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Gliffin Artificial

Dos mocosos. Había dos mocosos frente a su casa. Klaus quiso gritarles que se largaran, pero sabía que no era muy sensato. Lo estaban observando. Con una mala cara muy notoria, el albino se les acercó, evaluándolos. Eran dos chicos vestidos con chaquetas de cuero costosas. Uno, pelinegro y con ojos pequeños y afilados, tenía un porte serio. Sus orejas estaban altas, y su cola estaba quieta. Era un husky siberiano muy alerta; al contrario que su acompañante de pelo gris, quien movía su cola con una sonrisa inocente, como si estuviera realmente feliz por algo. Tenía los ojos llenos de estrellitas imaginarias.

—¡Señor Klaus! ¡Es un inmenso placer trabajar con usted! ¡Soy un gran admirador de su trabajo y de sus grandes hazañas! —chilló el alegre perrito— ¡Ya quiero comenzar a asistirlo para lograr encontrar la forma de crear humanos artificiales, o algo que nuestros compañeros ghouls puedan comer!

Klaus simplemente miró al otro, quien bajó su cabeza a modo de reverencia.

—Un placer trabajar con usted, señor Klaus. Perdone la insensata actitud de mi hermano, está realmente emocionado —dijo, a modo de disculpa, sin quitar su seriedad.

—Ya puedo verlo... —El de ojos rojos miró al de pelo gris. Su cola era como un ventilador. En el fondo sintió ganas de reírse, mas no lo hizo— No me importa lo que hagáis siempre y cuando no saboteéis mi trabajo, ¿sí? Realmente solo quiero que el grupo de concejales me dejen en paz. Haced lo que queráis, pero si vais a intentar asistirme, quiero que sepáis que no tengo mucha paciencia para estupideces. No duraré en echaros a gritos al primer problema que me saque de mis casillas. ¿Quedó claro?

Ambos asintieron al unísono.

—Mi nombre es Arthur Adams, señor —dijo el pelinegro—, y mi hermano es...

—¡Billy Adams! —interrumpió entusiasta el otro, saltando en su lugar como un niño en una dulcería. Klaus abrió un poco los ojos al escuchar su nombre y quedó con la boca entreabierta por un puñado de segundos.

Muchas cosas se arremolinaron en su mente, como un accidente de carruajes chocantes.

"¿Creéis que estemos juntos para siempre? ¿Qué no nos vamos a separar nunca?"

"¿Y tú? ¿Quién nos protegerá de ti cuando enloquezcas y nos intentes matar?"

"Desde que abandonamos esa isla dejé de temerle a tu lado humano."

La adrenalina corría por sus venas furiosa, dándole una sensación falsa de felicidad y euforia. Klaus movió la cola inconscientemente, deseando que Billy estuviera allí para ver su homenaje a su muerte. Para que se riera con él de los cuerpos humanos reducidos a girones ensangrentados.

Klaus parpadeó par de veces, mirando al emocionado hombre perro que le movía la cola como una mascota. Negó con la cabeza, sacándose momentáneamente del shock, y solo pensó una cosa.

«Todos los Billys son igual de raros, supongo»

Suspiró y los invitó a pasar. La casa en sí no tenía tantas cosas como cualquiera esperaría de un viejísimo veterano de guerra que se convirtió en una leyenda para todos los hombres bestia, que había sido un comandante feroz que condujo a la humanidad a su perdición tras un par de milenios de guerra genocida. Había excavado en túneles, rebuscado en edificios, y vaciado presas, todo por encontrar humanos escondidos y así matarlos sin pizca de piedad. Y aun así, no había ni un triste artilugio de interés personal para él. Todo lo que ocurrió en aquella larga guerra resbaló por la cabeza de Klaus, quien solo se dedicó a reconstruir su vida cuando la paz fue instaurada.

En sus muebles de terciopelo rojo bastante barato, los invitó a sentarse, y así tener una corta conversación para familiarizarse con el dúo de jóvenes que ahora lo asistirían en sus investigaciones.

—Bueno... Billy... Arthur —Los miró con duda—, ¿a qué os dedicáis?

—Yo soy bioquímico. Me dedico a estudiar el interior de los seres vivos y ver de qué elementos están hechos. Fui el primero de mi clase en la Academia —Sonrió ampliamente Billy, moviendo su cola con entusiasmo. Klaus asintió.

—¿Y tú?

—Yo soy solo un doctor general. Me gradué en la Academia de Medicina Española.

—Qué bien... —murmuró Klaus de forma sarcástica—, bueno, empezamos mañana. Podéis largaros de aquí y molestarme de nuevo en la mañana. Tengo que limpiar esta pocilga y... —Miró a su alrededor— guardar cosas.

