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La Sombra Amistosa

Antonio había crecido siendo influenciado por lo que los adultos siempre decían y pensaban. En Madrid era muy común que los niños pequeños como él obedecieran lo que mandaban los adultos, y Antonio nunca se había planteado portarse mal, porque no le agradaba estar castigado. Cuando estaba castigado no podía ver a sus amigos, ni jugar con su hermana Ana, quien era su hermana favorita por ser la mayor de las otras tres.

Antonio gustaba de salir al jardín, oler las flores y corretear como cualquier otro niño. Antonio era un niño feliz en su casa de tres grandes y fabulosos pisos, adornados con maderas preciosas y pinturas al óleo de pintores famosos. Antonio adoraba cada detalle de su casa, desde su gran habitación llena de libros y juguetes, hasta el sótano, hogar de la servidumbre, siempre fiel y mansa ante los mandatos de la familia. Cada cierto tiempo, el señor Diego, o padre, reemplazaba algunos criados con otros nuevos, y siempre era divertido para Antonio ver caras nuevas arreglando las camas o limpiando la cara vajilla.

Según padre, España era una gran nación que gozaba de prosperidad y éxito. Y que, si las cosas seguían así, todos los españoles serían tan ricos como el Rey. A Antonio le gustaba la idea de jugar con el rey, y competir sobre quién era más rico. A Antonio le gustaban las monedas de oro que padre le regalaba de vez en cuando, y quería ser soldado como él, para ganar sus propias monedas de oro cuando creciera. Antonio amaba su vida, y quería que siguiera siendo así.

Una mañana, mientras padre merendaba en el gran comedor, acompañado de Antonio, le dijo:

—Antonio, hijo, hay algo que quiero decirte —Antonio lo miró, esperando su respuesta—, y espero que obedezcas al pie de la letra.

Cuando el señor Diego decía eso era una orden absoluta, y Antonio sabía que no podría desobedecer por nada del mundo. Y si el señor Diego veía que Antonio se esforzaba por cumplir, le daría un dulce acompañado de algún elogio o hasta una caricia en el pelo.

—¿Qué es? —preguntó, curioso.

—He traído a un nuevo criado, que me enviaron desde Inglaterra hace unos años, pero que me costó entrenar. Es un niño, como tú —Antonio abrió mucho los ojos y su boca formó una inocente "o". Padre cerró los ojos—, pero no podrás, nunca, acercarte o jugar con él. ¿Entendiste?

—¿Por qué?

—Porque es peligroso que lo hagas. Solo estará aquí durante tres meses, y luego otros soldados se lo llevarán lejos.

—¿Y por qué es peligroso? —El señor Diego lo miró, y parecía no tener algún argumento para responder. Tras unos segundos dubitativos, suspiró y contestó.

—Es un niño que ha hecho cosas malas. Como un criminal.

—¿Y por qué no lo enviaron a la cárcel como a los ladrones?

—Pasará tres meses aquí porque es parte de su castigo servirnos a nosotros —afirmó el señor Diego, con un tono de voz recio pero gentil—, y si intenta hacernos daño, sabe las consecuencias.

—Yo no.

—No tienes por qué.

Antonio se fue a su cuarto confundido. No podía dejar de pensar en que padre cometió un error al meter a un criminal en la casa, aunque fuera como castigo. Pensó en contárselo a Ana, pero ella no estaba. No tenía más remedio que salir a jugar con sus amigos. Su mejor amigo en todo el mundo era Henry, el hijo de un oficial muy risueño llamado Louis, que venían de Inglaterra.

Espera... ¡Inglaterra! De ahí venía el nuevo sirviente del que padre habló. Si le preguntaba a Henry o al señor Louis, seguramente sabrían de quién se trataba y qué había hecho como para castigarlo sirviendo a familias ricas, muy ricas, como la suya. Antonio corrió por el camino empedrado que daba fin a su casa y se unía con la calle, y se adentró en la ciudad, viendo a las personas mayores, junto a niños grandes, que hablaban y reían por todos lados. Otros iban con prisa sin poder detenerse a saludar a Antonio, el hijo del señor Diego, y el mejor soldado del mundo.

La casa de Henry era más pequeña que la de Antonio, pero bueno, el señor Louis no era tan importante y rico como el señor Diego, así que era normal que no tuviera una casa tan linda y grande. Cuando llegó, vio como siempre, a las criadas inglesas limpiando el pórtico, y cepillando al caballo estaba el criado español Carlos. Todos lo recibieron con un gran saludo lleno de cálido respeto, y Antonio sonrió, pasando por el camino que cruzaba el jardín, hasta detenerse frente a la pequeña escalera del pórtico.

