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| ✸ | Capítulo 6.


Observé al desconocido, incapaz de pronunciar una respuesta. Sus ojos azules relucieron cuando percibió mi desconcierto; Deacon seguía en silencio, manteniendo su rostro inexpresivo y sus ojos negros, tan distintos a los de su compañero, clavados en él. Sin querer intervenir, por el momento.

—Ah, perdonad mis malos modales —continuó el hombre—. Soy lord Kermon y estoy a vuestra completa disposición, Alteza.

Pestañeé ante su oferta, sin saber muy bien qué decir al respecto. Lord Kermon me había dado la misma impresión que la reina: amable y sin malas intenciones, por el momento; había algo en él que me transmitía todo lo contrario que Deacon, incluyendo su sonrisa desenfadada.

—Os estoy muy agradecida, lord Kermon —opté por aferrarme al protocolo, dedicándole una diminuta sonrisa.

Deacon dio un paso hacia delante, ladeando la cabeza en actitud pensativa. El lord se mantuvo inmutable, igual de sonriente, a pesar de lo terrorífico que debía parecer el príncipe oscuro; era evidente que existía cierta familiaridad entre ellos, por el breve intercambio de pullas que habían tenido antes. ¿Sería lord Kermon amigo de Deacon? Eso sería... sorprendente. E intrigante, sin lugar a dudas.

—¿Dónde están Morwen y Cadmen? —preguntó sin rodeos.

Los nombres me resultaron extraños, ajenos. ¿Otros amigos? Estaba empezando a ser consciente de que apenas sabía nada de mi prometido y que Deacon parecía saberlo todo de mí... o casi todo.

El miedo volvió a burbujear en mi interior, recordándome que me encontraba lejos de casa y de la protección que me brindaba frente a Deacon. Un paso en falso que pudiera ponerme en evidencia y todos se me echarían encima allí.

Lord Kermon soltó una risita entre dientes.

—Aún tienes tiempo de disfrutar de tu dulce prometida antes de que las cosas se pongan feas, Deacon —bromeó—. Pero juraría que los dos cuervos están en el patio de armas, luciéndose frente a los otros soldados.

Alterné mi mirada entre ambos, más perdida aún. Lo único que pude sacar de la conversación que los tales cuervos debían pertenecer al ejército oscuro; un escalofrío de temor me recorrió la columna vertebral: la Corte Oscura había sido desterrada, precisamente, por la crueldad y el derramamiento de sangre que habían hecho durante la guerra. Estaba segura de que, a pesar del tiempo habían pasado, seguían manteniendo la misma brutalidad y violencia que en el pasado habían hecho gala.

La mirada azul de lord Kermon se clavó entonces en mí.

—Quizá el patio de armas no sea el lugar más apropiado para ella —comentó intencionadamente.

Deacon me lanzó una rápida mirada por encima de su hombro.

—Te sorprenderías de lo que es capaz de hacer con un arma entre las manos —respondió y caí en la cuenta de que el príncipe oscuro debía haber sido testigo de mi actuación en el Torneo.

La mirada del lord se volvió mucho más interesada ante la afirmación de su ¿amigo? Aún no tenía claro qué tipo de relación los unía.

—Una mujer de armas tomar, entonces —prosiguió lord Kermon—. Se necesitan más mujeres como vos en este mundo, princesa.

Echamos a andar lejos de las ventanas que había visto al fondo del corredor. Lord Kermon se encargaba de amenizar el trayecto con anécdotas de lo que había sucedido en ausencia de Deacon, intentando hacerme a mí partícipe de la conversación; fue cortés con sus preguntas, ignorando los comentarios maliciosos que apostillaba mi prometido con el fin de recuperar la atención... o evitar que yo pudiera desvelar información no deseada.

El inconfundible sonido de filos chocando entre sí y gritos confirmó que no estábamos lejos del patio de armas. Bajamos por una empinada escalinata de piedra y de nuevo pude sentir una tenue brisa corriendo por debajo de las faldas del vestido que llevaba; procuré no apretar el paso para salir del opresivo corredor y seguí en silencio a los dos hombres, que habían abandonado la conversación.

Contuve una exclamación ahogada cuando alcanzamos el final de la escalera y salimos a un espacio abierto, un porche con columnas que desembocaba en un grandioso patio repleto de hombres que se enfrentaban entre ellos, preparándose para la guerra que se avecinaba; sin embargo, al fondo del patio, unos curiosos parecían estar ensimismados en lo que sucedía delante de ellos.