—Nos veremos mañana entonces, señor Klaus.

Y así, Klaus al fin se quedó solo.

Tenía muchas cosas que hacer antes de empezar a trabajar con aquel par de mocosos. Primero: limpieza. Ya que no tenía sirvientes (porque no soportaba la idea de depender de gente extraña para todo) se dedicó a barrer el polvo de su enorme sala de estar. Luego tomó un pañuelo y sacudió los muebles, estantes y hasta libros sucios que guardaba sin interés en una pequeña biblioteca personal.

Abrió varios de ellos, buscando algo interesante. Sin embargo, solo dio con libros de nulo interés para él, de cuentos infantiles y uno de anatomía. Encendió su hoguera central y los lanzó todos. Mientras veía las llamas consumir los papeles, su oído captó algo a las afueras de su ventana de la esquina. Caminó lentamente, armado con una mirada afilada y garras igual de feroces, y quitó las cortinas antes de dar un golpe a la madera. Klaus asomó su cabeza, oyendo el ruido, como de pasos apresurados, y trató de ver qué lo causaba.

No vio nada, a pesar de todo, y, molesto, cerró la ventana con tal fuerza que asustó a los niños que jugaban en las calles aledañas. Klaus prefería mil veces la vida pacífica en el campo, pero sabía que no podría estar muy tranquilo con la crisis del hambre que ahora vivían las bestias. Se preguntó cómo diablos pasaron dos milenios sin vivirla, si los humanos llevaban muertos todo ese tiempo.

No quiso saber la respuesta, porque honestamente no le importaba en lo más mínimo. Inglaterra estaba viviendo la ausencia del rey, quien había salido a negociar paz con Portugal, por alguna disputa sin sentido de algún noble importante. No le gustaba la política, porque era un nido de víboras hipócritas. Siguió barriendo hasta llegar al sótano, un sitio desolado y frío. Cuando exhaló, de su boca salió humo blanco. Lo respiró y, como era de esperarse, el aire le lastimó la nariz, de por sí cicatrizada. Parado sobre una vieja mesa de madera, e iluminado solamente por un puñado de velas tomó varios papeles escritos. Los leyó y luego abrió un pequeño armario vacío al fondo de la habitación. Los metió ahí y junto a esos fueron muchos más.

Antes de cerrar el armario vio un viejo cráneo que no había visto en muchísimo tiempo. No estaba sobre la mesa, antes vacía, así que alguien lo había puesto ahora con un sigilo impresionante. Klaus tomó un cuchillo y lo sostuvo fuertemente, mirando a los puntos oscuros.

—Quién sea que seas... sal de dónde estés antes de que te arranque un ojo.

Su voz ronca resonó por los escasos rincones del sótano. A la izquierda, dos ojos muy azules lo miraron, de forma macabra. Se acercaron con gran rapidez a Klaus y éste gruñó mostrando sus colmillos al intruso. Una risa enfermiza lo espabiló de inmediato.

—Rekko... estás vivo —dijo Klaus, bajando la guardia, pero mirándolo con cara de pocos amigos.

—Sí... Klaus —Expuso su cuerpo y el albino abrió los ojos sorprendido. Lo recordaba como una masa negra de ojos y sangre azules con la forma de un lobo, pero ahora era un gliffin... o al menos así parecía.

Lucía un cuerpo grande, pero mucho más pequeño que antes, con pelaje negro y sólido, surcado por marcas de pelaje azul que recorrían toda su extensión. Al igual que Klaus, no tenía genitales, y su cara era completamente de hueso. Los ojos eran idénticos a los de un gliffin, siendo mares negros con los orbes luminosos azules en su centro. Klaus sonrió bastante impactado.

—Tú... cambiaste bastante.

—Sí... también dejé de tartamudear y ya no puedo tomar mi forma humana. Me convertí en un gliffin artificial, después de todo —Se recostó en una pared. Tenía en el cuello una especie de collar formado por colmillos de bestias atados por un hilo azulado.

—¿Hace cuánto?

—No sé, siglos... —Lo miró a los ojos y se acercó. No andaba en cuatro patas como los gliffin ordinarios. En su lugar iba como un hombre, aunque peludo y... aterrador. Las almohadillas de sus patas brillaban en la oscuridad, haciendo juego con sus ojos— Pero tú no cambias nunca, ¿o no?

—Al parecer no puedo. Aunque dicen que estuve durmiendo por cinco años por alguna razón. No recuerdo haberme desmayado ni mucho menos... en fin, ¿qué te trae a mi humilde casita?

—Raphel está despierto —Rekko tenía una expresión neutra—, y va a buscarte.