—¿Qué se le ofrece, señorito Antonio? —preguntó la más vieja de las criadas, la señora Rose, siempre con olor a pastel de limón.

—¿Henry está?

—Sí, está jugando en el patio trasero con su primo Matías.

—¿Y el señor Louis está?

—En su despacho, trabajando. ¿Va a pasar a verlo?

—Sí, por favor —Antonio sabía que los criados era una clase inferior, pero no por ello debía de tratarlos mal. Padre le había enseñado que si los criados se sentían bien, hacían un trabajo mejor y más rápido, y que insultar a las damas era algo horroroso que solo los piratas y ladrones hacían porque no tenían moral.

Antonio era un niño lindo, educado y rico. Lo tenía todo.

Las criadas lo dejaron entrar, y Antonio fue hacia la habitación a su derecha. Frente a una puerta, se preparó para lo que preguntaría.

Tocó solo tres veces, y oyó un estruendoso "¡Pase!"

Entró, y el señor Louis se le quedó viendo con curiosidad. Seguramente preguntándose por qué un niño de ocho años estaba en su despacho y no jugando con su hijo.

—Hola, Antonio.

—Señor Louis, buenos días —saludó el niño, cordialmente—, quería hacerle una pregunta sobre algo que padre me dijo hoy.

—Adelante —Se reclinó sobre su silla, descansando los hombros.

—¿Quién es ese criado que traerán de Inglaterra? El nuevo.

El señor Louis estuvo en silencio un corto lapso de tiempo. Luego carraspeó y contestó:

—Bueno... es un regalo que le hicieron a tu padre. Por su buen trabajo sirviendo al Rey.

—¿Los criados no son personas?

—En el caso de este, no. No es humano como tú o como yo. Es un... una especie de animal. Un animal inteligente que puede ser criado.

Antonio abrió mucho los ojos.

—¿Cómo un mono?

—Creo que más bien se parece a un perro... pero, podría decirse que sí. ¿Qué te dijo tu padre sobre él?

—Que no me le acercara —El señor Louis asintió con decisión.

—Y tuvo mucha razón. Es un animal salvaje ese nuevo criado, pero está entrenado para obedecer las órdenes de tu padre. Solo a tu padre... no podemos dejar que tú o tus hermanas corran peligro si se le acercan mucho. ¿Entiendes?

—¿Y dónde estará?

—Ordenando cajas en el sótano.

—Pero ahí están el resto de los criados de la casa. ¿Ellos no pasarán peligro? —El señor Louis lo miró con seriedad, y luego negó con la cabeza.

—Ellos no. Solo son criados, Antonio.

Sin más que decir, Antonio se fue al patio trasero, donde vio la cabellera rubia de Henry correteando por todos lados. A su lado había un pequeño niño pelinegro, corriendo detrás de ellos. Con palos en sus manos, jugaban a los caballeros. Antonio amaba jugar a los caballeros.

—¡Hola! —exclamó Henry al ver a Antonio— ¡Ven a jugar con nosotros, Antonio!

Antonio sonrió ampliamente tras ser invitado y se acercó corriendo a su amigo. Vio al otro niño, quien le extendió la mano con una sonrisa a la que faltaba un diente.

—Soy Matías, el primo de Henry —dijo el desconocido, y Antonio lo miró raro mientras se planteaba darle la mano también.

—Yo soy Antonio, amigo de Henry —dijo al fin, dándole la mano de todos modos. Las manos de Matías eran duras y ásperas, como las de un hombre fuerte.

—Estábamos jugando a los caballeros —dijo Henry—, ¿quieres jugar?

—Claro que sí.

Toda la mañana estuvieron haciendo ruidos de caballos y chocando los palos de madera que pretendían que eran espadas. Jugaron hasta caer agotados sobre el pasto del patio, y rieron contándose cosas y chistes. Mientras veían el sol subir hasta perderse detrás de la copa del árbol debajo del que estaban, Antonio quiso contar de su "nueva adquisición" a Henry y a Matías.

—Mi padre llevará a un nuevo criado a casa —dijo, esperando darse un aire misterioso—, y es peligroso. Dice el señor Louis que ni siquiera es un humano. ¡Un criado que no es humano!

—¿Y qué es entonces? —preguntó Matías.

—No sé. Tendría que verlo primero, pero padre me dijo que nunca me acerque a él.

—Pero si no te acercas a él no sabrás qué es —señaló Henry, pensativo—, y nunca sabrás qué es.

—Mm... —Antonio cerró los ojos con fuerza. Pensando— ¡Ya sé! Lo veré a escondidas, antes de que padre me descubra, y luego no volveré a acercarme.

—¿Y eso es seguro? —Matías sonaba asustado— Porque dijeron que era peligroso, ¿no? ¿Y si te ataca?

