| ✸ | Capítulo 1.
Deacon tuvo que sostenerme una vez estuvimos de regreso a la Corte de Invierno. El llanto que con tanto éxito había logrado contener pugno por salir y yo lo permití: primero vino un tembloroso sollozo, después las lágrimas. El dolor desgarrador del pecho regresó, atenazándome y hundiéndome bajo su aplastante peso.
Me dio lo mismo que el príncipe oscuro fuera testigo de aquel momento tan vulnerable que podría usar en el futuro en mi contra: me abracé a mí misma, intentando mantener juntas las piezas rotas en las que me había convertido después de la visita a la Corte de Verano. El aire apenas llegaba a mis pulmones, haciéndome jadear y soltar sollozos entrecortados. Las imágenes de la boda de Keiran no desaparecían de mi mente.
Lo mismo que nuestro encuentro con Puck en las mazmorras, el desinteresado regalo que me había proporcionado Deacon con las respuestas que había recibido de aquella reunión.
Y con las últimas palabras del Antiguo resonando en mis oídos. La advertencia que me había hecho sobre la Corte Oscura y su papel en toda aquella historia.
Entre los sonidos de mi propio llanto escuché una puerta abriéndose y el grito ahogado de una mujer, seguido de unos apresurados pasos que llegaron hasta donde nos encontrábamos Deacon y yo.
—Apártate de ella, Deacon —el tono que usó Anaheim resonó como un látigo en el interior de mi habitación.
—Yo no soy el causante de esas lágrimas, Anaheim —respondió el príncipe con absoluta tranquilidad.
Los brazos de Anaheim me rodearon y sus manos guiaron mi cabeza hacia su pecho, donde escondí mi rostro y seguí llorando.
—Fue idea tuya llevarla a ese lugar —le recriminó Anaheim—. Para mí eres el culpable de que esté de este modo... ¿Qué ha sucedido?
Deacon se mantuvo en silencio unos instantes, casi haciéndome creer que había llegado a irse sin responder.
—Las consecuencias de las decisiones del nuevo rey de Verano —contestó de manera escueta.
Entonces sí percibí cómo se desvanecía de mi habitación, quizá para reunirse con mi hermano y poder informarle de todo lo que había visto en la Corte de Verano, todo lo que había podido averiguar para ayudar a Sinéad en su loca idea de atacar.
Anaheim no dijo ni una sola palabra mientras me consolaba, sin presionarme para que le confesara qué era lo que había sucedido realmente en aquel viaje. La boda y posterior encuentro con Keiran en aquel balcón seguían intentando asfixiarme bajo su peso, sin querer darme una pequeña tregua; lo mismo que los escasos recuerdos del poco tiempo que pasamos juntos, haciéndonos promesas que ya no iban a cumplirse.
—Maeve, por favor —suplicó Anaheim—. Habla. Dime algo.
—Keiran... Keiran y Prímula... ellos... —balbuceé, incapaz de decir algo coherente; aspiré una gran bocanada de aire—. De nuevo no he sido elegida, Anaheim. Él no me ha escogido.
Y cada vez me resultaba más claro comprender que yo jamás saldría elegida.
Keiran había elegido a Prímula para mantener a su corte bajo control, evitando que pudiera haber pequeñas sublevaciones en aquellos tiempos tan inciertos.
Mi madre escogió a Sinéad porque era su heredero, su futuro rey. Se volcó en mi hermano porque sería él quien tendría que llevar algún día su corona, dejándome a mí relegada a un polvoriento rincón; olvidada hasta que Sinéad y la reina Mab encontraron una utilidad en mí.
Sinéad había escogido a Deacon por encima de mí, su propia hermana, porque el maldito príncipe oscuro le regalaba los oídos; susurraba palabras de aliento y afianzaba su posición en el consejo de mi hermano, guiándolo en la dirección que quería. Y Sinéad, el muy estúpido, se dejaba manipular porque creía estar haciendo lo mejor para su corte. Incapaz de ver los errores que estaba cometiendo.
