La Maldad de las Bestias
Con la alarmante nueva noticia del incendio del poderoso Kroyle, toda la corte inglesa estaba aterrorizada. Presas del pánico, los hombres que usurparon la corte estaban tirados en el suelo, llorando, y chillando como niños pequeños. Uno de ellos, apenas dos jóvenes en la flor de la vida, estaba vendado torpemente de un ojo, que aún sangraba copiosamente, y se veía más que aterrado.
Según contaba, era apenas un cansado viajero que había planeado pasar unas noches en Kroyle, para comerciar y esas cosas, y que, justo cuando llegó, una avalancha de hombres bestia corrió y se coló entre los muros de la ciudad. Lo habían destrozado y quemado todo, tras perseguir y matar a cada ser humano que veían, y que, para su suerte, no lo llegaron a ver a él, quien apenas y había entrado a la metrópoli. Había huido junto al otro sujeto, un poco más mayor, con una incipiente barba creciendo en su rostro, y que afirmaba haber visto a alguien cayendo de los muros del alto balcón del castillo.
Estaban llenos de miedo, y gritaron de terror cuando vieron a un gran hombre lobo, ghoul y transformado, disecado en uno de los amplios pasillos. El rey estaba tratando de comprender, porque era una noticia seria, muy seria.
—¿Queréis decir que han irrumpido como si nada y han empezado a matar a lo que se movía? —preguntó, sin poder creerlo del todo. Ellos asintieron, con nerviosismo— Nunca habían hecho eso. Es un hecho sin precedentes...
—¿Qué se supone que haremos, señor? —cuestionó el consejero principal— Nuestros ejércitos no pueden contra un tumulto de bestias sin alma...
—¿Moriremos todos? ¿Masacrados por animales humanizados? —Uno de los jóvenes, el de la venda, se oía más aterrado que hacía unos veinte minutos— ¿Iremos todos a una guerra que no podemos ganar en contra de esas cosas? ¿Así acabará Inglaterra?
Nadie dijo nada. Nadie se podía explicar la razón detrás de la masacre. Quizá solo fuera en Kroyle, algún rencor, pero... ¿y si no? Tenían que prepararse para la guerra, incluso si no ocurría. Todos tenían miedo de lo que podría pasarles. Todos estaban condenados, porque los hombres bestia no aceptarían oro a cambio de paz, ellos no eran tan corruptos, siempre habían tenido el corazón manchado de sangre pero lleno de una lealtad propia de su naturaleza animalesca.
Definitivamente algún plan debían de elaborar. Solo ellos lo sabían por el momento, pero en algún momento hasta el más ignorante de los campesinos sabría del incidente. Londres peligraba si los nobles solo ignoraban aquel incendio.
—Tengo una sugerencia —dijo un joven noble, sentado entre otros adultos, con una seria expresión. Ganó la atención de la sala entera—. Aprovechemos que los pobres y plebeyos aún no saben nada, y preparemos la huida. Trataremos de negociar nuestra seguridad, la de unos pocos, a costa de la de otros miles, que poco valor tienen. Aquí conviven las bestias y los humanos, si las sucias bestias que conviven con nuestra plebe se enteran, quizá nos ayuden, o quizá no... No sabemos de qué lado se pondrán, así que simplemente garantizaremos nuestra seguridad. ¿No os parece bien?
Hubo murmullos.
—El muchacho tiene razón... si no podemos pelear, al menos podemos resguardarnos en un lugar seguro lejos de esas bestias.
—Sí... debemos priorizarnos antes que a todos esos inútiles pobres y vagabundos.
—¡Huyamos a España! ¡O a Francia!
—¡Huyamos a las colonias del Nuevo Mundo! ¡Pronto podremos caminar sobre ellas como si se tratase de Inglaterra!
—¡Sí!
Con vítores de egoísmo, la junta de nobles y cortesanos del castillo llegó a su final, acordando negociar la paz y huir a otros países, donde podrían vivir a salvo el resto de sus vidas. Los muchachos, pobres y vestidos torpemente con harapos, escucharon aquello y se miraron el uno al otro.
Uno de los guardias jaló el cabello de uno y lo alzó forzosamente, mostrando su rostro sucio y magullado a los nobles.
—¿Señor, qué haremos con estos?
