2 | Haneum
—¿Y te lo crees?
Los ojos se me quedaron como dos canicas.
Por supuesto, no pretendía burlarme. El relato se me antojaba muy triste, sobretodo en lo concerniente al joven chamán, que había tenido la desgracia de ver morir a su amante mientras le sostenía entre los brazos, pero me costaba asumir que Tae Hyung se lo tomara tan en serio.
—Me gustaría decir que no —respondió sin retirar la vista de la carretera, pese a que sus manos apretaban el volante como si fuera su palanca a la salvación—. Sin embargo, tengo esa historia muy presente.
Ya. Se notaba.
—Intenta quitarle importancia —le recomendé—. En todos los pueblos se narran cuentos de ese estilo.
—Pero no en todos te encuentras los tejados de las casas plagadas de cuervos que parecen observarte al atardecer.
Se hizo un incómodo silencio. No sabía qué más decir para que se calmara de modo que me dediqué a revisar el paisaje desde mi asiento de copiloto. La vegetación que nos rodeaba era abundante y también muy espesa. Parecía una selva.
—Con tantos árboles, quizás sea normal —se me ocurrió entonces—. Que haya bandadas de aves, digo.
—Me parece que no lo entiendes, Jimin.
—¿Entender el qué?
—Que no vamos a un pueblo cualquiera —aclaró—. Allí no hay nadie que no crea en el monstruo.
Me limité a parpadear.
—Desde pequeño he visto el miedo en los ojos de la gente al anochecer, empezando por el de mi propia madre —prosiguió—. Por eso nos mudamos a Seúl.
—Pero tu abuela se quedó —objeté.
—¡Porque es una maniática de su hogar! —Tae Hyung replicó como si lo que estuviera diciendo fuera algo evidente y yo un pobre tonto incapaz de comprender el idioma—. ¡Si duerme es solo en su cama, si bebe tiene que ser solo en su vaso y si pisa el suelo solo tiene que ser su suelo! —resopló—. Hasta ahora lo había dejado estar pero, con todo lo que está pasando, no puedo permitir que siga viviendo ahí.
Sí, en eso estaba de acuerdo. No por nada me había ofrecido a acompañarle en aquel viaje infernal hasta Haneum.
La localidad se encontraba en un recóndito lugar del sur al que se llegaba a través de carreteras de doble sentido llenas de curvas, baches, piedras y desniveles varios que me habían puesto el estómago del revés. Sin embargo, el carácter de aquella señora octogenaria tenía pinta de ser fuerte y me daba que convencerla para que se viniera con nosotros a la ciudad requeriría de un tacto y de una mano izquierda que Tae, que era un temperamental de cuidado, no tenía.
No sería fácil. Pero había que intentarlo. La gravedad de los incidentes de los últimos meses no daban otra opción.
—¡Oh, joder!
La exclamación de Jung Kook, mi amigo de toda la vida, retumbó desde el asiento trasero justo cuando atravesábamos un escollo. El todoterreno negro brincó y a mí se me revolvieron las tripas. Ay; ¿pero por qué había tenido que comer yo nada en la parada?
—¡Ey! ¡Atended! —Mi amigo mantuvo sus exclamaciones, ajeno al bache y a mi malestar—. ¡Oíd! ¡Esto es fuerte! ¡Muy fuerte! ¡Se han filtrado detalles de los excursionistas muertos!
—¿Y qué dicen? —Me giré, intrigado.
—Confirman que los fallecidos eran tres pero, por lo visto, no se trataba de turistas —explicó, semi tumbado, con la cabellera castaña contra la puerta y los ojos pegados a la pantalla del teléfono—. Uno de ellos residía en la misma Haneum y había invitado a los otros dos a pasar unos días de vacaciones en su casa. La versión oficial dice que la causa de la muerte fue el ataque de un animal pero hay un tipo que asegura que los vio y que estaban crucificados en los troncos de los...
—Déjalo ya, ¿quieres?
Tae Hyung detuvo el coche de un frenazo.
—¡Bastante tengo con tener que estar aquí otra vez! —Se volvió, contrariado—. ¡Ahórrate los detalles de lo que les hizo el demonio! ¡No lo quiero saber!
—Sí... Claro... —El rostro de Jung Kook se tornó blanco como la cal—. Perdón, Tae.
—¡No, ni perdón ni nada! —Éste siguió, cada vez más histérico—. ¡Ya que te has empeñado en venir, evita regodearte en temas escabrosos y usa el teléfono para algo útil como, por ejemplo, encontrar estrategias que convenzan a personas testarudas de que se muden!
—Tae, para —decidí intervenir—. Kook, ya se ha disculpado.
—¡Lo sé! —El aludido agitó la cabellera rubia, con agobio, se deshizo del cinturón de seguridad y se bajó del coche—. ¡No quiero enfadarme! ¡Es culpa de este maldito sitio! ¡Encima va a oscurecer! ¡Y tenemos que seguir lo que nos queda a pie!
Jung Kook se arrimó a mi asiento con un gesto de desolación absoluta.