Y Deacon... Deacon siempre había sido bastante claro respecto a su elección: la Corte Oscura siempre se encontraría en primer lugar dentro de su lista de prioridades; al menos, eso tenía que concedérselo, había sido sincero conmigo y nunca me había hecho creer lo contrario.
Anaheim me guio con cuidado hasta la cama y me hizo que me sentara sobre el colchón mientras mis manos se aferraban a la tela del vestido, intentando desgarrarla como si eso ayudara a sacar el dolor que me corroía; sus pulgares repasaron el camino húmedo que habían dejado las lágrimas, secándomelas con la ternura de una madre.
—Yo te elijo a ti, Maeve —susurró con fervor—. Para cuidarte y protegerte, tal y como le juré a tu madre que haría en su lecho de muerte.
Sinéad me pidió que me reuniera con él en su nuevo despacho, el mismo que había pertenecido a la reina Mab en el pasado y, antes que a ella, a su padre; mi hermano ya se encontraba tras el escritorio, con toda la mesa llena de pergaminos y mapas. Con ojeras adornando sus ojos y una palidez enfermiza como nuevo tono de piel.
El poder no lo estaba tratando bien y algunos sectores de la nobleza habían empezado a hacer presión para que nos pusiéramos en movimiento, para que Sinéad dijera si íbamos a marchar hacia la guerra... o no.
Mi hermano me señaló con un gesto cansado una de las cómodas sillas que había frente a él. La ocupé en silencio, consciente de que aquel llamamiento por su parte podría tener un fin puramente informativo: me haría declarar sobre lo sucedido en la Corte de Verano y después me despacharía.
—No sabía nada del enlace entre Keiran y Prímula —fue lo primero que me dijo, y sonó arrepentido—. De lo contrario, me hubiera negado a que Deacon te llevara consigo. Lo lamento mucho, Maeve.
Me encogí de hombros, ignorando el dolor de la herida de mi corazón. Anaheim me había comprendido cuando le había contado todo y había afirmado que solamente necesitaba unos días para recuperarme, para poder dedicarme a mí misma y a mi corazón destrozado; ella se había limitado a mirarme fijamente, con una sonrisa triste en los labios.
—Nos debemos a nuestras responsabilidades —expuse con resolución, haciendo un gran esfuerzo para sonar entera—. De igual modo que nos debemos a nuestras propias cortes.
Sinéad asintió, coincidiendo conmigo. Me mordí la lengua, refrenando mis ganas de gritarle sobre lo hipócrita que se había comportado, sobre su traición: de igual modo que mi madre, él me había prometido mantenerme apartada... pero no había dudado un segundo en utilizarme para mantener la alianza con la Corte Oscura.
—Deacon me ha dicho que le necesitan de regreso en la Corte Oscura —desveló y, al menos, tuvo la vergüenza de bajar la mirada—. Y tú le acompañarás, para ser presentada como su prometida.
Sacudí la cabeza en un breve movimiento afirmativo. Deacon había acudido a mi dormitorio para hacerme una pequeña introducción sobre qué me depararía el futuro como su prometida y, más tarde, como su esposa; sabía que el momento de nuestra partida se encontraba relativamente cerca, pues había sido consciente de los movimientos de mis doncellas, de cómo habían estado indagando en el interior de mis armarios.
—Robin Goodfellow será ejecutado mañana al atardecer —el brusco cambio de tema me hizo observar a mi hermano con los ojos entornados durante unos segundos—. Pensé que querrías saberlo.
El príncipe oscuro debía haberle relatado con todo lujo de detalles el improvisado interrogatorio donde el propio Deacon había sido el encargado de responder por el reo; las palmas de las manos empezaron a sudarme ante las últimas advertencias —llenas de desesperación, comprendía ahora que sabía sobre su futuro— que me había hecho respecto a la Corte Oscura.