—Darles una prisión de lujo, por habernos anticipado de esta desgracia. Lo sentimos caballeros, pero no podemos dejaros libres después de lo que habéis escuchado. La plebe no debe enterarse de nuestros planes, ¿está bien? Os daremos comida y agua como si de invitados se tratase, pero no volveréis a ver la libertad hasta que... —Rio—, bueno, hasta que las bestias os coman.
Y así, los internaron en los calabozos para el gran castillo, y pronto los olvidaron.
Por su lado, Tesla y los hombres bestia miraban atentamente un mapa. No sabían dónde atacar ahora, y Jack tenía dudas si Londres o mantenerse buscando aliados.
—¿Londres no sería la mejor opción para intimidar a los traidores? —Raphel opinó, apoyado en el tronco de un árbol, mirando atentamente a Klaus. El albino asintió, opinando lo mismo.
—Es la única ciudad del mundo donde los hombres bestia conviven pacíficamente con los humanos. Si matamos a los que se opongan a nuestra causa vamos a causar una guerra contra otros hombres bestia que los defienden —dijo Azur—. No queremos un conflicto, eso implicaría bajas. Y no tenemos tantos recursos. Lo nuestro debería ser una masacre unilateral, sin darles oportunidad de defenderse. Londres debería ser el último sitio al que atacaríamos.
—Si no lo derribamos antes, más tiempo y recursos tendrán los traidores para enfrentarnos y defender a los humanos. ¿Por qué dejarlos fortalecerse? —Otto gruñó, con su característico tono de voz ronco y reseco— Deberíamos derribarlos mientras no saben nada. La noticia del incendio en aquella ciudad pronto llegará a oídos de todos, y será peor.
—Supongo que el gruñón hijo de Jack tiene razón —murmuró el canguro rubio—, acumular enemigos sería lo peor.
—Sí lo es. Atacaremos en unos dos días —Sentenció Jack, mirando a Klaus, a Otto, a Raphel y por último a Azur—, ¿objeciones?
—Ninguna —afirmó Raphel, haciendo brillar de gozo sus pequeños ojos rojos.
—Entonces está decidido.
Los dos días pasaron como flechas sobre el campo. Todos los hombres bestia, hombres, mujeres, niños y jóvenes aguardaban en las afueras de Londres, matando a los vigías y cazadores que se internaban en los bosques. La comida escaseaba y los ghouls empezaban a desesperarse. Jack iba al mando esta vez, como l el líder que era, seguido de sus dos hijos, Kisho y Otto. Tras de sí iría Azur, acompañado de Klaus, quien lideraría a otro pequeño subgrupo de jóvenes comunes, y un solitario raza bestia.
Listos para el asalto, esperaron el amanecer. Atacarían esta vez a pleno día, para dejar tiempo a que en la noche llegasen incluso más humanos, y también asesinarlos. Habían decidido ya el destino de los traidores que se rebelaran: los encarcelarían y dejarían ahí, para cuando la comida empezara a escasear al punto desesperante. Para ello, en esos dos días, Klaus y Azur habían robado de las ruinas de Kroyle unas enormes carretas tiradas por caballos, que reemplazaron por nanatsus de especie herbívora, en las que cabían de dos a cuatro prisioneros.
Tenían tres carretas de esas, y habían considerado que a los que n pudieran apresar los iban a matar igual que a los humanos. Los nanatsus habían rugido de agradecimiento, puesto que eso significaba comida extra. Cuando el primer rayo de luz, ínfimo y débil, cruzó el campo de visión de los perros que vigilaban en lo alto de una colina, una multitud de ladridos estalló, despertando a todos. Eran más de mil atacantes, y los necesitarían a todos para poder hacer de su asalto un éxito.
Nadie era innecesario aquí, porque todos tenían un rol que cumplir. Todos descendieron la colina en silencio, buscando con el olfato a cualquier anomalía que pudiera arruinar su bien calculado plan. Primero penetrarían como visitantes un par de ellos, sin llamar la atención.
Joyce y Martha entraron en la ciudad con calma. Estaban mirando a todos lados, sin poder creerse que al fin podrían cumplir el objetivo, destruir la cuna de una nueva "civilización" alimentada por una alianza entre humanos y mitad bestia. Era una idea aberrante, a su parecer, dos jóvenes con un futuro mejor que el de bajar la cabeza ante mentes débiles que solo sabían imponer sus intereses egoístas sobre los beneficios que otorgaba una verdadera alianza igualitaria.
