rápidamente fui por los refrescos, pensé en comprar papas fritas, pero el dinero no me alcanzaba, así que me formé en la fila lo más rápido que pude. Cuando llegó mi turno de pagar, la puerta de la tienda se abrió de golpe atrayendo la atención de todos los clientes, y para mí desagradable sorpresa, eran nada más y nada menos que el idiota de Callyum y Finahuel, los quise ignorar, pero mi atención se desvió hacía la chica pelirroja que los acompañaba, habían entrado de una manera soberbia y la chica, fijó unos rojos carmín hacía mí que sólo hizo que se me erizara la piel. Sentí un miedo recorrer mi cuerpo, y de sólo pensar que ellos me buscaban desde que sé de su existencia, sólo me hizo querer salir corriendo de allí.

—Son diez con cincuenta — Dijo el cajero volviendo mi atención a él. Le tendí un billete y regresó mi cambio.

Tomé los refrescos en bolsas y salí disparada del lugar. Caminé lo más rápido que pude, no sin antes echar vistazos hacía atrás de vez en cuando. Por un pequeño segundo, imaginé que O'Donell y su pandilla llegaría. Pero evidentemente no pasó. Me quise decir a mí misma que no pasaba nada, tal vez no se dieron cuenta de que yo estaba ahí. Pude controlarme cuando llegué a la playa pública. Bajé por las escaleras, y vi donde mi grupo de locos amigos estaba. Pude respirar con alivio. Me dirigí hacía ellos y les arrojé los refrescos.

— ¿Mi cambio? — Oh Carl, eres tan avaro como siempre. Saqué de los bolsillos de mis shorts y se los di en la mano.

—Chicas necesito que me coloquen bloqueador — Dijo Sarah mientras se desabrochaba la parte superior del bikini.

Atrapó más de una mirada por parte de algunos chicos que se encontraban en la playa a lo que ella solo le dio satisfacción. Ana tomó el bloqueador en sus manos y comenzó a esparcirlas por la espalda, hombros y brazos de la rubia. Isla le pidió a Carl que lo hiciera también con ella. Yo me quedé sentada en la sombra con mis piernas en mi pecho mientras que con mis brazos no dejaba que se desunieran. Callyum y Finahuel no me vieron, ¿Qué estarán haciendo aquí? ¿Qué estarían tramando?

¿Qué no estarán planeando?


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Sarah estaba acostada a mi lado abrazada de mi cintura, ya cansadas de tanto nadar. Los demás se encontraban divirtiéndose en el agua, ya casi el sol poniéndose. Leía el libro de Aura de Carlos Fuentes, una excelente lectura. Era uno de mis libros favoritos. Cerré el libro y mis ojos por igual, sintiendo el peso del agua surtiéndome efecto. Por unas horas, me olvidé de todo el embrollo con los demonios. Se sentía tan bien este aire de casi noviembre muy delicioso.

—Yvaine...

Escuché una voz y abrí mis ojos rápidamente. Levanté medio cuerpo que estaba en la toalla, mientras los brazos de Sarah aún seguían aprisionándome. La moví tantito y se quejó.

—Sarah ¿Me hablaste? — Le pregunto un poco inquieta y ella renegó.

Carl, Ana e Isla venían hacia nosotros tomando sus toallas y enrollándoselas en sus cuerpos.

—Vámonos ya, tengo frío — Dijo Isla mientras daba saltitos en su lugar.

Sí no fue Sarah... ¿Quién me habló? Quizás ya esté paranoica.

Ana temblaba y Carl miraba a las pocas chicas que se encontraban a un en la playa. Asentimos y recogimos nuestras cosas. Las luces mercuriales del malecón comenzaron a encenderse, a lo lejos en la playa, se veían las fogatas ser encendidas. La vida nocturna comenzaba dentro de poco. Debía admitirlo, la oscuridad me provocaba ahora terror. Caminamos hacia el Jeep Rubicon '98 de Carl. Echamos todo lo que habíamos traído, desde toallas, hieleras y así sucesivamente. Isla y Sarah se fueron con él. Mientras tanto Ana y yo en mi auto.

Cuando estuve por meter la llave de mi auto en la cerradura, un escalofrío me recorrió la espalda. Vi a los espíritus volar desesperadamente lejos. De nueva cuenta, últimamente salían huyendo como si algo les aterrara y siempre que algo como eso sucedía, estaban involucrados los demonios. No podía evitar pensar... Seguía con que algo estaba a punto de pasar. Era imposible tanta coincidencia... Esa voz era conocida, pero ¿De dónde había escuchado esa voz? Salimos del estacionamiento. Sarah, Isla y Carl se fueron primero que nosotras.

—¿Qué ocurre contigo? ­—Dijo Ana mientras comenzaba a cambiar de estación de radio.

—¿A qué te refieres?

—Hemos notado que estás un poco distraída, a la defensiva, ¿está pasando algo que deberíamos de saber?

Me gustaría poder decirle de todo a Ana o a una de las chicas, inclusive a Carl. Pero no lo entenderían, me tomarían por loca. Y la verdad, no estoy lista para que crean que soy una especie de bruja o psíquica. Todo este asunto con O'Donell, mis sueños extraños y los otros demonios, es demasiado complejo de explicar.

—No pasa nada Ana, sólo días difíciles. Todos lo pasamos.

—Entiendo, y dime ¿qué ocurrió con Duncan? —preguntó curiosa.

—¿Con O'Donell? ¿De qué hablas? —fingí inocencia.