—Raphel está muerto. Yo lo vi hace dos milenios, tirado en una cueva, tieso y con sangre saliendo de su cabeza. ¿Revivió mágicamente?

—No lo entiendes...

—No, no lo entiendo. Recuerdo que murió por algo. No sé bien qué, aunque muchos pensaron que yo lo había matado. Él era mi aliado, ¿por qué lo haría?

—Te estaba usando.

—¿Para qué? —Frunció el ceño— ¿Crear gliffin como tú? Ya te tiene a ti, no me necesita. Me protegía, eso era lo que me importaba. Era raro, sí, de cojones, pero no podía cambiar su forma de ser.

—Sigues sin entenderlo... —Rekko se irguió a toda su altura, y lo miró hacia abajo— Sabe que aún queda algo de humano en ti, por eso eres tan especial.

Ofendido, el albino le gruñó y le apuntó con el cuchillo que todavía tenía en la mano. El gliffin de sangre azul no se amedrentó y agachó la cara ósea a la altura del arma blanca, retándolo con la mirada.

En un duelo de miradas amenazantes, y uno en el que Rekko no podía parpadear, estuvieron por tres minutos, hasta que Klaus cedió y le dio la palabra.

—Eres único, y él lo sabe. Lo que no sabes tú, Klaus, es que poco a poco estás... cambiando.

—He cambiado mucho desde la última vez que me viste.

—La última vez que te vi fue hace unas horas que echaste a un par de mocosos de tu salón principal —Sonrió con los ojos—. Bonita casa, por cierto.

—¿Hace cuánto me espías? —preguntó extrañado el de menor tamaño, alzando una ceja.

—Hace más de lo que te imaginas. Solo quería estar seguro de que no había riesgo en aparecerme. Tienes muchos admiradores...

—Soy un héroe para ellos.

—Intentaron matarte, aquellos viejos.

—Lo supuse.

—No pudieron.

Klaus lo miró con duda y curiosidad. Quería preguntar detalles, pero lo obvió, repasando el cuerpo de la criatura frente a él. Definitivamente nunca había visto a algún gliffin así, tan grande, tan brillante y con pulgares oponibles. Aunque tampoco era que hubiese visto muchos de ellos. Desde su pelea con Jeffrey, se había topado con varias manadas durante la guerra, vigilando las batallas (o masacres, como prefería llamarlas) como cuervos hambrientos, y siguiéndolo cuando viajaba solo grandes distancias. Nunca fue atacado, y nunca se mostró hostil. Sabía la fuerza que un gliffin podía guardar, no quería descubrir la de diez juntos.

Su cuerpo recordaba la sensación de ser atravesado por la adamantita de aquellos dientes, pero las cicatrices habían desaparecido. Su cuerpo ahora estaba inmaculado, exceptuando su nariz, que nunca recuperó el sentido del olfato, ni desapareció las marcas que la rodeaban y/o atravesaban. Odiaba esa regeneración anormal, pero nada podía hacer para detenerla. El cuerpo de Rekko despertaba su fisgoneo científico, al que se había dedicado unos años después de acaba la guerra. Quería tocarlo, examinarlo y hacerlo experimentar cosas. Las almohadillas le ardían.

Sin embargo, su compostura era de hierro y se mantuvo quieto y de mirada estoica hacia él, quien se mantenía recostado una vez más a la pared. Iluminado por las velas se veía hermoso su pelaje negro mezclado a las marcas azules.

—Klaus, no he venido solo a decirte que Raphel despertó —confesó Rekko tras varios minutos en silencio.

—¿Entonces...?

—Ayúdame a matarlo —El enano frunció el ceño—, será lo mejor para los dos.

—¿Qué gano con matarlo? Ha sido mi aliado siempre.

—Te creó, y luego te usó. Solo eres un experimento curioso para él. Nada más... ¿qué será de ti cuando se aburra? ¿Morirás? ¿Te usará como su rata de laboratorio? —Klaus arrugó la cara con notoria molestia— Entiendo que quizá lo aprecies, pero solo alimentas su codicia. Es un monstruo, un demonio quizás. Lo mejor sería matarlo.

—¿Y si no quiero? ¿Has visto su tamaño?

—Sobre eso... —La sonrisa visual en medio de la oscuridad no dio la seguridad que prometía— aquel cuerpo era su cuerpo humano mutado. Creo que murió porque no dio para más... o algo así. Buscó otro cuerpo aleatorio y despertó en él. ¡Ya no es tan temible como antes!

—No entiendo bien... todo este asunto de los demonios, cuerpos... no sé qué... hace que me duela la cabeza.

—Klaus, tenemos oportunidad de matar a ese monstruo. Entreguémoslo a los ángeles, y nos libraremos de él para siempre.

—Vaya idea... me parece estar en misa —bromeó y Rekko lo levantó, agarrándolo del cuello de su abrigo. Tenerlo tan cerca le daba escalofríos.

—Enano... estoy aquí porque quiero que me ayudes. No para que te burles de mí.

—¿Quién se burló de ti?

—Puede que los hombres bestia no puedan matarte, pero yo sí que puedo. Somos iguales: humanos mutados y que ahora nos parecemos al demonio que nos creó. Si lo matamos seremos libres de estas ataduras. Las voces en nuestras cabezas desaparecerán.

—¿Qué voces? Solo tú las escuchas, yo no tengo nada que ver...

—¿Tú... no escuchas esos gritos? ¿Esos gritos que piden ayuda?

—Maldito loco... —Klaus se soltó, cayendo al suelo de pie, y mirando al gliffin a los ojos con irritación— claro que no oigo nada. Nunca tuve problemas de ese tipo.

—¡Tienes que ayudarme!

—¿Porque tu locura te lo dice? Si quieres despedazar a alguien hay todo un Mercado de esclavos a unos dos kilómetros de esta ciudad.

Rekko gritó, yendo hacia él. Lo embistió, agarrándolo por las costillas con una fuerza extraordinaria. Klaus se quejó, removiéndose como un pez salido del agua, y le encajó las garras en el cráneo. Se rompieron ante su dureza y los dedos sangraron. Sintió la espalda presionada contra la pared. La falta de aire empezó a consumirlo. Rekko alzó la cabeza y lo miró con una furia muy aterradora.

—Yo no estoy loco.

—Solo tarado —Tomó una de las velas a su izquierda y las lanzó directo a la cara. El hueso no se quemó, pero un pequeño porcentaje de las llamas alcanzaron el pelaje y lo incendiaron. Klaus logró ser libre y se tiró al suelo, buscando aire desesperadamente. Vio a Rekko chocar contra varias paredes, intentando apagar su dolor. El fuego se extinguió pocos segundos después, y el gliffin artificial, con la boca abierta, mostrando su gama de dientes afilados, se lanzó hacia Klaus, quien lo sujetó del borde de su mandíbula superior, con toda su fuerza, para no resultar mordido.

Sabía perfectamente que una mordida de esas podría romperle un hueso de un impacto. Rekko apoyó las manos en el suelo y siguió empujando su cabeza hacia delante, intentando morder. Desocupó una de ellas y dio una palmada a la parte derecha de la cabeza de su contrincante, quien cayó al suelo de inmediato, mas no sangró. Cuando iba a levantarse, puso de nuevo su mano sobre la mejilla aplastada del pequeño Klaus, y lo miró, respirando agitado.

—Soy fuerte, ¿no?

Klaus no contestó.

—No muchos tienen el honor de haberte tumbado así alguna vez... en la guerra fuiste un gran comandante. Pero ya no estamos en guerra, y tenemos un demonio al que matar.

Lo soltó y Klaus se sentó rápidamente. No quería admitirlo, pero la fuerza bruta de Rekko era muy superior a la suya, y sus dientes y garras de adamantita le daban más ventaja aún. En completa oscuridad, las marcas azules del pelaje negro empezaban a tener formas extrañas. Como si se tratase de runas. Klaus se levantó, se acarició la mejilla anteriormente aplastada y luego puso una mano directamente en el muslo izquierdo de Rekko, quien lo miró sorprendido.

—¿Qué diablos son esas marcas? ¿Runas antiguas?

—¿Y yo qué voy a saber? —Se apartó— ¿Hay trato o no hay trato? Te advierto que si no lo hay te mataré aquí mismo.

—Vaya forma de dar opciones... —Rekko gruñó— pero acepto tu propuesta. Mataremos a Raphel, los dos juntos.

—Si me traicionas ya sabes qué te pasará.

Desapareció entre las sombras, como una más. Klaus quedó solo en su sótano, a oscuras. Pensaba en lo que acababa de pasar. Se tiró en el suelo, mirando al techo, y divagó entre sus pensamientos. Rekko tenía razón y él lo sabía. Raphel lo usó, y lo usaría mientras pudiera. Lo que no entendía era la forma en la que (supuestamente) habría revivido tras dos milenios. Estresado, se tapó los ojos con su peludo antebrazo y se decidió a relajarse, a concentrarse en su nueva tarea de investigación imposible. Respiró por la boca varias veces, y luego se levantó.

Siguió limpiando todala noche, escondiendo más cosas y mostrando otras viejas y guardadas.


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