"¿A quién me habéis vendido realmente?", quería preguntarle a mi hermano. Puck había sido la persona que había volcado el veneno en la copa de mi padre, pero ¿quién le habría proporcionado el veneno a la reina? ¿Quién habría estado susurrando a Titania, acrecentando su miedo sobre la inexistente infidelidad de su marido? El Antiguo había señalado a la Corte Oscura.
Y yo tenía la oportunidad en mi mano de descubrir hasta qué punto la Corte Oscura había estado manejando los hilos desde su destierro.
—Sabías que Oberón había muerto —le acusé, manteniendo un tono pausado; la mirada de mi hermano se enturbió a causa de los remordimientos—. Quizá desde el mismo día en que decidió poner fin a su vida.
Una morbosa parte de mí, la misma que había anhelado la destrucción del antiguo monarca, estaba ávida por conocer los detalles de su muerte. La reina Mab había maldecido al rey, asegurándole que correría la misma suerte que ella; que ambos acabarían en el infierno. Juntos.
—¿Por qué guardar silencio, Sinéad? —continué, entrecerrando los ojos—. ¿Acaso ya no merezco tu confianza? Voy a casarme con un hombre al que detesto por el bien de nuestra corte, para mantener la alianza. He obedecido tus órdenes y no he puesto ningún problema a tu reinado. Entonces, ¿qué es lo que he hecho para desmerecer estar informada? ¿Sigues molesto conmigo por lo que hice?
Sabía que mi huida con Keiran sería una herida que tardaría en sanar, quizá Deacon estaba aprovechándose de ello para usar sus hilos de marionetista con mi hermano para guiarlo en la dirección que el príncipe quería. ¿Pensaría lo mismo de mi prometido si hablara sobre las advertencias de Puck, un Antiguo de la Corte Oscura? Posiblemente no me creería... o creería que estaba haciéndolo para intentar convencerle de romper mi compromiso.
El miedo de mi hermano a perder a un potencial aliado le impedía ver la realidad. Creerme a mí, que buscaba su bienestar y seguridad, mintiéndose a sí mismo con la excusa de que solamente buscaba proteger a Keiran.
El silencio se extendió entre nosotros y sentí algo amargo en la boca, el sabor de la decepción.
—¿Eso es todo, Majestad? —pregunté, usando a propósito su nuevo título y con un frío tono lleno de hostilidad.
Sinéad bajó de nuevo la mirada, abochornado.
—Podría haberme ido —susurré al mismo tiempo que me ponía en pie y apoyaba las palmas de mis manos contra la madera del escritorio—. Y no precisamente a la Corte de Verano. Pero decidí quedarme, Sinéad —el rostro de mi hermano se puso ceniciento al comprender mis palabras—. Decidí quedarme por ti. ¿Cuántos más sacrificios voy a tener que hacer para demostrártelo? ¿Cuánto más vas a exigirme?
Nos sostuvimos la mirada unos instantes y fui testigo del poderoso enfrentamiento que había en su interior respecto a mí: mi huida con Keiran había golpeado demasiado fuerte, quizá haciendo estallar alguna presa que llevaba conteniendo todo lo que pensaba sobre mi relación con el que fuera príncipe. Y Deacon estaba envenenándole poco a poco, acrecentando sus miedos y dudas.
Del mismo modo que sucedió con Titania.
—Intenta ponerte en mi lugar, Maeve —me suplicó y sus ojos relucieron, heridos por las verdades que había pronunciado; las mismas que llevaba callando tanto tiempo.
Le di la espalda y me encaminé hacia la puerta.
—Intenta ponerte tú en el mío, Sinéad —repliqué y cerré de un portazo.