—Jamás podrá atacarme.

—¿Por qué? —Quiso saber Henry.

—Porque si no será castigado, y dijo padre que no quiere ser castigado.

—Pero si lo castigan sería porque te hirió. Sabrían que te acercaste sin permiso.

—No me atacará, ya verán —Antonio se levantó—. Mañana os diré qué es el criado nuevo.

Salió corriendo con el sol del mediodía y llegó justo cuando una carreta con una gran lona estaba parada frente a la casa. Los adultos habían entrado justo cuando Antonio llegaba, y aprovechó para colarse en la carreta y ver lo que contenía. Solo había una jaula con un puñado de huesos de vaca roídos y con un olor desagradable a saliva de perro. No había nada. Antonio rechistó, y entró por la puerta del pequeño establo donde dormía el caballo. No vio nada al principio, pero tras llegar casi a la puerta que daba al interior del sótano, notó una presencia a su izquierda.

Volteó y vio una sombra. Una sombra cubierta por una tela gruesa, que estaba sucia y maloliente. Antonio arrugó la nariz y se acercó a la sombra de su misma estatura, para mirarla con detenimiento. Creyó ver un destello azulado entre la tela. Antonio tomó la tela con fuerza y la jaló, dejando al descubierto parte de la cara de la sombra oculta. Era... ¡humano!

Se trataba de un niño de pelo castaño oscuro y ojos muy azules, que lo miró con miedo y rabia a la vez. Rápidamente se cubrió la cara con la tela. Pero padre había dicho que no era humano, ¿había mentido?

—Oye tú, ¿eres el criado nuevo?

La sombra no contestó.

—Te hice una pregunta. ¿Eres humano?

La sombra tampoco contestó. Se quedó inmóvil, sin siquiera dirigirle la mirada a Antonio, quien, ofendido, frunció mucho el ceño y jaló la tela con mucha más fuerza. No cayó al suelo porque la sombra la sujetó con mucha más fuerza que él. ¡La sombra no-humana era mucho más fuerte de lo que imaginó! Ahora curioso, Antonio acercó su cara a la de la sombra, quien bajó la cabeza rápidamente, evitándolo.

Antonio no entendía. ¿No se suponía que el criado nuevo era salvaje y peligroso?

La sombra frente a él estaba huyendo de su mirada, y Antonio no entendía nada. Rindiéndose, Antonio se fue... o eso fue lo que le hizo creer a la sombra. Rápidamente se volteó y jaló con fuerza la capucha que cubría la cabeza de la sombra, exponiéndolo. Antonio sonrió mirando la tela en el suelo, pero la sonrisa se le borró de la cara en cuanto reparó en su nuevo descubrimiento. La sombra era un niño, como él, de pelo castaño y ojos azules, cosa que ya sabía, pero... tenía orejas de perro sobre su cabeza. Eran igual de castañas que su pelo, y se movieron hacia abajo, mientras que la cara del criado se contrajo en miedo.

Antonio, estupefacto, trató de tocarlas, pero la sombra se volvió a poner la tela en la cabeza y salió corriendo hacia lo que intuyó que era el camino al sótano. Antonio se quedó en su sitio, asombrado por lo que recién había descubierto. Quería contárselo a su hermana Ana, pero decidió que era mejor mantenerlo como un secreto por ahora. Sus ganas locas de contárselo a Henry y Matías lo consumían, así que subió a la casa principal y actuó como si nada.

En la cama, mientras veía la portada de un libro de cuentos, seguía pensando en la sombra. Era muy raro que una persona tuviera orejas de perro en la cabeza... ¿sería algún brujo? ¿O alguien lo hechizó? ¿La sombra era un niño hechizado?

Y a todo esto, se preguntó en qué momento había bautizado al niño como "la sombra". Tras meditarlo unos minutos, Antonio decidió que le agradaba el sobrenombre.

Al día siguiente, mientras Padre ordenaba unos papeles en su despacho, Antonio esquivó hábilmente las órdenes de Madre y fue dónde el mayor. Tocó inocentemente la puerta y el señor Diego lo miró con curiosidad cuando lo invitó a pasar.

—Padre... —dijo Antonio, en un tono de voz neutro— ¿El criado nuevo ya llegó? ¿Ese que es un niño como yo?

—Podrás verlo trabajar hoy. Para que dejes de pedirme verlo. Una vez lo veas podrás olvidarte de él, ¿sí? —Antonio asintió con una sonrisa amplia y se miró las botas de cuero.

—¿Puede ser ahora mismo?