Martha, decidida a destruir todas esas ideas ilusas, apretó el paso, seguida de la tímida Joyce, quien se sentía observaba por todos los transeúntes habituales de la ciudad. Los periódicos, o al menos los titulares que alcanzaban a leer en la distancia, no mostraban signos de alarma todavía, ante la masacre y posterior incendio de la ciudad de Kroyle reducida a cenizas en solo dos días.
Fueron hacia una gran iglesia, el punto de encuentro con Jack y Otto, quienes, en sus formas humanoides, no levantaban sospechas en la gran ciudad. Los niños de todas las razas jugaban juntos y alegres en un tiovivo cercano, y Otto los miraba con odio. Detestaba a los humanos, y también a los niños mitad bestia que se hacían amigos de ellos. Los humanos eran ratas sin pelo ni vergüenza que osaban intentar mantenerlos ocultos en los bosques, tomando las sobras de lo que se les permitían los ricos nobles humanos.
Humillación total a su parecer, y apretó los puños, con más ganas de reducir el lugar a un polvoriento pueblo fantasma, manchado de sangre y vísceras humanas y traidoras. Otto era un asesino por herencia genética, y no se oponía a su rol natural de quitar vidas. Después de todo, ese era el propósito de vida de cada ghoul que pisaba la tierra.
Un nanatsu vio como Martha y Joyce lograron reunirse con los líderes, quienes movieron la cola con una fingida (a medias) felicidad, que fue la señal esperada por el nanatsu, para salir disparado hacia las tropas escondidas cerca de la metrópoli. Nadie, como esperaban, sospecho nada.
Un ghoul, transformado, rugió en medio de la plaza donde Otto y Jack se encontraban, causando alboroto, y esa fue la señal que todos los demás captaron al instante, como un aviso inmediato. Todos los hombres bestia invadieron la ciudad, matando principalmente a los humanos, tratando de obviar a sus semejantes, haciéndoles ver que no estaban en su contra.
Azur pateó la cara de un niño mitad gato, y una mujer gato se lanzó sobre él. Claramente murió, cuando un nanatsu león la atacó por detrás, pero eso hizo que todos los hombres bestia de la ciudad se pusieran casi automáticamente en contra del grupo de Jack, quien, enojado, se trasformó al unísono con sus hijos, y comenzó a atacar a otros ghouls que se transformaron para defender a los humanos.
Como una serpiente, Klaus y un grupo de niños de diez a quince años, estuvieron en las sombras de las grandes peleas, buscando mujeres y niños para asesinar mientras la mayoría de los adultos estaban ocupados tratando de librarse de la "caballería pesada".
Klaus saltó sobre una mujer desde un tejado, aprisionando su rostro con sus manos peludas, y dejando marcas sangrantes en el mismo por sus uñas afiladas. La mujer trató de luchar, pero le fue imposible. Para su suerte (y para la muy mala de Klaus), un enorme ghoul irrumpió rugiendo, furibundo en la escena, asustando momentáneamente a nuestro protagonista, quien bajó las orejas y le sacó los dientes, sosteniendo a su rehén como a la última gota de agua en el desierto.
El gran lobo de tres metros arremetió en su contra, haciendo que el albino soltase a la mujer humana y retrocediera. Pelear a lo bruto solo le llevaría a morir sin sentido. Esquivó un zarpazo que le hubiera rebanado la cabeza, pero un nanatsu, grande y robusto, le alcanzó a morder ferozmente una pierna. Klaus gritó de dolor, y con su otra pierna pateó la cabeza del animal, quien se vio obligado a soltarlo antes que le quitara un ojo con una de sus garras.
Azur, quien estaba a pocos metros, vio la situación de Klaus. En otra situación simplemente lo hubiera dejado morir, pero sabía que si moría, Raphel tarde o temprano sabría que fue por su culpa y lo mataría de una forma horrible. Irritado, dejó de lado la espada de acero que había conseguido quitarle a un hombre humano y se lanzó hacia Klaus, quien pudo evitar ser mordido en el cuello por mera suerte. Azur pateó al gran ghoul en la cabeza, logrando noquearlo y mandándolo al suelo. Klaus le agradeció en silencio, con un leve asentimiento de cabeza, pero el canguro simplemente lo miró con desagrado.
—¿Cómo se te ocurre enfrentar de frente a un ghoul? ¿Acaso estás loco? ¿Te has medido alguna vez en tu vida, enano?
