Viaje
En una esquina, Rekko observaba con terror al leopardo de las nieves que hablaba con aquellos guerreros ghouls armados con grandes espadas. Escuchaba lo que decían, y veía sus acciones. Cual sombra, se escabulló en la oscuridad y terminó colándose en la casa de Klaus, quien comía algo de cordero sentado solo en su gran mesa de madera preciosa.
—Klaus —Lo llamó, de la nada, y el enano casi se atraganta al dar un saltito y mirar a los ojos azules en el techo de su morada. Tosió par de veces antes de escupir el trozo de hueso que se le había colado en la garganta.
—¡Qué susto, leches! —gruñó— ¿Podrías llamarme a la puerta como la gente normal?
—Soy un gliffin —Se dejó caer de su pose de salamandra en la silla frente al albino—, no creo que a las bestias les agrade verme merodeando por aquí.
—¿A qué viniste? Asumo que no fue a hacerme la visita.
Como siempre, al grano. Rekko admiraba eso de él, pero no era el momento de pensar esas cosas. Sacudió la cabeza con un gruñido caprichoso y luego dio su veredicto.
—Tienes que irte de Inglaterra.
Klaus mordió con suma fuerza su trozo de carne y lo miró a los ojos, con una expresión de confusión muy clara. Tras tragar, se quedó en silencio. Mirándose fijamente, mantuvieron un incómodo mutismo.
—¿Qué? —Se dignó a decir el albino, sorprendido.
—Lo has oído. Tienes que abandonar el país, de ser posible mañana mismo.
—¿Te estás oyendo? No puedo simplemente abandonar este país y ya. ¡Tengo una investigación en curso!
—Si ellos no te matan, Raphel te encontrará antes. Lo he visto, buscándote en las afueras de la ciudad. Cerca de aquel Mercado que dijiste. Tienes que huir antes que dé contigo.
—Ah... ¿cómo haré eso exactamente? —No había pensado en acceder a una locura de tal magnitud, pero si no se mostraba interesado, Rekko sospecharía y lo mataría. Debía encontrar a Raphel y deshacerse de él. Aquel demonio era más confiable que el gliffin frente a él, siempre impredecible.
—Te irás en la madrugada al puerto del río, tomarás un barco... y te marcharás a donde quieras.
—Tengo que tener un objetivo en mente —mencionó Klaus entre un bocado y el siguiente—, sino no sirve.
Se estaba mofando de forma bastante discreta, a pesar de que se jugaba la vida en ello. Rekko era tan ingenuo a veces que daba pie a esas cosas...
—No sé... podrías navegar a cualquier sitio.
—Dime uno.
—No sé... ¡solo tienes que irte de Inglaterra cuánto antes! ¡Ya no es un lugar seguro para ti!
Escupió sobre la mesa cinco monedas de oro, cubiertas de baba y sangre azul. Klaus dejó de comer cuando un poco de aquella asquerosidad salpicó su cordero. Rekko tomó las monedas y se las ofreció al albino, quien, asombrado, las tomó.
—Son mis ahorros —dijo el gliffin de ojos azules—, por favor toma ese barco.
—Claro... claro.
Rekko se fue unas horas después, ya bien entrada la noche. Klaus se entretuvo mirando un mapa sobre su próximo destino, aunque solo había sido por disimular. No pensaba irse a ninguna parte, claramente. Buscaría a Raphel en la mañana, esperando que Rekko lo diera por ausente.
En plena madrugada, mientras dormía, oyó un ruido cercano. Se levantó somnoliento, y miró con la vista nublada hacia todos los sitios de su habitación, pero no vio nada. Se volvió a tumbar, y cerró los ojos. Una gran bolsa le cubrió la cabeza de repente, haciendo que despertara de golpe. Se removió inquieto, lanzando arañazos al aire. Unas cadenas le ataron las muñecas y los tobillos, mientras que una cuerda hizo función de bozal. Se sentía en movimiento, y ese movimiento tardó toda una hora. Luego, fue lanzado a algún sitio en movimiento. No podía oír bien lo que pasaba a su alrededor, porque sus orejas estaban orientadas hacia abajo y no podía moverlas bien debido a lo apretada que le resultaba la bolsa.
