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El Perro de Sangre Azul

Hace muchos años, cuando aún podía ver el mundo con inocencia, fui engañado por un rufián de quinta que me prometió todo lo que deseé en ese momento: felicidad, fama y más fortuna de la que tenía. Solo contaba con once años antes de caer en la tragedia, y lo seguí por la ciudad aquella noche a escondidas de mi familia.

Raphel era un hombre grande, robusto y muy educado. Con una labia singularmente inusual para un señor de una casa noble desconocida. No esperaba que se tratase de un viejo sin casa que vagaba con dinero prestado. Iba siempre acompañado de un cráneo de lobo, tal vez gliffin, en su mochila de cuero. Siempre me sonreía cuando cruzábamos miradas.

Se presentó a sí mismo como encantador de bestias en mi ciudad. Atrajo la atención de campesinos y nobles por igual cuando mostró su singular mascota: un lobo grisáceo con rasgos de ciervo rojo en sus patas traseras. Con tal quimera tan impresionante y extraña, enseguida ganó dinero haciendo que esta consiguiera obedecer sus órdenes. Los niños lo adoraban a él y a Lucius, su animal.

Pero yo noté un brillo anormal en sus ojos cuando me le acerqué una vez. Era casi humana la tristeza de aquellos orbes color plata. Quería comunicarse conmigo mediante sus gestos, torpes y carentes de sentido, pero Raphel interrumpió y me propuso un trato: podía darme lo que quisiera a cambio de que no contara a nadie lo que había visto allí. Sospechando de él, puesto que la actitud de Lucius se mostraba nerviosa, no accedí la primera vez. En sus siguientes presentaciones sentía cómo ambos me observaban: Lucius con temor, y Raphel con una sonrisa macabra.

La noche en que lo seguí le había dicho que sí a su trato, porque quería saber qué tramaba bajo esas risas cordiales dignas de un noble. Me dio una bolsa de oro cuando entré a su caravana y me quedé boquiabierto. Era una parte del dinero que había ganado. Obviamente lo cuestioné por tal acto tan... inusualmente generoso. Pero yo no necesitaba dinero, no me hacía falta en absoluto. Él sonrió con una actitud pasiva y me pidió que lo aceptara.

Lucius no estaba con él. En su lugar había un conejo comiendo rábanos en una esquina de la caravana. Me miraba con ese mismo brillo humanizado en sus ojos, color vino. Pero debieron de haber sido mis paranoicos pensamientos. Había incluso llegado a pensar que convertía a humanos en sus quimeras, pero no era posible. No era un hechicero, porque los hechiceros que practican esa clase de magia tenían siempre un amuleto que guardaba a los demonios con los que pactaban.

Raphel solo tenía aquel cráneo espeluznante que llevaba a todos lados, pero me dije que el que mata a un gliffin quiere recordarlo toda la vida, porque no es tarea sencilla, cabe destacar.

Pregunté sobre su vida, sobre su familia (inexistente) y sobre sus gustos personales: comida, bebidas, mujeres tal vez... pero me dijo que solo comía lo que conseguía comprar, bebía agua y vinos baratos y no contaba con una vida sexual que se considerase activa desde hacía años. Le pregunté que cuál era su objetivo en la vida, y me respondió que ninguno más que satisfacer sus deseos.

"¿Y cuáles son tus deseos entonces? ¿Qué quieres cumplir?" dije, con ingenuidad.

Pero él no contestó y me ofreció una taza de té junto a un cambio de tema radical. Unas horas más tarde había oscurecido y se ofreció a llevarme a casa, y yo asentí, sintiéndome seguro con él. Su aura era reconfortante y hasta paternal.

Cuando desperté en medio de la madrugada me di cuenta de que algo estaba diferente en mi cuerpo. Me miré al espejo y no había cambiado nada, así que salí a refrescarme con la luz lunar y el clima húmedo de la noche. El ama de llaves de mi madre me saludó como si nada. Desde entonces no pude volver a dormir. Esperaba el amanecer sentado en los bancos del jardín, incapaz de conciliar el sueño como antes. Mis sentidos se habían agudizado en esos días como extra. Podía oler los quesos de la cocina desde mi habitación, oír los pasos y murmullos de los sirvientes a lo lejos y veía a las doncellas divirtiéndose en la torre frente a la mía cuando dejaban a los lados las cortinas.

Aprendí mucho en ese mes.