—Eh... no lo ataqué de frente. Él se me lanzó encima porque... —Miró hacia donde antes estaba la mujer humana— una mujer humana. Estaba por matar a una mujer humana y se me lanzó encima, supongo que escapó con el caos que armó...
—Allá está —Señaló con un dedo a unos pocos metros—, ve a por ella y captúrala viva. El ghoul será problema mío y de Otto.
Klaus, sin pensarlo mucho, se fue corriendo tras la fémina, quien sostenía en sus manos, manchadas de polvo y sangre, un collar de cuero muy grueso y grande. La vio acercándose a un nanatsu lobo con el paso tambaleante, y esperó, reduciendo la velocidad, esperando un ataque por parte del canino, pero éste, lejos de hacerle daño, la "abrazó" y luego salió corriendo con una niña encima...
El albino ordenó a un ghoul tigre que siguiera al nanatsu, mientras que él se encargaría personalmente de la mujer. La apuñaló con sus garras en la espalda baja, pero no la mató, como ella creyó, suplicando.
—No te preocupes, señora, estará viva un tiempo más... —susurró a su oído el de ojos rojos, mientras la incapacitaba mediante arañazos y golpes para que tuviese impedido huir. La mujer chilló horrorizada y miró hacia el ghoul que estaba peleándose con Otto y Azur.
—¡Angus! ¡Angus! —gritó, desesperada, llamando la atención del gran (y ahora lastimado) lobo de tres metros, quien quiso correr hacia Klaus de inmediato, pero Otto le propinó un puñetazo en la mejilla que lo tumbó al suelo.
—¡No te distraigas! —gruñó el perro, riendo, quien luego miró fijamente hacia la humana y amplió mucho más su sonrisa— Oh... ya veo.
Caminó hacia Klaus pisando fuerte. Le arrebató el rehén al más pequeño y la sujetó, agarrada del cuello, frente a su rival casi derrotado.
—¿La quieres, no? —dijo, lleno de sorna y burla en su tono de voz— Levántate y sálvala, perrito faldero. ¿O es que prefieres ver como los nanatsus se la comen...?
El lobo tirado en el suelo trató de levantarse, apoyándose en sus grandes manos, cansadas y heridas, mirando con sus ojos apagados hacia la mujer, quien se retorcía entre los dedos de Otto, quien si no mostraba piedad con sus heridas.
—Traidor —Azur lo pateó en las costillas, ya rotas, unas tres veces, mientras que Otto y otro grupo de hombres bestia se reían de su estado lamentable.
Klaus quería acompañar la burla, pero una voz en su cabeza, extrañamente familiar, le hizo recordar que estaba siendo partícipe de un acto lleno de crueldad y que, si no iba a detenerlo, al menos que tratara de mantenerse al margen en lugar de unírsele.
«Que causa tan cruel...», dijo la voz, haciendo que Klaus sintiera dolor de cabeza. Un golpe de moralidad lo hizo mirar al suelo por unos instantes, y luego a sus manos, manchadas de rojo y húmedas de sangre fresca. ¿A cuántos humanos no había matado ya? ¿Y a cuántos "traidores"?
"—Todos hemos matado alguna vez. Hasta los más santos han pisado una hormiga alguna vez. Tú sí has matado antes, tienes sangre en la cara y en las manos.
—¡Silencio! ¡Yo NO soy un asesino! ¿¡Entiendes!?"
Se le nubló la vista y perdió el control de sus emociones en un ataque repentino de ira y ansiedad. Gruñó, agarrándose la cabeza con irritación, tratando de olvidar. Si olvidaba el pasado podría al fin enfocarse en lo importante: el futuro. Las memorias de Billy y Jeffrey azotaban su cabeza, recordándole que alguna vez convivió con ellos como un ser completamente diferente. Antes quería volver a ser humano, ahora más que nunca quería parecerse a un ghoul. Era distinta su forma de pensar, así que el pasado no podía estorbar, ¿o no?
Una flecha le dio sorpresivamente en la espalda y cayó desmayado en el suelo, tras dar un pequeño grito de sorpresa y dolor.
—¡Ja, ja, ja! ¿Vais a violar mujeres humanas por diversión? —exclamó un hombre conejo, quien, irónicamente, comía una pata de conejo ulgram al lado de varios otros hombres bestia.
