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| ✸ | Capítulo 11.


La dolorosa e impactante verdad que se escondía tras su respuesta me golpeó en el centro del pecho. Escruté el rostro del propio Kermon, buscando algo en sus rasgos que me recordara a ella... a Anaheim.

Porque Anaheim era la madre de Kermon.

Y fue desterrada de la Corte Oscura por haber tenido una aventura con el rey, quedándose embarazada después y, supuse, poner en riesgo su futuro matrimonio con Iona.

La reina Mab la había acogido y protegido cuando fue expulsada, dándole un sitio en el que poder recuperarse de la profunda herida que debía haber dejado el verse obligada a abandonar a su único hijo; las piezas que quedaban sueltas, muchas ellas de los últimos días de vida de mi madre, empezaron a encajar y el resultado fue desolador. Obligué a mis brazos a que quedaran lacios a mis costados mientras le sostenía la mirada a Kermon, que parecía más vulnerable ahora que había confesado uno de sus mayores secretos.

Algo en mi pecho se partió al intentar ponerme en ambas situaciones: madre e hijo. Anaheim se había visto obligada a dejarlo todo atrás para que su hijo no se viera perjudicado; Kermon había crecido con la ausencia de su madre, criado por una mujer que, posiblemente, veía en sus ojos el fruto de la infidelidad de su esposo... el fruto de lo que hubiera podido destruir sus planes de futuro.

Ahora era capaz de comprender por qué había tanta tensión e incomodidad cuando Anaheim y Kermon coincidían.

—¿La odias? —me atreví a preguntar en un susurro.

Kermon se encogió de hombros con despreocupación.

—¿Cómo puedo sentir nada hacia una persona que no ha estado presente en mi vida? —respondió a mi pregunta con otra—. Cuando era más joven la situación se volvió insostenible: desde niño crecí rodeado de comentarios sobre mi nacimiento, sobre quién era mi madre. Pero, mientras que entonces no le daba la importancia que tenía, cuando los años pasaron empezó a hacerlo. Esos maliciosos susurros y miradas cuando estaba en cualquier parte empezaron a importarme.

»Sabía que sentirme agradecido de que mi padre hubiera decidido hacerse cargo de mí, de darme un lugar en su familia; muchos creían que intentaría hacer algo, que reclamaría el trono de la Corte Oscura porque, a fin de cuentas, era el primogénito del rey. Me tacharon como una amenaza, a pesar de que yo nunca quise nada de eso; Deacon es el legítimo rey de la Corte Oscura, no yo.

»Un buen día, exploté. Exigí a mi padre que me hablara de cómo había sido concebido, de lo que había sucedido... y entonces sí que sentí algo de odio hacia mi madre, aunque estuviera ausente. Entendí los quisquillosos comentarios que levantaba a mi paso, entendí por qué creían que sería como ella.

El aire de aquella enorme habitación pareció volverse pesado a cada palabra que pronunciaba Kermon, a cada pensamiento que verbalizaba sobre cómo había sido su vida en la Corte Oscura como bastardo del rey; su mirada se ensombreció cuando admitió haber sentido odio hacia Anaheim en el pasado: la herida podría haber cicatrizado después de tanto tiempo, pero aún seguía molestándole.

—Ella solamente quería poder —su voz había perdido toda calidez y sonaba vacía—. Y trató de utilizarme cuando supo que se había quedado embarazada, pero mi padre tenía la ley de su lado. Podría haber zanjado el tema ejecutando a mi madre y eliminando al bastardo que se gestaba en su interior, podría haberlo hecho de no haber sido por Iona; fue su flamante reina quien intercedió, proponiendo lo siguiente: esperar a que mi madre diera a luz y luego expulsarla. Se ofreció a hacerse cargo de mí, pues decía que yo era inocente y que era responsabilidad de mi padre tenerme cerca, criarme ante la ausencia de mi madre.

La imagen que estaba dibujando de Anaheim no encajaba con la que yo tenía de ella. Había conocido a esa mujer desde la cuna y siempre le había visto delegada a un segundo plano, ayudando desde las sombras a mi madre; nunca le había exigido nada a cambio de esa ayuda. Como tampoco intentó mantener su antigua posición en el nuevo consejo de mi hermano.