—¡Oh, vamos Yvaine! ¿Qué sucedió luego de que me fui del bar? —dijo insistente —¿Me dirás que el chico no te gusta? —Tenía la vista fija en la carretera.

¿Gustarme? ¿O'Donell? No, para nada, solo simpatizaba con él, pero no me gustaba.

—No pasó nada, Ana —dije evitando totalmente el tema —no creo ser su tipo.

Formó con sus labios una "O" y luego de eso no contestó ni inició más conversación. De soslayo, la miré de reojo y ella estaba a nada de quedarse dormida en el asiento, con su cabeza recostada en la ventana. A pesar de que por unos momentos logré distraerme con esa pequeña conversación, volví a sentir un temor. Acomodé mi espejo retrovisor porque estaba movido, y captó mi atención una sombra negra en la parte trasera de los asientos. Sentí que la sangre había abandonado mi cuerpo. Frené de golpe e instintivamente volteé rápidamente hacia atrás y no vi nada. Inspeccioné el asiento trasero, pero no había mucho que decir.

—Dios, Yvaine. ¿Qué mosco te picó?

Mi corazón estaba acelerado, cerré mis ojos unos segundos. Lo estaba imaginando, debía ser eso, maldita sea lo estaba imaginando. Tragué en seco y dirigí mi atención en una Ana que se le veía algo cabreada por el repentino acto.

—L-Lo lamento tanto, Ana. Es que, creí ver a alguien en el asiento trasero.

Ana giró su cuerpo para mirar hacia atrás y volvió a su posición inicial. Tocándose la frente y negando con su cabeza.

—Mucho sol, Yvaine. Pero no pasa nada, tuvo que haber sido una mancha.

Volví a emprender camino. La sensación de que alguien me estaba, literalmente, vigilando la espalda me hizo sudar en frío. Pasábamos por las calles, ahora, menos transitadas. Y lo único que hacía era estar pensando en todo.

Huye.

Huye.

HUYE.

La voz de mi interior gritó con mucha fuerza. Fue tanto lo que me impactó que tuve que apretar el volante y reprimirme de soltar maldiciones. El carro avanzó unos cuantos metros más, fijé mi mirada en el retrovisor y fue cuándo me di cuenta que una camioneta blanca nos venía siguiendo de cerca. Me tensé y decidí aumentar la velocidad. Ana aún no se daba cuenta de nada, pues venía entretenida en su móvil. Las luces de la calle se apagaron, únicamente quedamos con la luz del auto. Y el colmo fue, que venía por las calles menos concurridas de Long Beach. La camioneta aumentó su velocidad y otra camioneta se les unió. Comencé a sudar. Ana dejó su celular y notó que algo no estaba bien.

—Yvaine, ¿Qué está pasando?

—Esas dos camionetas nos vienen persiguiendo. —Aceleré y fue cuándo Ana tuvo una brillante idea. Se le veía un poco nerviosa, pero en estas circunstancias era algo normal.

—Llamaré a la policía. —Cuándo quiso realizar la llamada, extrañamente su móvil se apagó —Yvaine, mi móvil está muerto ¿qué vamos hacer? —Ana acaba de entrar en una paranoia, al igual que yo.

O'Donell.

Tenía que llamar a O'Donell.

—Mi móvil está en mi chamarra, llama a O'Donell.

—¿TÚ ACASO ERES UNA BESTIA SIN RAZOCINIO? ¡NECESITAMOS A LA POLICÍA!

—La policía no nos puede ayudar en esto.

—¿Y ahora en qué rayos te metiste? La culpa es de O'Donell, casi puedo asegurarlo...

Y tenía razón. Ana comenzó a marcarle a O'Donell. Recé en mi interior porqué contestara. Ana estaba temblando y las camionetas no se separaban para nada. Escuché la voz de O'Donell contestar y Ana a punto de emitir una palabra. Cuando una luz brillante apareció en mi costado izquierdo. Voltee a ver que era, y una camioneta impactó con mi auto, y se salió del camino. El auto rodó dos veces estrellándose contra un poste de concreto de luz. Las bolsas de aire se abrieron, deteniendo un certero golpe en nuestras cabezas. Todo a mi alrededor se nubló. Había un zumbido incesante en mi oído. Mi cuerpo dolía.

LEVÁNTATE AHORA, DESPIERTA, LEVÁNTATE.

Abrí mis ojos cómo pude, mi brazo izquierdo dolía horrores. Y un hilo de sangre corrió por mi cabeza. Voltee a ver rápidamente a Ana, quién apenas empezaba a despertar.

—A—Ana... Ana ¿Estás bien?

Ana soltó un grito cuándo abrieron la puerta del copiloto y la sacaron con un arma apuntándole la cabeza. Cubrieron su rostro con una bolsa negra. Y sólo pude ver y escuchar cómo se llevaban lejos de mí. Lo mismo pasó conmigo, alguien jalo mi brazo y me envolvieron la cabeza con una bolsa negra. Lo único que podía pensar era en Ana y en mí, en que era lo que nos iba a pasar. Intenté luchar, pero mi cuerpo estaba adolorido.

—Sucia, Zorra —Un hombre escupió sus palabras con mucha ira. Me removí de su agarre, pero este comenzó apretar más mi brazo.

Escuché cómo Ana dejó de gritar y me asusté. Después de eso, sentí un golpe en mi cabeza y perdí el conocimiento.


© J. ZARAGOZA

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