El señor Diego suspiró y dejó los papeles sobre la mesa. Al final, Padre y Antonio bajaron al sótano, donde los dos criados adultos que limpiaban los recibieron con un cortés "Bienvenidos" y una pequeña reverencia. A Antonio le gustaba el respeto de los criados, los reafirmaba en la clase inferior que eran. El señor Diego preguntó sobre un tal Russell, y la criada más vieja le indicó con una mano una mesita de madera vieja y roída al final del final del sótano. Estaba muy, muy lejos del resto de las camas y mesitas donde los criados dormían. La cama, un pequeño colchón increíblemente limpio, estaba en el suelo, lleno de sábanas limpias y una bolsa de cuero que Padre tomó con algo similar al asco en su mirada.

Antonio alzó la vista cuando la sombra entró por la puerta de atrás, mojado y sucio, con un puñado de pan entre los brazos. La sombra quedó estática, aún con su capucha puesta igual que el día anterior, mirando a Padre con miedo. Temblaba un poco si ponías atención. Antonio temía que la sombra pudiese delatarlo, pero su escepticismo le podía y solamente agarró la mano de Padre, afirmando su vínculo ante los azules ojos de la sombra.

Antonio sonrió con superioridad.

—Russell, este es mi hijo Antonio —habló Padre, con tono autoritario—. No volveréis a veros tan de cerca, y ya conoces tu lugar. Más te vale nunca tocarlo o te arrancaré tus... manos.

Antonio solo oía esa voz cuando el señor Diego hablaba con algún criminal. ¿La sombra podía intentar herirlo alguna vez? ¿Tan peligrosa era que incluso era tratado como un criminal? ¿La sombra, con aquellos enormes ojos brillantes, era realmente mala?

La sombra asintió con la mirada clavada en el suelo. El señor Diego le dijo entonces a Antonio:

—Lo que quieras preguntarle, dilo. No tendrás oportunidad de volver a hablar con él.

Antonio miró a la sombra y luego a Padre. No dijo nada y solo pidió irse. Padre obedeció y desapareció con Antonio por las mismas escaleras por donde habían entrado. Minutos después, Antonio sorprendió a la sombra apareciendo por la puerta trasera, sudado y sin aliento, como si hubiera estado corriendo con prisa.

—Hola —dijo, con una extraña sonrisa. La sombra se asustó otra vez.

—No deberías estar aquí... —murmuró la sombra, en un hilo de voz. Dio la espalda y bajó la cabeza— vete por dónde viniste.

—Puedes hablar. Pensaba que eras mudo —Antonio entró completamente y cerró la puerta, sentándose en la mesita. La sombra lo miraba con duda, intentando averiguar sus intenciones—. ¿Te llamas Russell?

—...sí.

—¿Y de dónde eres?

—Deberías irte... —insistió la sombra, asustada.

—¿De dónde eres? —preguntó Antonio otra vez, curioso. Parecía determinado a quedarse ahí.

—...¿no te irás si no respondo?

—No.

La sombra lo pensó unos segundos, y al final cedió.

—...soy de Inglaterra.

—De ahí es mi amigo Henry. Deberías conocerlo. Es rubio y bueno, y rico, igual que yo. Pero yo no soy rubio.

—...genial.

—¿Por qué estás aquí? Padre dice que eres mi criado, y que te devolverán en tres meses. También dicen que eres un criminal y que no eres humano. ¿Y por qué tienes orejas de perro en la cabeza y no de persona en la cara como todos?

—...deberías irte —susurró la sombra, empujándolo con mucha fuerza contra la puerta.

—Respóndeme. Soy tu amo ahora.

—No le pertenezco a nadie —respondió la sombra, con mucho más carácter que antes.

—No, eres mi criado. Los criados son de los amos, ¿no lo sabías? —La sombra le gruñó como un perro, pero no dijo nada.

—...deberías irte —murmuró de nuevo con el quedo tono de voz.

—¡Oye Antonio, vamos a jugar! —Sonó la voz de Henry a alguna distancia. Antonio lo escuchó y sonrió, volteándose a la puerta.

—Debería irme... —Salió corriendo, dejando incluso la puerta abierta.

—...y no volver aquí.

Antonio abrazó a Henry con gran efusividad y lo arrastró hacia un sitio del jardín donde nadie podría oírlos. Lleno de emoción, Antonio dio saltitos.

—No me lo vas a creer... ¡he descubierto qué es el criado nuevo! —Henry abrió mucho los ojos, y dio saltitos, también emocionado.

—¿Y qué es?

—¡Un perro! Tiene orejas de perro en la cabeza, y no tiene nuestras orejas en la cara, como la gente normal. ¡Por eso Padre dice que no es humano!

Henry estaba muy sorprendido. Se sentaron bajo el gran álamo y debatieron sobre la existencia de la sombra, y el por qué los perros podían tomar la forma de una (casi) persona. Para Antonio, era una magia, un hechizo que tal vez un brujo le impuso a la sombra, y que le impedía tener orejas normales. Quizá por ese motivo era una sombra oscura al que todos temían. Antonio tuvo una idea, pero no le dijo nada a Henry.

Jugaron todo el día como los buenos amigos que eran, y luego se fueron a dormir. Cuando amaneció, Antonio se estiró, miró por la ventana y vio a los jardineros ocupándose del jardín. Bajó a toda carrera a desayunar junto a Ana y a Padre, los que siempre lo esperaban.

Ana, sonriente, lo saludó.

—Antonio, ¿cómo dormiste?

—Genial, hoy tengo mucho que hacer —dijo alegre. El señor Diego alzó una ceja intrigado

—¿Algo como qué? —Antonio mordió su pan con mermelada de fresas frescas de Madre, quien siempre insistía en darle su toque especial.

—Mm... planeaba explorar la casa.

—¿Otra vez? —preguntó Ana con una sonrisa mal disimulada— ¿Nunca te cansas de eso?

—Jamás. Siempre descubro algo nuevo. Quiero saber que esconden en el armario de los jardineros.

—¿Cosas de jardinería...?

—Lo averiguaré cuando revise.

Antonio se llevó el trozo de pan que le quedaba y se fue corriendo escaleras abajo. Ana sospechaba un poco sobre la extraña actitud optimista de su hermano, pero no hizo ni dijo nada. El tiempo ya lo pondría en evidencia.

Antonio esquivó a cada criado que vio y se escabulló hacia el sótano. Llegó hasta la camita en el suelo donde la sombra casi siempre dormía, y la encontró bien hecha y también limpia. A su espalda, un hastiado Russell bajó las orejas descubiertas mientras hacía una mueca de claro fastidio.

—Volviste...

—¡Hola! —Antonio se volteó sonriente— Pensaba que te habías ido.

—No tengo tareas... ¿por qué volviste aquí? Vas a lograr que te regañen.

—No lo harán, porque no me van a descubrir. Soy muy hábil escondiéndome de la gente. Y tengo más preguntas sobre ti.

—...no creo que vaya a responderlas.

—No sean cruel. Solo quiero saber de ti... qué eres... ¿y tus padres? ¿Son criados como tú? ¿Dónde están?

—Mis padres... no sé donde están.

—¿Por qué? ¿Te dejaron?

—Tu... —La sombra bajó la mirada, y se quedó callado un par de minutos que a Antonio le parecieron demasiado largos— tu padre me apartó de ellos. No es tan bueno como piensas.

—Tu padre debía de ser un criminal peligroso. Mi Padre es un soldado que solo atrapa criminales como asesinos y ladrones. ¡No es ningún malo! Él atrapa a los malos...

—Mi padre no había hecho nada. Solo vivíamos por aquí y... —Hizo una pausa— mejor vete de aquí. Pronto te buscarán.

—No lo harán. Solo quieres que me vaya. Pero soy tu amo, y debes responder a mis preguntas porque así te lo ordeno.

—No eres mi amo —La sombra alzó las orejas, como irritado—. Ni ninguno de los tuyos. Solo obedezco porque no quiero que me hagan daño. Quién sabe lo que los soldados que tanto admiras hayan hecho a mis padres.

—Oye...

—Te pedí que no volvieras aquí. Y volviste. No quiero responderte. No soy un juguete de estudio, soy un ser vivo igual que tú.

—Tú eres un perro, eres inferior a mí.

—¿Por qué? —La sombra parecía más grande de momento. Antonio sintió una pizca de miedo al ver sus ojos azules volverse más brillantes.

—Porque... eres un perro. Los perros son inferiores a las personas, comen las sobras y... traen palos.

—¿Me ves cara de perro, niño? —La sombra se ensombreció más, y el tono azul de ambos ojos se volvió un poco rojo a los ojos del ahora asustado Antonio.

Antonio se fue, casi corriendo, a la cocina. Tomó con cautela (pero rápido) unos trozos de pastel de carne que iban a ser para el almuerzo cercano, y salió disparado al sótano. A mitad del camino, Ana se interpuso, frenándolo de golpe.

—¿A dónde vas a explorar esta vez, Antonio? Porque quiero ir contigo.

—A... no voy a ningún lado. Solamente iba a... ver a Henry —Sonrió incómodo. Sudaba mucho por las manos.

—¿Pero Henry no iba a esa excursión con el señor Louis hoy? —Antonio se quedó en silencio, ideando algo en su pequeña cabecita.

—Oh, sí... supongo que solo vagaré por el jardín jugando a los caballeros.

—¿Tienes algo que contarme? —Antonio quedó estático cuando dio la espalda— Porque algo interesante debe de haberte pasado estos días, ¿o no?

—...no. Solamente han sido días aburridos, Ana.

—Oh...

—¡Adiós!

Antonio salió corriendo y de nuevo se vio solo en el sótano. La sombra estaba sentada en el suelo, tallando madera con unos cuchillos para nada afilados. Iba a ser una tarea complicada lograr darle alguna forma a aquellas enormes astillas.

—...¿por qué volviste?

—Mi hermana Ana me dijo una vez que uno actúa irascible casi siempre porque tiene hambre. Y ya que... los perros —La sombra gruñó mirándolo de reojo— comen las sobras asumo que rara vez has probado comida real. Ya sabes... rica.

—¿Qué te crees que soy? ¿Una especie de animal vagabundo?

—Solo eres un perro, y te he traído esto —Le extendió el trozo (casi deshecho) del pastel de carne. El aroma de la carne sin dudas era delicioso y penetrante. La sombra dilató un poco sus pupilas, pero no dejó de mirar con mala cara al niño que le extendía su mano como un salvador ególatra.

—¿Crees que necesito comer lo que me ofreces para sobrevivir? Prefiero morir de hambre antes que aceptar comida tuya, engreído.

—¿Llamas engreído a tu amo? —Tiró el pastel de carne al suelo con desprecio— Te mereces morir de hambre por insolente.

—Bien. No vuelvas.

A la mañana siguiente, Antonio miró por la ventana tras levantarse. Se preguntaba por qué la sombra era tan grosera con él, si estaba siendo lo más gentil que podía con la servidumbre. Siempre le habían enseñado que entre amo y siervo había una brecha que no podría rellenarse mientras ambos dos estuvieran en clases sociales distintas. También le habían enseñado que dar limosna a los pobres y a la servidumbre era algo que ellos valoraban mucho, y cada vez que le daba monedas a los mendigos ellos lo aclamaban casi a gritos.

Sabiendo todo eso, ¿por qué la sombra actuó tan orgullosa? El orgullo y el honor eran características propias de las clases de nobles y realeza.

Pasaron las semanas y Antonio no fue a ver a la sombra, pensando en el porqué de su actitud tan reacia y orgullosa. Estuvo enfrascado en sus pensamientos durante muchas noches, y de día jugaba con Ana o Henry para no levantar sospechas. Sin embargo, se le notaba lo distraído. Su hermana estaba temiendo que fuera... una niña.

—Antonio —Él la miró mientras acomodaba su pelota en su estante lleno de juguetes de madera—, ¿te has reunido con alguien últimamente?

La tez de Antonio palideció un poco, creyendo que lo habrían pillado. ¿Ana sabría de la sombra y que lo solía visitar? ¿Sabía que era rebelde y orgullosa como un noble?

—¿Con quién? Solamente he estado con Henry y su primo Matías, y tú.

Ana lo analizaba con la mirada.

—Podrías estarme ocultando algo. ¿Es esa toda la verdad? —Ana tenía el extraño poder de saber cuándo Antonio mentía o actuaba raro. Para su infortunio, esta era una de esas ocasiones donde Antonio odiaba que su hermana fuera la mayor. La hacía más astuta que todos los niños que conocía.

—¿Con quién más me vería? —Antonio se sentía nervioso, y sudaba mucho por las manos y el cuello.

—No lo sé, esperaba que tú me lo dijeras.

—No me junto con nadie más, Ana —Se encogió de hombros lo más sincero que pudo—. Y de ser así, te lo habría contado.

Ana dejó la conversación ahí y cambió de tema casi al instante. Por la noche, mientras se acomodaba para dormir, Antonio se apareció, vestido en su ropa de dormir. Ella lo miró, sorprendida.

—¿Qué pasó?

—¿La gente de clase inferior puede sentir orgullo o tener honor? —Ana parpadeó par de veces, sin entender. Tras analizar la pregunta en su mente siguió igual de confundida.

—¿Qué?

—¿La gente que es inferior a nosotros, los nobles, pueden sentir orgullo u honor? ¿Cómo un soldado?

Ella no supo qué contestar. Tras un minuto entero de silencio, al fin se decidió a hablar.

—Padre nos dijo que eso es propio de los nobles y la realeza pero... la verdad es que todas las personas pueden sentirlo si tienen un buen corazón, aunque sean mendigos o pobres.

—¿Padre mintió?

Ana quedó estática, pero luego carraspeó.

—Padre jamás nos mentiría. El orgullo solo pertenece a los nobles, por eso solo se le respeta a los nobles. Que otras clases inferiores lo tengan no significa que haya que respetárselos. ¿Por qué preguntas...?