La Anaheim que conocía no parecía estar sedienta de poder, tal y como había afirmado Kermon.

Me atreví a colocar una mano sobre el antebrazo del lord, que parecía sumido en sus propias reflexiones. El regreso de su madre a la Corte Oscura debía haber sido devastador, pues no había tenido contacto con ella desde que le abandonó siendo un bebé; lo único que conocía de ella eran los rumores y las historias que le habían llegado mediante terceros.

—Quizá deberías hablar con ella —le propuse.

Kermon ladeó la cabeza en mi dirección.

—No es tan fácil, Dama de Invierno —me dijo—. Y necesito espacio para tomar perspectiva, para saber qué quiero hacer ahora que sé que... que está aquí.

Le di un apretón, indicándole que respetaba su decisión de mantener las distancias por el momento. Y pensé... realmente pensé que Kermon merecía la pena, que quizá podía encontrar en él a un aliado.

Que podía hallar en él a un amigo.

Para intentar aligerar el ambiente después de la dura confesión de Kermon sobre sus orígenes, le pedí que me acompañara a los extraños jardines que habían logrado florecer en aquel lugar y que parecían ser el orgullo de la propia reina. El lord esbozó una sonrisa de agradecimiento cuando le ofrecí la oportunidad de que nos distrajéramos en aquel rincón del castillo que todavía no había tenido la oportunidad de ver.

Salimos del salón del trono y Kermon les hizo un gesto de cabeza a los guardias que se habían quedado apostados en la puerta, a la espera de que abandonáramos la sala; se había instalado entre nosotros un silencio de comprensión. Y resultaba bastante cómodo...

Hasta que vimos aparecer a Anaheim torciendo por uno de los pasillos. Mis ojos se abrieron de par en par al toparme con sus brazos ensangrentados, lo mismo que algunas zonas de su vestido; la mirada de la mujer estaba turbada y tenía los labios fruncidos en una fina línea.

Kermon me hizo un gesto para que me detuviera, pero yo esquivé su brazo y corrí hacia donde ella se encontraba; el corazón empezó a retumbarme por todo el pecho a causa del miedo. Y de la incomprensión por no saber a qué se debía ese aspecto, de dónde había salido esa sangre.

Mis dedos se cubrieron de ella cuando la tomé por las muñecas, intentando hacerla reaccionar... intentando arrancarle alguna explicación.

Su mirada estaba perdida y desenfocada; su magia latía con energía a su alrededor, revelándome que se encontraba agitada... demasiado agitada.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté, ignorando la viscosidad de mis dedos embadurnados de sangre—. ¿De dónde ha salido toda esta sangre?

Anaheim siguió en silencio y escuché los apresurados pasos de Kermon a mi espalda. Su pecho rozó mi codo cuando se situó a mi lado y, aunque no estaba viéndole, supe que estaba mirando a su madre con una mezcla de sentimientos contradictorios, los mismos que luchaban una y otra vez siempre que la tenía delante.

Los ojos azules de ella, que ahora los reconocía, pues Kermon tenía el mismo tono oscuro, se desviaron hacia él.

—Los Antiguos sanan demasiado rápido.

Acompañé a Anaheim hasta sus habitaciones mientras Kermon decidía no seguirnos. Intuía que se encontraba preocupado por lo que pudiera haber hecho, así que optó por dejarnos a solas para poder comprobar lo que había sucedido en las mazmorras: no nos cabía duda de que toda aquella sangre era de Cadmen. Y que Anaheim había decidido tomarse la justicia por su propia mano después de que la Antigua hubiera apuñalado a su único hijo cuando me salvó la vida.

Abrí la puerta y ordené a los guardias que se mantuvieran en el pasillo. Anaheim no contaba con doncellas, por lo que fui al baño anexo y busqué hasta dar con un cuenco lo suficientemente grande para que pudiera quitarse la sangre de encima; ella me esperaba en la cama, con la espalda rígida y la mirada reluciendo por la rabia que corría por sus venas.

