3 | El rezo del linaje
La casa de la señora Kim resultó ser muy amplia. Las estancias eran diáfanas, lucían ordenadas y contaban con una decoración que me recordó a épocas pasadas. Sin embargo, ni observando los curiosos braseros que utilizaba como calefacción ni los preciosos cofres del mueble logré deshacerme de la intranquilidad que se me había instaurado en el pecho. Y el hecho de que tuviera la puerta llena de candados y las ventanas con rejas, como todos en aquel pueblo, no contribuyó a que me sintiera mejor.
La anciana parecía despreocupada pero, mientras nos preguntaba por el viaje y se interesaba por nuestros gustos culinarios, había ido disponiendo quemadores de hierba por los rincones, corrido las cortinas y revisado cuatro veces los cerrojos. Y esos detalles, que hasta hacía tan solo un rato hubiera tomado por simples manías, ya no me lo parecía tanto.
No, para nada.
Había visto una bandada de cuervos y a un encapuchado bastante inquietante en medio de la calle que me había mirado con una actitud no menos inquietante. O, al menos, eso creía porque el caso era que le había preguntado con sutileza a Tae Hyung al respecto y él no había visto nada.
¿Había sido entonces una mala jugada de imaginación? ¿Podía ser? Yo no creía en espíritus y aún menos en maldiciones. Sin embargo, ese frío extraño, ese desasosiego, se me había metido por dentro de la piel y se negaba a abandonarme.
"Demonio del cuervo de Haneum", escribí en el móvil mientras esperaba, sentado a la mesa, la cena. "Testimonios de personas que lo han visto".
La búsqueda obtuvo más de cuatrocientos resultados. Pulsé el primero. Un foro de temas sobrenaturales plagado de gifs espectrales se abrió ante mis ojos.
"Cuando estuve de vacaciones en la zona, vi a un hombre con plumas y pico que caminaba de noche por..."
Vale; suficiente.
Cambié a otra página y de ahí a otra y después a la siguiente. Todos los comentarios se leían inverosímiles y algunos incluso ridículos. Eso me relajó. Si nadie había escrito en serio sobre el asunto era porque no existía.
"¿La sugestión puede producir visiones?" Volví sobre la lupa del buscador.
Un artículo acerca de las alucinaciones psicógenas inducidas por ansiedad me saltó a la pantalla y me terminó de convencer. Creer ver o escuchar algo durante unos cuantos segundos en un contexto propicio era un fenómeno común que encajaba con lo que me había ocurrido.
—¿A qué te dedicas, tesoro? —La señora Kim me colocó delante un plato colmado de un caldo que olía a las mil maravillas y me hizo levantar la cabeza del teléfono—. ¿De dónde eres? Y, ¿cómo es que un chico tan lindo como tu se relaciona con un neurótico como mi osito?
—Abuela, por favor. —Tae Hyung se revolvió en el asiento—. Me estás haciendo pasar un mal rato.
—¿Por qué? —La señora se volvió—. ¿Acaso no es verdad? —El aludido frunció el ceño pero no contestó. La mujer regresó a mí—. Le adoro pero es un dramático de cuidado.
El comentario hizo que a Jung Kook se le escaparan un par de risillas que, por supuesto, reprimió en cuanto las pupilas marrones de nuestro amigo le buscaron con indignación.
—Un poco —reconocí—. Pero se hacer querer —maticé—. Y, con respecto a lo que me ha preguntado, tanto Jung Kook como yo procedemos de Seúl. Crecimos juntos en un orfanato.
—¡Oh, como lo siento!
—No, en verdad no nos fue mal —aclaré—. Los asistentes nos trataron siempre muy bien y el gobierno nos facilitó el acceso a una buena formación —continué—. Estudiamos periodismo.
—¿Y qué hacéis? —La mujer, intrigada, se subió la gafas—. ¿Entrevistáis celebridades?
—Somos reporteros de noticias — intervino Jung Kook—. Jimin se ocupa de la redacción y yo de los recursos visuales. —Y añadió—: Conocimos a su nieto el año pasado porque escribimos un artículo del museo que abrió en su casa sobre la guerra civil.
El rictus de la anciana pasó de la afabilidad al desconcierto.
—No están aquí para investigar el pueblo, abuela. —Tae Hyung se apresuró a tranquilizarla—. Me ha acompañado debido a...
—Ya, ya, ya, lo supongo —le cortó—. Estáis preocupados porque ayer encontraron muertos a tres chicos en el bosque.
—Señora Kim, no se trata en sí de esas tres víctimas —aclaré—. Estamos al tanto de la ola de asesinatos que azotan la zona. Creemos que es peligroso para usted que siga viviendo aquí sola.
—¡Bobadas! —La aludida dio un manotazo al aire—. ¡Que yo esté aquí no tiene ninguna importancia!
Se incorporó. En un segundo, nos había dado la espalda y removía con un palillo de madera los quemadores.
—Solo los incrédulos que desafían lo que no pertenece a este mundo tienen problemas. —El humo de los recipientes impregnó la estancia con un extraño olor a medicina—. Además, la tradición marca que alguien del linaje debe rezar cada noche en el lugar de origen para garantizar la protección de los suyos.
—¿Protección? —No pude evitar que el corazón me diera un vuelco—. ¿Protección contra qué?
—No necesitas saber, tesoro.
Se hizo un denso silencio. Tae Hyung carraspeó y se centró en su plato. Jung Kook se rascó el mentón pero, tres minutos después, metió la cabeza en su teléfono y desconectó. En cambio yo permanecí bloqueado, con los ojos fijos en la madera de la mesa.