Lord Kermon nos hizo atravesar el patio, donde ni uno solo de los soldados giró la cabeza para vernos pasar, hasta donde se encontraba el cúmulo de hombres que no estaban combatiendo entre sí. Mis ojos se abrieron de par en par cuando vi qué era lo que los tenía tan absortos: un hombre y una mujer se enfrentaban entre ellos. Ambos vestían con apretados uniformes de negro y llevaban dos espadas en las manos; la mujer tenía su largo cabello negro recogido en un prieto moño mientras que su contrincante llevaba una cinta atada en la frente que impedía sufrir algún tipo de distracción por culpa de los mechones que se movían de un lado hacia otro.

Algunos de los hombres que formaban parte del público aullaron cuando ella se desvaneció entre las sombras —permitiéndome ver por primera vez cómo era esa experiencia desde fuera— y apareció poco después detrás de su rival. El hombre giró en círculo con las espadas en alto, interceptando la estocada que iba dirigida hacia su espalda.

—Sin duda alguna son lo más prometedor de nuestro ejército —susurró lord Kermon, inclinando su cabeza en mi dirección para que pudiera escucharlo entre el vocerío general—. Las leyendas hablan de ellos como el Caos y la Muerte. Deberíais ver cómo son cuando luchan juntos. Formidables. Imparables...

"Sanguinarios", añadí para mí misma.

Ahora era capaz de empezar a entender por qué el ejército oscuro había generado tanto pavor en la guerra. Tenía la prueba de ello frente a mis ojos, apareciendo y desapareciendo mientras sus espadas entrechocaban y el público jaleaba el espectáculo, casi exigiendo un derramamiento de sangre; tragué saliva al recordar mi primer enfrentamiento a primera sangre, cuando alguien me había empujado al interior de aquel círculo y había tenido que enfrentarme a Keiran, a quien por entonces tomé como un soldado más de Verano.

Los Hermanos Cuervo, como escuché que se referían a ellos en aquel círculo, terminaron la demostración de su poderío con un estruendoso choque entre ambos, del que salieron desprendidos oleadas de oscuridad. Cuando la nube se disipó, los dos se encontraban el uno junto a la otra, con sus inquietantes ojos negros clavados en —tardé unos segundos en caer en la cuenta de quién era el objetivo de esa mirada— el propio Deacon.

A la par, hombre y mujer se dejaron caer sobre una rodilla en el suelo, bajando la cabeza en señal de respeto. El príncipe oscuro se adelantó, dejándome a mí junto a lord Kermon; observé cómo llegaba hasta ellos y les decía algo en voz baja, haciendo que abandonaran su genuflexión y volvieran a ponerse en pie. Intercambiaron un par de palabras más antes de dar media vuelta y regresar hasta donde nos encontrábamos; la multitud fue disgregándose tras haber finalizado el combate.

Mi cuerpo se puso en tensión cuando los dos combatientes se detuvieron a poca distancia de mí. Lord Kermon no parecía en absoluto intimidado por su presencia, y les sonreía a ambos con amabilidad; Deacon, por el contrario, había vuelto a adoptar su papel de príncipe de las intrigas y su rostro no transmitía nada.

No pude evitar fijarme en la mujer, en los pocos centímetros que me sacaba de ventaja en altura... y a los años luz que me encontraba yo con mis habilidades. Marmaduc se había preocupado de enseñarme, pero no podía compararme con la facilidad y elegancia de la que había hecho gala en su enfrentamiento; en un enfrentamiento contra ella no tendría ni una sola oportunidad.

Cuando la mirada de Deacon se fijó en mí, vi que había un brillo malicioso en ella.

—Ellos son los Hermanos Cuervo, tal y como habrás podido escuchar —me dijo, con sus labios curvándose en una peligrosa sonrisa—. Y están deseando derramar sangre de Verano. Creo que tienen una deuda pendiente, si no me equivoco.

La mujer dio un paso adelantándose de manera amenazadora.

—Cadmen —siseó lord Kermon a modo de advertencia.

La miré fijamente, consciente del nudo de miedo que se me había formado en el estómago ante su formidable presencia; ante la peligrosidad que parecía emanar de cada poro de su cuerpo. No me resultó difícil de averiguar que no le caía en gracia, por algún motivo que desconocía; a pesar de que era la primera vez que nos veíamos.