Dejé el cuenco a un lado y me arrodillé frente a Anaheim, intentando que mis ojos no se desviaran hacia la sangre. Al contrario que el silencio que había compartido con Kermon antes de que apareciera, este estaba lleno de mil cosas por decir. Cosas que flotaban por encima de nosotras y que pesaban como piedras, aguardando al momento propicio para abalanzarse sobre nuestras cabezas.

Anaheim dejó escapar un prolongado suspiro y cerró los ojos, intentando recuperar el control de sus emociones.

—Hacía mucho tiempo que no perdía las formas de esta manera —me confió, todavía con los ojos cerrados.

Me removí en el suelo, sin saber qué decir.

Anaheim flexionó las manos, curvando sus dedos ensangrentados y consiguiendo que la visión de la sangre, que empezaba a resecarse, lograra revolverme el estómago.

Me trajo a la memoria demasiadas cosas. Imágenes de mi hermano a su llegada a la Corte de Invierno; imágenes de los dementes de la última prueba; imágenes de uno de los mercenarios que Puck pagó para que acabaran con mi vida.

Pero aquella sangre tenía nombre propio: Cadmen.

Tragué saliva para intentar deshacer el nudo que se había formado en mitad de mi garganta.

—¿Por qué, Anaheim? —le pregunté.

Ella entreabrió los ojos para dedicarme una larga mirada.

Pero yo sabía por qué había actuado de ese modo tan temerario, enfrentándose a la mujer que había intentado asesinarme y había apuñalado a su hijo; arriesgándose a que esa decisión pudiera llegar a oídos del rey o Deacon, quienes disfrutarían de ello para intentar deshacerse de ella. Expulsarla por segunda vez de la Corte Oscura.

Anaheim no tuvo energía para responder, o quizá no quería compartir conmigo ese secreto.

—Porque él es tu hijo —me contesté a mí misma y los ojos de ella se abrieron de par en par al escucharme, vi el miedo en el poso de ellos.

Tragué de nuevo saliva mientras que Anaheim se quedaba en un silencio casi tortuoso y pesado ante lo que acababa de decir. No dije ni una palabra más mientras le daba tiempo para que se hiciera a la idea de que conocía su secreto... y no la juzgaba por ello; ella había renunciado a su hijo y los elementos sabrían qué habría sido de Anaheim si mi madre no le hubiera ayudado.

—No es lo que parece —dijo con esfuerzo, frotándose las manos ensangrentadas.

La detuve por las muñecas, dirigiéndole una pequeña sonrisa que pretendía hacer que se calmara.

—Descubrir que Kermon es tu hijo no va a cambiar nada —le aseguré, con un nudo en la garganta—. Y me ha ayudado a comprender... algunas cosas.

Recordé lo que me dijo cuando me suplicó que perdonara a la reina Mab, permitiéndole que Cruzara sin dejar asuntos pendientes; habló de sacrificio. Me acusó de no tener ni idea de hasta dónde alcanzaba el amor de una madre, hasta dónde estaba dispuesta a llegar una madre con tal de proteger a sus hijos.

En aquel momento lo intuí: estaba hablando de su propia experiencia.

De su sacrificio.

El cuerpo de Anaheim sufrió un ligero temblor y, por fin, pude ver a la mujer que se escondía en el fondo de su alma: la mujer que había cometido un terrible error y había tenido que hacer todo lo que estuvo en su mano para proteger lo único bueno que le había brindado ese desliz. No era capaz de concebir la imagen que había recreado Kermon de ella.

No podía verla como la manipuladora que había intentado usar en su propio beneficio el hijo que había engendrado con el rey.

Anaheim dejó escapar un tembloroso suspiro.

—Cuando te casaste con Deacon tuve... tuve miedo —sus ojos azules se oscurecieron y la línea de su mandíbula se tensó—. Conozco bastante bien a su padre y sé que nuestro príncipe es como él: una maldita copia exacta. El mismo tipo de monstruo.

La miré en silencio, intentando mantener a raya las imágenes de aquellos días en que ambos estuvimos encerrados en el dormitorio.

