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Inmune a las Llamas

Tras abrir los ojos de forma pesada, miró a su alrededor. Seguía en la misma celda asquerosa desde que despertó, con un guardia vestido de brillante armadura vigilando la puerta de sus barrotes. No prestaba atención a lo que conversaba con otros guardias, porque honestamente le daba igual. Solo quería salir de ahí, aunque no tenía muchas fuerzas. Ni siquiera había podido sentir hambre de lo agotado que estaba su cuerpo. Incluso había comenzado a tener alucinaciones, viendo lobos azules y rojos danzando frente a él como si de almas se tratase, entre llamas de sus respectivos colores, que les daban un aspecto místico.

Su cuello se había recuperado, reconstruyendo la carne que antes rodeaba a las vértebras. Estaba calvo en esa zona, pero solo de momento, puesto que el pelaje crecía lentamente, dándole picazón. Seguía sin querer (ni poder) moverse, pero ya escuchaba los rumores de los guardias, y de ese toro que le había intentado cortar la cabeza.

—...dicen que Su Majestad el Rey viene a verlo en persona.

—¿Cuándo? —preguntó Minotark.

—No sé, solo escuché el rumor. No tengo detalles.

De pronto, hicieron silencio y se pusieron firmes. Junto a un soldado lagarto, pero con las manos de un mamífero, vestido también con armadura blanca, iba un león adulto, vestido con ropa fina. Pelaje dorado y melena roja carmesí, con los ojos azules brillantes, pero uno de ellos era diferente. Era igual que los de un reptil, cubriendo de azul toda su extensión, con una pupila alargada y afilada. Tenía una cicatriz que lo atravesaba. A diferencia del príncipe, era más grande y escondía músculo bajo aquellos ropajes de fina estampa.

Se detuvo frente a la celda de Klaus, mirando con seriedad al prisionero en su interior, recostado a la pared de piedra musgosa.

—Oye —Le dijo, con una voz grave y muy masculina—, tú, el lobo blanco. Te hablo a ti.

Klaus alzó la mirada, apagada por el cansancio.

—¿Cuál es tu nombre?

Klaus no contestó. El rey repitió, con paciencia:

—¿Cuál es tu nombre, lobo blanco?

Klaus lo miró a los ojos, sintiendo aquel ojo reptiliano atravesarlo con su filo lapislázuli.

—Su alteza, solo querría...

—Su Majestad —corrigió Minotark, con tono grueso.

—Su majestad... —dijo Klaus, poniendo los ojos en blanco mentalmente— solo querría algo de... agua.

—Te daré agua —concedió el rey—, pero si me dices cómo te llamas.

—Klaus...

Como prometió, una mangosta emplumada le dio una cantimplora llena de agua, que el albino bebió con desespero. El agua corrió por su garganta y barbilla, cayendo al suelo en gotas espesas. La cola casi se movía de la alegría. Minotark le quitó la cantimplora poco después.

—Tengo entendido que no moriste cuando intentamos decapitarte —habló el león, alzando una ceja—. ¿Por qué fue?

—No tengo idea... pensaba que podía morir como cualquiera. Mis huesos no se rompieron, pero la carne sí la rompió la espada.

—Pero la carne de tu cuello está ahí... —Klaus se rascó la nuca ausente de pelo— aunque no tienes pelo.

—Volvió a crecer.

—Un cuello no vuelve a crecer como una uña —dijo el toro—. Tú eres algo diferente a cualquier otra cosa que hayamos visto.

—Qué bien, soy un bicho raro que no se muere —dijo el albino sarcástico.

—Te intentaremos ejecutar de otra forma ahora —proclamó el monarca y Klaus lo miró espantado—. Si sobrevives, ten por seguro que vamos a acogerte.

—Porque no tienen de otra —Sonrió cuando el felino dio la espalda. Minotark apretó el agarre de su espada con mucha fuerza.

Se fueron y el lobo se quedó mirando con curiosidad el exterior de la celda. Era feo, oscuro y olía mal, como la celda misma. Volvió a rascarse la nuca, sintiéndose extraño.

