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La Academia Kaizen era conocida por todos en la pequeña aldea de Montclair como un lugar misterioso y siniestro. Ubicada en las afueras de la aldea, estaba rodeada de árboles y parecía estar envuelta en una perpetua niebla. Sólo los estudiantes y el personal de la academia sabían lo que ocurría dentro de sus paredes. Había sido fundada en la Edad Media y había pasado por muchos cambios a lo largo de los siglos. En la actualidad, era una escuela exclusiva para estudiantes de élite de toda Europa que se especializaban en el estudio de las artes.

Tomé un sorbo de mi café. La temperatura del agua del Río hacía que el puente se sintiera como un congelador, pero no iba a quejarme. Me sentía en paz con cada minuto que pasaba lejos del palacio y que mi única preocupación fuese pintar retratos.

Pasé la brocha suavemente sobre lo que sería la oscuridad del calabozo. Dándole una leve tonalidad azul para simular luces. La mitad del cuadro estaba casi listo, pintaba lo que se mencionaba en la página veinticuatro de un libro que leía, pesar de su descripción ser que "daba lo mismo tener los ojos abiertos o cerrados; la protagonista no distinguía nada".

Ya había experimentado el vivir una pintura, incluso con las mías. Eran mi puerta de escape. Era mostrarles mi mundo a otros ojos y que así dejarán de creer que la realidad era sólo una.

Venía al puente con regularidad, me agradaba el ambiente. Debo admitir que también esperaba que ocurriera algo que me tomara por sorpresa. Aquí, en medio del jardín, la gente bailaba, cantaba y tomaba el té acompañado de charlas amistosas. Yo solo contemplaba las hojas rojizas que caían de los árboles y como estos se agitaban. No sabía bailar, cuando lo hacía, lucía como una serpiente descompuesta; si es que eso era físicamente posible. Pero existía algo en la libertad con la que se movían las personas que me provocaba sacar la cámara de Dorian de mi maletín y grabarlos.

A veces me les unía a Carol y amigos, para girar y avanzar al ritmo de la música. Aprendí a mezclarme sin hacer nada mas que caminar entre el público para fingir que me la estaba pasando de lujo.

Bebí el resto de mi café mientras Carol parloteaba con sus otros estudiantes, susurrándoles constantemente en la oreja para que sus voces se escucharan por encima de la música. Tenían una dinámica, donde cada integrante de la clase cambiaban de lugar y añadían su toque de creatividad a las obras de sus compañeros, pero Carol no. Carol no participaba en sus juegos, decía que, de por sí su trabajo era tan malo que, usando dos brochas terminaría por volverse una desagradable contaminación visual.

Ella se mantenía presente en todas mis actividades que involucrarán colores, a pesar de no tener un talento nato para llevar a cabo cada tarea. Dudaba de sus intenciones detrás de aquello, pero lo justificaba pensando en cuanto amaba la música. La rubia y yo éramos la pareja perfecta, según muchos. Los periódicos sobre todo, anunciaban que tras la muerte de mi padre estaba buscando una esposa para así asumir el trono de la forma tradicional y sin desacuerdos con la iglesia.

Yo no lo creía.

Los demás ignoraban que éramos prácticamente iguales de los pies a la cabeza.

—¿Quieres hablar de por qué miras al vacío como si supieras algo que yo no? —preguntó Carol, descolocándome por su cercanía.

Rechisté.

—Solo estaba pensando en... —dudé y la imagen de los ojos de Baslan se cruzó por mi cabeza—, todo. En qué estamos aquí, que es un gran momento y que Wasedhild no me importa. Tú te metiste en el camino de mis ojos distraídos.

—Ah, ¿sí? —acusó ella— ¿Por eso tienes los hombros tensos? Piensas demasiado Arthur. Diría que es cosa del alcohol, pero sé que ya es un asunto de fábrica contigo —rió, viendo también mi pintura.

—No sé a qué te refieres con el alcohol —quise disimular—, yo jamás bebo.

—A excepción de esta mañana —dijo—. Vi la botella escondida tras la cortina.

Quise buscar la ayuda de Dorian, que me auxiliara con una buena excusa, pero no lo encontré por ningún lado. Volví la vista al frente, dejando hilos de pintura azul sobre el cuadro, nervioso. Para mí fortuna ella también volvió los ojos ahí.

