v. el vínculo
▬▬ capítulo #5 ▬▬
❛❛ el vínculo.❜❜
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el siguiente capítulo,
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—Eso es todo por hoy—dijo Mina a su grupo de alumnos—. No olviden abrigarse, el clima está cambiando.
—Sí, instructora—respondió Panda, ganando una mirada por los presentes, ya que era el menos indicado para responder.
—Salmón.
La mujer se despidió de los adolescentes agitando su mano con gran satisfacción, disfrutaba entrenar con su grupo de estudiantes, cada uno tenía una habilidad que destacar; esperaba que ellos lo pasaran igual de bien. Mientras Maki, Panda y Toge caminaban por delante, Okkotsu iba un poco más distraído de lo normal, cosa que terminó alertando a su instructora de combate.
—Cariño, ¿pasa algo?—preguntó inevitablemente.
—No, nada—murmuró Yūta cargando la funda de su katana en la espalda—. Solo... se sintió extraño.
—¿De qué hablas? ¿Extraño?
—Como un mal presentimiento.
La expresión en el rostro de la mujer cambió a una de confusión, pues ella no sentía nada a su alrededor como para pensar en un peligro, sin embargo, Okkotsu era grado especial, cualquier anomalía podía significar algo, o no.
—Seguramente tiene que ver con Rika, por ahora vayan a descansar—Mina palmeó el hombre de Yūta con suavidad, el más joven esbozó una sonrisa antes de asentir.
—¡Hasta luego, instructora!
Mina le devolvió el gesto antes de tomar la dirección contraria. Una vez que todos sus estudiantes se alejaron, revisó su teléfono, encontrándose con mensajes de su hermana ya que estuvieron compartiendo información sobre los pergaminos que encontraron.
Cada vez que leía aquellas hojas antiguas se le revolvía el estómago, pensaba en cuanto mal ocasionó su familia para llegar al extremo de hacer sacrificios cada cierta cantidad de años.
Pero si lograba evitarlo, quizás podría deshacerse de esa horrible tradición de una vez por todas.
La mujer paró en seco cuando tuvo una extraña sensación, ese mal presentimiento. Confundida, Minari volteó, a simple vista no había nada fuera de lo común, pero aquella sensación se hacía cada vez más fuerte, no lograba identificar de dónde venía, hasta que alzó su vista hacia el cielo.
A lo lejos se podía observar una maldición con la forma de un ave, tenía intenciones de caer en la escuela, justo en la dirección que sus estudiantes tomaron. Sin pensarlo dos veces, Mina corrió hacia ese mismo punto, a medida que se acercaba podía sentir que no se trataba de una maldición común y corriente, además, había más de un rastro de energía maldita.
A algunos metros, el grupo de estudiantes de primer año observó aquella curiosa criatura acercarse con lentitud.
—Que inusual—dijo Maki al ver a la criatura.
—Yūta estaba en lo correcto.
—Salmón.
En cuanto el ave aterrizó, un hombre se paró a su lado, haciendo que el grupo de adolescentes se prepare para un enfrentamiento. Aquel chamán llevaba una vestimenta tradicional que resaltaba por el rakusu de colores brillantes, de haber visto a una persona con una apariencia tan peculiar, estaban seguros de que lo recordarían fácilmente.
—Tú no trabajas aquí—señaló Maki con amenaza en su tono, mientras extendía su arma en señal de defensa.
—No reconozco esa maldición.
—Huevas de salmón.
—¡Miren ese pajarraco!—exclamó Okkotsu, sin entender lo que ocurría.
—Este sitio sigue idéntico...—murmuró el hombre frente a ellos, como si buscara ignorar al resto de los presentes.
—¡Señor Getō! ¿De verdad estamos en Tokio?—dijo una voz femenina, se trataba de una chica que salía de la boca del pájaro acompañada por dos personas más—. Huele a campo.
—Nanako, no seas grosera.
—¿Qué? ¿No piensas lo mismo, Mimiko?
—Suficiente, baja de una vez.
—¿Y tú no tienes frío?—murmuró la chica antes de girar su vista hacia el frente—. ¡Oh, un panda! ¡Miren que bonito!
—¡A Yūta no le gustan los intrusos!—dijo el Jugai.