Un viejo burro antropomorfo (raza bestia) sonreía a varios pies de distancia, mientras sujetaba del cabello a una mujer humana rubia, quien lloraba desesperadamente mientras unas decentes de hombres bestia las miraban con hambre, y algunos con deseo.
El burro asintió, sin borrar su enferma sonrisa cargada de sadismo.
—¡Esto es asqueroso! —gritó alguien del "público"— ¿Por qué no las sirven de comer de una vez? ¡Los ghouls tenemos hambre, ¿sabéis?!
—¡Comeos a los traidores! —rebatió el asno, haciendo reír a todos— ¡Ellos son la verdadera comida!
—¡Si te quieres follar a una humana hubieras vivido en Londres! ¡Como el resto de ellos! —dijo enojado otro ghoul. Un grupo de villed intervino en favor de la diversión.
—Dejad al pobre hombre satisfacer su fetiche, tío. Solamente quiere algo de acción ahora que su esposa lo ha dejado por aquel toro —Estallaron las risas. El hombre burro simplemente suspiró y se deshizo de su pantalón de cuero ulgram barato.
La mujer, aterrada, no podía moverse por los moretones y huesos rotos que llenaban de dolor su menudo y magullado cuerpo. Vio con horror como al asno se sumó un hombre zorro y entre ambos la profanaron a modo de espectáculo para el resto de hombres que se deleitaban y excitaban viendo su dolor. Lloró y gritó llamando a un tal "Dan", pero, claramente, nadie apareció.
La pobre fémina estuvo sufriendo y llorando hasta que ambos hombres llegaron a su clímax, llenándola con sus semillas tanto en su vagina como en su boca, colmándola de asco. Vomitó sobre el pasto, pero el burro la tomó bruscamente de la barbilla y la obligó a tragarse su propio vómito.
—¡Puta asquerosa! ¡Bébete eso, que lo he dado con cariño! ¡Hombre, pero qué mujer tan maleducada! —Todos los demás rieron con unas sonrisas llenas de malicia y morbo.
A unos metros más, lejos del calor del fuego que ahuyentaba al frío de la noche, en unas enormes jaulas de metal sobre carretas de madera, un grupo de hombres bestia miraba con horror el destino de aquella mujer, que, para su fortuna, ninguno de ellos conocía. Pero sabían que solo era cuestión de tiempo hasta que maltrataran, violaran y posteriormente se comieran a una de sus amigas, compañeras, esposas, hermanas, madres e incluso hijas. Estaban horrorizados por la brutalidad de sus semejantes.
Por esa precisa razón los habían dejado para juntarse con humanos, menos malvados y con más corazón. Los hombres bestia, especialmente los ghouls, eran malos por naturaleza, y disfrutaban matando y provocando dolor a otros. Era sadismo natural.
—Pobre chica... —murmuró un mapache, sintiéndose inútil, sentado entre rejas de metal— Al menos mi esposa Wanda murió hace dos años de un resfriado y no vivió para esto.
—Infelices hijos de puta —gruñó un ciervo, cuyos cuernos habían sido cortados—. ¿Por qué diablos atacarían sin motivo Londres? ¡Alertarán a todo el país! ¡Provocarán una guerra!
—¿Y si eso es lo que quieren? —cuestionó el único ghoul transformado, ubicado en una esquina oscura a la que la luz no llegaba. Era un lobo de pelaje grisáceo manchado de sangre y suciedad— Ganaron simpatizantes de la ciudad que secretamente comían humanos en las noches, aprovechando las buenas relaciones. Quizá quieran esa guerra por... alguna razón.
Un viejo hombre toro le puso una mano en la espalda y lo miró con una sonrisa lastimada.
—Al menos Martha y Maya pudieron escapar gracias a Diamond, ¿no, Angus?
—Maya y Diamond sí pudieron escapar a tiempo... pero Martha... —Se llevó las manos a la cara, triste y ansioso a la vez— espero que haya muerto.
—¿No escapó? —preguntó el ciervo con una mueca de pánico. Angus negó, con los dientes apretados.
—Un lobo albino enano logró alcanzarla antes de que pudiera alcanzar a Diamond... al menos él logró llevarse a Maya... pero Martha... ¡Ellos...!
Sollozó, sabiendo el horrible destino que aguardaba a su esposa. Sintiéndose impotente, lloró acorralado en aquella gran jaula donde su enorme cuerpo se sentía pequeño. Los demás hombres bestia que lo acompañaban mostraron su pésame mediante un toque gentil en su espalda ancha y peluda.