Raphel se apareció en el palacio un día de invierno, diciendo que quería verme. Mis padres claramente se negaron a su petición, pero yo le dejé pasar. Quería que él me diera alguna explicación, aunque, como niño ingenuo, no desconfiaba de él. Una vez estuvimos solos, me confesó que pronto habría de cumplirse uno de sus mayores deseos, y que me quería para que pudiera verlo.

Olvidé la condición de mi cuerpo y le dije que sí, porque tenía curiosidad. Me dijo que esa noche fuera a su caravana y yo, sonriente, accedí.

Y así fue, me dirigí a su caravana donde las puertas estabas rasguñadas con grandes zarpazos y hasta una mordida que le arrancó uno de los bordes. Tuve un poco de miedo, pero pasé al interior. No había luz, pero yo podía ver los restos de Lucius en una esquina. Estaba reducido a girones de carne ensangrentada y fue entonces que alcé la cabeza y lo vi. Supe que era Raphel por su olor, y por su presencia extrañamente tranquilizadora, pero físicamente era una cosa completamente distinta.

Era una criatura inmensa, que casi llegaba a los tres metros de alto, con la parte superior de la cabeza de hueso, como un gliffin. Sus ojos, rojos como la sangre y que brillaban cual rubíes, asomaban por los huecos oculares del cráneo expuesto. Tenía el cuerpo como un mítico ghoul, antropomórfico pero monstruoso a la vez. Me sonrió.

Yo estaba estático y balbuceé su nombre, confundido y asombrado. Él se encorvó para llegar a mi altura y me sonrió acariciándome la cabeza. Lo tomé de su enorme mano sin razón y lo seguí a un sótano bajo tierra que escondía en su patio improvisado. Una vez dentro vi a un grupo de niños, como yo, quienes me sonrieron y yo les correspondí.

La vida bajo tierra no era mala. Estuve allí con varios amigos durante meses, feliz de estar atrapado ahí. Ninguno quería salir, parecía que nuestro sentido de la libertad no existía más, y solo queríamos estar ahí, bajo la tutela del ahora monstruo Raphel.

Todo cambió en medio de una tormenta helada de febrero, tal vez la última de la estación, donde Raphel llevó a un niño vagabundo y medio muerto al que llamó Klaus. Era pálido y apenas hablaba, me caía mal porque acaparaba casi toda la atención de Raphel, y yo no era el único que lo miraba con esos ojos homicidas.

Todos los demás también lo detestaban, y queríamos matarlo. Una vez, a Ranz, un rubio muy entusiasta, se le ocurrió matarlo mientras dormía. Pero Raphel estaba a su lado, como una sombra, y despedazó a Ranz. Colgó su cabeza de una cuerda en el jardín y nadie volvió a acercarse a Klaus.

Una noche desperté en el frío metal de una celda. Podía ver la puerta abierta y traté de ir, pero mis piernas fallaban. Miré hacia abajo, y no tenía piernas, tenía una masa pegajosa que cubrían las torpes patas de un animal salvaje. Grité asustado, y me arrastré desesperado hacia la salida. Llegué al jardín y olí el repugnante olor de Klaus, que venía de un cuerpo blanco, un perro blanco de su tamaño, con un cuerpo sólido y peludo que dormía plácidamente sobre la nieve.

Mi ira se desató y salté sobre él, con la intención de asesinarlo, pero Raphel me mordió, saliendo de la oscuridad, abriéndome una herida horrible en el abdomen. Brotó sangre cálida de mi cuerpo, y caí al suelo gimiendo de dolor. Me gritó:

"¡Perro maldito! ¡Si lo matas te haré desear morir! ¡Al suelo, sucia bestia, al suelo!"

Cubría a Klaus con su gran cuerpo y sus ojos me transmitían miedo por su brillo asesino. Enterraba las uñas en la nieve y la tierra bajo ella, y podía ver sus colmillos, enormes, aún en la penumbra del casi amanecer. Estaba furioso, y mi reacción fue tirarme en el suelo, inmóvil. Luego que desapareció con Klaus, me dio una fuerte punzada en el pecho. Me senté como último recurso, y me vi en un charco de sangre azul en el suelo. Era un perro negro, asqueroso y herido, con ojos tan azules y la sangre tan brillante como velas.

Me grité internamente del miedo y el dolor de la herida y el resentimiento. El sentimiento de alegría por vivir encerrado había desaparecido en mi cuerpo y me arrastré por libertad.