—La historia de cómo concebí a Kermon fue manipulada por el propio Finvarrar —confesó con un tono duro—. Decidió enredarlo todo en su beneficio, dejándome a mí como la zorra manipuladora que puso en riesgo su futuro matrimonio... que intentó suplantar el lugar de su hermana porque creía que le pertenecía por derecho de nacimiento.

Observé a Anaheim con una mezcla de horror y desconcierto, intentando digerir lo que acababa de descubrir. La historia, ya de por sí estremecedora, parecía haber dado un giro completo cuando la confidente de mi madre añadió más piezas, cuando confesó ser la hermana de la propia reina Iona.

—Desde pequeñas estábamos destinadas a ocupar ese trono —dijo de manera desdeñosa y frunció la nariz—. Éramos una de las familias más poderosas y era evidente que la alianza ayudaría a afianzar el control sobre la Corona; todo el mundo creyó que sería yo la que se convertiría en la prometida de Finvarrar... pero decidí que fuera mi hermana. Iona idolatraba al futuro rey y tenía las aptitudes necesarias para convertirse en reina; estaba convencida de que lo haría bien, que encajaría con Finvarrar.

»Algo que debes saber de todos ellos es que son egoístas y déspotas, además de terriblemente caprichosos; les gusta mover sus piezas por el tablero y les gusta ganar. Y yo entraba dentro del juego después de ceder mi lugar como prometida a Iona. Supongo que a Finvarrar le llamó la atención aquel gesto por mi parte y estrechó su mira a mi alrededor, aunque yo no lo supiera hasta que fue demasiado tarde.

»El compromiso se llevó a cabo, jamás había visto a mi hermana tan feliz por la noticia e ilusionada por ello. Nos trasladamos aquí y me convertí en una de sus damas de compañía, dispuesta a cuidar de Iona; mi padre nos había advertido desde niñas sobre lo traicioneros que podían ser aquellos círculos en los que nos movíamos y temía que mi hermana no fuera capaz de ver el peligro.

»Mientras Iona disfrutaba de su compromiso con Finvarrar, yo velaba por su seguridad. Los preparativos de la boda la tenían absorbida, y a mí con ella; ni siquiera fui consciente de lo que estaba tramando el futuro rey. Todas las supuestas atenciones que recibía tenían un propósito, aunque a él le gustaba enmascararlas con sus cuidadas palabras.

La magia de Anaheim se onduló a su alrededor, demostrando lo alterada que se encontraba al abrirse de ese modo ante mí. Aquel día le había pedido que confiara en mí... y quise creer que aquello formaba parte, que estaba contándomelo porque realmente confiaba en mí.

Mi propia magia empezó a agitarse en mi interior en respuesta a la oscuridad que emanaba del cuerpo de Anaheim.

—Me tendió una trampa —le salió la voz estrangulada—. No fui consciente de lo que estaba sucediendo hasta que estuve arrinconada contra la cama, con Finvarrar encima de mí... Traté de impedirlo, me resistí, grité, pero no fue suficiente. No fue suficiente para frenarle —susurró casi para sí misma—. Se marchó, satisfecho consigo mismo; sin mirar atrás, sin querer perder más tiempo conmigo, pues ahora tenía en mente algo nuevo. Distinto.

»No hablé a nadie de lo sucedido por pura vergüenza. ¿Quién iba a creerme? Todo el mundo sabía quién era y casi podía escuchar sus respuestas... sus juicios. Creo que Iona intuyó algo y el miedo me obligó a callar; decidí enterrar en lo más profundo de mi mente lo que me había hecho, y empecé a odiar a Finvarrar cuando él no dio muestras de arrepentimiento: había conseguido lo que buscaba, ya no le resultaba de ningún interés o utilidad.

»Entonces supe que estaba embarazada y me entró el pánico. En la Corte Oscura no aceptan bien a los bastardos, y hacen lo que esté en su mano para convertir sus vidas en un infierno; confieso que valoré la posibilidad de no seguir adelante, pero no fui capaz de hacerlo. A pesar de la forma en que fue concebido... no pude hacerlo.

»Lo oculté todo el tiempo que pude, intentando mantener las apariencias. Vi cómo mi hermana se casaba con ese monstruo; escuché cómo hablaba de su noche de bodas, de cómo Finvarrar la había convertido en su esposa... Incluso cuando anunció su propio embarazo.