El tiempo pasó y, removiéndose hacia el sitio correcto, logró que una daga le cortara la atadura de la bolsa. Libre al fin (o al menos su cabeza lo era) vio donde estaba: la bodega de algún barco mercante. Furioso, empezó a dar gritos, buscando ayuda que le quitara las cadenas, que empezaban a pelar sus muñecas. Tras una media hora casi eterna, un gran hombre toro entró con un arma en la mano.
—¡¿Qué diablos te pasa?! ¡Ya deja de gritar! —bramó, y Klaus lo miró como si estuviera loco.
—¡Me han metido aquí en contra de mi voluntad! ¡Desátame antes de que zarpe el barco!
—Escúchame, brabucón —El toro lo tomó de las mejillas—, no me vas a engañar. Quédate quietecito y en silencio si no quieres que elimine tu ración de agua o comida, ¿te quedó claro?
—¡Hay un error! ¡Tengo oro!
—¿Ah sí? —El tipo se volteó con interés— ¿Dónde? Estás desnudo, perrito. ¿Lo guardas en la raja del culo o qué?
Klaus reparó en ello, y era cierto. No tenía nada cubriendo su pulcro pelaje, ahora sucio de quién sabe qué. Resignado, solo le quedaba una opción.
—¿A dónde va este barco?
—A Hybridad, en la Parte Independiente. Son ocho meses de viaje, así que agradecería que te callaras.
Klaus maldijo para sus adentros, sintiéndose impotente. Rekko jugó más sucio de lo que pensaba. El albino apretó los dientes, viéndose solo en aquella situación. Entró en pánico cuando el barco empezó a moverse, pero nada podía hacer.
Pasó dos días en completa soledad, sin comida ni agua. Solo oyendo las ratas caminando por ahí. Al tercer día, unos pasos fueron en su dirección. Alzó la vista de su demacrado rostro peludo para ver a un rubio hombre curioso. Tenía las orejas de un humano, pero puntiagudas, y la piel era grisácea. Había visto muy pocos de ellos, los reptiles.
—Te tienen aquí pasando hambre y sed. Vaya crueldad —dijo el desconocido, y Klaus siguió en silencio—. Como sea, he venido a sacarte de ahí.
Sin que el prisionero dijese algo, lo desató de las cadenas y lo cargó como a un niño pequeño hasta la cubierta, donde el sol le dio, haciéndolo cerrar los ojos momentáneamente. El hombre lo dejó en el suelo, donde permaneció sentado.
—¿Quién te pagó para dejarme libre? —preguntó al fin.
—Un gliffin raro me dio una moneda de oro por traerte con nosotros, y otra por liberarte luego de dos días. Mencionó que darías problemas al principio.
—¿No te pagó porque mantuvieras en secreto que lo viste?
—Eres más listo de lo que pensé —Le extendió la mano—. Soy Grahmel, el capitán de este barco. Vamos con destino a Hybridad a dejar cargamento, y a ti.
—¿Qué haría yo allá? Nunca he ido ni quería ir.
—Ese problema es tuyo. Tu apariencia te vendrá bien —Klaus lo miró extrañado—. Son animales como tú, los habitantes. Pero ya sabes, mezclados unos con otros. Híbridos, después de todo.
Klaus había oído varias historias de ellos. Hybridad era la nación más poderosa de la Parte Independiente, y gozaba de gran riqueza y popularidad turística. Le vendría bien hacer lazos con gente importante de ese lado del mundo, pero seguía siendo inconcebible el hecho de que Rekko lo haya vendido como cargamento a un capitán cualquiera de un barco mercantil cualquiera.
—Espero que no mates a nadie de la tripulación, o te lanzaremos por la borda de cabeza a los tiburones.
Grahmel no parecía mal tipo, pero Klaus seguía algo asustado. Nunca había sido de su agrado viajar en un barco rodeado por desconocidos. Suspiró y tomó la mano del capitán, para levantarse correctamente. Miró el océano, sorprendido por su inmensidad. Juró ver algún delfín ulgram jugueteando en el agua. La brisa era refrescante. Sonrió, al fin en un poco de calma. Londres era una ciudad muy agitada. Le dieron un pantalón que le quedaba horriblemente grande, que al final terminó cortando y acomodando a su estatura, y lo pusieron a trabajar en la cubierta, limpiando la mierda de los caballos que transportaban y las suciedades de los zapatos de los marineros.