Deacon no se mostró en absoluto conforme cuando le hice saber que Anaheim me acompañaría a la Corte Oscura. La confidente de mi madre se encontraba a mi espalda, intentando pasar desapercibida mientras yo me enfrentaba a la creciente furia del príncipe oscuro; apenas habían pasado cuatro días desde la boda de Keiran y los planes de mi hermano y Deacon para lanzar una pequeña ofensiva contra la Corte de Verano seguían hacia delante. Aquel preciso día, motivo por el cual yo me encontraba intentando retrasar a mi prometido con aquella discusión sobre la cuestión de las personas que vendrían conmigo a la Corte Oscura.
Y yo había abandonado cualquier intento de convencer a mi hermano de que estaba cometiendo un error. Sabía que no iba a escucharme y prefería ahorrarme cualquier tipo de discusión que pudiera desembocar en un nuevo encierro en mi dormitorio.
En aquel momento Deacon señaló hacia Anaheim con un desdeñoso gesto de mano, sus labios estaban contraídos en una fina línea.
—Fue desterrada de la Corte Oscura —esgrimió.
Me erguí ante mi prometido y luego me crucé de brazos. El vestido había empezado a presionar la zona de mi pecho... o quizá fuera la rabia de tener que discutir con Deacon quién podía acompañarme o no a su maldita corte.
—La necesito a mi lado —insistí—. ¿O acaso pretendes dejarme sola en un lugar que desconozco?
—Pondré a gente a tu servicio hasta que te familiarices con la Corte Oscura —contestó—. Ella no es necesaria.
Escuché los pasos de Anaheim a mi espalda y luego vi por el rabillo del ojo su perfil, situándose a mi lado. La antigua confidente de la reina no se amilanaba ante el carácter de Deacon, como tampoco había llegado a caer en las redes del príncipe como el resto de la corte; ella era la única aliada que había podido encontrar y no pensaba renunciar a su ayuda.
—Le hice un juramento a su madre antes de morir —aclaró con voz dura, sosteniéndole la mirada—. Supongo que eres consciente de la importancia de los juramentos y las consecuencias de romperlos...
La mirada iracunda de Deacon se dirigió hacia Anaheim y luego hacia mí. Casi podía ver los engranajes de su cabeza dando vueltas, intentando encontrar alguna forma de rebatir lo que había dicho ella.
Finalmente se quedó clavada en Anaheim con una expresión insondable.
—Hablaremos de ello a mi regreso —sentenció, dando media vuelta.
El pánico burbujeó en mi interior y, de manera inconsciente, me vi corriendo hacia el príncipe oscuro y deteniéndolo por el antebrazo. Sabía que debía marcharse para vestirse con la armadura que le esperaba en alguna sala del castillo, sabía que tenía que reunirse con mi hermano en los jardines para abrir un portal que le permitiera esquivar la magia de las fronteras de la Corte de Verano para colarlos en su interior.
Deacon se giró hacia mí con un ligero brillo de sorpresa y sospecha en sus ojos negros.
—Tenemos un trato —le recordé.
Sus labios se curvaron en una sardónica sonrisa.
—Y yo que creía que ibas a despedirte de mí esperando mi regreso sano y salvo —ironizó, luego habló de nuevo tras unos segundos en silencio—. Tengo presente nuestro acuerdo, mi pequeña polilla, y voy a devolverte a tu querido hermano de una sola pieza. Vivo.
Dicho esto, desapareció entre sus sombras y mi mano cayó a mi costado, vacía.
—Un poco más de azúcar, Zircón —exigió Robinia, alzando su taza para que el mayordomo cumpliera con su orden.
Anaheim y yo habíamos aceptado la invitación de la reina para reunirnos con ella en uno de los grandes salones de la segunda planta que Robinia había reclamado para sí después de haber sido coronada. Sus damas de compañía, de las que no había querido prescindir, se encontraban en un rincón, lejos de nosotras y bebiendo de sus tazas mientras cuchicheaban entre ellas.
—No veo a lady Grianne —comenté con indiferencia. Añadí un azucarillo por mí misma en mi propio té; Robinia aún esperaba a que el hombre dejara caer uno sobre el suyo.