Tras un par de minutos, un par de guardias enmascarados con cascos blancos lo sacaron a rastras de su prisión y lo llevaron a un enorme patio interior rodeado de las murallas del castillo. La luz le dio como una flecha en los ojos, y se obligó a cerrarlos. Cuando logró reabrirlos con dificultad, vio al rey a pocos metros, sobre un balcón, mirándolo de vuelta. Los guardias lo dejaron caer al suelo, cubierto de pasto verde y cuidado. En el centro del gran patio había un enorme roble andaluz, que otorgaba mucha sombra. Klaus alzó una ceja, extrañado. Junto a la planta, Minotark estaba parado, con una expresión muy seria.

—Oh, vaya, eres tú —mencionó el albino con tono anodino en la voz—, creí que podrías estar en otros asuntos.

—No entiendo qué clase de brujería te mantuvo aquella vez, pero esta vez espero que no tengas tanta suerte —respondió el toro, arrugando el entrecejo.

—Me odias, ¿no? Interrumpo tus jornadas al lado del su alteza.

—Al rey te refieres como Su Majestad, maleducado.

—Sí, eso... ¿cómo vais a matarme esta vez? ¿Hundiéndome en brea y quemándome?

—Estuviste cerca.

Surcó el cielo una sombra veloz, que dio varias vueltas sobre el patio interior. Tras unos segundos, descendió una enorme bestia color blanco y azul, de ojos azules y dientes filosos. La lengua dorada salió cuando la bestia rugió, atemorizando a Klaus, quien bajó las orejas mirando al dragón. El enorme animal lo observaba con curiosidad mientras se relamía el hocico, estirando sus púas.

—¿Asustado, lobo? —Sonrió el toro, mientras le apuntaba con su espada. El albino cayó sentado sobre el pasto, sintiéndose muy pequeño, como una hormiga.

El dragón bramó escupiendo llamas al cielo. Desde su posición, el rey le dijo:

—¡Kryl! ¡Quiero que incineres a ese lobo blanco! ¡Si tus llamas no lo matan, créeme que nada lo hará!

La bestia alada extendió sus alas y miró con fiereza a Klaus, que temblaba de miedo. El fuego no era precisamente su mejor amigo, y sí que era capaz de sentir el ardor de las quemaduras bajo el pelaje, directo en la piel. El dragón abrió la boca en su dirección y exhaló una gran llamarada que lo cubrió, a él y el árbol. Minotark se había apartado mientras no miraba. Klaus sintió el ardor carcomerle la piel, y tumbar su pelaje. Las flamas cesaron en pocos segundos, y el lobo albino se restregaba con la tierra reseca, quitándose los restos de calor del poco pelaje que le quedaba en el pecho y parte de la cara. La piel de su cuello estaba frágil, pero no caída.

Todos se quedaron boquiabiertos ante aquel bizarro milagro. Klaus, por supuesto, estaba ocupado aliviando su dolor. El dragón arrugó el entrecejo y abrió la boca, haciendo chasquear su lengua, como un mechero, provocando chispas. Sin embargo, el príncipe lo detuvo.

—Ya basta, Kryl... si no murió antes, no lo hará ahora. Solo prolongarás su dolor.

—Es un criminal... —Le dijo un consejero.

—Lo que sea, debemos mantenerlo de nuestro lado. Es inmortal —susurró el joven león—. No queremos a un enemigo inmortal, ¿o sí?

El de ojos carmesí suspiró cuando al fin su cuerpo estuvo libre del fuego, y miró con una sonrisa prepotente al toro que le devolvía una mirada odiosa. Lo veía temblar, pero, honestamente, él también estaba algo asustado. Siempre había apostado a que su supervivencia a muchas cosas había sido fruto de la suerte. En ningún momento había reparado en cómo su cuerpo se regeneraba en cada herida, cubriendo las cicatrices con espeso pelaje.

El monarca bajó montado sobre el lomo del dragón, quien aterrizó frente a Klaus, que lo miró con una expresión torturada. No sabía qué harían a continuación, pero no quería ser usado como rata de laboratorio. Lamentablemente para él, podían inmovilizarlo de cualquier forma. Si lo usaban como soldado eterno sería un desastre.