—¿Debería preocuparme?

—¿Uh? —pregunté.

—Tu cuadro —señaló con la barbilla—. Una chica llorando con motas de colores en sus lágrimas es un tanto... fuera de tu zona.

Oh, era eso.

Observe junto a ella, en la piel de la dama de la historia se apreciaba el enrojecimiento y una lágrima se deslizaba por su nariz hacia la izquierda. Se abrazaba a sí misma. La imaginaba tiritando.

—"Y pensar en aquellos añejos momentos..." —comencé a citar luego de un suspiro, el libro en el cual me inspiraba—. Es el libro que estoy leyendo, solo una imagen mental que quería compartir.

—¿Leíste a Julio Verne? —inquirió. No porque quisiera saber si la imagen provenía de alguno de los libros que me obsequió, sino por una muy escondida recriminación.

—Ya te dije que no voy detrás de autores —recordé, fingiendo que, por lo menos, les había dado un vistazo a sus novelas. Simplemente no era mi tiempo de leerlas—. Es precisamente lo que me gusta de esta, sé que es una mujer que jamás se daría el mérito por compartir una historia así. Anhela... o anhelaba ser reconocida por lo que es, los sentimientos que proyecta y te deja con otra... perspectiva.

Solo se trataba de eso, ¿no? "De tener los ojos más allá de las cortinas", recordé una cita del mismo libro.

—Una manera elegante de decirme que no le has dado una oportunidad al mejor escritor en su género —espetó.

Reí.

—Lo intenté —hice una pausa, tomando otra brocha de tamaño mediano—, quizá en algún otro momento lo haga.

—¿Qué hay de las motas arcoíris por encima del lagrimal? —se inclinó un poco para verla a detalle.

La inseguridad de que Carol notara las imperfecciones en mis trazos causó que me acercara repentinamente. Si bien la Profesora Milcem nos indicó que no perdiéramos el tiempo en nimiedades qué solo nosotros veríamos en la obra, y me esforzaba por seguir sus consejos, el impulso de que los detalles le daban el toque a esta, permanecía.

—Ammm —titubeé—, probablemente en algunos años tengan una relevancia mas profunda que la que ahora le doy, solo son manchas que no supe cómo quitar —mentí.

De pronto, una voz se unió a la conversación.

—El conocimiento —comenzó. Una mano repleta de anillos y de uñas cortas, se paseó por encima del cuadro en medio de Carol y yo—, hasta cierto punto, limita el descubrimiento.

Miré por el rabillo del ojo a Amaru. Su cabello, abierto por la mitad a ambos lados caía por su pálida frente, volviendo más oscuras sus cejas.

—¿Quién te garantiza que algo es real?, ¿quién te dice que no tienes una fe ciega? —añadió citando, dramático, a algún autor desconocido.

—Vaya, una rata con cerebro, por lo visto —respondió Carol entornando los ojos—. ¿Has pensado unirte al circo?

—Gracias, pero en el circo ya tenemos bufones y anomalías naturales —siguió el juego, Chasqueó la lengua—, como tú.

—Basta, Amaru —dicté. Él se encogió de hombros—¿No tienes literatura esta tarde?

Me volví a dejar a un lado mis instrumentos. La camisa blanca que usaba estaba intacta, a comparación de mis dedos que lucían como la piel de los perros dálmata.

—Tengo clase de Alfarería —aclaró. No era su favorita, aunque apaciguaba su carácter al llegar a su habitación—. Venía en son de paz a admirar lo que... pueden hacer con colores, ¡¿cómo no se queman las retinas?!

—Hacer esto te gustaría más si te esforzaras por entablar una conversación que no sea agresiva —dijo Carol defendiéndose.

Mi hermano dio unos pasos atrás, tenía uno de los cómics de Dorian debajo del brazo. Deslizó su cuerpo hasta el suelo y lo abrió para cubrir su rostro.

—¡Claro! —la chica se quejó—. Huye de tus problemas, pero no porque los hagas a un lado dejan de existir.

—Bah. Querida Carol, espero que muy pronto aprendas esto —señaló con su dedo, por encima de las hojas que sostenía—. La vida, impone demasiados límites como para querer vivirla; y las personas carecen de matices como para hablar con ellas.