Klaus bostezó mientras caminaba al bullicio. Esa noche todos los hombres bestia que no habían resultado heridos (o que no estaban agotados) se habían reunido alrededor de una enorme hoguera alimentada con cadáveres y leña, para ver sufrir a los prisioneros que habían capturado. A su lado iba Raphel, quien lo miraba con una expresión satisfecha, como orgulloso.
—¿Y este griterío? —preguntó el enano, confundido, puesto que apenas y había despertado.
—Pues tienen prisioneros y son unos cerdos sádicos. Eso pasa.
—¿Qué...?
Al llegar a una gran roca, desde donde Jack, Otto y su hermano Kisho miraban cómo un burro maltrataba cruelmente a una humana pelinegra mientras que un hombre tejón la violaba; Raphel se sentó en una esquina y a su lado fue Klaus, admirando el feo espectáculo.
—Vaya, esto es curioso —dijo el de cara de hueso—. De tanto odio que tienen a los humanos que violan a sus mujeres.
—Hay gente con sus problemillas ahí arriba —señaló Kisho, sin despegar la mirada de la función—, o que normalmente no la meten ni en el agua y quieren aprovechar. Ese asno de allá abajo solamente es un viejo al que su mujer abandonó por un toro.
—Literalmente un toro —Rio Jack, haciendo a todos reír por un momento. Klaus también sonrió, con gracia.
—¿Y las mujeres de nuestras especies que son traidoras también son violadas así? —Raphel miró a Otto, esperando una respuesta.
—Esas son nuestras prisioneras —dijo Jack por toda explicación, sonriendo—, aunque normalmente las usamos de comida antes que para follar.
—¿Coméis ghouls? —Klaus los miró con asco— El canibalismo es otro nivel...
—Nosotros los ghouls no comemos ghouls. Se las damos a los nanatsus más desesperados, igual que los hombres. Ellos son fuentes de grasa, pieles y esas cosas. Carne de cañón a veces.
—Ah... —suspiró el de ojos carmesí más aliviado— Pensaba que vosotros os comíais a vuestra misma raza.
—Solo un caníbal haría eso, y nadie aquí está tan loco.
—Ya...
Klaus miró como un grupo de tres nanatsus, unos ratones de tamaño bastante grande, se comían a la prácticamente muerta víctima de la violación.
Amarrada a una cuerda, el menor vio a la mujer que antes había sido defendida por el ghoul que lo atacó en la ciudad a mediodía. Abrió mucho los ojos al verla, y al ver cómo se resistía. Llevaba unos retazos del vestido de seda que antes llevaba, y podía apostar a que apestaba a sangre y hombres bestia. El asno se había ido porque el vino había logrado desmayarlo, y en su lugar fue a tratar con ella un enorme hombre perro ghoul raza galgo.
Sonrió mientras todos los hombres que la miraban gritaban vulgaridades e insultos.
—¡Esta mujer es hermosa!
—¡Quiero que sea mi puta hasta que se vuelva fea y la lance a un pozo de nanatsus!
—¡Compártela!
—¡Humana deliciosa!
—¡Morbosa! ¡Puta de quinta!
Muchas palabras insultantes mezcladas con piropos descarados le eran dedicadas a la pobre mujer, que apenas debía de tener unos veinticinco años. A simple vista gozaba de buena salud, si obviamos sus moretones y arañazos. Sus ojos estaban cubiertos con una venda que cubría sus heridas.
Aterrorizada, trataba de quitarse el nudo que ataba sus manos, pero no podía ver.
Un hombre oso ghoul había arrastrado la jaula donde Angus reposaba solo.
—¡Angus! —Llamó la mujer cuando el perro galgo le arrancó la ropa, haciendo que el hombre lobo de inmediato saltara como un león hambriento— ¡ANGUS!
—¡Martha! —gritó él de vuelta, embistiendo con todas sus fuerzas contra las rejas que lo mantenían encerrado— ¡Animales, soltad a mi esposa!
—¿Y por qué? —El perro sonreía mientras manoseaba los pechos de la mujer, quien se retorcía asqueada. Angus parecía cada vez más furioso— Es bellísima... vaya potencial desperdiciado en una raza tan inferior...
—¡SOLTAD A MI ESPOSA, HIJOS DE PUTA!
Todos rieron a su alrededor.