Aún tenía que vengarse de la niña, y de Rekko, por haberlo mandado a ese país. Los odiaba, pero ahora tenía miedo del veredicto del rey, quien lo miraba con ojo crítico. Bajó éste del dragón, y Klaus lo observó desde su altura, casi tirado en el pasto.

—No podemos matarte, es un hecho —reconoció el león—, pero puedo hacer algo positivo por ti.

—¿Positivo?

—Sé algo que quizá tenga valor, para ti, digo... y para que yo proteja esa información has de servirme. No te haré mi esclavo, sino... un noble.

—¿Qué información podría hacerme querer ser un noble de este país? No sirvo a nadie.

—Puedo ver la verdadera forma de tu alma con mi ojo de dragón —Klaus alzó una ceja—. Sé que no eres un lobo, solo ocultas tu verdadero ser en un cuerpo invencible por cualquier razón...

—¿Y qué soy sino un lobo, si puedo saber, su majestad? —Sonrió, creyéndose ganador.

—Humano —La sonrisa canina se desvaneció al momento—. ¿Me equivoco acaso? —No obtuvo respuesta— Entonces no. Aquí eso no tiene mucho peso, pero en tu tierra natal quizá... y nunca está mal vender a un demonio por un puñado de oro.

—No sería capaz... puedo matarlo si quiero. Soy...

—¿Inmortal? Sí... quizá. Pero el dolor lo sientes muy bien —Entornó los ojos con maldad—, y yo hago lo que sea por proteger a mi familia y a mi pueblo, incluso mandarme a la guerra contra un demonio inmortal como tú.

Las orejas lupinas bajaron y la cara de Klaus se quedó en una mueca derrotada. Empezó a maquinar amenazas, pero si ese león hacía lo que dijo estaba más que muerto... o más bien, frito. En la Parte Tierra los ghouls buscaban comida desesperadamente. Incluso querían crear humanos artificiales (así como Raphel creó los gliffin como Rekko) para no tener que recurrir a la matanza convencional. Si descubrían que era humano lo usarían como experimento, como una vez lo hizo aquel enfermo de nombre Klyde. Lo recorrió un respingo de solo recordar aquellas sensaciones horribles que le dejaron marcadas cicatrices bajo el manto blanco de su pelo.

Miró nuevamente al soberano, quien le sonrió con la misma prepotencia que antes había usado él contra Minotark, y se vio obligado a asentir.

—Bien, entonces. Te daré un fuerte en la capital, donde me servirás como... ¿qué sabes hacer exactamente? Aún no investigo quién eres.

—Fui comandante en la guerra de exterminio. Uno de los importantes.

—Oh... ¿El comandante blanco está frente a mis ojos? —El ojo de dragón achicó su pupila alargada— No pensé que estuviera frente a tal personalidad.

—¿Comandante blanco...? —dudó Klaus.

—"Comanda una fuerza grande un lobo. Blanco como la nieve y con una valentía que triplica su estatura". Así se oían los rumores de hace dos milenios. Estás en libros de historia de tu país.

—Oh... interesante. No tenía ni idea. ¿Cuánto vive la gente aquí?

—Unos trescientos años es suficiente. Pero vosotros... las bestias... consideráis eso solo su tiempo de juventud, ¿o no?

Klaus no contestó.

—Me llamo Dax Bagmister, y soy el rey del próspero país libre de Hybridad —dijo el felino—, y espero que tú, ex comandante blanco, me sirvas desde hoy. Arrodíllate y júrame lealtad, y te permitiré lo que prometí hace unos momentos.

—Su Majestad... —dijo el toro— es un criminal lo que tiene ante usted.

—Estará vigilado entonces. Por ti —dijo el rey, y la cara de Minotark era de pura molestia—, en Palacio. Un miembro de la Guardia Real debe de ser más que adecuado para cuidar de la seguridad de mi familia de este criminal al que he absuelto, ¿no?

Sin poder rehusarse, y con una rodilla en la tierra, el bovino se vio obligado a asentir. Sin embargo, estaba furioso por la metida de pata que había cometido, y, como venganza, agarró la cabeza de Klaus y la obligó a tocar el suelo en un fuerte empujón. La frente canina sangró, pero él no se quejó. Cerró los ojos, sonriendo por dentro.

Al menos no sería prisionero.


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