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Capítulo 2

Habían pasado exactamente dos días, catorce horas y veinticinco minutos desde la última vez que vio al encantador chico de ojos esmeralda y sonrisa radiante. En esos días, Jungkook se encontraba sonriendo más de lo habitual y soltando suspiros cada vez que recordaba el sonrojo de sus mejillas y su expresión inocente. Definitivamente, el alcalde estaba perdido por aquel chico.

A pesar de sus múltiples ocupaciones, había adelantado todo el trabajo posible porque hoy tenía planeada una visita a varios orfanatos, con la esperanza de volver a encontrarse con él. Sin embargo, no bajaba la guardia: seguía investigando y revisando grabaciones, buscando alguna pista que lo llevara al paradero de aquel "gato".

El recuerdo de esa sonrisa que aparecía de repente en su mente lo motivaba, y su corazón latía más fuerte cada vez que pensaba en la posibilidad de verlo otra vez.

Regresando al tema -sin dejarse desviar nuevamente por el recuerdo del chico perfecto que parecía encajar en todos sus estándares para una relación sólida y duradera-, los resultados del análisis de sangre le serían entregados hoy. Tras la inquietante y grotesca escena en la plaza, esperaba saber si había más cuerpos en el área o en algún otro lugar que les permitiera continuar con la búsqueda de manera precisa.

Era escalofriante, y lo llenaba de impotencia no poder detener estas atrocidades ni comprender qué ganaban quienes las llevaban a cabo. Le sorprendía que fuera la primera vez que el "felino" hacía algo tan siniestro; hasta ahora, sus apariciones se habían limitado a robos, y los objetos robados solían reaparecer días después. Las razones de estos actos se le escapaban, y temía que nunca lograra entenderlas para darle una solución.

En fin, ahora estaba revisando los últimos documentos para otorgar un permiso de construcción a una gran veterinaria que funcionaría como hospital. Un lugar donde los profesionales tendrían mejores herramientas a su disposición y los animales podrían recibir servicios de alta calidad para mejorar su vida. Estaba feliz de poder hacer tantas cosas por su comunidad.

— Alcalde Jeon, ya es momento de irnos — anunció su secretaria, entrando con una tableta en mano y el itinerario del día—. Podremos visitar hasta seis orfanatos si no hay mucha interrupción; tres, mínimo. Recuerde que tiene la cena familiar a las diez de la noche, si decide asistir — le miró, esperando su respuesta.

— Diles que estaré allí a las diez y que no se preocupen por la comida; reservaré una mesa en su restaurante favorito— sonrió antes de levantarse—. Ya firmé los permisos, pero necesitamos otras firmas para iniciar la construcción —le pasó los documentos en un folder—. ¡Gracias por tu gran dedicación! He estado pensando en darte un bono.

La secretaria, sonrojada, bajó la mirada al suelo mientras recibía los documentos.

—No se preocupe, es un honor trabajar con un gran hombre que hace tanto por mantener al pueblo bien —respondió, mirándolo con una mezcla de ilusión y admiración—. Siempre estaré aquí, trabajando como el buen equipo que somos.

—Aprecio mucho tu esfuerzo. Ven a cenar con nosotros; al fin y al cabo, ya conoces a la familia — le dijo con una última sonrisa antes de colocarse el reloj y tomar su abrigo.

Ella asintió, aún ruborizada, mientras observaba cada movimiento del alcalde con adoración.

—Lleva unas botellas de agua. Parece que el calor te ha subido un poco... hasta te has puesto más roja —comentó el alcalde con una risa suave.

Era fácil entender por qué cualquiera se sonrojaría con él: además de atractivo y amable, también notaba hasta los pequeños detalles. Aunque, cuando se trataba de asuntos del corazón, no era precisamente un experto. Definitivamente, lo suyo no era el romance, aunque tuviera a gran parte de Corea del Sur suspirando por él.

Había tenido demasiada esperanza. Ninguno de los orfanatos que visitó conocía a un chico rubio de ojos esmeralda, sonrisa encantadora y mirada felina. Aun así, fue gratificante ver a los niños agradecerle por los nuevos muebles y juguetes que había donado en su nombre. Se llevó sonrisas y miradas de agradecimiento que atesoraría con el corazón.

Quedaba un último orfanato antes de irse a cenar con su familia. Al bajar del coche, observó cómo las señoras encargadas del lugar le daban una cálida bienvenida.

Jungkook entró contento, recibiendo más abrazos que nunca. Le dieron un recorrido por el orfanato, explicándole cómo funcionaba y lo agradecidos que estaban por sus donaciones.

Estaba atento a cada detalle que le mencionaban las mujeres, pero entonces, al entrar en una de las habitaciones de los niños, lo vio.

El chico que no salía de sus pensamientos desde la noche de Halloween estaba ahí, de pie, rodeado de niños que charlaban animadamente con él. Ahí estaba, el rubio que le robaba suspiros, tan bello y angelical.

Por un momento, Jungkook se perdió en su presencia, deteniendo el paso para apreciarlo en todo su esplendor. La señora que lo acompañaba notó la pausa inesperada y lo miró, algo extrañada.

Las palabras se desvanecieron para él. No podía apartar la vista; era como un imán que lo atraía a perderse en la posibilidad de un amor profundo.