—Jimin, me ha... —titubeó—. Gritado.
—No se lo tomes en cuenta —traté de quitarle importancia, antes de deshacerme yo también de cinto—. Tiene un mal recuerdo de su niñez pero ahora es una persona adulta de veintisiete años. Se relajará cuando vea que no pasa nada.
—Eso espero.
Y, por mi propio bien, yo también.
Lo último que quería era ejercer de mediador entre ellos, como, por ejemplo, me había tocado el día en el que se enzarzaron en una discusión absurda por unos vasos o cuando se empujaron para entrar a la atracción del parque de diversiones antes que el otro. Sin embargo, en cuanto puse los pies en aquel camino de adoquines y tiré de la maleta, comprobé que el ambiente de Haneum era tan peculiar que lo extraño sería vivir allí y no terminar de los nervios como Tae Hyung.
El pueblo era pequeño y todo en el lucía inmaculado, pulcro y limpio pero también vacío. Pese que aún había luz, no quedaba nadie en la calle y las pocas personas que detecté estaban dentro de sus casas y se afanaban en enganchar candados a las verjas de acero que tenían en ventanas y puertas. Además, parecían llevar mucha prisa. Algunos incluso miraban al cielo con aprehensión.
—Qué lugar más raro. —A Jung Kook la situación le chocó tanto como a mí—. Se toman muy a pecho el cuento del demonio.
—Histeria colectiva —decidí—. El miedo se contagia.
De hecho, a medida que nos fuimos acercando a la casa de la abuela Kim, yo mismo empecé a notar una sensación de desasosiego que se multiplicó cuando llegamos y percibí una presencia a mi espalda.
Me volví.
No había nadie, claro.
—¡Bienvenidos! —La propietaria de la casa nos abrió, ataviada con un vestido de lo más elegante, un moño alto que recogía sus mechones de plata y una radiante sonrisa—. ¡Os estaba esperando!
—¡Mi osito! —Fue directa a abrazar a su nieto—. ¡Cuánto te he extrañado!
—Abuela... —A Tae Hyung se le subieron todos los colores—. Yo también me alegro mucho de verte pero no me llames osito, que no he venido solo y...
—¡Ay, no seas seco!
No pude evitar reírme cuando le plantó un par de besos, le soltó y se lanzó a examinar a Jung Kook.
—¡Oh, caramba! —Analizó su brazo repleto de tatuajes—. Ah... Qué gran estilo. Si no tuviera la piel hecha una pasa yo también me haría unos cuantos. —Se centró en su cara—. ¿Cómo te llamas?
—Jeon Jung Kook, señora.
Hablaron más pero no los escuché. Un intenso frío me agarrotó de repente el cuerpo y el graznido de las aves me taladró los tímpanos.
Un... Segundo...
¿Aves?
Me giré de nuevo. Un grupo de cuervos habían aparecido de la nada y parecían vigilarme desde las copas de los árboles. Y luego estaba esa oscuridad creciente que envolvía el suelo y, en general, todo a su paso. Tragué saliva. Era inquietante.
—¿Y tu, tesoro? —La pregunta de la señora me devolvió a la realidad—. ¡Qué lindo eres!
—Muchas gracias. —Le dediqué una inclinación formal—. Me llamo Park Jimin.
—¿Jimin, el novio de mi nieto?
Poco me faltó para caerme al suelo de la impresión. Cielos; ¿novio? ¿Qué novio? ¿Pero qué le había dicho Tae?
—Anda, abuela, no le agobies, que está cansado. —Por descontado, el culpable saltó como una bala y evadió la conversación y, de paso, también la responsabilidad—. Uf; ¡qué hambre tengo! ¡Me rugen las tripas! ¡Creo que si no me haces uno de tus guisos me desmayaré!
Entraron. Jung Kook se me acercó y murmuró un "esta señora me cae genial" a lo que yo asentí antes de disponerme a seguirle. Sin embargo, una de las ruedas de la maleta se me atascó en un agujero de los adoquines. Me quedé en el sitio. Vaya suerte.
Me agaché. Forcejeé por liberarla. Noté de nuevo el frío. Desazón. Intranquilidad. Y entonces le vi.
Alguien me observaba. Estaba en medio de la calle, cubierto de pies a cabeza con una capa negra a través de la cual solo alcancé a distinguir una mirada muy penetrante.
Dios mío.
Solté el equipaje. Avanzó un par de pasos. Retrocedí, con el corazón a mil por hora y un intenso temblor recorriéndome todo el cuerpo.
Qué...
Quién...
—¿Jimin? —Tae Hyung reapareció en el quicio, alertado por el golpe de la maleta, y la levantó—. ¿Qué te pasa? ¿No puedes con ella?
—No es que...
Parpadeé, sin saber muy bien qué contestar.
En las copas de los árboles ya no había ni un solo cuervo y la calle estaba desierta.
N/A: ¿Irían a un lugar como Haneum? ¿Qué harían si les pasa lo que a Jimin?
Cuídense mucho. Nos leemos en la siguiente actualización ❤️
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