Salvajismo
La tormenta duró toda la noche. El perro fue zafado por él y huyó despavorido al bosque, aun bajo la lluvia. El lobo se quedó bajo el techo rocoso, esperando que el agua dejara de caer.
Cuando era casi mediodía dejó de diluviar, y el olor a tierra mojada inundó las fosas nasales. Salió del regazo de la cueva y se decidió por empezar un viaje sin rumbo por el mundo que se cernía ante él, desconocido. El fango y el pasto se pegaron a sus patas traseras mientras que él mordió su labio inferior, buscando con los ojos una dirección para recorrer. La cola se mantuvo alzada como punto de equilibrio y las orejas en alto para prevenir cualquier situación peligrosa.
Miró por última vez el cadáver que había provocado, pero no hubo más que culpa lejana. Ni siquiera tristeza. Volteó y observó con sus ojos vivos al bosque que tenía enfrente. Estaría lleno de lugares que le gustaría conocer, o tal vez, de peligros que desconocía. Sin estar seguro de cuál de las dos opciones sería más frecuente a lo largo de su viaje sin rumbo, dio el primer paso, dirección al norte.
Tras una hora y media de caminata podía sentir el rumor de un río cerca. La boca se le secó y decidió que debía beber agua. Siguió el ruido con cautela y dio con un gran río, que, inexplicablemente, estaba muy tranquilo. Sin preocuparse mucho, inclinó su cuerpo sobre el agua y bebió un poco del líquido tranquilamente.
No sabía qué tan lejos estaba de la civilización, pues ese hombre era al parecer algún cazador, pero trataría de evitar seguir en lo salvaje por más tiempo. Recordar el dulce calor del fuego o las ropas le trajeron una agradable melancolía. La vida humana seguía gustándole como antes, punto a favor para su humanidad interior.
—Podré ser un animal por fuera, pero... —Miró su reflejo en el agua cristalina— por dentro sigo siendo yo, ¿verdad?
Tocó con una mano una de sus mejillas blancas y llenas de pelaje liso y mullido. Su rostro era tan diferente a como antes... recordaba su reflejo en un espejo y en el agua. Con su cabello castaño y sus ojos verde oliva... ¿qué pudo haberle pasado para que terminara como un lobo? Sacudió su cabeza y decidió marcharse. Buscaría civilización siguiendo la débil corriente del agua, y, con un poco de suerte, los humanos lo ayudarían a desenmascarar el misterio que ocultaba su forma actual.
Casi a medianoche, ya estaba cansado, sin siquiera ver fuego a la distancia, se dejó caer en el pasto a la orilla del río, y simplemente se durmió sin mucho esfuerzo. Despertó por una sensación extraña por todo su cuerpo, especialmente su espalda. Abrió los ojos, teniendo un poco de dificultad para ubicarse, e intentó apoyar la mano para erguirse sobre su torso, pero solo hundió su extremidad y fue entonces cuando notó que estaba flotando en un trozo de tierra que se deshacía a medida que avanzaba sobre el agua.
Gritó, asustado, y estaba muy lejos de cualquier punto terrestre firme. Maldijo no saber nadar, pero se tiró al agua.
Pésima idea.
A pesar de contar con un cuerpo poderoso, no pudo hacer nada y la corriente, ahora más fuerte que antes, lo arrastraba, hasta llevarlo a una cascada. El lobo apoyó sus garras en una roca, rezando para que alguien lo viera y lo rescatara antes que el agua lo arrastrara hacia una muerte segura.
Pero la ayuda nunca llegó, y la corriente lo arrastró hasta que cayó por el precipicio descomunal. Gritando, cayó al vacío, esperando que algún milagro pudiera salvarlo de morir desgarrado por rocas filosas.
Se salvó, pero a costa de caer en una red de pesca que lo salvaba de morir por un impacto que dividiría su cuerpo por la presión. Rodeado de salmones que trataban de huir, él se vio enredado con uno de los pliegues y no podía sacar una de sus manos. La red se estiró y pronto oyó las voces de las personas acercarse. El miedo reemplazó al alivio de encontrar gente.
