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II. Sentimientos



Aquella mañana Jora dormía, plácidamente, sobre su cama, soñando con una vida feliz, al lado de Hakon, al fin tendría el final feliz que ansiaba, era líder de Birkan, y pronto se desposaría con el hombre que tanto le importaba, el único hombre que siempre había creído en ella, al igual que su padre.

Una flecha se clavó en la pared de su habitación, haciendo que ella despertase, asustada, percatándose entonces de que había un pergamino enrollado a esta. Lo agarró entre sus manos y leyó aquello, preocupada, pues conocía bien las plumas del final, eran de Orik.

"Jon ha ordenado a sus tropas que se unan a la causa del rey Erik, Hakon irá con ellos. Pensé que debías saberlo"

- No – gritó, en la soledad de su habitación. Se colocó la túnica y un abrigo con pieles de zorro, y salió corriendo, escaleras abajo, sin tan siquiera ponerse los zapatos. Entró en las cuadras, alistó su caballo y montó en él, para cabalgar después hacia Leobrock, rogándole a los dioses para que le dejasen un poco más de tiempo.

Hakon se despedía de su madre, junto a las puertas de Leobrock, al lado de los hombres que lo seguirían hacia el frente, lanzando una mirada de odio hacia su progenitor.

- Algún día me lo agradecerás – le dijo Jon, mientras su hijo negaba, con la cabeza – cuando seas un líder sin sentimientos, cuando comprendas que Jora nunca te quiso.

Jora dejó atrás el camino que llevaba hasta las puertas de la ciudad, porque conocía un atajo, ordenó a su caballo que fuese más rápido, y se detuvo junto a la muralla, observando como él se daba la vuelta, acercándose al caballo, agarrándose a este, más que dispuesto a subirse a él.

- Espera – gritó, haciendo que todos mirasen hacia ella, observándola allí, descalza, con el cabello despeinado, y la preocupación reflejada en su rostro – Hakon... - él se dio la vuelta, observándola, mientras esta dejaba escapar unas finas lágrimas.

- Jora – reconoció, justo cuando ella llegó hasta él – volveré – la calmó, asintiendo con la cabeza, mientras ella negaba, aterrada – y cuando lo haga me casaré contigo – prometió.

- Prométemelo – pidió, dejando escapar algunas lágrimas más, aferrándose a sus manos, incapaz de dejarle ir – que volverás a mí – asintió, antes de hablar.

- Lo prometo – aseguró, para luego besar su mejilla, soltándose de su agarre – pero ahora tengo que irme – ella observó como él volvía a acercarse al caballo, más que dispuesto a marcharse.

- Espera – pidió, aterrada. Él se dio la vuelta, miró hacia ella, acarició su rostro, con las yemas de los dedos, limpiando sus lágrimas – no te vayas, por favor – suplicó.

- Tengo que hacerlo – le dijo – defender mi honor y demostrar al rey que no soy un cobarde – insistió, ella negó con la cabeza.

- No podré conseguirlo si no estás aquí, mirándome – él sonrió, asintiendo, despacio.

- Lo conseguirás – aseguró él – porque yo creo en ti – asintió, con una sonrisa, dejando escapar algunas lágrimas más, observando como él volvía a darse la vuelta. Agarró su mano una vez más – Jora...

- Te amo – aseguró, dejando a todos los presentes sorprendidos, pues aquella muchacha nunca había demostrado ese tipo de sentimientos por nadie, si incluso mató a su propio hermano para conseguir su legado. Él sonrió, antes de hablar.

- Y yo a ti – contestó. Ella se abalanzó sobre sus labios después, aterrada, porque quizás fuese el último beso que le daría, quizás no volvería a verle.

- Tienes que volver – suplicó, dejándole ir. Él asintió.

- Volveré – aseguró, se marchó justo después de eso.

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