4
Inevitablemente ataba cabos en mi cabeza en momentos iguales a este, los silencios tranquilos, empezaba por historias sueltas cual piezas de rompecabezas que de manera literal fragmentaban la mía en nudos y nudos de huecos. No me conformaba con una sola explicación pues el propósito de mi vida se forjaba en tratar de entender no solo mi propia existencia, sino mi mundo.
Me molestaba el hecho de que la mayoría de personas en Wasedhtil se dejaran convencer de sucesos inexplicables por un prejuicio.
Ejércitos enteros caídos y sin una sola bala, ¿en serio? Vaya cuento.
En ese momento quería fingir que nada extraño pudo haber ocurrido, la limusina estaba a punto de llegar y era mi deber ocultar las emociones que seguían presentes.
—Jamás en mi vida he visto a Frederick —recité, tomando una postura confiada, como si pudiera imaginar a Charles William frente a mí, un rostro arrugado y cabello canoso—, es una pena oírlo.
Y ahora no tengo que lidiar con su misteriosa muerte, añadí mentalmente. No obstante, esa no era mi realidad y tenía que aceptarlo.
—Arthur —me llamaron a mis espaldas, sacándome de la conversación que inició en mi cabeza. Giré a mi derecha y respondí a Ak con una sonrisa de labios, tensa—. ¿Estás con nosotros?
—¿Físicamente? —pregunté irónico, él asintió— Sí. Mentalmente... es discutible.
—Me lo imaginaba —rió, apoyándose en la misma posición que yo. Veía su perfil fino y largo cabello rubio cenizo que estaba atado en una coleta. Vestía un saco gris junto a un suéter blanco que le cubría el cuello—. Necesitas... un respiro, no puedes coquetear sintiéndote miserable.
—Que divertido —dije, me comportaría como un bufón frente al viejo solo para atraer su favor—. El amor es el único arte que no me interesa vivir.
—Hum —puso la mano sobre su barbilla—, recuerdo esas mismas palabras en el tema de la actuación y...
—No es lo mismo —le corté para verlo, él tenía la sonrisa más grande de su vida—. Y hablo en serio, quiero la mínima interacción si ese hombre o cualquiera involucrado que esté en mi camino.
—Ve el lado positivo —se encogió de hombros—, sí es un ermitaño debe tener una hermosa hija que le favorezca en las audiencias.
—Ahí es donde tú entras —le señalé. Eren tomó mi mano, se puso de rodillas y la besó antes de subir a verme.
—Encantado de cumplir con mi honorífico papel, Su Majestad —jugó. Rodé los ojos—. ¿No has escuchado de tu madre que no importa el medio si dos almas están destinadas a encontrarse?
—Lo dijo mi abuelo —aclaré—, pero ella ama adjudicarse frases que no son suyas.
—Y es cierto.
—Claro que no —refuté—. Mi alma destinada debe encontrarse a tres metros bajo tierra en este instante o en un matrimonio infeliz del que jamás podrá salir.
Ak arrugó la nariz.
—Pues yo sí lo creo —respondió.
Chisté.
—No bromeaba al decir que esos venenos te consumen el cerebro que dices tener.
—Bueno, yo no pierdo mi tiempo en crisis existenciales o llorar en silencio; y con solo esto —afirmó, mostrando una pequeña pastilla entre sus dedos que después enredó en su lengua—, soy el ser más dichoso del universo. ¡Sin embargo! Jamás te pediría que tú lo tomes.
¡Que lindura!
Akira era capaz de conseguirle sustancias ilícitas al primero que consiguiera el dinero suficiente para arriesgarse, pero a su mejor amigo se lo había negado en repetidas ocasiones, muchas en las que estaba a punto de seguir los consejos de mi depresivo hermano. Si se trataba de mí no le importaban los xerxelios que ofreciera a cambio de lo que me dañara.
Me había concedido un deseo de cumpleaños hace unos meses, una marca de tinta blanca para toda la vida que simbolizaba secretos y maldiciones que mi madre se atrevía a negar. Una rama que me recorría del hombro hasta la muñeca y que sus extremos terminaban en delicados dientes de león.
Tierno, podría pensar en mis momentos de sobriedad emocional.
—¿Crees que yo lo haría contigo? No me gusta que te pierdas en esas...
—No tienes opción —dijo.
—No, no la tengo —espeté, mi respuesta iba más allá de nuestro intercambio de palabras—. Por eso te odio.
—No puedes tener el control sobre todo.
Asentí.
—Lo siento, es la fuerza del hábito —dije—. Lo que no justifica que seas un idiota.
Recibí un golpe en el hombro de su parte. Los hematomas que aún eran visibles en mi piel hicieron que soltara un quejido y una respuesta automática para defenderme.
—Bête —murmuré.
Mi amigo formó una expresión de sorpresa e indignación.
—¿Podrías aprender también cosas buenas? —reclamó—. No quiero que tú madre piense que, en mi idioma natal, soy tan maleducado como tú.
—Tu l'es —afirmé en francés.
—¡Pero le debo una buena impresión a la Reina! —se defendió.
Reí, empujándolo. Él ágilmente tiró de mi brazo y me atrajo hacia su cuerpo apretujándome entre sus brazos.
—Aght, eres un ridículo —molesté intentando liberarme—. Te ordeno que me sueltes.
—Ça ne marche pas comme ça —reclamó.
—¡Por supuesto que sí!
La mejor manera de definir a Ak era una piedra en el zapato, una pequeña y molesta. Luego de dejarme a un lado, se alejó al otro extremo del balcón, hasta ver los hematomas en mi labio inferior.
Entrecerró los ojos.
—¿Quién te dió la paliza? —inquirió en un tono jocoso. El no había asistido a la última lección de defensa personal, sin embargo, tenía fotos indistinguibles en su teléfono que demostraban el alto grado de alcohol qué pasó por su cuerpo.
—Debiste ver quien de los dos terminó peor.
No me dejé vencer.
—Tú, obviamente —relamió sus labios—. Controlas tus golpes, Arthur. Si no eres muy rápido, por lo menos podrías romperles la cara antes de que estén detrás tuyo.
—No... —dudé— No limito mis golpes, estaba cansado.
Eren negó haciendo un ruido con su lengua y dientes, como una serpiente.
—Puedes decir lo que quieras, pero yo te vi. ¿Para que servirán tus enormes brazos?
Para ahorcarte, si no dejas de preguntar...
Desvíe el rostro del suyo, restándole importancia.
—Te desconcentras —dijo—. Sobre piensas y te detienes.
Sobre pensar...
Miré al frente, las puertas de metal se abrían y guardias bajaban de sus puestos para recibir la limosina de Charles William. Frente a nosotros veía la ventana de Frederick, las cortinas estaban deslizadas hacia un extremo dejando ver una libreta sobre su cama.
Suspiré, Ak no tenía idea de él. Sí, sabía su nombre y los chismes que decían que los ingresos de su familia rica eran fruto de negocios turbios o que probablemente sufría de algún tipo de trastorno, ya que cubría sus oídos y huía de clases con cada ruido medianamente fuerte; pero que destacaba en combate. Sin embargo, desconocía su curiosidad por mí.
¿Debía decírselo?
Solo iba a preocuparlo.
Wow, ¿quién es esta mujer?
Bueno, ya nos aclaró que nos lo hará saber muy pronto
:)
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