Quemaba, dolía cada paso a rastras con mi cuerpo maltratado, pero mi alma rogaba por libertad. Me encontré con todos mis amigos muertos delante de la puerta principal, estaban fríos como el hielo. Estiré la mano y sentí la maleza de mi nuevo cuerpo irse junto al calor de mi sangre azul. Vi mi mano humana de nuevo y sonreí cuando toda la baba negra que me daba la forma de un extraño perro se desparramó bajo mi cuerpo. Sonreí de alegría rodeado de cadáveres al notarme humano de nuevo. Pero había cambiado algo. En el charco de sangre azul vi mi pelo, antes de un azabache casi perfecto, ahora era blanco como el pelaje de esa asquerosa bestia que... ya no recordaba por qué odiaba.

Reí como un desquiciado, y me golpeé la cabeza de uno de mis saltos. Mi corazón se detuvo y vi demonios en la habitación antes de morir.

-Espero que, por tu bien, te mantengas alejado de Klaus -dijo Raphel, aplastando con una de sus manos, el ojo azul y ya no brillante de Rekko, quien jadeaba buscando aire-. O sino, me veré obligado a usarte como abrigo. Se acerca el invierno, ¿no crees que hará frío...?

-¿Qué preten... pretendes con él?

-Oh, nada especial. Es solo... lo que viene después.

-¿Qué...?

-Cuando se convierta completamente en lo que anhelo yo... ¡Yo le quitaré su cuerpo! -Sonrió moviendo la enorme cola- ¡Su sangre impura le ofrece perfección! Algún día lo entenderás.

Desperté tras un tiempo. No sé cuánto exactamente. Me erguí, apoyado sobre mis brazos, de nuevo negros y cubiertos de pelo de perro, y miré a mi alrededor, confundido. Estaba seguro de que morí en aquel momento de enfermizo júbilo. Mi corazón se había detenido y vi demonios riéndose de la tragedia antes de sumirme en un largo y profundo sueño. Sin más remedio que seguir adelante, me arrastré por las paredes del metálico vacío frente a mis sentidos, cual gusano.

Cuando salí era primavera. Las flores estaban en su apogeo y el pasto se extendía verde y tierno frente a mí. Era un bello paisaje lo que mis ojos visualizaban como si se tratase de la primera vez. No había ciudad, ni caravana ni símbolo alguno de civilización. Solo éramos yo y el bosque, lo salvaje y lo inhumano, mirándose fijamente el uno al otro.

Podía sentir más, oler más, ver más, oír más... La mancha oscura a lo que me resumí se arrastró por las entrañas del bosque, matando animales indefensos para mi sustento, porque el apetito era voraz y me hacía perder los estribos a cada paso que avanzaba. Me convertí en el monstruo del bosque, y una mañana di con tres humanos. Eran tres cazadores que buscaban a los lobos que mataban a sus ovejas, porque yo me comía a sus ciervos. La mancha oscura se disipó y dio paso a mi cuerpo humano, el niño albino de once años o quizá más, con ojos muertos.

Los cazadores me apuntaron con sus ballestas y me encogí de... algo que no era miedo. Podía ver el brillo de las flechas, iluminadas por el sol, listas para salir disparadas en mi dirección. La única mujer que los acompañaba les rogó que no me hicieran daño, como si me conociera de antaño, y yo, sorprendido, me le acerqué. Los otros dos se miraron entre sí, dudando, pero no dispararon. Ella tomó mi mano humana y me sonrió.

"¿Cuál es tu nombre?" Tenía una bonita voz, angelical y femenina que removió algo en mi pecho.

Respondí con calma y pareció emocionarse al oírme. Sonreí cuando me apretó un poco la mano y me invitó a ir con ella. En su finca tenía muchas criaturas: habían animales normales, como vacas y caballos, pero también vi un cachorro de ghoul asomado entre dos robles. Era de apenas unos pocos años, quizá cinco, y me miraba con duda, temor y amenaza. Los otros cazadores que se habían mantenido reacios ante mi presencia, sus hermanos al parecer, seguían apuntándome con sus armas, pero yo solo podía estar al corriente de Jenny y su entorno tan... extrañamente diverso.

Me presentó al niño ghoul. Se llamaba Anton, y lo había encontrado moribundo cerca del arroyo a un par de kilómetros. Me pregunté si ella sabía que, más que simplemente un hombre bestia, era uno de raza ghoul, y que, próximamente, le daría problemas. Anton no se mostraba amistoso conmigo y me dedicaba miradas de odio a cada rato, pero sus atributos de ciervo le restaban amenaza.