—¡Algas!
—¡Váyanse antes de que Yūta les dé una paliza!—añadió Maki, haciendo que su compañero se ponga nervioso.
Antes de poder decir algo, el hombre de larga cabellera negra se aproximó hasta Yūta, tomándolo de las manos como si se tratara de un amigo.
—Mucho gusto, Okkotsu, Soy Suguru Getō—dijo—. Posees un poder maravilloso, ¿no? Pues verás, yo considero que las grandes habilidades debe utilizarse para grandes fines: ¿Alguna vez te has cuestionado el estado del mundo?
—¡Yūta!—la voz de Minari se hizo presente, había llegado para poner a sus alumnos detrás de ella—. No tienes que responderle nada, ven aquí.
—¡Mina! Que gusto verte—exclamó Suguru, mirando a detalle a la mujer—. ¿Cómo estás? No te preocupes, solamente necesito un minuto con el chico.
Ante la interacción entre el hechicero y su instructora, los estudiantes buscaron una respuesta por parte de Minari, quien solo miraba a Getō con preocupación.
—¿Lo conoce?—preguntó Maki en un murmuro.
—Por desgracia.
—Como decía, se estableció una paradoja en la que el fuerte debe acomodarse ante el débil—Getō se lanzó a abrazar a Okkotsu—. ¡Qué lamentable! El pináculo de la creación ha detenido su propia evolución... ¡Es un sinsentido! Va siendo hora de que la humanidad cambie su estrategia de supervivencia, y es por eso que queremos que nos ayudes.
—¿Qué ayude con qué?
—Mataremos a todo aquél que no sea hechicero, crearemos un mundo solamente para nosotros—soltó con simpleza.
Los jóvenes quedaron estupefactos ante aquellas palabras, no podían creer que ese hombre tuviera como objetivo eliminar a casi toda la población. Mina comenzó a caminar hacia ambos, con el fin de proteger a Okkotsu de cualquier movimiento que su ex compañero pudiera realizar, al notarlo, Suguru se dirigió a ella.
—Minari—llamó el hombre con tranquilidad—. ¿Cuál es la prisa? Todavía no me responde.
—Getō, déjalo tranquilo—pidió—. Es un niño, solo tiene dieciséis.
—Todos lo fuimos alguna vez—agregó haciendo que la mujer levante la vista hacia él—. Tú, Nanami, Haibara... aun así lidiaron con la verdad sobre este mundo.
—Es diferente—murmuró ella.
—Tú siempre me has comprendido, Mina. Sé que lo entiendes, solamente podemos ser libres si los hechiceros dominamos el orden mundial—dijo el hombre, posando una mano en su hombro—. Eres bienvenida, estuve esperándote pero veo que estuviste... ocupada.
—¿Podrías dejar de predicarles tus disparates a mis alumnos?—una voz masculina se hizo presente, haciendo que volteen—. Sabes que ella tampoco te seguirá, deja de ser tan obstinado.
—Satoru...
La expresión de Getō adoptó total indiferencia, como si la presencia de Gojo alterara todo, al menos, así lo sintió Mina.
—¡Satoru! ¡Cuándo tiempo!—dijo con una sonrisa.
—Aléjate de ellos, Suguru.
A sus espaldas, el director Yaga, junto a varios hechiceros que superaban el primer nivel se encontraban listos para enfrentar al hechicero. Kento iba algunos pasos detrás de Satoru, pero atento hasta al mínimo movimiento que pudiera realizar.
—Mina—llamó, causando que su esposa lo mire—. ¿Estás bien?
—Sí—respondió la mujer buscando tranquilizarlo—. Getō, ya suéltalo, por favor.
—Tranquila, Shinohara, o debería decir Nanami—respondió—. Escuché que finalmente se casaron, esperé una invitación pero nunca llegó, que triste, recuerdo que hablábamos por horas, ¿ahora te comió la lengua el gato?
Mina frunció el ceño con molestia, no quería iniciar una pelea, pues sabía que no vencería y pondría la vida de sus estudiantes en riesgo. Pero le costaba creer que ese hombre era el mismo Suguru Getō que conoció en su adolescencia, aquél que creyó era distinto a cualquier hombre que hubiera conocido.