Antonio se había ido antes de que ella pudiera terminar su interrogante.

—Hola —saludó Antonio a la sombra, que estaba recostada en su camita en el suelo. La sombra se irguió y lo miró con una cara seria, indiferentes.

—...creía que ya no vendrías.

—Estaba investigando por qué un plebeyo como tú tenía orgullo. Me tomó semanas.

—Oh, vaya. Bien por ti, ¿y qué averiguaste?

—Que todos pueden sentirlo aunque no sean nobles —La sombra alzó una ceja y asintió con vehemencia—, pero si no son nobles, no hay por qué tomárselo en serio.

La sombra lo miró. Parecía enfadada por algo. Antonio seguía sin entenderlo.

—¿Los nobles os creéis la gran cosa? —La sombra estaba furiosa al parecer— Solo tenéis oro, ni corazón os queda.

—¡Yo tengo corazón! —refutó Antonio indignado— Los nobles somos los que tenemos el corazón más puro de todos.

—Lo dudo mucho. Hablas de clases inferiores, y que eres mejor que otros solo por tener oro. No eres más que un niño malcriado.

—Padre me enseñó que las clases inferiores a veces no conocen su lugar, y por eso son rebeldes y fingen tener algo tan digno como el orgullo. Predijo todo lo que harías.

—¿Por qué vienes a molestarme? —La sombra se quitó su camisa y la lanzó al suelo, mostrando sus orejas. La espalda estaba llena de cicatrices que parecían de zarpazos o mordidas— Podrías tranquilamente solo irte y seguir con tu vida de mimado, en lugar de simplemente aparecerte y amargarme el día.

—Quiero hacerme tu amigo. Eres interesante —La sombra se estaba quitando su pantalón, pero lo miró cuando estaba por la mitad. Los ojos de Antonio eran sinceros, y por eso la sombra oscureció su mirada. Cuando se quitó la prenda, la lanzó junto a su anterior camisa de tela vieja, y mostró una cola peluda. Antes de que Antonio pudiera comentar al respecto, tomó otro pantalón igual de maltrecho que el anterior, y se lo puso. También reemplazó la camisa.

—No comentes nada, es de mal gusto —Lo reprendió—. Sí, tengo cola de perro.

—¿Naciste de... un perro?

—Mi padre era un lobo. Yo soy mitad perro y mitad lobo.

—Y mitad persona —Antonio trataba de entender, pero la sombra se lo negó.

—Solo mitad perro y lobo. Nada de persona. No soy humano.

—¿Y por qué pareces una persona entonces?

—Soy un niño. Igual que tú. Pero no soy un ulgram, como la clase de perro en la que piensas —La sombra lo miró con sus intensos ojos azules—. ¿Nunca habías visto a un hombre bestia antes?

—¿Hombre... bestia? ¿Qué es eso?

—Yo.

—Pero eres un niño.

—Es mi especie. Soy un niño bestia.

Antonio abrió la boca y los ojos al unísono, formando una "o" con sus labios. Quería saber más ahora que su curiosidad había despertado. Al principio creía que la sombra era solamente un niño hechizado, pero todo cambiaba si era un "niño bestia" de esos. Nunca los había visto, pero los adultos les llamaban animales y salvajes, que eran unos seres bárbaros que disfrutaban comiéndose a las personas.

Pero la sombra no se veía peligrosa. Era un niño, y los niños eran buenos.

—¿Crees que volverás a ver a tus padres? —preguntó Antonio, y la sombra miró al suelo.

—No. Tu padre y sus hombres se los llevaron lejos de mí. Creo que están muertos.

—¿Por qué? ¿No se los llevaron de criados como a ti?

—No. Los humanos les tienen mucho miedo a los adultos, porque son grandes y feroces. Los matan para no lidiar con ellos. A mí me tienen como un trofeo y me mandarán lejos en un mes.

—¿Por qué?

—Porque saben que en algún momento creceré y me volveré una amenaza. Prefieren mantenerme lejos antes de que pueda herir a alguno de los suyos.

—Pero... —Antonio lo miró a los ojos— ¿vas a herir a alguno de nosotros?

—No es algo que quieras preguntarle a un hombre bestia. Podría huir si así quisiera.

—¿Y por qué no lo has hecho aún?

—Porque estoy lastimado —Mostró su pierna derecha, donde, oculto tras un vendaje torpe, estaba escondida una herida horrible, con sangre seca alrededor y un aspecto terriblemente infectado. Pero a la sombra no parecía dolerle en absoluto.

—¿Cómo te hiciste eso? Necesitas un doctor.

—No voy a tener uno. Un oficial me lo hizo. Cuando me capturaron intenté ir con mi papá, pero un tipo me encajó una bayoneta en la pierna y no puedo moverme bien desde entonces.