Cadmen se detuvo a poca distancia de mí y sus ojos oscuros me recorrieron de pies a cabeza con desprecio, como si supiera que, a su lado, yo era poca cosa. Una princesita inútil, el capricho de su príncipe; casi era capaz de escuchar sus propias conclusiones sobre mí.

—Sentí su muerte aquí —me espetó, llevándose una mano al corazón—. Sentí cómo su vida se extinguía y abandonaba su cuerpo. Y todo por vuestra maldita culpa, por vuestra simple existencia. Quizá el veneno que mató a vuestro padre debería haber sido destinado para vos, Dama de Invierno; nos habría ahorrado muchas molestias y muertes.

Mis ojos se abrieron de par en par ante su declaración y Deacon chasqueó sus mandíbulas de manera amenazadora, colocándose a mi lado para refrenar a Cadmen en caso de que ella decidiera subsanar el error que se había cometido, al parecer, con mantenerme con vida.

Incluso Morwen dio un elocuente paso en dirección a su hermana para detenerla, si fuera preciso.

—Estás hablando con mi futura esposa, Cadmen —le recordó con frialdad—. Y con tu futura reina.

La incendiaria mirada de la mujer se desvió hacia Deacon, que no pareció intimidado por ella.

—Sé perfectamente quién es y para lo que nos va a servir, príncipe —respondió y me dirigió una mirada envenenada—. Pero no podéis culparme de encarar a la que propició la ejecución de uno de los nuestros. De los pocos que quedamos aquí.

Una luz se iluminó en el fondo de mi cabeza, creyendo entender el mensaje implícito que escondían los reproches de Cadmen. Morwen parecía una estatua de piedra tras su hermana, sin intervenir a favor de ella... o de su príncipe.

—Kermon —dijo entonces Deacon—. Acompaña a mi prometida de regreso al palacio y muéstrale... muéstrale cualquier cosa; yo tengo que aclarar algunos puntos con los cuervos.

El interpelado me tomó con cuidado por el brazo, tirando de mí para que nos pusiéramos en marcha. La diversión de su rostro se había esfumado al escuchar la seca orden que Deacon le había dado; el príncipe oscuro nos dio la espalda y lord Kermon me instó a que nos diéramos más prisa en abandonar el patio de armas para regresar al opresivo interior del palacio. Me agobió la idea de tener que pasar el resto de mi vida atrapada en aquel lugar, del mismo modo que había sucedido en la Corte de Invierno.

Volvimos a subir por la escalinata de piedra y regresamos al corredor. Lord Kermon se detuvo en el rellano, observando a su alrededor con aspecto casi compungido; sus ojos azules miraban hacia todos lados, menos a mí.

—Me disculpo por el comportamiento de Cadmen —dijo al final—. Es muy... pasional.

—Es una Antigua —afirmé, sin ápice de dudas—. Al igual que su hermano.

Su reacción fue opuesta a como me la había imaginado: me dedicó una mirada que no podía ocultar su asombro y satisfacción, además de esbozar una sonrisa. Se cruzó de brazos al mismo tiempo que me estudiaba de pies a cabeza, haciéndome sentir algo incómoda.

—Deacon tampoco había comentado nada de vuestro ingenio: sabéis más de lo que aparentáis —comentó de manera positiva.

El hecho de que confirmara que los Hermanos Cuervo eran dos Antiguos hizo que una oleada de pánico se expandiera por todo mi cuerpo. Había conocido a dos de ellos en el pasado, y uno de ellos había intentado en varias ocasiones asesinarme; tenía pocos conocimientos sobre los Antiguos, pero lo que había podido comprobar en mis propias carnes era su gran cantidad de poder.

Y la Corte Oscura contaba con dos en su ejército.

Con Cadmen ávida por asesinar a cualquiera que perteneciera a la Corte de Verano, buscando venganza por la ejecución de Puck.

—Estáis pálida —la observación de lord Kermon me llegó ahogada, a través del pitido que se había instalado en mis oídos.

—Necesito aire —jadeé.

Las paredes de piedra parecieron encoger, haciendo mucho más pequeño el espacio... y la cantidad de oxígeno. Boqueé como un pez fuera del agua mientras lord Kermon se movía a toda prisa, rodeando mi cintura con su brazo para ayudarme a mantenerme en pie; casi arrastrándome, cargó con todo mi peso para conducirme a los pisos superiores de palacio. Aquellos que estaban cubiertos de ventanas y aire puro.

