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Reacción Tardía

Era de noche, aunque ya casi amanecía. Raphel se había marchado junto con los últimos rayos del sol la tarde anterior. Jeffrey se notaba intranquilo, mirando al callado Klaus todo el rato, mientras Billy los ignoraba porque no tenía ni idea de la tensión (casi palpable) del ambiente.

—¿De dónde conoces a esa cosa? —Rompió el silencio el gliffin, mirando al lobo albino con ojos acusadores— No es que sea amable con el prójimo porque sí. ¿Lo salvaste alguna vez?

«Aunque eso es muy poco probable» también pensó.

—Un día apareció —respondió el de ojos rojos, con su voz aún más ronca de lo que sus amigos podían recordar—, cuando aún vivíamos en el castillo. Me contó que solía ser humano como yo, y... nada más.

—¿Klaus, que le ocurrió a tu voz? —Billy cortó a Jeffrey antes de que pudiera hablar, y el albino sonrió y solo pudo negar con la cabeza.

—Cambió.

—¿Y qué más? —insistió el azabache— ¿Solo pasó eso y empezó a protegerte de la nada?

—Básicamente. Yo tampoco sé exactamente por qué lo hace. Nunca le he preguntado explícitamente qué quiere de mí.

—¿Por qué no? ¡Ese tipo es sospechoso! ¿No has pensado que pudo haber sido él mismo quien terminó convirtiéndote en lo que eres ahora?

—Si fue Raphel entonces tengo que darle las gracias —dijo Billy, sonriente. Jeffrey quiso matarlo a pedradas.

—He pensado eso, sí —admitió Klaus—. Pero no me dirá qué fue lo que pasó exactamente aunque le pregunte un millón de veces.

—¿Por qué ocultarte eso?

—No sé.

Los ojos blancos y brillantes del gliffin se cruzaron con los orbes carmesí del lobo antropomorfo, que solo mostraba una tez apagada y cansada. Habían estado caminando sin rumbo durante la noche, sin parar. Solamente Klaus estaba cansado, pues el demonio a su lado y el cachorro de gliffin seguían de pie en excelente forma. El olor del humo llegó a la nariz de los tres en una fracción de segundo, y Billy fue el único que se mantuvo caminando.

—¿Humanos? ¿Aquí? —preguntó Klaus, confundido. Según Raphel y el mismo Jeffrey, estaban muy lejos del territorio ocupado por los mismos.

—No estamos en su territorio —respondió Jeffrey, dando un par de pasos en dirección a donde se encontraba Billy.

—¿Entonces? —El demonio pacífico volteó a mirar al obscuro animal.

—Solo pueden ser hombres bestia —Se sentó en el suelo—. No sé deciros si es algo bueno o malo, porque la verdad, son una espada de doble filo.

—¿Doble filo por qué? —Quiso saber Klaus.

—Si son comunes, villed o bestias estaríamos bien.

—¿Pero...?

—Si son ghouls no sé si intentarán matarnos o nos tratarán amablemente. Es algo incierto.

—Pero tengo hambre —protestó Billy, con sus ojos blancos llorosos y una mano sobre su estómago—. A lo mejor si les pedimos comida nos darán un poco porque somos niños.

—O nos convertirían en la cena a nosotros —Jeffrey frunció su ceño óseo—. Piensa un poco antes de... ¿Klaus?

El mencionado estaba ya muy, pero muy cerca del pequeño campamento de hombres bestia. Podía ver que se trataba de personas, como cualquier humano, pero que contaban con orejas y cola animales. Eran dos personas: una mujer que olía a... ¿perro? Con una cola canina y unas orejas caídas similares a las de un perro salchicha; a su lado estaba un hombre, también con olor de perro, pero con una cola peluda y similar a la de un lobo, y con unas orejas alzadas y lupinas. Pensó que se trataba de un lobo, pero no podía ser.

—Un galgo y un pastor alemán —Jeffrey susurró a su lado de la nada, asustando a Klaus—. Tal vez un matrimonio. La mujer está embarazada al parecer.

—¿Cómo puedes saber todo eso? —cuestionó Billy, asombrado— Solos los miras.

—Los huelo, y tengo experiencia en eso —Se encogió de sus omóplatos como si de hombros se tratase—. No sé deciros si son ghouls o no, no puedo olerlos mucho desde aquí.

—¡¿Quién anda ahí?! —vociferó el hombre, levantándose completamente, y mostrando los dientes como un animal. Sus orejas seguían en alto, muy rígidas y orientándose en todas direcciones, mientras que abrazaba con fuerza los hombros de la fémina a su lado, quien frunció el ceño, preocupada— Puedo oír que hay gente cerca —Olfateó— ¡Sal, humano!