Sin darse cuenta, se acercó, llamando la atención de todos en la sala, incluida la de él. Cuando sus miradas se cruzaron, ambos se perdieron de nuevo en la profundidad de los ojos del otro, como aquella primera noche en que lo vio. Y, como entonces, una sonrisa genuina surgió en los labios de Jungkook, impulsándolo a dar un paso valiente hacia él.

— Hola de nuevo —lo saludó Jungkook—. No creí volver a verte —mintió descaradamente.

Los niños empezaron a hacer ruiditos y risas, burlándose de ambos. El chico de lentes los miró con una sonrisa, pero pronto volvió a prestar atención a Jungkook.

— Yo tampoco, alcalde —respondió el rubio de ojos bonitos, acercándose y extendiendo la mano—. Es un gusto tenerlo por aquí. Nos alegra mucho que pueda visitar a los niños y ver cómo están, y también agradecerle por todo.

— No me hables tan formal, solo llámame Jungkook —dijo él, tomando la mano del chico entre las suyas. Las manos del ángel eran cálidas y suaves, en contraste con las suyas, frías y un poco ásperas.

El joven de lentes se sonrojó, bajando la mirada un poco y tomando aire antes de responder.

— No creo que sea lo más correcto, ya que usted es el alcalde —dijo, levantando una ceja con diversión.

Jungkook seguramente parecía alguien extraño al no dejar de sonreír y mantener sus manos unidas con las de él, pero estaba sinceramente feliz de haberlo encontrado.

— Si me dices tu nombre, nos haremos cercanos y así ya no parecerá raro —dijo, soltando al fin las manos del chico.

La señora que los acompañaba había aprovechado para sacar a los niños sin hacer mucho ruido, o al menos eso creía Jungkook; en realidad, hacía rato que había perdido conciencia de cualquier cosa que no fueran esos hermosos ojos frente a él.

— ¿Y si te digo mi nombre, qué me garantiza que me olvidarás y que no volveré a cruzarme en tu camino? —susurró el chico, acercándose un poco más.

Una corriente le recorrió el cuerpo, una mezcla de nervios y emociones intensas que subieron desde la base de su columna.

— Tan solo con verte, sé que no podría olvidar tu rostro. Desde aquella noche no he podido sacarte de mi mente —admitió Jungkook, perdiéndose en esos ojos felinos que ahora estaban a centímetros de él.

Sentía que el corazón se le aceleraba de una manera que lo dejó mareado, y tuvo que sostenerse del mueble a su lado para no perder el equilibrio. Como si sus plegarias de ayuda fueran escuchadas, su teléfono sonó interrumpiendo el momento. Ambos se separaron, volviendo a la realidad.

Al contestar, escuchó la voz de su secretaria, que lo buscaba con urgencia y parecía tener nuevas noticias.

Ambos permanecían en extremos opuestos de la habitación, compartiendo de vez en cuando una mirada coqueta o una sonrisa. La atmósfera se rompió cuando la secretaria entró en la habitación y, sin saludar, se dirigió directamente al alcalde.

— Tengo noticias sobre las pruebas de sangre —anunció con rapidez—. Resulta que solo era pintura mezclada con otras sustancias para dar la apariencia de sangre.

La secretaria le daba la espalda al otro chico, sin darse cuenta de que había revelado más de lo necesario. Se escuchó una leve tos detrás de él, y al voltear, notó que el alcalde no estaba solo.

— Mil disculpas a ambos, señor alcalde —dijo la secretaria, inclinándose ligeramente ante los dos—. No debí dirigirme así en este momento.

— No te preocupes, agradezco la información. Lo discutiremos mañana en mi oficina —respondió Jungkook con una sonrisa.

— Si quieren, puedo irme y darles espacio —sugirió el chico, esbozando una sonrisa.

— No es necesario, aún quiero hablar contigo —respondió Jungkook, dejando a la secretaria un poco sorprendida por su tono tan informal.

— Entonces me retiro, querido alcalde. Lo esperaré afuera en el auto, ya que tenemos pendiente la cena —dijo la secretaria con un tono sugerente, que pasó desapercibido para Jungkook pero no para el otro, quien lo notó al instante.

— Gracias, secretaria Jung. Te veré en unos minutos —comentó sin voltear a verla, manteniendo su atención totalmente fija en el dueño de sus pensamientos.

—¿Entonces me dirás tu nombre? —le susurró Jungkook, apenas rozando sus labios, con una mezcla de curiosidad y deseo.

Él lo miró intensamente, sus ojos brillaban con un toque misterioso, como si estuviera a punto de soltar un secreto prohibido. Una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios antes de inclinarse hacia él.

—Kim Seok-jin —murmuró, su voz apenas un susurro, pero cargada de algo oscuro y embriagante.

Antes de que Jungkook pudiera procesarlo, sintió los labios de aquel chico sobre los suyos. Era un beso suave, casi fugaz, pero dejó una impresión profunda. Cuando se separaron, él le sostuvo la mirada, como si estuviera esperando una reacción, desafiándolo a descubrir qué secretos ocultaba realmente tras ese nombre que flotaba entre ellos como una promesa o una mentira.

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