El trayecto se me antojó como un borrón mientras intentaba respirar con normalidad. El amigo de Deacon nos llevó hasta una enorme terraza excavada en piedra y cuya visión me dejó sin aliento: la Corte Oscura —o lo que quedaba de ella— había sido desterrada al interior de una enorme montaña. Pude ver la ciudad tallada en la piedra y, sobre nuestras cabezas, un enorme círculo del cielo podía verse a través del agujero que habían abierto en la cúspide.

Lord Kermon esbozó una pequeña sonrisa cuando dirigí mi mirada hacia su rostro, incapaz de ocultar mi asombro.

—Ciudad en la Montaña —dijo, refiriéndose a cómo se llama aquel lugar—. Nuestros antepasados tuvieron que trabajar muy duro hasta convertirla en lo que es ahora. Transformaron nuestra prisión de piedra... en algo parecido a un hogar.

Sin embargo, algo en su tono de voz indicaba que él no compartía esa idea. Los edificios estaban incrustados en la propia piedra, tallados sobre ella; el paisaje que se extendía bajo nuestros pies era lúgubre... y oscura; ni una pizca de vegetación, por no hablar de la poca luz que se colaba desde allí arriba. Un pedacito de cielo que les recordaba que estaban atrapados por los crímenes de sus antepasados.

Un pedacito del exterior que les hacía preguntarse, y desear, qué había allí afuera. Lejos de la piedra.

—Los Hermanos Cuervo han estado al servicio de la familia real desde... desde hace muchísimo tiempo, incluyendo la guerra que nos condujo hasta aquí —continuó explicándome lord Kermon, consciente de que su voz estaba ayudándome a que me relajara—. Incluyendo a Robin Goodfellow... hasta que desapareció.

Pensar en Puck me hizo recordar la furia casi asesina de Cadmen y las palabras hirientes que me había escupido, señalándome a mí como la asesina del Antiguo. Me encogí sobre mí misma, escuchando de nuevo las advertencias que me había hecho Puck sobre la Corte Oscura, sobre su implicación en ciertos sucesos que nos habían conducido a esta situación.

La mano de lord Kermon se posó en mi espalda y yo le dirigí una mirada interrogante, incapaz de entender por qué estaba siendo amable conmigo sin conocerme siquiera. Quizá toda esa amabilidad radicaba en mi posición como prometida de Deacon, tal y como le había recordado el príncipe a Cadmen.

—No tenéis por qué hacer esto por obligación —le dije con esfuerzo.

Los ojos azules de Deacon se mostraron apagados.

—En cierto modo, estoy en deuda contigo, Dama de Invierno —respondió a media voz—. Si pudiera...

—Kermon.

Ambos giramos la cabeza en la misma dirección a la par. Anaheim nos observaba a ambos con una expresión indescifrable, con sus ojos azules reluciendo con una emoción que no pude reconocer.

A mi lado, el lord tragó saliva.

—Anaheim... lady Anaheim —se corrigió automáticamente.

Miré a la mujer con una expresión de asombro, sorprendida al descubrir que su procedencia era... distinta a como me la había imaginado en un principio. Había creído que sus orígenes eran mucho más humildes, nada que ver con lo que había resultado en realidad.

Anaheim ignoró mi sorpresa y se acercó a nosotros con su vestido ondeando a su espalda, sin tan siquiera lanzar una simple mirada por encima de la baranda del balcón.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó.

Lord Kermon parecía aturdido por la presencia de la mujer. Abrió y cerró la boca en varias ocasiones, incapaz de pronunciar palabra; el repentino cambio de actitud por parte de lord Kermon, por el hecho de que no parecía ser capaz de reaccionar frente a Anaheim.

El no recibir respuesta hizo que ella acelerara el paso y me apartara de los brazos del hombre, que trastabilló y su rostro se encendió a causa del apuro del momento. Pero la atención de Anaheim estaba puesta en mí, concentrada en comprobar que todo iba bien conmigo; intentando adivinar por sí misma qué me había ocurrido.

Palpó con cuidado mi rostro y su mirada me lanzó una silenciosa pregunta mientras sus manos seguían registrando mi cuerpo, cerciorándose.

—La princesa ha tenido un breve acceso de pánico —contestó lord Kermon con esfuerzo.

Anaheim giró con brusquedad el cuello para poder dirigirle una penetrante mirada, ordenándole que continuara hablando. Que aquel pellizco de información no le era suficiente.