Estuve escondido con Jenny en la finca durante unos diez años. Fueron tiempos pacíficos para todos. Gracias a mí Anton podía comer en grandes cantidades y saciar su irascible apetito, porque yo solía darle ovejas y ciervos del bosque. Él nunca desarrolló nanatsus, y estuve agradecido por eso. Mi cuerpo no envejeció después de alcanzar una altura de metro setenta, pero Jenny se había vuelto una mujer hermosa de casi treinta años, pero que seguía viéndose como hacía diez años, porque la cuidábamos entre todos para que las heridas del tiempo no la consumieran tan pronto.

Me había enamorado de ella, perdidamente. La esperaba despierto aunque estuviera en la ciudad toda la madrugada y la arropaba cuando estaba rendida de cansancio y le ofrecía calor. No había tomado mi forma "demoníaca" durante diez años, y se sentía bien dejar atrás a esa cosa. Una noche, Jenny y yo nos quedamos despiertos en la madrugada mirando las estrellas, recostados en la cama y hablando de cosas banales mientras admirábamos el paisaje nocturno más allá de la ventana. Reíamos de mis chistes malos y me acariciaba el brazo con un toque cariñoso.

Por dentro, yo sonreía de alegría, sintiéndome dichoso de contar con ese afecto. Pero en el fondo quería más. La jalé del brazo sin aplicar casi fuerza y ella cayó reposando en mi pecho, cubierto por el abrigo de lana que ella misma había tejido para mí el año pasado. Mis ojos azules reflejaban los suyos, avellanas brillantes y hermosas. Ella nunca había temido que le hiciera daño, y yo jamás permití que alguien más la lastimara. Podía estar casi seguro que la amaba con todo mi ser. No estaba seguro si aún tenía corazón, pero sentía amor desde el pecho, o eso creía.

Me acerqué a ella jalándola levemente sin aplicar fuerza de ningún tipo, y la besé cerrando los ojos. Jenny correspondió a los pocos segundos, y yo sonreí para mis adentros. Estuvimos así por un minuto aproximadamente, y luego me tumbé a su lado, respirando agitado como un adolescente dando su primer beso. Ella sonrió acariciándome la barbilla y yo cerré los ojos, feliz.

Cuando desperté a la mañana siguiente, no vi lo que esperaba. Jenny no estaba por ahí, y había sangre en las sábanas. Preocupado porque podría estar en su período, me levanté y seguir las gotas del líquido rojo hasta el jardín.

"¿Jenny? ¿Estás bien?"

Me miró horrorizada mientras se aplicaba un paño mojado en... donde se supone que iría su brazo derecho. Anton me gruñó en su forma de bestia, me llamó monstruo y me gritó que me alejara de ella. Yo no entendía nada. No sabía qué había pasado, y estaba desconcertado. Anton me gruñó más fuerte cuando intenté acercarme a ella. Su cuerpo de ciervo monstruoso llamaba mucho la atención, y sus colmillos me parecieron más grandes que nunca. Seguía sin comprender nada de lo que pasaba.

"¿Jenny?"

Llamé, con voz suplicante, y ella me dio la espalda. Agobiado, me dio un poderoso dolor de cabeza que me hizo sujetarla con fuerza. Sentí lo oscuro poseyéndome de nuevo, y empujé a Anton a un lado en mi forma de cosa negra. Cuando estuve a tan solo un metro de Jenny, el ghoul volvió a lanzarse sobre mí y me mordió en las costillas izquierdas. Brotó sangre azul de las heridas, y me vi obligado a contraatacar.

Anton era fuerte por naturaleza, pero yo lo superé rápidamente, mandándolo al suelo de unas patadas en su abdomen. Salté cual depredador hacia Jenny, y tomé la forma humana cuando ella me tocó la mejilla, aún en el suelo, lastimada y frágil como cristal. Mi cuerpo temblaba sobre ella, en un intento de... devorarla. Miré su brazo ausente, y me eché a llorar, sintiéndome culpable al comprender lo que pasó.

Jenny me volvió a besar y yo quedé en shock.

Lo siguiente que recuerdo después de abrir los ojos fue un puñado de cadáveres, humanos y animales en medio de la finca. Me reí sin gracia, y luego me descojoné con las manos (rojas) en mi cara. Los había matado a todos.

Hui de ahí lo más rápido que pude, riéndome como loco y sintiendo una presión enorme sobre mi alma.

-¿Feliz de tu maldición, pequeño Rekko? -preguntó Raphel, riendo sobre la rama de un árbol.

-Nunca lo estuve.

-Es una lástima.







Jaja, mi fondo de bloqueo.

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