Algo dentro de él le decía que los humanos no iban a abrazarlo y dedicarse a solo estudiar su rara metamorfosis. Algo le decía a gritos que huyera cuanto antes, pero no obedeció a esa voz animalizada, y solo trató de calmarse. La red empezó a moverse y cerrarse, siendo arrastrada hacia algún punto a la izquierda del agua. Las voces podían distinguirse cada vez más.
—¡Mueve un poco más la barca!
—¡Ya casi está aquí!
Risas de niños y el olor del pescado. Eso distinguió cuando la red, que lo mantenía amarrado a uno de sus extremos, se iba acercando cada vez más a la orilla. Su cola se movió un poco al dar con la humanidad tras dos días de vagar solo por el bosque.
—¡Hay algo en la red! —chilló una voz cercana. Alzó los ojos y vio entre los huecos de la red a un niño aproximadamente de su edad que lo observaba desde la distancia— ¡Hay alguien atrapado en ella!
Alguien... un semejante. Eso entendió el lobo y sonrió de alegría cuando notó que el niño no lo trataba como un algo. Algo dentro de él, tal vez sus restos de humanidad, saltó de alegría.
—¡Traed la red hacia acá! ¡Veremos qué pasa!
Esperó pacientemente, rodeado de peces moribundos, a que su movimiento cesara. Un grupo de hombres jóvenes, encabezados por un viejo sin un brazo, se le quedaron mirando, sorprendidos.
—Whoa... ¿qué es? —preguntó el más joven de todos.
—¿No ves que es un lobo? —refutó el viejo acercándose a la cara enredada de él. Los ojos rojos recibieron a los castaños con alegría y emoción. La cola lupina se movió con júbilo.
El viejo hombre se llevó su mano a la barbilla y analizó desde una distancia segura al espécimen tan singular que veía.
—Nunca había visto algo así... —comentó el niño que lo avistó, que se encontraba cerca, mirándolo con curiosidad. Pronto, mucha gente se reunió solo para verlo. Él se sintió humillado por dentro, como si lo vieran como a un león de circo.
—¡Es uno! —chilló el mayor de los hombres, agarrando un cuchillo de las manos de un pescadero a su lado y apuntando a la cara del canino, que se retorció de miedo— ¡Sabía que los ghouls volverían!
—No tengo idea de que es uno de esos. —Habló el canino, presa del temor, tratando de ganarse el perdón del anciano— Estaba dormido y caí en el río, luego por el precipicio y terminé en la red...
—¡No mientas, sucia bestia! —El cuchillo rozó el entremedio de los ojos del animal, que sentía pánico en cada célula de su cuerpo— ¡Todos vosotros pretendéis comernos, ¿no es así?!
—¡He dicho que no soy uno de esos ghouls o como se llamen! —Inconscientemente sacó los dientes, como método de defensa, pero solo ganó que el resto de personas lo miraran con algo en las manos— Me llamo Klaus, y soy un humano.
—No tienes nada de humano, lobo. —dijo una mujer que sostenía un rodillo de amasar como si fuera un garrote.
El lobo, Klaus, sentía miedo a grandes cantidades. Todas las miradas parecían ser homicidas. Tal vez lo matarían si hacía algo mal. Intentó soltarse, pero solo alteró más a la multitud.
Como lobo, sabía que tenía que buscar rápidamente la forma de huir, pero como niño asustado, solo podía esperar entendimiento de su parte. Nadie le había enseñado cómo tenía que tratar con una multitud que lo trataba como a un criminal que merece la muerte.
O tal vez sí, pero no lograba recordar.
—¿Qué hacemos con él? —preguntó un hombre. El anciano manco endureció su mirada.
—Matadlo.
—¡Pero no he hecho nada! —Klaus estaba desesperado. Se movió bruscamente y logró desatar su mano de la red. Respiraba agitado, presa del pánico— ¡No soy uno de esos ghouls de los que me habláis! Ni siquiera sé qué cosa son...
—Tú eres uno. Si te dejamos ir, avisarás a los demás y nos masacrarán en la noche mientras dormimos. —El viejo agarró un garrote para aplastar peces grandes y se acercó hacia él. Klaus tuvo más miedo que nunca— Ladrón de peces.