—El príncipe ha creído conveniente presentarle a los Hermanos Cuervo —el rostro de la mujer se volvió sombrío y casi amenazador—. Cadmen... Cadmen le ha reprochado lo sucedido con Robin Goodfellow y Deacon me ha pedido que la sacara de allí; supongo que ha aguantado hasta que hemos estado de nuevo a cubierto.

Anaheim volvió de nuevo su rostro en mi dirección y sus manos buscaron las mías, dándome un apretón que sustituía lo que hubiera querido decirme. Asentí para hacerle saber que me encontraba bien, que gracias a lord Kermon había logrado recuperar el control y que él era inocente; el pánico de saber hasta dónde llegaban las fuerzas de la Corte Oscura me habían afectado demasiado, provocando que el opresivo espacio de piedra del palacio se me viniera encima.

—Kermon, ayúdame a llevarla a su habitación —le pidió.

El interpelado farfulló algo para sí mismo mientras se acercaba de nuevo a mí, alzándome en sus brazos con una facilidad que me resultó casi insultante; Anaheim se colocó al lado del lord y nos pusimos en marcha.

—Este sitio es opresivo —masculló Anaheim de manera audible—. Parece una tumba, no me extraña que hayas sufrido ese ataque.

Lo único que pude hacer fue esbozar una débil sonrisa mientras me mecía entre los brazos de lord Kermon, cuya mirada estaba clavada al frente y tenía una expresión difícilmente de leer.

—Quizá deberíamos acudir a un sanador —opinó el lord.

—Haz que venga uno cuando lleguemos a su dormitorio —respondió Anaheim.

Me tragué a duras penas la bola de miedo que había empezado a constreñir mi garganta y, cuando alcanzamos las puertas que conducían a mi dormitorio temporal, Anaheim se hizo cargo de mí mientras lord Kermon se encargaba de cumplir con la búsqueda del sanador.

Ella acarició mi mejilla y me sonrió.

—Todo está bajo control —prometió.

Todas las cabezas se alzaron en nuestra dirección nada más poner un pie en aquel salón, que contaba con ventanas suficientes para que no convirtieran la habitación en un espacio opresivo como lo era mi habitación, tras nuestro anuncio. Por el rabillo del ojo vi que Anaheim fruncía los labios en un gesto de desagrado, quizá reconociendo alguno de los rostros que nos observaban con tanta atención.

La reina Iona se levantó con elegancia y se acercó a mí para saludarme con un abrazo que me dejó algo trastocada. Su rostro lucía de nuevo esa sonrisa dulce con la que me había estado correspondiendo desde que hubiera puesto un pie en la Corte Oscura, horas atrás.

—Dama de Invierno —dijo y me dio una palmadita en el dorso de la mano—. Acompáñame, por favor.

La seguí dócilmente hasta la mesa donde estaban reunidas el resto de mujeres —mucho mayores que yo— que no habían despegado la mirada de mí. Tragué saliva de manera inconsciente, algo incómoda por la atención que había suscitado entre ellas; algunas me recordaron a las propias amigas de la reina Titania, a esas mujeres que habían estado en los dormitorios de la reina de Verano la vez que me mostró el que iba a ser mi vestido de novia. Complacientes. Mujeres que me seguirían muy de cerca pues, estaba segura, muchas de ellas habían soñado con ver a sus propias hijas —las que tuvieran— casadas con el príncipe.

De nuevo era una princesa extranjera en un lugar ajeno.

De nuevo estaba sola.

La reina oscura me señaló la silla vacía que había a su lado y, cuando Anaheim se mostró frente a las mujeres, algunas de ellas dejaron escapar exclamaciones ahogadas y otras abrieron mucho sus ojos; las distintas reacciones que despertó la presencia de la mujer pareció complacerla, pues esbozó una sonrisa cargada de ironía y ocupó la silla contigua a la mía. No se me pasó por alto que la compañera de silla de Anaheim apartó un poco la suya, poniendo más espacio entre ellas.

Iona trató de restar importancia a la sorpresiva presencia de Anaheim intentando retomar la conversación que habían estado manteniendo antes de nuestra llegada.

—Estábamos hablando de la ceremonia —comentó con un forzado tono alegre, consciente de que casi todas seguían mirando a Anaheim con diversas expresiones que denotaban su disconformidad—. Tenemos un templo precioso que servirá perfectamente para ello.