No tardó en acostumbrarse al tambaleo, y se permitía descansar una vez al día sobre el mirador, sentado y sintiendo la brisa en la cara. De vez en cuando sacaba la lengua como un auténtico canino de viaje.
En una de sus jornadas de limpieza exhaustiva de pescados caídos sobre la cubierta, fue ayudado por una niña vestida de niño. La miró alzando una ceja, pero no la ignoró del todo.
—¿Qué hace una niña aquí limpiando la cubierta de las tripas de pescado? —preguntó, curioso, mientras evitaba el contacto visual.
—Soy un niño —gruñó la niña. Era una hurona muy curiosa, de pelo grisáceo.
—No engañas a nadie con esa vocecita chillona —Rio él, mirándola a los ojos.
—¿Vas a delatarme? —preguntó frunciendo el ceño, y Klaus negó, alzando las manos.
—Solo preguntaba. No me importa lo que te pase.
La niña guardó silencio, mirándolo con desconfianza clara. Klaus solo siguió en su tarea de limpiar estómagos de pescado derramados por el suelo.
—¿Por qué quieres saberlo?
—Estoy aburrido, y cuando alguien se aburre hace preguntas tontas.
—Me llamo Lina, pero aquí me conocen como Alin —dijo ella, algo tímida—, y voy a ver a mi madre a Hybridad.
—Hija de una híbrida... no pensé que podrían parecerse tanto a los hombres bestia clásicos de la Parte Tierra.
—No se parecen. Yo soy una híbrida de una híbrida y un hombre hurón. Por eso son así.
—Interesante. Gracias por quitarme el aburrimiento por unos segundos —Nuevamente Klaus guardó silencio, volviendo de lleno a su tarea. Cuando terminó, se dirigió hacia el interior del barco, para alimentar a los perros ulgram enjaulados que servirían como alguna especie de mercancía, o eso creía...
Lina lo siguió en silencio.
Klaus echó las tripas de pescado a los animales ulgram y luego volteó, solo para llevarse un susto (que disimuló muy bien) al ver a la hurona en miniatura delante de él.
—¿Qué? —Arrugó la cara.
—Tú pareces un híbrido semi puro.
—¿Un híbrido qué? —La rodeó y fue hacia las cubetas de agua para lavarse las manos.
—Los híbridos semi puros son híbridos que no tienen rasgos físicos de sus dos animales. Normalmente tienen el exterior de uno y los órganos internos de otro. ¿Qué tienes dentro de ti?
—Un cuerpo de lobo sin piel, supongo —Hizo una pausa—. Y huesos muy duros.
—¿No eres un híbrido? —Lina ladeó la cabeza, y Klaus negó, rodeándola de nuevo, yendo esta vez hacia arriba, derechito a la cubierta— ¿Entonces qué eres?
La pregunta que muchos se hacían en silencio cuando lo veían, eso sabía. Odiaba a los niños por no poder callarse nada por aquella curiosidad gigante que los caracterizaba. Suspiró antes de responder:
—Un asesino.
Se agarró fuertemente a las extensiones de madera que le permitirían ir a su sitio favorito, el mirador, donde podría sentir la brisa y el silencio del ambiente. La niña lo jaló levemente de la cola, haciéndolo mirar hacia abajo.
—Esa no es respuesta.
—Soy un asesino, es todo lo que necesitas saber.
Subió tras darle un golpe en la cara hipotético con la cola peluda, y se quedó en tranquilidad por aproximadamente media hora. Cuando empezó a anochecer, bajó de su sitio preferido a comer algo con la tripulación. Buscó a Lina con la mirada, pero no la encontró. Miró a Grahmel, que le alzó una ceja.
—¿Y el niño ese que limpia la cubierta?
—Ah, Alin... no quiso comer hoy. Se fue a su rincón a dormir temprano. Mañana llegaremos a Hybridad. Las dos semanas se fueron volando, ¿a que sí?
Klaus tragó su pescado y asintió. Ciertamente se había ido el tiempo muy rápido. El ambiente del barco había empezado a sentirse bien, pero ya echaba de menos tierra firme. Cuando hubo terminado de comer, bajó hacia las bodegas de almacenamiento, donde varios marineros descansaban sobre sus sacos de cereales (también sus camas), dispuesto a irse a dormir también, y esperar a que llegaran a aquel país.