La esposa de mi hermano desvió la mirada hacia su grupo de damas, frunciendo el ceño de manera pensativa. Era la primera vez que nos reuníamos después de su coronación, y sospechaba que Sinéad le había insistido para que me invitara a pasar un rato con ella mientras ellos seguían adelante con el plan de atacar la Corte de Verano.
—Oh —dijo, con un tono que indicaba que no le daba la más mínima importancia—. Tuve que despacharla de regreso a la Corte de Otoño, tras el ataque de Oberón estaba demasiado inquieta.
Seguí contemplando a las chicas que habían sido escogidas para ser damas de compañía de una reina tan joven como Robinia. Algunas habían acompañado a la esposa de mi hermano a la Corte de Otoño para asistir al Torneo, y recordaba lo mucho que les gustaban los cotilleos y hacer comentarios malintencionados sobre los protagonistas de esas historias.
—Sinéad me ha dicho que pronto abandonarás la Corte de Invierno, junto a lord Deacon —hizo una breve pausa en la que giré la cabeza hacia ella, consciente de que mi hermano necesitaba compartir ciertas informaciones con su esposa para poder llevar el reino—. Aunque quizá debería referirme a él como Su Alteza.
Robinia chasqueó la lengua, reprendiéndose a sí misma, y luego soltó una risita. Empecé a perder el gusto por continuar en aquella habitación y el poco té que había tomado se me agitó en el estómago; no debía pillarme desprevenida que, tras haberse convertido en reina, Robinia estuviera al tanto del secreto sobre nuestro pasado. Sobre la existencia de la Corte Oscura.
—Reconozcamos que es mucho más apuesto que Atticus —continuó, ajena a mi malestar; se mordió el labio inferior en actitud pícara—. Y seguramente que será una delicia en la cama, pues se nota a leguas que está bastante versado en los temas sobre mujeres.
Dejé sobre la mesa la taza, temiendo que el temblor de mis manos pudiera derramar el líquido. Apenas era capaz de reconocer a la Robinia que tenía frente a mí, hablando sin tapujos sobre ese tipo de asuntos; de nuevo pude percibir a su alrededor una leve sombra oscura. El mismo tipo de aura que había rodeado a Atticus cuando le había visto en la Corte de Verano.
Mi rostro se había puesto pálido y Robinia soltó otra risita, malinterpretando mi expresión y creyéndome mortificada por tratar esos temas con ella. Creyéndome una mojigata.
—Tu hermano y yo hemos mejorado desde la primera vez, incluso suele buscarme con más asiduidad... quizá necesitado de una distracción después de la situación en la que nos encontramos actualmente —me confió en voz baja—. Guardo la esperanza de que pronto quede embarazada y pueda darle el heredero que tanto desea.
No le aclaré que Sinéad no parecía muy conforme con la idea de tener hijos, como tampoco me lamenté sobre lo mucho que me decepcionaba que Robinia se exhibiera como un trofeo cuando mi hermano lo único que buscaba en ella era calor y un par de horas con la mente en blanco. Sinéad estaba empezando a agobiarse en su trono y la corona había comenzado a apretarle demasiado; era evidente que encontraba a su esposa como una solución de unos pocos minutos. Una desconexión.
El temor de que los nobles hubieran empezado a presionar a mi hermano con la idea de la concepción de un heredero me puso los vellos de punta.
Además, Robinia no daba muestras —aparentes— de estar preocupada por Sinéad; casi no parecía ser consciente del riesgo que corría mi hermano yendo hasta la Corte de Verano con un puñado de hombres.
Habíamos cruzado la primera puerta y, después de esto, la guerra empezaría de manera ineludible. Los pronósticos de Deacon se harían realidad y el futuro se teñiría de sangre y cadáveres.
—¡Chicas! —exclamó Robinia—. ¿Por qué no jugamos a las cartas?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro