La Calma Antes de la Tormenta
Klaus volvió al amanecer, lleno de sangre, herido en muchos sitios distintos y con la nariz destrozada y chorreando sangre y algo que parecía moco. Raphel fue el primero en recibirlo, con una sonrisa.
—Oh, vaya. Mi humilde campeón ha regresado a estas horas... se rumorea por ahí que cierto individuo color blanco arrasó con todo un pueblo humano... por su cuenta —Sonrió de forma siniestra—. Y es un gratificante logro ver cómo mi muchacho evoluciona de bien a mejor, sí, sí...
Klaus no dijo nada y se encerró en sus aposentos, donde lo recibió Jeffrey, quien, al ver sus pintas bajó sus orejas con preocupación.
—Klaus, ¿por qué lo has hecho? ¿Creíste que te haría sentir mejor? —No contestó— No creo que lo haya hecho.
—...al menos Billy descansará en paz ahora que su asesino está muerto.
Jeffrey se enfureció.
—¿Crees que Billy querría algo como esto? ¡A él le daría igual siempre y cuando fueras feliz! Y, créeme, no serás feliz así.
—¿Y qué querías que hiciera, Jeffrey? —contestó, mostrando los colmillos en una mueca amenazante— ¿Quedarme de brazos cruzados mientras esa gente salía impune después de haber matado a nuestro amigo? ¿Eso querías?
—¡Por supuesto que no! —Hizo una pequeña pausa— Pero, ¿acaso sabes lo que desataste? ¿Tienes alguna idea de lo que iniciaste con esa masacre?
—¿Qué? Ningún humano es tan estúpido como para atacar a una aldea de hombres bestia.
—Pero los hombres bestia son lo suficientemente fuertes como para empezar una guerra. Y justo eso estaban buscando.
—¿De qué hablas?
—Un pretexto. Raphel quiere una guerra, y te usó como pretexto. Solo él sabe lo que quiere, pero te está manipulando como quiere, ¿no lo ves?
—¿Y qué si lo hace? De todos modos, los humanos se lo merecen. Un poco de miedo por un par de años los hará recapacitar sobre su lugar en la cadena alimenticia.
—No hablo de una guerra ordinaria, hablo de un maldito GENOCIDIO MASIVO. ¿Sabes lo que significa eso?
—¿Qué me quitaría de encima un problema con cuatro extremidades?
—¡No, tarado! Si alguien descubre que tú eras uno de ellos... ¿no crees que te matarán también? Los hombres bestia no creen en nada.
—Raphel me protege, no tengo nada que temer.
Jeffrey se rio de forma amarga ante el comentario. Se preguntó en qué momento Klaus empezó a confiar ciegamente en ese demonio con orígenes cuestionables del que quería huir a toda costa.
—¿De qué forma crees que Raphel va a protegerte de un ejército entero de ghouls enojados? —Jeffrey bajó sus orejas, asustado, mientras se acercaba a Klaus con una manta negra entre sus dientes. Cubrió a su amigo con la gruesa tela, y, en un acto de ternura, lamió la sangre del rostro de Klaus, limpiándolo como si de un hermano menor se tratara.
El albino se quedó quieto, sin emitir ni un sonido, preguntándose el por qué su compañero y amigo hacía lo que hacía. Cerró los ojos tranquilamente mientras se dejaba limpiar por su amigo, sintiendo algo de amor fraternal tras tiempo sin experimentarlo.
Al amanecer del día siguiente Jeffrey fue el primero en despertar. Como vio que Klaus seguía durmiendo se estiró y salió de la recámara por su cuenta, dispuesto a ir a por algo de comer. Caminó alejado de algunos hombres bestia que estaban en los pasillos de la fortaleza, incluido Otto y sus terriblemente vivos ojos verdes. Los evitó a toda costa y siguió andando. Llegó al jardín interior, lleno árboles de cerezo que pronto perderían sus hojas por el invierno que estaba cercano a llegar.
Miró primero los árboles y luego reparó en una carreta tirada por caballos ulgram. Curioso, se acercó a esta y miró en su interior, cubierto débilmente por una manta rota de tela barata. Dentro habían tres personas: dos humanas y un niño también humano. Una de las mujeres dormía tiritando de frío, y la otra abrazaba al infante. Al ver al gliffin se asustó y retrocedió un poco, pero Jeffrey se apoyó en la carreta, poniéndose en dos patas para poder observar con más detenimiento.
Los ojos blanco-dorados del gliffin estaban brillantes ante lo desconocido y su boca quedó hundida entre los barrotes de madera fuertemente tallados. La mujer dio un grito y el niño se abrazó más a ella.
—Humanos... —murmuró Jeffrey, fascinado— ¿Cómo llegaron aquí?
Nadie le respondió, obviamente, pero él siguió haciendo preguntas, movido por su curiosidad.
—¿Cuáles son sus nombres? ¿Los capturaron? ¿Qué los hizo llegar ahí? ¿A qué se dedicaban antes?
El niño extendió tímidamente su mano para alcanzar a tocar la nariz ósea de Jeffrey, quien, en un arranque de emoción, abrió más la boca mostrando la infinidad de colmillos de adamantita que ya se le formaban. La fémina rápidamente agarró la mano del pequeño, impidiendo que fuera rebanada por los dientes de hueso. Con pavor, se mantuvo alejada a ella y al niño de las fauces del "monstruo". Jeffrey se cuestionó si les habría dado miedo, aunque esa no fue su intención para nada.
—¿Pueden entenderme? —preguntó directamente al niño, mirándolo fijamente, y él asintió tímidamente, haciendo que los huesos se curvearan en una alegre sonrisa— ¡Hola! ¡Soy Jeffrey! Un placer conoceros, humanos.
Viendo que era amigable, la otra chica, quien no dormía desde que oyó la voz del gliffin, se irguió de forma esquiva y acarició de forma repentina una de las patas delanteras del animal, haciendo que Jeffrey diera un pequeño salto, rompiendo un poco uno de los barrotes de madera con sus afilados dientes. Tosió, escupiendo parte de las astillas, mientras la chiquilla lo veía fascinada.
Cruzaron miradas cuando ella tomó su pata izquierda y examinó las almohadillas con sumo cuidado. Jeffrey quedó maravillado ante tal muestra (desvergonzada) de curiosidad.
—Es precioso... —murmuró la humana, creyendo que nadie podía oírla, pero Jeffrey era un gliffin, con un oído claramente superior. De haber podido ruborizarse lo habría hecho, pero en su lugar bajó la cabeza y apartó la pata de entre las manos femeninas. Ella al parecer notó su error y sí se ruborizó.
Se miraron mutuamente, hundidos en los ojos del otro, tan distintos, y Jeffrey acercó su cabeza de hueso hacia ella. Un ruido interrumpió el momento y rápidamente el pelinegro sacó la cabeza, y miró a sus alrededores.
Salió corriendo tras unos segundos y se desapareció en dirección a las cocinas del palacio, retomando su primer objetivo. Una vez bajo techo, Jeffrey dio un último vistazo a la carreta, asomando la cabeza de entre un arbusto de bayas. Para su sorpresa, Klaus habló detrás de él, haciéndolo dar un brinco del susto.
—¿Qué estás haciendo?
Jeffrey lo miró respirando agitado, y trató de esquivar la pregunta.
—Iba a por algo de comer en la cocina... ¿Tú cuando te levantaste, a todo esto...?
—Te vi husmeando en la carreta de provisiones. ¿Qué hay ahí? —insistió Klaus, alzando una ceja con curiosidad.
—Nada... Hongos.
—¿Hongos?
—Las llamadas trufas... se veían ricas.
—¿Y por qué diste un brinco y luego volviste a meter la cabeza ahí?
—Se había colado un pequeño pajarito dentro... estaba comiéndose una de las trufas —Klaus no le creyó, y lo demostró con su mirada—. ¿Qué?
—Aprende a mentir antes de que intentes engañarme.