El chico que sonreía con tanta paz y la escuchaba hablar por horas se había esfumado, solamente quedaba un hombre consumido por la ira.
—Me habían dicho que los de primer año eran excepcionales, pero ahora lo entiendo, conque era obra tuya—dijo Getō, mirando a Satoru—. Un humano maldito de clase especial, un jugai anómalo, un usuario del discurso maldito, y también... el fracaso de la familia Zen'in.
—¡Desgraciado!—exclamó Maki apuntando su arma contra Getō.
—Ten cuidado con lo que dices, porque no necesito a monos como tú en mi mundo...
Apenas dijo esas palabras, Mina liberó su ritual, dejando ver un arma larga y filosa de color esmeralda brillante. La mujer apuntaba directamente al rostro de Getō, para luego tomar a Yūta por el brazo y atraerlo hacia ella.
La tensión del aire aumentó, dejando a todos con miedo ante lo que pudiera ocurrir. Kento dio un paso al frente, dispuesto a protegerla, pero Gojo lo detuvo poniendo una mano por delante.
Por otro lado, Suguru solamente soltó una risa sarcástica, sin apartar la vista de Shinohara.
—No vuelvas a llamarla de esa forma—soltó la mujer en un tono severo—. Y deja a Yūta en paz, es mi última advertencia.
—¿Llamas a esto una advertencia? siempre tan impulsiva—dijo el hombre, esbozando una sonrisa falsa—. Veo que por fin formaste algo de carácter, así que te lo dejaré pasar, por otro lado, Okkotsu ¿Qué me dices...?
—Lo siento—cortó el menor—. No entiendo mucho de lo que hablas, Getō, pero no puedo ayudar a alguien que insulta a mis amigos.
Getō suspiró frustrado, harto de las actitudes de todos. Mina se alejó tomando a Yūta por el hombro, hasta juntarlo con sus compañeros.
—Lo lamento, no era mi intención ofender...
—¿Y qué esperabas conseguir al venir?—Satoru finalmente intervino, poniéndose en medio del grupo.
—Declararles la guerra—dictó.
Las palabras de Suguru alertaron a todos los presentes, Minari se limitó a escuchar, preocupada de que podía ocurrir con Yūta más adelante.
—Presten atención: el próximo 24 de diciembre al anochecer, celebraremos el desfile nocturno de los cien demonios, se hará en los mayores crisoles de maldiciones, Shinjuku en Tokio, y la meca de la hechicería, Kioto—comenzó a decir —. Liberaremos mil maldiciones en cada lugar, y por supuesto, sus órdenes serán masacrar si no quieren que se desate un infierno, tendrán que detenernos ¡Vamos a maldecirlos con total libertad!
24 de diciembre, una fecha muy cercana a la ceremonia de la familia Shinohara, los pensamientos Mina comenzaron a acumularse inevitablemente.
Pronto, las ideas tomaron forma, era una oportunidad perfecta; tal vez, y solo tal vez, podría utilizar al desfile maldito como excusa para detener la ceremonia de los Shinohara.
La tensión en el aire volvió a romperse cuando una de las chicas que acompañaba a Getō soltó un grito preocupado.
—¡Señor Getō! ¡La tienda está por cerrar!
—¿Tan tarde se nos hizo?—dijo Suguru—. Lo siento Satoru, las chicas insisten en probar las crepas de la calle Takeshita.
—¡Dese prisa!
—Me retiro—soltó sin mayor importancia—. No entiendo que le ven a ese sitio lleno de monos...
—¿Crees qué te dejaré irte?—dijo Gojo, ganando que Suguru pare en seco.
—No te recomiendo intervenir.
Una maldición enorme emergió del suelo, poco despues, otro grupo de maldiciones más pequeñas rodearon a Mina y a los estudiantes.
—Tus queridos alumnos están a mi alcance—dijo—. En fin, nos vemos en el campo de batalla.
—¡Quédense detrás!—exclamó Mina, comenzando su ritual para acabar con las maldiciones.
A través de energía maldita, Mina invocó un arma muy parecida a la que Maki portaba, esta brillaba en color verde y solamente dañaba a las maldiciones.
