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Daddy

Canción en el multimedia: For the love of a daughter de Demi Lovato. Me he decidido por esta canción porque me gusta mucho y es muy adecuada para la trama de esta historia.

Dedicada a todos los que  han perdido a un familiar

Nombre del capítulo en español: Papá

Recuerden que pueden proponer canciones, la única regla es que tengan el piano como instrumento principal, pero pueden tener voz mientras el piano se note :)

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El jardín se veía brillante, con un color propio de los sueños. Esa luz que parece salir por todos los rincones e iluminar la oscuridad. La niña se acercó con cautela, tan acostumbrada estaba a las sorpresas desagradables que no podía evitar que le picara la nariz, ese característico matiz que parecía invadir el lugar. Sin embargo, toda preocupación se disipó cuando vio a la bella mujer que le sonreía sentada en la hierba.

―Cariño, ¡ven!― la llamó abriendo los brazos

La niña no se lo pensó dos veces, corrió hacia su madre. Hacía tanto tiempo que no sentía esos cálidos brazos, que seguía sin creer que podía ser cierto. No quería separarse de ella nunca más, pero no estaba en sus manos conseguirlo.

De pronto, la mujer se separó y la miró con cariño:

―Debo irme, mi amor

―No, mamá, no me dejes sola.― suplicó la niña como tantas otras veces.

―Cariño, yo siempre estoy a tu lado.― le susurró mientras besaba la delicada frente de su hija.

Dicho esto se levantó y comenzó a caminar hacia el horizonte, que de pronto ya no era césped, si no roca y agua.

―Nunca lo olvides, mi vida.― dijo por última vez con las lágrimas en los ojos, y finalmente, saltó.

De nuevo


―Mamá.― gritó mientras se despertaba.

Juliet parpadeó, reconociendo su pequeña habitación. Suspiró, dándose cuenta de que todo había sido una pesadilla.

Se levantó de la cama y caminó hacia la puerta. El pasillo estaba levemente iluminado por los escasos rayos de sol que entraban por la ventana. Se asomó a la habitación continua y un suave ronquido acompañando de un potente olor a cerveza, le llegó de ella. Volvió a cerrar la puerta con cuidado y entró en el baño.

Se lavó la cara y observó su reflejo: pelo negro lacio y revuelto, ojeras y piel pálida. No recordaba cuando había sido la última vez que había esbozado una sonrisa. Parecía un fantasma.

Como su madre.

No pudo evitar que la tristeza la invadiera al pensar en su madre: su sonrisa, su bonito pelo negro y sus ojos brillantes.

"No pude salvarla, no pude protegerla. Ni siquiera puedo cumplir la promesa que le hice" se castigó a sí misma.

Salió del baño y caminó silenciosamente hasta la cocina, el reloj marcaba las horas sin pausa. Miró por la ventana y el día lluvioso le devolvió la mirada.

Suspiró y se dirigió a la nevera para desayunar.

No podía evitar mirar esas agujas moverse, mientras la leche se le enfriaba en el tazón. Siempre le pasaba cuando tenía ese sueño. Normalmente, las clases solían hacer olvidarlo, pero ahora estaba de vacaciones.

Y nada hacía que esos pensamientos se fueran de su mente.

Volvió a mirar aquella leche con colacao que de pronto, se veía poco apetecible. Se levantó y decidió que tal vez un paseo, le sentara bien.

No sabía que tenía aquel pequeño parque, pero parecía que allí sus fantasmas la dejaban tranquila. Quizás fuera esa amable oscuridad o el bello cantar de los pájaros. No lo sabía, pero conseguía que no le importara tener una madre muerta y un padre borracho.

Y luego estaba esa anciana.

Solía sentarse en el mismo banco del parque, se quedaba con los ojos cerrados y parecía escuchar algo que nadie podía apreciar. Con los suaves rayos del sol y el pelo blanco recogido en un moño apretado. Siempre llevaba ropa oscura que contrastaba con su pálida piel.

Aquel día, Juliet no pudo evitar sentarse a su lado. La mujer no pareció notar su nueva compañía, siguió con los ojos cerrados y la sonrisa en sus labios. Sin embargo, una suave melodía comenzó a salir de su interior. Era una melodía triste, nostálgica, parecía venir del pasado.

Algo en el interior de Juliet, le dijo que aquella canción estaba escrita para ella. Pero al mismo tiempo, le dio miedo.

―Tienes una bonita voz.― comentó la mujer sin abrir los ojos.

La joven pegó un bote del susto al oírla hablar, porque aquella mujer tenía razón: Había comenzado a cantar esa melodía, sin poder evitarlo.

―Esa música es especial. ¿Sabes? Solo aquellos que realmente sepan escuchar, podrán oírla.― siguió la mujer y acto seguido, se levantó y comenzó a caminar.

Al cabo de unos pasos, se paró y se giró, sus ojos eran dos pozos negros:

―¿Vienes o no?― le preguntó, sin dejar de enseñar esa sonrisa.

Dicho esto, siguió caminando. Juliet se quedó unos segundos desconcertada, pero comenzó a seguirla.

La mujer no volvió a hablar en el resto del trayecto, ni siquiera se giró para mirar si ella estaba detrás. Parecía estar en vuelta en un velo del pasado, como si fuera solo un recuerdo del ayer: caminaba lentamente con su ropa anticuada y negra, pero con paso decidido. Parecía movida por una firme decisión, como si llevar a una desconocida pisándole los talones fuera lo más normal del mundo.

Finalmente, se paró delante de un edificio. Era gris y de mala calidad como todos los de su alrededor. Nada que lo diferenciara, la pintura descascarillada de la pared y las plantas de plástico del recibidor. El viejo ascensor que subía con resoplidos y sonidos extraños. El pequeño piso de cuatro habitaciones, que estaba lleno de olor a viejo.

Igual al suyo, aunque sin venir acompañado a cerveza.

La mujer se acercó a una puerta y la abrió. Aquella habitación olía a cerrado y polvo. Había un solo objeto, tapado con una sábana, en el centro.

Poco a poco, el trozo de tela fue cayendo, arrastrando polvo y dejando vislumbrar un desvaído color rosa.

Un piano, de teclas blancas y fantasmas tristes.

La mujer le hizo un gesto para que se acercara y puso sus manos encima del piano. La suave melodía, salió tranquila y firme de esos dedos que parecían a punto de quebrarse.

La mujer tenía razón cuando años atrás dijo que encontraría a otra persona.

Sus últimas semanas de vida fueron como una bendición. Finalmente, estaba preparada para unirse a los fantasmas que durante tanto tiempo la habían acompañando.

Aquella niña que le cantaba a un padre borracho por las noches, que recordaba los últimos momentos de su madre y que parecía vivir en la absoluta tristeza...

Volvió a sonreír.

―Y recuerda, yo siempre estaré contigo.

Porque la música jamás te abandona

Y ese es el mejor regalo que te pueden dar.


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