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Perros Nuevos

Klaus, educada bestia. Ghoul domesticado, manso monstruo.

Eso esa Klaus para la humanidad, un bufón de la raza más peligrosa de la salvaje naturaleza, después de los gliffin.

A pesar de ser consciente de ello, el lobo albino convivía como si nada con los miembros de la corte y el palacio en general, sin haber visto a Jeffrey durante casi dos meses. Lo extrañaba mucho, a él y a su cerebro de paja, pero no podía salir de los límites del palacio de Klyde, quien, por el momento, se había vuelto su mejor (y único) amigo.

Una noche oscura, se le ocurrió salir a hurtadillas de su torre solitaria. Era consciente de que tal vez si lo descubrían lo asesinarían, pero estaba harto de estar solo. Además, quería cerciorase de que Jeffrey se encontraba bien, aunque, poco antes de haberse subido por completo a la gigantesca ventana, se detuvo a pensar.

¿Jeffrey realmente estaría buscándolo, o tan siquiera seguiría en la ciudad?

Tal vez lo había abandonado, porque, como siempre decía, lo mejor era no involucrarse con los humanos. ¿Realmente sería tan importante para el pequeño gliffin como para quitarle el sueño y que lo buscara? ¿Jeffrey siquiera lo extrañaba tanto como él?

Todas esas dudas inundaban la cabeza del pequeño lobo albino, quien se replanteó salir de la comodidad de su soledad. Los estudios que le hacían a su cuerpo no eran peligrosos ni dolorosos, porque los doctores y científicos estaban temerosos de recibir un castigo de su majestad el rey, y padre de Klyde. La comida no faltaba y era de maravilla. La cama era mullida y lo protegía del frío, mientras que podía recorrer cuando quería los límites del palacio, que era enorme y lleno de sitios que aún desconocía.

Jeffrey le ofrecía una vida lejos de toda civilización, una vida salvaje donde cualquier recurso podría costarle la vida. Donde el frío no sería evitado con fuego ni la comida servida en un plato, humeante y deliciosa. Robar, matar, huir... eso había vivido antes de integrarse con los humanos. Pero, por alguna razón, extrañaba esa vida.

Algo dentro de él extrañaba esa vida, por muy difícil que fuera. Jeffrey, a pesar de tener una personalidad peculiar, caía bien y era simpático y carismático. Lo echaba mucho de menos. Por ello, sin sobre pensarlo más, se subió a la ventana y bajó poco a poco, ayudándose de sus fuertes brazos y piernas para saltar y hacer parkour de un lado a otro. Se lanzó desde un muro hacia un grupo de balas de heno en los establos, asustando a los caballos. Enseguida los guardias que vigilaban la entrada corrieron a ver qué pasaba, y Klaus optó por mantenerse escondido entre el heno que aún quedaba medianamente ordenado.

—¿Aquí qué ha pasado? —cuestionó uno de los soldados, mirando a los caballos— ¿Algo se ha colado aquí dentro?

—No creo que solo se trate de una simple rata... tal vez haya algún tipo de bicho más grande para causar este desorden. —opinó el otro, examinando con cautela las balas de heno que quedaban intactas.

—Revisemos los establos, y si no hay nada venimos mañana con la luz del sol.

Se pusieron a revisar entre los caballos, que estaban medianamente revueltos, hasta que uno de los dos vigilantes dio un grito, atrayendo la atención del otro.

—¡AHH! ¡Un gliffin! —chilló, apuntando con su farola hacia un agujero en el suelo de uno de los cubículos. Su compañero sacó rápidamente un cuchillo de sus ropajes y apuntó hacia la misma dirección.

—¡Quitaos de en medio, humanos asquerosos! —Klaus se removió inquieto y nervioso al oír la voz que tanto anhelaba volver a escuchar— ¡Os mataré a todos si no dejáis de apuntarme con esa cosa!

Inmediatamente, y siendo consciente del peligro que pasaba su amigo, Klaus salió de las balas de heno, sorprendiendo a todos, pero su "épica" entrada se vio arruinada porque casi se ahoga con la cadena que mantenía atada en el cuello.

Tosiendo, fue el centro de atención de todos.

—¡Klaus! —chilló Jeffrey, moviendo su cola llena de polvo y agua residual— ¡Estás vivo!

El lobo albino lo miró con sus ojos enormes y rojos como la sangre, llorosos y corrió a arreglar el malentendido con los guardias.

—¡Él es un buen gliffin! ¡No va a haceros daño! —dijo Klaus, interponiéndose entre los guardias y su ex compañero— Aunque haya dicho esas cosas no va a hacer daño a nadie... Solo está asustado.

—No me parece alguien muy amigable, engendro. —escupió uno de los guardias con acidez— Estará encerrado en un calabozo hasta mañana —Le dedicó una mirada frívola al pequeño gliffin— sin comida ni agua. No lo queremos fortalecido y listo para matarnos con la panza llena.

—Nunca comería su asquerosa comida de todos modos. —bufó el cachorro de cara de hueso— Solo vine a por Klaus, vosotros sois estorbos.

—¿Él es Klaus? —Se oyó la voz de Billy detrás del gliffin, y Klaus, junto a los soldados, se quedaron quietos y expectantes para saber que saldría de ahí. El aspecto del pequeño lobo baboso no fue muy bien recibido, y rápidamente el otro guardia tiró su cuchilla del miedo.

—Te dije que mantuvieras el silencio, Billy. —riñó Jeffrey— Ahora somos más raros que lo raro para ellos.

—Pero nunca dijiste que Klaus era tan bonito... —Los ojos vacíos del pequeño demonio se fijaron fijamente en el lobo albino y antropomorfo— Wow, su pelaje parece muy sedoso.

Incómodo por los halagos repentinos, Klaus solo pudo mostrar una sonrisa ladina algo cohibido; aun así, intervino para que no les pasara nada malo.

—Ellos... ¡si vais a meterlos en un calabozo a mí también tenéis que encerrarme!

Los soldados se miraron entre sí con duda.

—Vaya, no creí que realmente fueran a hacerlo. Pero Klyde está durmiendo y todo eso... —dijo Klaus mientras veía un dibujo en la tierra del calabozo donde estaba internado, y jugaba con un palito seco encima de él.

—Oh vaya, ahora resulta que eres una gran influencia. —bromeó el gliffin, recostado sobre el lomo de un recostado Billy, que no paraba de mirar a Klaus como un acosador.

—No... —respondió el de ojos carmesí— conozco a alguien muy influyente. No es lo mismo.

—Amiguito de un famoso. —Hubo un corto silencio incómodo.

Jeffrey solo terminó arrugando su entrecejo óseo y explotó.

—¡¿Tienes alguna idea del tiempo que pasé buscándote?! ¡Casi cuarenta lunas ya! —chilló— ¡Y tú estabas aquí! ¡Viviendo la buena vida con buena comida, una cama cómoda y un nuevo amigo famoso y rico que tiene un palacio!

A Klaus no le extrañó ese reclamo enojado. Billy se quedó estático mirando a Jeffrey, que mostraba sus colmillos y cuyos ojos brillaban cual estrellas en sus orbes oculares negros como todo su pelaje. Jeffrey era un gliffin solitario que había perdido a su manada por culpa de haber perseguido a un "individuo interesante", pero se sintió inmensamente solo cuando Klaus se alejó de él. Le dolía el corazón de solo pensar que lo que había considerado su amigo lo habría abandonado por un puñado de comodidades materiales. Como gliffin, no hallaba nada más importante que los vínculos emocionales y sanguíneos.

¿Había más importante que Klaus para Jeffrey en ese momento?

Probablemente no. De no haber tenido la cara de hueso, hubiera podido expresar más dolor con un llanto infantil que refleja todo su temor a estar por completo solo. Pero claro, nunca le diría eso a Klaus.

Su amigo, sabiendo (aunque a medias) sus pesares, se levantó levemente y agarró entre sus brazos al cachorro de gliffin. Abrazó con decisión a una de las criaturas más peligrosas de la naturaleza y lo estrechó contra su pecho desnudo y mullido. Los orbes plateados de Jeffrey se cristalizaron de emoción, pero no correspondió. En su lugar trató de apartarse, haciendo una pequeña herida en la muñeca del lobo albino, que sangró, dejando caer algunas gotas del líquido rojo sobre el torpe garabato en el suelo.

—No me toques... —gruñó el gliffin— ¿Cómo saldremos de aquí?

—Pues... solo debemos esperar hasta mañana. —dijo Billy, ganando la atención del lobo albino y del lobo negro— Nos harán una especie de juicio a ver si somos merecedores de vivir o no.

—¿¡Qué!? —Jeffrey se asustó— ¡Nos matarán! ¡Rápido, cavemos un hoyo en la tierra y huyamos al mar...!

—Oye, oye tranquilo. —Klaus le puso una mano en la espalda— Tengo un amigo influyente, ¿recuerdas?

—¿Qué tan influyente es? No muchos nobles tienen voz y voto en esto... —Billy bajó la mirada al suelo, apesadumbrado.

—Es el príncipe. —Tanto Jeffrey como Billy lo miraron esperanzados— ¿Habéis flipado, no...?

—Bueno, eso explica muchas cosas... —comentó el gliffin— te han tratado demasiado bien los humanos asquerosos...

—Klyde es un buen chico, y me aprecia mucho. Es mi único amigo humano hasta el momento, pero haré que os salve también. Lo prometo. —Sonrió alzando los pómulos.

—Pero... —Jeffrey quería decir algo, pero ver la felicidad de Klaus, tan genuina, lo detuvo. Se recostó en el suelo, preparándose para dormir y esperar con paciencia al día siguiente.

«Pero... ¿cuándo volveremos a salir de aquí?»

Cerró los ojos, tras haberle echado un vistazo por última vez a sus dos amigos, que se miraban fijamente, incómodos y en silencio.

Los primeros rayos del sol habrían sido suficientes para levantar a cualquiera, pero en el oscuro calabozo donde Klaus, Billy y Jeffrey se encontraban, no había ni un ápice de luz. Por ningún agujero podía entrar nada de iluminación, debido a que estaban varios metros bajo tierra. El sonido irritante de los pasos despertó al pequeño cachorro de gliffin, que miró con odio hacia los barrotes de metal que lo aprisionaban dentro de la celda.

Uno de los soldados de la noche anterior lo miró, sosteniendo un farol encendido, y abrió la puerta. Un dúo de hombres musculosos cargó forzosamente tanto a Billy como al mismo Jeffrey, mientras que el guardia con el farol se acercó hacia Klaus y ató el grillete de su cuello a una cadena y lo levantó con toquecitos en la cara. El albino abrió los ojos a la par de Billy y no opuso resistencia, logrando que Jeffrey dejara de resistirse.

Caminaron hasta salir de las oscuras paredes de los calabozos, que tenían uno que otro prisionero dentro. Klaus se detuvo frente a la celda donde un niño, con una venda ensangrentada en los ojos, parecía mirarlo. Tuvo un pequeño choque en el corazón viendo tal escena, pero el guardia jaló su cadena pidiéndole silenciosamente que dejara de husmear. Klaus, con lástima, se vio obligado a seguir su camino.

Salieron a la luz, y siguieron su camino hasta el estrado donde había sido juzgado el albino cuando llegó al castillo. El gobernador, sentado en el trono frente a la sala, acompañado de dos consejeros y el joven príncipe. Klyde se alegró muchísimo de ver a su amigo con vida nuevamente, porque tuvo mucho miedo de no haberlo encontrado en la mañana para el desayuno.

—¡Klaus! —chilló el infante, enfadando a Jeffrey, quien lo miró con odio muy disimulado— ¡Qué suerte que estés vivo y a salvo!

—¡Quisiera pedirte algo, Klyde! —dijo Klaus, pero fue interrumpido por uno de los vejestorios de la corte.

—¡Hay un gliffin en el estrado sin atar! ¿¡Qué acaso nos hemos vuelto locos!? Primero un ghoul y ahora un gliffin y... otra cosa. El ghoul es como un animal salvaje: fácil de domesticar, ¡pero el gliffin es traicionero e inteligente! ¡Matadlo antes de que ese engendro nos asesine a todos!

—¡Cállate, vejestorio anticuado! —dijo Jeffrey, ganándose la atención de todos— Yo estoy aquí por una simple razón: Klaus. He venido a por él, y puedo irme en paz si lo dejáis libre.

Hubo silencio por unos instantes, que fue roto por la ronca voz del gobernador.

—Klaus es propiedad de la corona. Como has oído, gliffin —mencionó la palabra con asco— Así que solo la corona puede derogar su libertad.

—Bueno, ¿quién es la representación de la corona aquí? —Klyde se señaló a sí mismo sin perder de vista ni por segundo al cachorro con máscara ósea.

—Yo... Klyde Graziel, como príncipe del reino de Graziel y representante directo de la corona en la gran ciudad próspera de Kroyle... —decretó el niño, sonriendo y con una mano en el lado izquierdo del pecho— decreto que vosotros dos ahora, gliffin, ghoul y... baba canina, son de mi propiedad.

Jeffrey bajó las orejas horrorizado, y sus anhelos de libertad y aire fresco se rompieron en el suelo, como un jarro de cristal que han tirado. Algo en su corazón se apagó cuando vio a Klaus sonreír, notando el nivel de esclavismo al que su amigo era capaz de llegar por tal de pisarle los talones a una especie que ya no lo vería nunca más como uno más.

«Esto... ¡esto no puede estar pasando!»

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