Klaus bajó las orejas, incómodo, y decidió salir y mostrarse ante la pareja de caninos, aún bajo la mirada incrédula de Jeffrey, quien no se creía que fuera a hacerlo en serio. Los perros se le quedaron mirando con confusión muy obvia.

—Ho-hola... mi nombre es Klaus y... —Miró al suelo y a todas partes buscando qué decir— estoy actualmente perdido...

—¿Tú... hueles a humano? —El hombre olfateó en su dirección con clara duda— Pero... eres claramente un ghoul...

—No soy uno de esos, lo juro —dijo, abriendo los ojos—. No como personas... Solo me perdí, y no sé ni donde estoy... ¿podéis ayudarme?

Jeffrey, adaptado a las crueldades del mundo salvaje, en cuánto vio que la mano del hombre se hacía más grande y se llenaba de pelos castaño-rubios, saltó en defensa de Klaus con sus dientes listos para dar muerte a quien se atreviese a hacerle daño a su amigo. Billy soltó un chillido porque pisó una rama con púas.

—¿Qué pretendéis? —gruñó con sus ojos brillantes, provocando miedo a la pareja.

—No iba a hacerle daño, solamente quería mostrarle que no somos peligrosos —argumentó el hombre en su defensa, transformándose en un lobo antropomorfo, manteniendo su altura y sus proporciones normales. Era un hombre bestia raza bestia, valga la redundancia. La mujer se sintió aliviada de ver el pequeño tamaño del gliffin, y sonrió, separándose de su acompañante masculino.

—Hola, pequeño Klaus. No vamos a haceros daño, tranquilos —Les sonrió con cordialidad, ganándose el corazón de Billy de inmediato. Klaus sonrió apenado mientras sujetaba la nuca peluda de Jeffrey, quien quería saltar hacia las personas que, hasta el momento, serían de ayuda.

—Él es Jeffrey... no es tan agresivo con los amigos —Billy habló con su típica inocencia—. Yo soy Billy. Klaus es un humano, Jeffrey es un gliffin y yo un demonio.

—Oh... gusto es conoceros, Billy —Miró a Klaus de nuevo la mujer—, Klaus —Miró con algo de miedo incómodo al azabache, quien no dejaba su expresión de "os mataré si dais un paso más"—, y a ti, Jeffrey...

—Estamos perdidos —repitió Klaus—. Y quisiéramos algún punto de referencia por dónde ubicarnos para... llegar a algún lado.

—Íbamos hacia la aldea de hombres bestia al norte de la gran cascada —dijo el hombre, tomando su forma "humana" nuevamente, relajando al gliffin—. ¿Vosotros también os dirigís ahí?

Entre los tres se miraron inquietos, hasta que Billy asintió con una tierna sonrisa.

—¿Por qué no viajáis con nosotros? Estaréis más seguros si vais en grupo...

—Gracias, pero no gracias —gruñó Jeffrey, aun desconfiando—. ¿Y si nos vendéis a ghouls? No somos comida ni mercancía, porque por muy cara que se venda la piel de gliffin es muy difícil arrancarla y vivir para contarlo.

—No somos traficantes —El hombre rio—. Somos artistas, y recientemente viajamos a la tierra de los dragones helados, en Eldia, a investigar para nuestros libros y para que ella pintara aquellos bellos paisajes. ¿Os mostramos uno de sus cuadros?

—Nos vendría bien saber el nombre de quien nos habla, en primer lugar —Más frío que el hielo, el pequeño gliffin se mostraba todavía reacio.

—Soy Mary —Se presentó la mujer—, él es mi esposo Greg y esperamos a un futuro nuevo integrante de la familia.

Acarició su vientre con delicadeza mientras decía esto último, mientras que en su rostro figuraba una sonrisa rebosante de maternidad. Greg sonrió acariciando la cabeza peluda de Klaus.

—¿Y tú, amigo enano? ¿Cuántos años tiene un viejo ghoul como tú? ¿Más de cien? ¿Trescientos tal vez?

—Oh... tengo apenas diecinueve años de edad... soy muy joven. Esta voz... la tengo desde los doce años más o menos por alguna razón.

—Aunque era menos ronca —apuntó Billy—. Porque antes Klaus dice que era un...

Rápidamente, Jeffrey lo interrumpió:

—Un... comerciante. Desde peque comerciaba joyería robada que le llevaba yo... vivíamos como locos en la ciudad humana esa que queda cerca del pico mayor del valle...

Klaus agradeció en silencio a su amigo, quien ocultó a toda costa su verdadero origen. Jeffrey sabía que los hombres bestia tenían una fuerte aversión hacia los humanos: los consideraban inútiles y débiles. Si descubrían que Klaus fue humano alguna vez seguramente querrían matarlo.

—Oh, vaya, fuiste un pillo entonces —Sonrió Mary, sujetándose de su marido para poder ponerse de pie—. ¿Nos movemos?

Klaus, Billy, y, aunque reacio, también Jeffrey, fueron tras la pareja, siendo Billy el conector adorable que mantenía a los hombres perro siendo amables con ellos. Klaus le susurró que decir algo sobre su antigua humanidad resultaría en una muy mala metida de pata, así que el pequeño demonio pacífico sonrió aceptando esa pequeña condición.

El viaje duró una semana, donde Raphel no se apareció ni por una milésima de segundo. Klaus se preguntó si tendría miedo de los hombres bestia. En su pequeño bolso de cuero de cabra ulgram (término usado por los hombres bestia para referirse a los animales normales, según Greg) había estado mirando mucho el cráneo de gliffin que el híbrido le había obsequiado. Nunca se lo había mostrado a Jeffrey, pero intuía que ya debía de haberlo descubierto.

Se preguntó más de una vez si el olor de ese trozo de hueso abollado y roto en varias esquinas había atormentado a su amigo en las noches. Si había pertenecido a algún miembro de su familia que, en su momento, hubiese querido.

Pensando en que tal vez tuviera en sus manos, como un arma cualquiera, la cabeza (o parte de ella) de algún hermano, un padre, o un hijo, quería desecharla y lanzarla lejos de sí. Pero algo en su interior le impedía deshacerse del objeto, tal vez su curiosidad, tal vez simplemente su moralidad, que le decía que estaría manchando la dignidad al cadáver. Aunque... le costaba no hacerlo.

Una noche llegaron a un pueblo, la aldea de la que hablaron Greg y Mary. Justamente cuando entraron, un escalofrío recorrió la columna vertebral de Klaus, quien sintió todos los olores animales cernirse sobre él. Lobos, perros, osos, gatos, ratones, conejos, y muchos más que desconocía. Vio como todos querían mirarlo, y sintió una sed de sangre tremendamente grande de muchos de ellos. Jeffrey se mantuvo apegado a Billy, quien caminaba tranquilo por las calles, sin notar la obvia tensión que los envolvía como una serpiente a su presa.

Klaus y Jeffrey, a pesar de ir relativamente separados, pensaban exactamente lo mismo.

«Tengo miedo»

Greg y Mary se detuvieron frente a un oscuro callejón, de donde un grupo de ratas del tamaño de un perro mediano salieron con trozos de persona en la boca. Klaus quiso vomitar, pero se agarró cual niño pequeño a las ropas de la mujer y miró al suelo frente él, viendo los adoquines sucios del tiempo, la tierra y el polvo traído por los viajeros. Caminando por un largo pasillo entre edificios, Klaus sintió más miradas sobre él.

—Nos quedaremos aquí por un tiempo —afirmó Greg, entrando a un pequeño edifico al fondo del pasillo—. Mientras ordenamos todo podéis pasearos por la aldea. Es grande y divertida. Tomad —Le dio a Klaus una pequeña bolsa de dinero—, divertíos comiendo chuches y disfrutando de las atracciones del parque.

«Nos ven como niños pequeños...»

Sin más remedio que irse, Jeffrey vio por última vez a Mary yendo hacia el interior de la casita, Greg cerró la puerta y se vieron solos los tres protagonistas de esta singular historia. Billy sonrió tomando la bolsa de monedas y salió corriendo, y chillando como el pequeño niñito que era por dentro.

Jeffrey y Klaus lo siguieron de cerca, teniendo cuidado en cada paso. No regresarían como en una hora más o menos, o hasta que se hubiera terminado el puñado de monedas de plata con el que contaban. Pero, sin ir muy lejos, un grupo de animales de ojos blancos los observaron, y se les acercaron. Eran solo cachorros de perro, y el gliffin les gruñó para que se alejaran.

—Largo de aquí, ratas —dijo, y los perros le ladraban con el ceño fruncido y media dentadura fuera, mostrándose amenazantes, o al menos lo intentaban.

—¿Llamas ratas a mis nanatsus, gliffin enano? —Un niño que no podía pasar de los diez años agarró de la cola a Jeffrey, y, con una gran fuerza impropia de su apariencia, lo tumbó al suelo.

Sin dudarlo, empezó a golpearlo en la cara de hueso, y, aunque sus nudillos sangraron, no se detuvo hasta que, al parecer su hermano mayor, de aproximadamente quince años, lo sostuvo de los hombros y se lo llevó pidiendo disculpas.

—¡Llamó ratas a mis nanatsus! —chilló el niño agresivo, aún sujetado por su hermano.