Lo ignoré. En este lugar todo debía parecer civilizado, decente, democrático y logrado a través del juego limpio. Así que no podía responder a mi hermano con un tono hostil, ni dando a entender que nos llevábamos menos que excelente. No obstante, el que conociéramos este hecho, también significaba que entendíamos la competitividad de unos estudiantes con otros y que cualquier acercamiento se volvía posiblemente un escalón en la sociedad.

Al estar nosotros en la cima de esa cadena alimenticia, mi hermano no buscaba relaciones para dar una apariencia.

—¿Cómo es que ya has juzgado a todos aquí? —inquirió ella.

—Colegio católico —dije. Me extrañaba que lo preguntase, conociendo la, nada agradable, visita de Amaru a Fathuiloow; la ciudad más religiosa de todo el Reino. Según contaba, cabeceaba seguido, le era difícil mantenerse despierto con los murmullos de las monjas. Supuestamente eran rezos, pero le parecían que maldecían al dios que las obligaba llevar una vida tan aburrida y monótona; cómo él la veía.

—Nadie verá esas afirmaciones, por más sinceras, aunque de mala voluntad, como algo por completo objetivo y carente de motivaciones personales —aclaró ella a mi hermano—. Te sugiero limitar tu boca si no quieres verla sangrando muy pronto.

Limpié mis manos con la tela que ahora yacía en el suelo. La tomé y sin preocuparme la metí dentro de mí maletín. Su comentario me dejó en los recuerdos. Por alguna razón, Amaru sabía evadir cualquier pelea que involucrara el contacto físico y claro que los había tenido a montones. Pero existía una vibra extraña que resultaba repelente a sus contrincantes.

El sonido de la campana avisó que el final de las clases había llegado. Las puertas de los edificios se abrieron y los jardines fueron llenándose de chicos y chicas que discutían a cerca de sus lecciones.

(...)

Al estar de vuelta en mi habitación tomé un baño. Como de costumbre miré al pequeño espejo que colgaba de la pared con intención de cuidar mi aspecto antes de salir a los pasillos. Estaba nervioso, no iba a ocultarlo, así que pase las manos por mi abundante cabello castaño e hice mi corbata más de dos veces para después descolgar un abrigo y colocármelo sobre el chaleco de lana. Antes de usar perfume busqué mis anillos en uno de los cajones del pequeño escritorio, me fue difícil encontrarlos, el día anterior no me había preocupado por guardarlos de manera que el actual Arthur Kenneth no se demorara dos horas en salir de su escondite.

Acomodé los accesorios en mis huesudos y largos dedos, froté el dorso de las manos por mis ojos en un gesto somnoliento e hice de mi día uno cotidiano al repasar los apuntes del día anterior, hasta que un ruido que parecía ser de una piedra golpeando el cristal de la ventana llamó mi atención.

—¿Qué demonios...? —me pregunté en voz alta. A esta hora nadie podía merodear.

El sonido era claro, alguien buscaba atención allá afuera, no obstante, me ocasionaba conflicto que los límites de la escuela estuvieran tan bien definidos que el único camino para ingresar fuese el bosque o la entrada principal, que debía custodiarse por guardias reales.

Bufé, sintiéndome orillado a investigar. En todo caso no me quedé con las ganas de saciar mi curiosidad y me acerqué a observar por la ventana, o más específicamente, por el pequeño espacio entre la pared y la suave tela de las cortinas que me causaba cosquillas.

Entonces recorrí el lugar con la mirada y de nuevo, me topé directamente con el motivo por el cual me escondía detrás de una cortina. No sabía cuanto tiempo llevaba viéndome, pero lo había lo notado ahí parado pocos días atrás. Se trataba de un chico rubio del edificio contrario a mi habitación, quien reposaba justo frente a la ventana que conectaba con la mía y tenía la mirada perdida en un punto no especifico para mí.

Hundí el ceño.

¿Habría sido él quien molestaba?

No lo creía. Y, a menos que pensara en una solución que implicase habilidades sobrenaturales, ninguna explicación tenía sentido. Existían unos treinta metros de distancia entre nosotros.

Jamás había hablado con él, aunque creía recordar su nombre: Frederick Devereaux.


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Si pudieras dejar un voto o comentario te lo agradecería mucho ❤️

Así más personas podrían leer mi historia :)

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