—¿Entonces nunca podrás escapar?

—Creo que no.

Antonio iba cada día a ver a la sombra, quien había empezado a ser un poco más amigable cuando dejó de llamarlo criado. Antonio asumió que su orgullo no quería ser lastimado, y aprendió, con el tiempo, a respetarlo. La sombra dejaba de ser un poco menos oscura por cada día que pasaba, y Antonio lo consideraba ya su amigo. Seguía jugando con Henry, Matías y Ana de vez en cuando pero siempre esperaba poder encontrarse con la sombra y llevarle algo de comida.

Antonio era incluso más amable no solo con su nuevo amigo, sino con todos. Aprendió incluso que los criados, aunque fueran de una clase inferior, también eran personas como él. Todo eso gracias a la sombra. Sin embargo, el señor Diego sospechaba de las misteriosas desapariciones de su hijo, y un día lo siguió. Era el día en el que, finalmente, se llevarían a ese mugroso niño bestia de allí.

Madrid era un caos. Había rumores muy fehacientes de que pronto las tropas de bárbaros hombres bestia que habían reducido Inglaterra a cenizas y polvo atacarían España, y todos tenían mucho miedo. Los ancianos se escondían con las mujeres y los niños, y todos los hombres de más de quince años empuñaban un arma a diario, esperando el ataque inminente.

Antonio vivía alejado de toda esa locura, encerrado en el sótano junto a la sombra, quien sonreía abiertamente e incluso mostraba sus rasgos animalescos con naturalidad. Sin embargo, ese día, un gran estruendo los asustó, y Padre se les quedó viendo a ambos con desprecio y respirando alterado.

—¿Qué estás haciendo aquí, Antonio? ¡Te dije que NUNCA te acercaras a este niño! —gritó, furioso. Antonio iba a protestar, pero Padre tomó del cuello de la camisa a la sombra, quien gimió de dolor y lo miró a los ojos— ¡Asquerosa bestia!

Lo lanzó al suelo, cayendo encima de frascos de vidrios que tenían agua. Antonio corrió y se interpuso antes de que Padre le diera una patada a la sombra.

—¡Para! ¡Russell es bueno!

—¡Sal del medio, Antonio! ¡Tengo que deshacerme de él! ¡Mira lo que te ha hecho! —La camisa de Antonio estaba manchada de barro con marcas de manos con garras.

—¡Déjalo en paz, Padre! ¡No ha hecho nada malo!

—¡Quítate! —Lo agarró del cuello de su camisa de seda manchada y lo tiró a una esquina. Un grupo de vasos de cristal le cayeron encima, pero el señor Diego estaba decidido a patear y matar a golpear al torpe animal que había cambiado a su hijo. Ya no era tan educado y prefería mancharse las manos con esa cosa antes que jugar con el que fue su amigo desde siempre, Henry.

Antonio abrió débilmente los ojos y vio detrás de Padre una silueta enorme y monstruosa. La silueta extendió la mano y sujetó la cabeza de Padre, aplastándola casi al momento. El cuerpo cayó al suelo, y Antonio gimió asustado. La gran sombra de ojos rojizos y brillantes se acuclilló frente a Antonio. Era un animal que nunca había visto antes. Era grande y parecía un gato lleno de manchas por todo el cuerpo, y tenía grandes dientes que lo hacían ver aterrador.

—Eres el último que queda en esta mansión de parásitos —dijo el gato. Sin embargo, fue apartado bruscamente por las manos de la sombra, quien se interpuso aguantando el dolor de su pierna—. ¿Qué haces? He venido a salvarte la vida, niño.

—Dejadlo a él... ha sido el único ser amable que había por aquí, el resto no me importa.

—No es que aceptemos traidores en nuestras filas, perrito. También te devoraré a ti si te interpones.

—Hazlo entonces. Moriremos juntos —Miró a Antonio con una débil y asustada sonrisa—, como amigos.

—Tú tienes salvación —insistió el gato enorme, acariciando con su mano peluda la cabeza de la sombra, quien, a los ojos de Antonio, malherido por los trozos de vidrio incrustados en su cuerpo, se veía como un ángel. Russell había dejado de ser una sombra y era ahora un rayo de luz.

—No la quiero si tengo que dejar a Antonio atrás. Es mi amigo.

—¿Estarías dispuesto a morir protegiendo humanos?

—Sí.

Ambos amigos se tomaron de la mano mientras el enorme gato de ojos rojizos se arrodillaba frente a ellos. Por respeto, lo último que devoró de ambos fueron sus manos, fuertemente entrelazadas en un vínculo que, quizás, trascendió la muerte que se los llevó al unísono, con una música silenciosa.


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