De inmediato, los hechiceros presentes comenzaron a exorcizar a las maldiciones, pero Satoru estaba perplejo, se limitó a verlo alejarse acompañado de su gente. En cuanto exorcizaron de todas las maldiciones, Kento se acercó hasta su esposa para asegurarse de que estuviera a salvo.
—¿Te hizo daño?
—No, pero fui imprudente, me dejé llevar por el enojo—agregó la mujer—. Lo lamento.
—Habría preferido que lo golpees—dijo Gojo pasando por el lado de todos con las manos en los bolsillos—. ¿Ustedes están bien?
—Sí—respondió Yūta—. Profesor, instructora ¿Quién era él?
—Hay que mejorar la seguridad de este lugar—cortó Satoru—. Vayan a descansar, nosotros nos encargaremos del resto.
El grupo de adolescentes se miraron confundidos ante la evasión de su maestro, no comprendían por qué había tanto misterio. Mina se limitó a verlo alejarse, sabía cuánto le dolía la presencia de Suguru Getō, y en lo que se había convertido.
En cuestión de días, todos los hechiceros de la escuela se encontraban reunidos para hablar de la declaración de guerra de Getō. Mina se limitaba a escuchar lo que el resto decía antes de iniciar la reunión, muchos se mostraban temerosos debido al rango de poder el chamán.
La azabache quedó pensativa ante los ideales de Suguru, temía hasta dónde podía llegar con tal de conseguirlos, pero al mismo tiempo, Mina ideaba una forma de convertirlo en un impedimento para su familia.
El desfile maldito requeriría de muchos hechiceros. Si lograba convencerlos de participar en la pelea, tal vez, quizás conseguiría tiempo.
—Getō es un brujo de clase especial que controla espíritus malditos—dijo Ijichi leyendo un papel—. Es capaz de atraer y controlar maldiciones de origen natural. Fundó sectas para recolectar maldiciones de sus seguidores, aún debería poseer sus antiguas maldiciones, dado que ha habido menos reportes estos últimos años... debería tener alrededor de 2000 de ellas en su poder.
Mina y Kento cruzaron miradas ante lo último, era un número elevado para una sola persona. Aun así, no dudaban de la capacidad de Getō.
—Estadísticamente, la mayoría debe ser menor a la segunda categoría—aclaró Yaga—. Y siendo generosos, no puede haber más de 50 brujos.
—Esa es la parte más aterradora—añadió Satoru—. Él jamás iniciaría una guerra que no fuera capaz de ganar.
—Goddamn!—exclamó el director con molestia—. Convoquen a todos los alumnos, los tres clanes, a los hechiceros Ainu ¡Esto es guerra! ¡Esta vez vamos a exorcizar a Getō por completo!
Shoko fue la primera en dejar la habitación, no mostraba interés en participar en la pelea. Poco a poco, la reunión fue disolviéndose, los hechiceros estaban preocupados por el desenlace de aquella terrible batalla.
Cuando Mina y Kento estaban por retirarse, el director Yaga se interpuso en su camino, llamando la atención de ambos.
—Mina—llamó el hombre—. Debo hablar contigo.
La mencionada asintió, Kento dejó la habitación para esperar a su esposa afuera, mientras ella charlaba con Masamichi y Gojo.
—Eres la única con acceso—añadió el director—. La comunicación con el clan Shinohara es casi nula, y de no ser necesario, no te pediría tal cosa.
—Lo entiendo...—murmuró ella—. Lo haré, profesor, hablaré con mi abuelo, convocaré a todas las hechiceras que pueda para esta pelea.
Satoru miraba la escena en silencio, había notado la forma en la que su amiga apretaba los puños, trataba de ocultar el temblor en sus manos. Todos conocían la peculiaridad del clan Shinohara, pero ella era víctima sus abusos.
Minari accedió únicamente por Yuriko, llevarla a la batalla era mucho más seguro que tenerla encerrada en esa mansión, era un movimiento perfecto.
Lo necesario para sobrevivir.
Al salir de la reunión, la mujer caminó junto a Kento en silencio, condujeron hasta su hogar de la misma forma. Mina estaba sumida en sus pensamientos, tan hundida que no era capaz de hablarlo con él.
Estaba aterrada de lo que pudiera ocurrir, aun así, debía mantenerse firme.
—¿Qué fue lo que Yaga te pidió?—soltó Kento, rompiendo el silencio de largas horas.
Ella estaba sentada en el sofá de su sala, mientras el rubio se apoyaba contra la pared. Mina suspiró, pasando los dedos por sus ojos para espantar al estrés.
—Que hable con mi familia—murmuró—. Quiere que convoque a mi clan para pelear en el desfile.
Una vez más, el silencio se hizo presente. Kento no estaba de acuerdo, y Mina quería hacerlo de todas formas.
—No tienes...
—Sabes que lo haré de todas formas, Ken—cortó de inmediato—. Es mi última oportunidad, si esto no logra convencerlos de parar la ceremonia, tendré que intervenir yo misma.
—Estás siendo imprudente.
—¿Qué harías en mi lugar?—preguntó con tristeza—. ¿Qué pasaría si un día tu familia decide matar a la única persona que fue buena contigo en tu infancia? ¿Dejarías qué muera?
—¿Y qué pasa si te obligan a tomar su lugar? ¿Qué esperas qué haga yo si te pierdo?—dijo alzando la voz levemente.
La azabache sintió aquellas palabras como un golpe de realidad, finalmente tenía sentido. Su esposo no era indiferente ante lo que ocurría, solamente temía perderla.
—Te lo pido, Mina—pidió el hombre, tomando las manos de su esposa—. No regreses.
Mina sintió un nudo en su garganta, estaba conmovida. Se limitó a suspirar agotada, había una decisión por tomar.
—Tengo que hacerlo—susurró—. Sé que tienes miedo, yo igual, pero también sé qué harías lo mismo que yo...
El rubio asintió derrotado, no podía imponerle las cosas. Sabía que el corazón de Mina no aguantaría darle la espalda a alguien que necesita de su ayuda.
—Iré contigo—Nanami alzó su mirada—. Si vas a arriesgarte, quiero estar ahí para protegerte, no me importan las consecuencias, no lograrás persuadirme.
La azabache agachó la vista, ocultando la molestia en su rostro.
—Lo último que quiero es...
—Sí, lo sé, pero no harás esto sola—murmuró el hombre, causando que ella levante la mirada—. Ya no estás por tu cuenta, Hope.
Su mirada se suavizó casi de inmediato, aceptando la condición de Nanami. El rubio plantó un beso en la frente de su esposa, esperando poder transmitirle tranquilidad.
—Eres terco, y molesto.
—Yo también te amo.
Apenas se pararon en la entrada de la mansión, Mina sintió su corazón acelerarse, trató de ahuyentar toda señal de miedo que su cuerpo pudiera mostrar y caminó por el jardín hasta entrar. Junto a ella, Ken la seguía con la mirada, podía notar el nerviosismo en sus ojos, así ella quisiera ocultarlo.
En cuanto cruzaron la entrada al salón principal, se encontraron con Hideki, rodeado de alguna de sus hijas. Junto a él, Yuriko Shinohara miró con sorpresa a su prima entrar acompañada por Nanami.
La madre de Mina se puso de pie en cuanto notó su presencia, igual de sorprendida que todos.
—Mina—murmuró Ume, quién también estaba en la habitación.
—Niña mía que gusto tenerte con nosotros—el anciano soltó las manos de Yuriko para caminar con dificultad hasta su nieta—. Ven, ven aquí.
—Abuelo—la azabache hizo una reverencia ante Hideki—. A mi también me alegra verte, pero...
—Veo que tu esposo viene contigo—cortó el hombre, caminando hacia el rubio—. ¿Cúal era tu nombre?
—Kento Nanami, señor—dijo haciendo una reverencia ante el anciano.
—Claro, Nanami—repitió—. Me alegra verte, han pasado muchos años, ya había olvidado tu rostro por completo.
—Abuelo, tenemos algo importante que decirte—dijo Mina tomando el brazo del anciano—. Pero necesito... a todas las hechiceras de la casa.
—¿De qué hablas, Minari? Tus hermanas están muy ocupadas para esto, la ceremonia será en pocas semanas—interrumpió—. Tu madre está aquí, si se trata de un embarazo no es necesario reunirlas, Hina se encargará de decirles.
—No, no estoy embarazada—al sentir la mirada de su abuelo y su madre sobre ella, Mina comenzó a sentirse intimidada por ellos—. Es que...
—Señor Shinohara—llamó Kento—. Quizás deba escucharla, por el bien de su familia.
Ante aquellas palabras, Hideki lo miró confundido, todavía no comprendía la gravedad del asunto. Pasaron un par de minutos hablando de lo ocurrido en la escuela, dejando al anciano con más preguntas que respuestas.
—Un clase especial, dices...—murmuró.
—Así es—agregó Mina—. El director Yaga cree que con la ayuda de nuestro clan, podemos ganar esta batalla y evitar un genocidio.
—¿Nuestra ayuda?—enfatizó el abuelo—. ¿Ese hombre sugiere qué preste a mis hijas a una pelea como esa?
La menor de las Shinohara se calló ante el cambio de voz en su abuelo, mientras que Hina miró con desprecio a su hija. Al notar que su madre caminaba hacia ella, inevitablemente Mina comenzó a retroceder sobre sus propios pasos.
—¿Te ofreciste para esto?—espetó la mayor—. Apareces una vez al año solamente para pedir que tu familia se presente a una guerra que no es de nuestra incumbencia ¿Cómo tienes el atrevimiento, Minari?
—Madre, esta pelea incumbe a todos los hechiceros—respondió la hija, con la voz cada vez más débil—. Los tres clanes se unirán, si podemos ayudar de alguna forma...
Hideki levantó la mano, haciendo que las mujeres se callen de forma inmediata. Kento, quién se encontraba parado a espaldas de Mina, sintió a su esposa sujetar su brazo, estaba asustada.
—24 de diciembre—farfulló—. A tan solo días de nuestra ceremonia.
La azabache levantó la vista ante sus palabras, ni siquiera había tocado el tema, pero tarde o temprano lo haría.
—Abuelo...
—La ceremonia requiere de una gran cantidad de energía maldita, al igual que la presencia de todas las mujeres posibles—añadió—. ¿Esperan qué mande a mis hijas a pelear tras una tarea tan pesada como esa?
Minari se mantuvo en silencio, completamente decepcionada. En el fondo lo sabía, esperaba una respuesta como esa, sin embargo, quedaba una salida.
—Tal vez... podamos...—tartamudeó la mujer de forma casi inaudible, el miedo estaba consumiéndola por completo.
—Quizás podamos mover la ceremonia.
Una voz a sus espaldas causó que todos los inmersos en la conversación voltearan. Yuriko Shinohara se puso de pie para caminar hasta ellos.
—Abuelo, yo considero que participar en esta pelea nos daría estatus, quizás ganemos algún reconocimiento por los altos mandos—explicó Yuriko—. Si me lo permiten, yo deseo pelear, y después de haber vencido, continuaremos con nuestra tradición.
—Yuriko...—susurró Mina, orgullosa de la valentía de su querida prima.
La sonrisa de ambas desapareció en cuánto Taiki alzó el bastón que lo ayudaba a pararse, golpeándolo con fuerza contra el estómago de Yuriko. Mina se cubrió la boca por un instante, el susto ocasionó aquel reflejo.
Kento se vio igual de sorprendido, pues el anciano Shinohara no aparentaba ser demasiado fuerte, pero Yuriko sujetaba su estómago en el suelo, asustada de volver a pararse.
—No recuerdo haberte incluido en la conversación—soltó el anciano con desprecio—. ¡No interrumpas a tus superiores! ¡No te educamos de esa forma!
Kento y Mina se agacharon para socorrer a Yuriko, no estaba lastimada de gravedad, tal parecía que el susto fue lo peor de la situación, pues la prima de Mina no era capaz de levantar la vista.
—¿Estás bien?—preguntó Kento, mientras Yuriko asentía completamente avergonzada.
Minari acarició la espalda de su prima buscando tranquilizarla mientras la ayudaba a pararse, justo como lo hacían en su niñez.
—¿¡Por qué te importa lo qué pase con ella!? ¡Muchacho! ¡Esta es la única forma de recordarle su lugar a una mujer!—exclamó el abuelo, al notar la actitud de Kento—. ¿Esperas que Minari te respete si no sabes cómo reaccionar?