Angus se lanzó con todo su peso a la reja, que empezó a ceder. Jack lo notó, y miró a Raphel de reojo.
—Raphel, haz el favor de bajar y detener a ese payaso. Va a romper la verja.
—¿Yo?
—Solo hazlo. No queremos bajas, y tú eres muy poderoso y no estás ni herido ni cansado.
El de ojos rojos suspiró pero no se negó, yendo rápidamente, bajo la atenta mirada de Klaus. Una vez al lado de la jaula, Angus empujó una vez más y logró romper la misma, como el perro predijo, pero antes de poder ir a por su mujer, Raphel le presionó la cabeza contra el suelo, inmovilizándolo al momento. El galgo se arrodilló frente a él, sosteniendo fuertemente la cuerda, y, con una expresión burlona, le dijo:
—Oye... mira lo que le haremos a tu mujer mientras tú miras.
Soltó la cuerda y se lanzó sobre ella, aprisionándola en el suelo. Angus quiso ir hacia ella de inmediato, pero el peso de la mano de Raphel era suficiente como para mantenerlo a raya. El perro se inclinó sobre ella, y un hombre caballo le extendió un trozo de metal en llamas, que agarró con una sonrisa.
«¡NO!»
El galgo metió aquel trozo de metal hirviente en la vagina de la humana, quien dio un grito desgarrador mientras lloraba desconsolada llamando a su esposo, quien, impotente y horrorizado, se removía inquieto, tratando de quitarse a Raphel de encima.
El galgo siguió haciéndolo mientras se reía, sacando sangre de la mujer, quien perdió la voz tras varios minutos gritando por ayuda.
—¡MARTHA! —Angus lloraba, con el cuerpo entumecido— ¡Martha...!
Tras un par de minutos más, el perro lanzó el trozo de metal y la soltó, viéndola caer al suelo, con sangre saliendo de su orificio de manera horrenda. Reía a carcajadas junto al resto de desalmados que observaban. Angus solo podía mirar, incapaz de moverse, ya porque su cuerpo estaba demasiado cansado como para hacerlo. Lloraba desconsoladamente, viendo los últimos momentos de su esposa, quien respiraba débilmente en el suelo, a duras penas con vida.
Angus fue levantado del suelo por Raphel, quien lo golpeó repetidas veces en la cara, el abdomen y la entrepierna, para asegurarse de que no saliera huyendo. Pero el lobo solamente se mantuvo quieto, mirando a su esposa moribunda. El perro agarró el cuerpo y lo arrojó a unos metros de distancia, junto a los restos de su ropa.
En ese momento, un niño nutria le susurró a Otto que el capitán Azur había despertado. Jack, al saberlo, se levantó y le puso una mano en el hombro a Klaus, llamando su atención.
—¿Puedes llevarte el cuerpo de la mujer a la zona especial para nosotros? Otto mencionó que quería comérsela.
Él asintió sin pensarlo mucho y bajó. Vio como Raphel y el oso metían a Angus entre risas a la jaula, y, mientras revisaba entre los harapos de la chica, ahora desnuda y lastimada, vio un moño rosa muy bonito, aunque sucio. Lo miró al derecho y al revés y lo guardó en su gabardina de piel de zorro ulgram que lo protegía del frío.
Antes de ir a la tienda donde Jack y el resto de los jefes se estaban quedando, vio la jaula de Angus, donde él estaba tirado en una esquina. Dejó el cuerpo de la mujer, ya muerta, claramente, en manos de Gonul, el cocinero, y se acercó al ghoul. Al verlo, éste le gruñó de inmediato, pero sus ojos llorosos hicieron que se detuviera al oler el moño de su esposa en la mano de su enemigo.
Miró a Klaus a los ojos, esperando una burla o una broma muy pesada de su parte, pero solo vio un vacío carmesí que no expresaba más que tedio. Sin comprender extendió su mano lastimaba y tomó el moño con delicadeza. Sus orbes se iluminaron al sentir el olor medio fresco de su amada y lo abrazó como un niño a un peluche. Movió la cola de manera inconsciente y le sonrió genuinamente agradecido a Klaus, quien solo le dio la espalda y se fue.
A la mañana siguiente, cuando Klaus despertó del todo y miró hacia una lanza clavada unos metros de su tiendita de dormir, vio la cabeza de Angus, con el moño en la frente, atado con una cuerda. Unos jóvenes reían mirándola y llamándolo afeminado.
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