Klaus fue golpeado fuertemente con el pesado pedazo de madera. Dio un grito desgarrador, pero, gracias Dios, solo el viejo lo golpeaba. Una gran trompeta sonó y la atención se dirigió hacia un soldado del ejército que se acercaba en caballo hacia la locación donde estaba Klaus. El lobo estaba malherido, pero sacó fuerzas para arrastrarse aprovechando la confusión, y se escabulló en el agua. Rápidamente el anciano volteó y al no verlo gruñó de ira y gritó:
—¡Atrapad a ese rufián! ¡Si escapa moriremos devorados por su asquerosa especie!
Todo el pueblo se movilizó, obviando la presencia del soldado, y buscaron por todo el cauce del río, mas no lo encontraron. Soltaron perros de caza y Klaus se vio obligado a pelear por su vida cuando lo encontraron debido al olor de su sangre. Los perros, que eran tres en total, se lanzaron sobre el lobo antropomorfo, y atacaron a matar. Klaus, adolorido, solo pudo lanzar zarpazos, con la casi nula esperanza de que se fueran y le tuvieran miedo.
No fue la mejor manera de presentarse ante los humanos, pensó. No fue buena idea haberse quedado en la red como un ladrón de pescado. A esa aldea no podía volver, porque para ellos era un... ¿cómo lo habían llamado antes?
Ghoul.
Ya investigaría qué era eso más tarde.
Por el momento, solo podía sentir los dientes de los perros sobre su carne, y trataba de defenderse. No era muy bueno peleando. Mordió como pudo la pata delantera y, como no midió su fuerza, terminó arrancándola. Gracias a esa acción, el perro chilló con pavor y los demás retrocedieron al ver la nueva faceta de lo que creían que era su presa: estaba con una pata de uno de los suyos entre los dientes, y, aunque Klaus no había querido que eso pasara, porque tenía amor por los animales, fue suficiente para ahuyentarlos.
El lobo soltó el trozo de perro, y miró al que había condenado a la muerte. Estaba inmóvil, pero respiraba débilmente. Klaus respiró agitado, sintiendo el dolor y la adrenalina correr juntos por sus venas. Nunca se había sentido tan vivo, pero se sentía mal por haber causado otra muerte.
—¿Por qué mato cosas? —Se dijo a sí mismo, a modo de reproche. Lamentaba la muerte del perro, y sentía la misma culpa que cuando mató al hombre canoso en aquella cueva— Yo soy humano, los humanos no matan porque sí...
Tal vez repetirse que era un ser humano no sería la mejor solución para dejar de actuar como un perro rabioso que solo quiere ver morir. Aunque en ninguna de las dos veces había querido hacerlo, había terminado con dos vidas.
«Y contando...» se regañó mentalmente.
—No, Klaus, matar no está bien... —dijo con tristeza y volvió a mirar su reflejo en un charco de su propia sangre, a un lado suyo.
Era un monstruo blanco con la cara manchada de rojo que desearía que fuera tomate o vino. Las manos también estaban manchadas de suciedad y líquido vital rojo. Se sentía como lo habían descrito: uno de esos ghouls, aunque no tenía ni idea de qué eran esas criaturas que, según habían dicho los hombres, devoraban vivos a los que dormían en la noche.
Al menos no tenía hambre y no ansiaba matar.
—Debo encontrar gente pronto... —Se llevó las manos a la cara, llenándose el hocico de más sangre y barro. Sentía que se volvería loco de soledad oyendo su voz interior y su voz exterior, que parecían dos personas distintas con mucha diferencia de edad— Me volveré loco a este paso...
Se puso de pie y gruñó de dolor. La noche caía sobre el bosque, y Klaus se arrastraba agarrado a los árboles, presa de la debilidad. O moría solo en medio del bosque, o sobrevivía y buscaba la compañía de sus semejantes, los humanos.
Sus ojos se volvieron opacos, mientras que a su espalda los orbes luminosos de los mensajeros de la muerte lo seguían, con pasos suaves que cada vez se acercaban más.
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