Ante aquellas palabras, Nanami se puso de pie nuevamente frente a Taiki.
—Con todo el respeto que se merece—dijo en tranquilidad—. No soy capaz de golpear a Mina con tal de mostrar mi autoridad. Soy su esposo, no su dueño.
—¿Qué insinúas?—soltó el mayor con enojo—. ¿Cuestionas mi forma de educarlas?
—Cuestiono cada una de sus acciones, como padre, abuelo y líder de un clan—afirmó finalmente.
Luego de ayudar Yuriko a pararse, Mina se aproximó hasta Nanami, poniéndose en su delante para evitar que continúe esa discusión.
—Cielo, no...
—¿Cómo lo llamaste? Es tu esposo, Minari ¡Trátalo como tal! ¡Los apodos son propios de una corriente!—gritó el hombre, mientras Hina tomaba su brazo buscando calmarlo.
—Padre, no te exaltes, es peligroso.
—¡Hina, tu hija se convirtió en una mujer tan vulgar como tú! Será mejor que te pongas firme con ella—ordenó, casi escupiendo contra la madre de Mina.
—Sí—se limitó a decir, agachando la cabeza.
—Y tú—Hideki se acercó hasta Kento, quién ni siquiera se movió ante las amenazas del abuelo—. Eres el esposo de mi nieta, si no eres capaz de aceptar a la familia de Minari ¡No la mereces en lo absoluto!
—Se equivoca—dijo Kento—. Creo firmemente que soy merecedor de su amor, y que alguien que la ama no se atrevería a levantarle la mano.
Taiki se notaba cada vez más enfurecido por el desafío de Nanami, Hina no se atrevía a levantarse contra su hija en presencia de su padre. Por otro lado, Minari sentía que iba a desmayarse en cualquier momento.
Tenía la garganta seca por el miedo, mordía el interior de su mejilla para evitar que sus ojos cristalizados se transformaran en un llanto incontrolable.
—Dile a Yaga que no verá a ninguna de mis hijas en ese maldito desfile—afirmó el anciano—. Ni siquiera a ti, ¿entendiste, Minari?
—Sí, abuelo—respondió ella, con la mirada baja para evitar que sus familiares la viesen de esa forma.
—¡Esto es inaudito! ¿Cómo se atreven a siquiera pensarlo?—el anciano continuó protestando de forma casi inaudible.
Minari vez se aferró al silencio y la quietud, estaba avergonzada, asustada, como si no tuviera escapatoria. Pero esos horribles días habían terminado, y Kento no permitiría que vuelva a temer de su familia.
—Debemos retirarnos—habló el rubio finalmente, posando una mano en el hombro de su esposa.
Hideki refunfuñó buscando sentarse nuevamente. Mientras el matrimonio Nanami dejaba la habitación, Ume sujetaba a Yuriko, quien contenía su llanto ante la vergüenza de la escena. La hermana mayor de Mina aprovechó que Hanako y Hina trataban de calmar al abuelo para salir en busca de la menor.
En cuanto los esposos dejaron el enorme salón, Mina levantó la vista, encontrándose con aquel pasillo que le traía tantos recuerdos. Estaba sumida en la frustración, sentía al enojo correr por todo su cuerpo, mientras se convencía a sí misma de que su llanto solamente empeoraría todo.
—No debimos venir—soltó finalmente, cuando ya se encontraban en los jardines de la mansión—. Debí escucharlas y alejarme en cuánto pude...
La rabia se entonaba en la voz de Minari, algo que no ocurría muy seguido, pasó sus manos por el rostro una y otra vez buscando espantar las lágrimas de impotencia que amenazaban con salir. Al notarlo, Nanami se acercó para tratar de calmarla, conocía los arranques de Mina a la perfección, pero no era lo que necesitaban en ese momento.
—Mina—el rubio trató de llamar su atención posando una de sus manos en su hombro, pero en cuanto sintió aquel tacto, ella se apartó bruscamente.
—No me to...—al darse cuenta de su acción, Mina se arrepintió inmediatamente, sintiendo culpa de lo que acababa de hacer—. Lo lamento.