Caminó hacia la carreta cubierta por la maltrecha manta, y el gliffin lo siguió lentamente, preocupado por la reacción de su amigo al ver a esas criaturas que no veía con buenos ojos desde el incidente de Klyde, y que, ahora resentido por el fallecimiento de Billy, odiaba con todo su ser.
Klaus metió su cabeza para ver y su nariz (aún lastimada) chocó bruscamente con la mano del niño humano, que lo hizo dar un gruñido encolerizado, sacando los dientes de oso que ya eran suyos. Los humanos lo vieron con terror, distinguiendo sus rasgos salvajes, tan similares a los ghouls, pero a la vez, tan diferentes.
«Humanos...»
—Es un lobo blanco... —mencionó el infante, mirando a los orbes carmín de Klaus— Qué bonito.
—¡Klaus! No les hagas daño... —pidió Jeffrey, nervioso, asomando su cabeza por el otro extremo de la manta— No son malos.
—No pretendo eso —rebatió el albino, aunque con un muy mal disimulado desdén—. Solo quería saber qué te traía tan curioso. Ya lo sé, ya no me importa.
Se alejó de la carreta y se fue a las cocinas. El gliffin se quedó maravillado ante la madura reacción de su amigo, y se quedó mirando con su curiosidad a las mujeres con el niño.
Por su lado, el de ojos rojos había seguido su camino como había mostrado, internándose en las cocinas y yendo directamente hacia Gonul, el cocinero, un hombre caballo (real, por muy extraño que suene) muy simpático y de pelo negro.
Una cosa que a Klaus le fue complicado de entender al principio fue cómo un animal herbívoro como el caballo mismo podía tener su contraparte carnívora en un ghoul (como Gonul y muchos más de su especie). Había visto a los nanatsus, extensiones del cuerpo de los ghouls con vida propia, con colmillos y que seguían una dieta omnívora, balanceada entre lo vegetal y lo animal. Fue muy raro para él ver a un venado comiéndose a un caballo salvaje. Aunque a estas alturas nada podría sorprenderle viniendo de los hombres bestia, criaturas misteriosas y poderosas a la vez...
—Oh, enano —dijo Gonul, sonriente, mostrando sus colmillos en su boca de supuesto herbívoro—. ¿Y tu compañero? Siempre venís juntos a comeros algo de cordero de desayuno.
—Está ocupado encariñándose con la comida de Jack —respondió Klaus desganado como siempre—. Mañana seguramente la buscará y no dará con nada en especial.
—Pobre amigo... ¿y qué pasó con el demonio chiquitito? Desde ayer no lo veo...
—Está muerto.
—Oh... lo lamento —Hizo una corta pausa— ¿Cómo quieres tu cordero de desayuno? ¿Ahumado o pasado por la salsa que preparé?
Klaus se limpiaba la herida de la nariz en un estanque cerca del pueblo, sabía que quedaría horrible de todos modos, así que no se esforzó en minimizar su aspecto por complejos tontos. Un ruido a sus espaldas llamó su atención, y volteó, viendo la melena negra de Rekko arrastrándose por el suelo, con mucha sangre azul goteando de sus heridas. Klaus se levantó y se acercó hacia el monstruo y lo observó con lástima.
—¿Qué te pasó, querido amigo? —Le dijo, buscando respuestas. Rekko no dijo nada y solo lo miró con sus enormes ojos azules carentes de vida.
—Ha-hace a-año-ños... —balbuceó, con la mirada perdida— vi a un ni-niño que olía a-a ti... Tenía e-el pel-lo castaño y los o-ojos verdos-verdosos. Fu-fue el m-más dócil de tod-os... y el primero que creímos que mo-moriría... —Miró a Klaus a los ojos— Raphel no con-confió en noso-nosotros... Nos usó a todos... Nos mató a todos... O eso intentó... Ale-aléjate de Ra-Raphel... tú que todavía pued-puedes.
Se desmayó tras decireso último, y Klaus, lejos de ayudarlo, lo miró con repulsión. Ya no leimportaba buscar respuestas, ahora solo quería... ¿cuál era su objetivo ahora?
(La ilustración la hice yo a lápiz y un amigo fue quien la pasó a digital...)
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