"Dicen que sale todas las noches y que, si te lo encuentras, no vivirás para ver el nuevo día", recordé la última frase del relato.
La figura del encapuchado me vino a la cabeza. Y si, después de todo, ¿lo había visto? Ay; me daba que iba a necesitar repasar más artículos para tranquilizarme, algo que confirmé al subir al piso de arriba, en busca de la que sería mi habitación, y notar esa inquietud de nuevo por las venas.
El pasillo estaba iluminado y el dormitorio también pero el suelo crujía bajo mis pies, las persianas estaban bajadas al máximo y las cortinas sujetas con clavos al marco. Distinguí otro quemador de plantas en la mesita de noche y un cuadro en la pared que, en vez de una pintura, contenía una cita: "Ten piedad y perdona nuestro linaje pues en este lugar se implora por el alma caída".
Madre mía.
Todo era tan...
Un tenue golpe en la ventana me hizo dar un bote. Por supuesto, no vi nada. El ruido volvió a repetirse. El corazón se me aceleró.
—¿Qué te parece el cuarto? —Tae Hyung tocó con los nudillos la puerta—. No es la suite de un hotel pero te prometo que la cama es cómoda.
—Esto... —Uf; había sido él—. Está genial.
—La mía es la de al lado —me indicó—. Por si... No sé... —titubeó—. Necesitas algo o...
—¿Y yo?
La cabeza de Jung Kook apareció por el lateral, sin previo aviso, y le asustó de tal forma que se dio un golpe contra el quicio de la puerta.
—¿Qué hay de mí? —El menor, ajeno al impacto, se señaló—. Yo también puedo necesitar algo.
—Pues lo buscas —refunfuñó Tae Hyung—. Simple.
—¿En una casa ajena? —Los ojos oscuros de mi amigo se abrieron de par en par—. Mira qué desconsiderado.
—Yo no soy desconsiderado.
—Por supuesto que sí.
—No, no lo soy.
—¡Antes me gritaste!
—¡Y ahora me estás gritando tu!
Ya empezaban. Se avecinaba la temida tormenta que prometía horas de intercambios verbales y apuestas absurdas.
—Hasta mañana. —Les cerré la puerta en la narices, sin darles opción a ni a mirarme—. En el desayuno me contáis quien ganó.
Les seguí escuchando de fondo un rato más. Mientras se peleaban por ser el último en hablar, deshice la maleta, me puse una camiseta y un pantalón de pijama, me fui al baño, que por suerte tenía dentro la propia habitación, y me cepillé los dientes. De paso me lavé la cara y, por fin, cuando cerré el grifo, el silencio reinaba en el pasillo.
Menos mal.
Me metí en la cama. Era cierto que el colchón era cómodo. Lo probé de varias formas antes de llevar la mano al interruptor de la lámpara. Volví a oír el golpeteo en la ventana. ¿Sería el viento? Decidí dejarla encendida. Me arrebujé entre las sábanas. Otra vez. ¿Y si era cosa de las rama de algún árbol cercano? Me cubrí la cabeza con la almohada. Cerré los ojos. Respiré con profundidad. Me dormí.
Por lo menos eso pensé. Cuando me moví me descubrí de pie fuera de la casa, con el pijama y en medio de la oscuridad asfixiante del bosque.
Ay, no.
Los graznidos de los cuervos me rodearon. Retrocedí. Me choqué contra el tronco de un árbol. Los aleteos a mi alrededor se intensificaron. El miedo me atenazó las entrañas de modo que eché a correr, mirando en todas direcciones en busca del pueblo o de algo que me orientara. Solo encontré ramas y maleza.
¡Oh, no! ¡No, no, no! Esto no era real. No podía estar pasando. Yo no había salido. No lo había hecho. ¡No podía haberlo hecho!
Avancé a trompicones, tropezando con los guijarros y la hojarasca del suelo, sin aire.
—¡Tae Hyung! —exclamé—. ¡Jung Kook!
El pie se me metió en un agujero. Caí de bruces. Sentí el musgo húmedo en las manos y la tierra al arañarme las rodillas. El graznido de los cuervos se me metió en los tímpanos. Intenté levantarme pero una punzada de dolor en el tobillo me lo impidió. Caí de nuevo. Y entonces me topé con esos ojos oscuros, penetrantes, que me observaron desde mi misma altura.
—Por... —El terror me impidió hablar sin interrumpirme—. Por favor... —supliqué—. No me hagas daño... Yo... Yo no... No pretendía mirarte ni...
—Eso es lo curioso del asunto —susurró—. Que yo tampoco quería presentarme ante ti. —Ladeó la cabeza—. ¿Cómo pudiste verme?
—No... —Las lágrimas ante el hecho de saberme muerto me empañaron la visión—. No lo sé...
Se inclinó sobre mí. Bajo la capucha, distinguí un cabello tan oscuro como mismo el cielo nocturno, pupilas alargadas como las de un felino y un rostro atractivo de expresión fría.
—¿Quién eres? —inquirió.
Que se tomara la molestia de preguntarme algo así me sorprendió. Aunque, por supuesto, dada la situación, ni me planteé no contestar.
—Park Jimin, de Seúl.
Me observó unos eternos segundos en lo que lo único que hice fue temblar. Temblar mucho.
—Haneum no es lugar para Park Jimin de Seúl —dijo, por fin—. Vete.
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