—Otto, déjalo, lo atacaron sin motivo —Miró a los perros de ojos blancos con enojo—. Y vosotros, dejad de buscaros problemas por capricho, por el amor de Dios...

Se marchó sin disculparse, y Jeffrey se sacudió la sangre de su cara ósea. Las personas los ignoraron, y Klaus agradeció eso. Se dispusieron a seguir exploraron hasta que el pequeño cachorro de gliffin se quedó estático, oliendo algo. Billy lo miró con claras dudas.

—¿Jeff? ¿Qué olfateaste? ¿Está rico?

Jeffrey solo murmuró una única cosa antes de salir disparado.

—Mamá.

Corrió, apresurado, por las calles, chocando con la gente, y seguido de sus amigos, quienes a duras penas podían saber su dirección. De no ser por el olfato de Klaus, nunca pudieran dar con él. Jeffrey corrió hasta una especie de tienda abandonada, con una ilusión en sus ojos casi infantil. En sus casi seis décadas de vida, nunca se había visto tan emocionado por algo. Sus pasos resonaban con prisa en los tablones de madera de la tienda, y se oyeron unas voces masculinas, graves y adultas, hablando del otro lado de una puerta vieja de madera roída por el musgo y los años.

—Ja, ja... ¿a cuánto crees que se venda? Es muy vieja pero muy valiosa...

—Bueno, si la limpiamos y perfumamos podríamos dejarla como en cincuenta monedas de oro.

—Suena a que nos haremos ricos.

—Más que ricos, viviremos de esos cazadores humanos. Se matan para conseguir lo que les robamos, que gran negocio. ¡Ja, ja!

—Mamá... mamá está ahí —chilló Jeffrey, entrando por la puerta abierta, haciendo que los enormes ciervos lo miraran con interés. La cara del pequeño canino se llenó de horror, no por ver a los ciervos deformes con anormales colmillos de carnívoro en sus fauces, sino por observar, tambaleante, la piel de un gliffin colgada de la pared, sucia, y con su calavera intacta— Ma...

—¡Pero si es su cachorro! —dijo uno de los ghouls— ¡Esta piel tiene más de diez años de vieja y su cachorro fue por ella!

—Qué fidelidad más mona... ¿y si lo llevamos junto a su mami? —Los dos miraron al pequeño gliffin que seguía paralizado— ¿Eh, pequeño? ¿Quieres irte con tu mami al infierno?

Uno de los dos ghouls agarró un saco de piel de gliffin también y se acercó lentamente mientras el otro se relamía los colmillos en su dirección. Jeffrey estaba estático, sin poder moverse, pero, cuando reparó en el peligro, ya lo habían atrapado las garras de uno de los ciervos.

Klaus salió gruñendo, ganando la atención por unos valiosos segundos, que hicieron que Jeffrey mordiera la mano de su agresor, y pudiera escapar, al menos por un corto período de tiempo, pues le pusieron el saco en la cabeza, impidiéndole ver algo más que el pelaje de un gliffin muerto. Klaus se quedó estático en el suelo, con la mano en la bolsa de cuero, sujetándola como si se tratara de la mayor riqueza del mundo.

Entre sus manos temblorosas se le resbaló la "daga" de adamantita hecha de cráneo de gliffin. Oía su respiración, los chillidos de Billy, y olía el miedo de sus dos amigos junto a la sed de sangre de los ghouls.

—¡Klaus! —chilló el gliffin, y el albino reaccionó sin pensarlo, enterrando la fila de filosos dientes en la boca abierta del ciervo con colmillos que lo iba a devorar. La sangre le cayó en la cara, pues estaba muy, pero muy cerca de matarlo.

El de ojos carmín sintió alivio, y corrió hacia Jeffrey, aprovechando que el otro ghoul fue volando hacia el cuerpo de su compañero, a auxiliarlo, aunque estaba prácticamente muerto. Jeffrey solo pudo concentrarse en saber que estaba vivo y sonrió "abrazando" con una de sus patas peludas a Klaus y Billy, quien, preocupado, miró hacia atrás y vio que el ghoul (vivo) no estaba.

—¿Dón-? ¡AH!

Gritaron los tres al unísono al ser metidos de golpe en una gran bolsa de escamas pulidas con uniones de pelaje negro. Se removieron violentamente en el saco, enorme, y se sintieron arrastrados.

—Bueno, ahora solo yo seré rico... —murmuró el ghoul ciervo, llevando a los tres amigos a rastras dentro de la bolsa.

«Estamos muertos» pensaron Billy, Klaus y Jeffrey al mismo tiempo, sintiendo sus vidas pasar frente a sus ojos, como una ilusión cruel y llena de una extraña armonía, que se complementaban en un violento danzar de pétalos y llamas.


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