Su sorpresa fue grande cuando vio a Lina durmiendo sobre su espacio, y maldijo no poder decir cuánto tiempo llevaba ahí por su falta de olfato. Suspiró y la corrió a un lado con una pata. En lugar de echarla, se recostó a su lado y también se durmió. Lo único que lo hizo despertar en medio de la noche fue un abrazo inesperado que abarcó parte de su cola.
Sin darle importancia, se volvió a dormir.
El ruido de los tripulantes del barco y las gaviotas hicieron que Klaus abriera los ojos, algo emocionado por al fin estar en tierra. No vio a Lina a su lado, pero tampoco le dio muchas vueltas. Tras levantarse, caminó rápido hacia la cubierta, donde vio el puerto de aquella gran ciudad a la que llegarían pronto.
Grahmel sonreía gritando "¡Tierra, tierra al fin!" como un loco desde el timón. Los demás marineros lo acompañaban con entusiasmo. Klaus sonrió, asomándose por la borda, sintiendo su querida brisa marina (que no podía oler) en el hocico y las mejillas. Al mirar a su lado, vio a Lina, mirándolo a él.
—¿Quieres dejar de hacer eso? —gruñó.
—¿Hacer qué?
—Aparecer de la nada, como un maldito fantasma.
—Pensé que podías olerme.
—No puedo.
Lina le acarició la cola y Klaus le gruñó, mostrándole parte de la dentadura.
—No soy tu padre, deja de toquetearme. Y vi que dormiste en mi sitio anoche, y luego me abrazaste como a una muñeca. Si extrañas a tu madre no me importa, déjame en paz o te mataré por molestarme.
Lina frunció el ceño de inmediato, y lo señaló acusadoramente con el dedo.
—Nadie te abrazó.
—Estaré loco entonces —replicó él con sarcasmo—. Niña, déjame en paz. No vine a este barco para hacer amigos, voy a recorrer este país y luego me iré a mi casa.
—Pero si te botaron de allá.
—No me echaron... solamente me confié de un idiota paranoico —La miró con los ojos brillantes—. No necesito otro asistente.
—¿Otro asistente...?
—Como sea, aléjate de mí —La miró agachándose un poco—, por tu bien.
Dio la espalda y se dirigió al otro extremo de la cubierta, a mirar la ciudad que cada vez se acercaba más. El barco al fin llegó a su destino, deteniéndose completamente en el puerto, donde muchos animales, similares a Klaus, los recibieron con cuerdas, ruido y caballos ulrgam listos. Grahmel fue el primero en bajar, junto a su guardia, y junto a los marineros, Klaus pisó tierra. Eran animales extraños: un coyote tenía cuernos de carnero, un tigre tenía plumas en los brazos, y así muchos más. Todos se movían frenéticamente al ritmo de la ciudad.
—La ciudad se llama Astul —dijo Lina a sus espaldas—, y no tienes oro híbrido para negociar algo.
Klaus se volteó a verla con desprecio.
—Me necesitas aquí. Tengo oro híbrido y tengo algo de conocimiento sobre el país. Te matarán si no mueres de hambre primero.
—No necesito cargar con peso extra, pero gracias por el ofrecimiento.
Klaus empezó a caminar hacia el interior de la ciudad. Había mucha gente en todas partes. Nadie se paraba a mirarlo como un bicho raro, y agradeció eso. Todos pensarían que se trataba de un niño perdido o algo así, por su estatura. Entró en el primer establecimiento que vio y se sentó en una de las mesas. Justo después se dio cuenta de que estaba en un burdel.
Varios clientes con sus mujeres se burlaban de él por su estatura, llamándolo enano o confundiéndolo con un niño. Una gran loba con manchas de leopardo se le acercó con una copa y una botella de vino.
—¿Puedes beber a tu edad?
—Soy mayor que tú —La sorprendió con su voz ronca—, y no quiero nada. Ya me iba.
Se levantó y se fue. Miró a todos lados, buscando alguna posada o un rincón tranquilo donde descansar. Lina le tocó la cola y él le dio un arañazo en la mano, por instinto.
—Te lo mereces —dijo, tras recuperar la compostura—. Deja ya de seguirme.
—Vamos, encontré una posada.
Sin darle espacio a preguntas, lo tomó de la mano y lo arrastró por entre la gente.
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