»Llegué a la conclusión de que mi única opción era huir de allí, pero Finvarrar tenía ojos y oídos por cada palmo del castillo. Apareció un buen día, interrumpiendo en mi habitación con guardias; les ordenó que me detuvieran y que me llevaran a una de las salas que habilitaban para hacer interrogatorios.

»Jamás olvidaré cuando Iona apareció allí. Finvarrar procedió a contar su versión de la historia, acusándome de haberle seducido y arrastrado a mi cama; luego dijo que había intentado sacarle provecho a mi embarazo y que lo único que buscaba era hundir su matrimonio. Que sentía envidia de lo que mi hermana había conseguido.

»Hasta aquel mismo momento no supe lo atrapada que se encontraba Iona en las redes de Finvarrar. Mi propia hermana me miró con dudas, tragándose la mentira de su esposo y poniéndose de su parte, como si no me conociera... como si, de repente, me hubiera convertido en una extraña para ella; Finvarrar propuso que fuera ejecutada por algo que no fue del modo en que él hizo creer al mundo. Y creí que iba a ser mi final hasta que no escuché a Iona intervenir, alegando que podía haber una solución mucho mejor: se me permitiría seguir con vida si abandonaba la Corte Oscura. Ella se haría cargo del bebé cuando naciera, y ahora entiendo por qué lo hizo: protegió a mi hijo del mismo modo que hubiera hecho con el suyo propio.

»Fui recluida en una habitación el resto de mi embarazo, vigilada día y noche. Finvarrar estuvo allí el día que nació Kermon, igual que Iona; la comadrona ni siquiera quiso que tuviera a mi propio hijo entre mis brazos, pues se lo dio directamente a mi hermana. Su marido se marchó poco después de saber que había dado a luz a un varón; recuerdo el dolor de ver a Iona con mi bebé, como si yo hubiera perdido cualquier derecho sobre él.

»Mi hermana se apiadó de mí: me permitió tenerlo unos instantes, el suficiente para que pudiera pedirle que lo llamara Kermon, en honor a nuestro abuelo; días después fui expulsada de la Corte Oscura y abandonada a la intemperie.

»Vagué sin rumbo fijo hasta que me topé con tu madre. Reconocí el dolor que ocultaba en su interior, y supe que teníamos algo en común: habían intentado hundirnos, pero seguíamos en pie. Sobrevivimos y no perdimos las ganas de luchar.

Me mordí el labio cuando mencionó a mi madre. La época de la que mencionaba Anaheim era en la que Oberón y la reina Mab, por aquel entonces princesa, habían mantenido una relación que no terminó bien, siendo la más perjudicada mi madre; el corazón se me encogió al comprender la juventud con la que se debía haber enfrentado a un embarazo... y a un abandono forzado.

Ahora comprendía por qué ella no había estado tan contenta de regresar allí, incluso algunos comentarios maliciosos que había hecho Deacon en la Corte de Invierno: gracias a las mentiras que había esparcido el rey sobre Anaheim, todo el mundo tenía una visión manipulada de ella. Por eso se habían comportado de ese modo cuando apareció a mi lado.

Reconocí algunos rasgos del Finvarrar que Anaheim había pintado en su relato en Deacon. Comprendí la urgencia de la confidente de mi madre cuando irrumpió en el baño y me preguntó si mi esposo me había forzado: había tenido miedo de que el hijo hubiera seguido los mismos pasos que su padre.

Rescaté de mi memoria las advertencias de Puck, las acusaciones que había lanzado hacia la Corte Oscura. Hacia la persona que la gobernaba.

Cogí el cuenco del agua y ayudé a Anaheim a limpiar sus manos de sangre. Sangre que había derramado por su hijo, el mismo que estaba lleno de dudas por el veneno que su propio padre había vertido sobre ella; sin embargo, Anaheim no se había amilanado y se había enfrentado a Finvarrar. Incluso a Iona.

Bajé la mirada hacia el líquido rosado, notando los golpes de mi corazón contra las costillas.

—Ayúdame a destruir la Corte Oscura desde dentro.

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