—Tranquila, es un mal momento—murmuró el hombre, comenzando a darse cuenta de su error.
Cada vez que Mina regresaba a la Mansión, era como si su memoria retrocediera en el tiempo: los viejos hábitos salían a relucir, poniendo en evidencia cada una de las torturas que vivió en ese lugar.
Su cuerpo recordaba con exactitud los golpes, flagelos y castigo que alguna vez recibió, haciendo que el simple hecho de ver esos oscuros pasillos destapara ese tipo de reflejos.
—No sé qué hacer, Ken—murmuró agotada, ocultando su rostro con las manos.
—Puedes empezar con dejar de lloriquear, Minari.
La voz femenina hizo que la mencionada se reincorpore, sin poder creerlo. Ume caminaba hacia ellos con calma reflejada en su rostro, como si nada hubiera pasado.
—Vas a avergonzar a tu esposo, contrólate—la mayor le entendió un pañuelo para que pudiera limpiarse, ya que algunas lágrimas lograron escapar de sus ojos.
La menor lo recibió, absolutamente sorprendida por las acciones de su hermana.
—Sí, perdón—Mina susurró limpiando su rostro con el pedazo de tela.
—Ya nos vamos, le pido que deje a Mina en paz por ahora—dijo Nanami a la defensiva de su esposa, era claro que todos los Shinohara lograron colmar su paciencia.
—Ahórrate el discurso, Nanami, no voy a atormentarla—cortó Ume—. Solamente vengo a recordarle que sin importar lo que diga nuestro abuelo, nuestros planes siguen en pie.
Ante las palabras de su hermana mayor, Mina levantó sus ojos hacia Ume, con extrañeza aún reflejada en su mirada.
—¿Alguien te ha dicho que pareces uno de esos monos con ojos saltones cuándo lloras?
—¿A qué te refieres con sus planes?—preguntó el rubio.
—Yuriko está en el ojo de la tormenta, pedirle que sea cómplice es firmar nuestra propia sentencia. Si la hacemos parte, nos descubrirán antes de que hagamos el primer movimiento—aclaró Ume—. Además, se perdería el factor sorpresa.
La mayor de las Shinohara extendió su mano hasta Minari, revelando dos cadenas de plata sobre su palma. No parecían tener nada en particular, salvo su similitud, ante esto, Mina volvió a levantar su vista sin comprender.
—No es el Rey de las Maldiciones, tú lo has dicho, pero no deja de ser el espíritu que envenenó a esta familia—dijo—. Es simple, Yuriko no obtuvo su ascenso por la influencia familiar, pero ambas sabemos que es capaz de acabar con espíritus malditos de primer nivel. Si se unen para encapsularla, formar un vínculo con las cadenas, nos desharemos de la Arpía come Almas de una vez por todas.
Los cabos sueltos comenzaban a atarse en su cabeza, mientas recordaba las palabras exactas que utilizó con Okkotsu cuando comenzó a entrenarlo.
"Exorcizar a una maldición así es casi imposible, pero deshacerla es otra historia. Debes hallar miles y miles de nudos de energía maldita para desenredarlos uno por uno".
—Transferir la maldición hasta que la controlarla en su totalidad...—repitió Mina, finalmente entendiéndolo.
—Un arma es arriesgado y evidente, en cambio, un par de cadenas son fáciles de enterrar—afirmó Ume—. Pequeño y simple, lo sé, pero es todo lo que necesitamos, Mina.
Kento observó en silencio, comenzando a comprender la estrategia de Ume Shinohara. Parecía un movimiento sencillo para cualquier hechicero, incluso un fanático podría hacerlo, sin embargo, aquel ikiryo había cobrado la vida de cientos de personas en la antigüedad; la Dama Sangrienta que alguna vez fue imparable estaba por asomarse nuevamente a reclamar lo que le debían.
Y Mina estaba dispuesta a enfrentarla una vez por todas.
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Sí ya sé: I just love the taste of nothing.
Les prometo que es la calma antes de la tormenta, el siguiente capítulo finalmente se lleva a cabo la ceremonia de los Shinohara y da paso al desfile. Ya me puse a escribir y si la meta de votos se cumple, lo traeré lo antes posible. 💓
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