La garganta se me resecó, recordándome que mi boda estaba fijada y que apenas me quedaban dos días de libertad. Deacon había estado monitorizándolo todo desde la Corte de Invierno, seguramente desde el mismo instante en que mi madre aceptó casarme con él; me había hecho creer que, por el momento, se conformaba con el simple compromiso. Y, mientras yo suspiraba de tranquilidad con la esperanza de que la boda fuera algo en el futuro, aquí su madre había estado siguiendo las instrucciones del príncipe oscuro.

Adelantándole todo el trabajo.

La reina volvió a palmear mi mano, haciéndome sentir incómoda. Mi madre había limitado mucho sus muestras de afecto conmigo y me resultaba muy extraño tener a esa mujer comportándose conmigo del mismo modo que yo había anhelado en el pasado que la reina Mab lo hiciera.

—Es tradición en la Corte Oscura que la madre de la novia la ayude a prepararse —dijo, intentando sonar con tacto; más de una de las invitadas de la reina se removió en su sitio—. En tu caso...

Dejó el resto en el aire. Mi madre había muerto y aquí no tenía a nadie, a excepción de Anaheim, que pudiera suplir su lugar en aquellas malditas tradiciones; de manera inconsciente miré en su dirección, pero ella negó discretamente con la cabeza. Habíamos visto las reacciones de todas aquellas mujeres ante su regreso, Anaheim sabía que, de elegirla, la decisión me traería algunos problemas y eso era algo que no podíamos permitirnos allí; me estaba protegiendo de su propia desgracia, fuera la que fuese.

Mordí el interior de mi mejilla, dirigiendo de nuevo mi mirada hacia la reina Iona, que aguardaba pacientemente a que eligiera a la persona que ocuparía el lugar de mi madre. El brillo en sus ojos azules me indicó lo que debía hacer, si quería empezar a encajar en aquel lugar y encontrar la seguridad y protección que la reina Mab me había asegurado que tendría.

Procuré sonar titubeante mientras hincaba mis uñas en las palmas de la mano, recordándome mis objetivos. Mis responsabilidades.

—Significaría mucho... para mí si... si fuerais vos... Majestad —me salió en un convincente hilillo de voz que le arrancó una sonrisa compungida.

A mi alrededor todas las mujeres parecieron conmocionarse por semejante escena: la pobre princesa extranjera huérfana que buscaba desesperadamente alguien que pudiera llenar el hueco que había dejado su madre fallecida. No me importó lo más mínimo que me creyeran así; Titania y Oberón también habían confiado en mi apariencia frágil y habían intentado utilizarme. La reina de Verano lo había conseguido, pero había aprendido la lección.

Y ahora estaba preparada.

No iba a permitir que intentaran aprovecharse de mí. Tenía claro por qué había aceptado mi acuerdo con Deacon y sabía que la Corte Oscura era un nido de víboras; estaba empezando a descubrir que, a pesar del destierro, aún seguían manteniendo su antiguo poder y que estaban anhelando hacer uso de él.

Recordé a Cadmen, la Antigua que no había dudado un instante en increparme por la muerte de Puck, y traté de imaginármela en el campo de batalla. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza cuando tuve la certeza de que sería imposible de frenar una vez estuviera suelta.

El corazón pareció disminuir de tamaño al imaginármela frente a Keiran, frente al rey que había ordenado que el Antiguo fuera ejecutado por traición... y regicidio. Robin Goodfellow había resultado ser el auténtico asesino de la reina Titania y había intentado huir cuando se vio en peligro; sin embargo, la que fue su corte lo traicionó, entregándolo a la Corte de Verano y confesando todo lo que había descubierto en su cabeza. Sus más oscuros secretos.

La reina Iona me sonreía con cariño mientras declaraba frente a todas aquellas mujeres lo halagada que se sentía por la petición, asegurándome que era una honra para ella poder ocupar el lugar de mi madre; mis labios se curvaron en una tímida sonrisa, dejando a la reina oscura convertirse en el centro de atención, continuando con el parloteo de la boda.

Miré de reojo a Anaheim, que procuraba mantenerse en un segundo plano.

Si Puck había sido uno de sus Antiguos y habían sido capaces de hacer eso, traicionar a uno de los suyos, ¿qué no habrían hecho con Anaheim, sin contar con el destierro?

¿Qué me harían a mí si no resultaba ser de utilidad?

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