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III. Tregua.

Espero que les guste el capítulo de hoy, ya me dirán que les pareció :D

Uno a uno los residentes de Leobrock salían de sus casas, sin dar crédito a lo que veían sus ojos, Jora Knut, la traidora, se adentraba en el pueblo, junto a su señor, y no parecía hacerlo obligada.

- Toda esta gente... - comenzó, dubitativa, apretando los puños, molesta - ... tu padre... no entenderán...

- Nadie te hará daño – aseguraba, sin tan siquiera detenerse en su travesía, con su caballo al lado – soy el señor de estas tierras, nadie osa cuestionarme.

Jora se dio cuenta de algo, a medida que se iba adentrando en aquel lugar, pudo ser partícipe de lo mucho que él había cambiado, se había convertido en un gran líder, en el señor de aquellas tierras. Ni siquiera podía recordar ya las palabras de su padre: "Su corazón le hará débil, por eso tienes que quedarte a su lado, darle la fuerza que necesita para gobernar"

Jon Urok por poco no se cae de su asiento, y se atraganta con una uva al verla aparecer en el gran salón, junto a su único hijo.

- Se quedará con nosotros esta noche – declaró, haciendo que todos mirasen hacia él, sin dar crédito – al menos le debemos una tregua, por su padre.

- Ella no merece nada por nuestra parte – espetó el anciano, poniéndose en pie con dificultad, con la ayuda de su bastón - ¿acaso has olvidado que nos traicionó?

- No lo he olvidado – contestó – lucharemos cuando llegue el momento, pero no ahora.

- Hablemos – rogó su padre, pero él tenía otros planes.

- Os acompañaré a vuestra alcoba – decía hacia ella.

- Hakon – le llamó el anciano, de nuevo – puedes mandar a cualquiera de las criadas para que haga eso – tiró de la mano de su hijo, mientras ellos se miraban, sin perder el contacto – Dime que no estás haciendo esto porque te sientes culpable – rogó, al entrar en la sala de reuniones. El otro le miró, sin comprender.

- Por supuesto que no – se quejó el otro - ¿no te he demostrado ya que soy un líder capaz, padre?

- Lo has hecho – aceptó el otro – pero no puedo evitar preguntarme... sobre la razón de esta tregua.

- Su padre, el antiguo líder de Birkan era como un hermano para ti – insistía el otro – esa es la razón.

- Espero que sea cierto, porque no puedes ponerte de su parte en esta guerra – aseguraba – no cuando eres cómplice del lado contrario – Hakon perdió la paz en ese instante, al recordar aquello a lo que su padre se refería...

"A las afueras de Birkan, un grupo de personas se preparaba, más que dispuesto a atacar la ciudad, entre ellos estaba el mismísimo Hakon.

- ¿Estás seguro de que estarán vulnerables? – preguntaba Vestein, algo dudoso con aquel plan que había montado con su nuevo aliado.

- Los guerreros más fuertes se han marchado a luchar, junto a su señor, a la batalla del sur, para apoyar al rey Erik – aseguraba – sólo las mujeres, los niños y los ancianos se encuentran en Birkan, es un blanco fácil.

- Tenemos un trato – añadió. El otro asintió – vamos, es la hora – gritó hacia sus hombres, para luego emprender la marcha hacia su destino, mientras Hakon tan sólo era expectante de lo que estaba por suceder"

Jora salió de su habitación, después de asesarse y colocarse ropa limpia, caminó por los pasillos, hasta llegar a las cocinas, donde una de las criadas le sirvió algo de comer y lo devoró en un momento, observando como una pequeña niña se sentaba a la mesa, junto a ella, agarrando un mendrugo de pan, metiéndoselo en la boca.

- ¿De verdad eres Jora, la hija del fuego? – quiso saber la pequeña, pero antes de que la mujer lo hubiese hecho su madre llegó hasta ellas.

- No hables con ella – le regañó, haciendo que la niña se levantase de la mesa, y se marchase corriendo hacia su habitación.

Nuestra protagonista se levantó de la mesa, volviendo sobre sus pasos, hasta llegar a su habitación, encontrándose al viejo Jon por el camino, que la miraba desafiante.

- No se preocupe, Jon – comenzó ella – no le hablaré a nadie sobre esta tregua – insistió, apoyando la mano en la puerta de la habitación, abriéndola con aquel chirriante sonido.

- No confíes en él – le advirtió el hombre – Hakon ya no es el chico que conociste – añadió.

- Yo tampoco soy la misma – contestó, volviendo a mirar hacia la puerta, pero se detuvo en cuanto escuchó las palabras de aquel hombre.

- Sé por qué lo hiciste – se giró para observarle, de nuevo – violar el tratado...

- Yo no violé el tratado – se quejó, haciendo que él la observase, sin comprender – no atacar al otro, esa era su esencia.

- Tu padre deseaba que fueses tú – se quejaba el anciano – la persona que liderase a tu pueblo. ¿Por qué no lo hiciste?

- Uno no debería elegir entre su familia y sus amigos – contestó. Él hombre sonrió, con malicia.

- Cuando tu propia madre intercede para derrocarte, creo que es mejor elegir a los amigos.

- Ya no podemos cambiar el pasado – dijo ella – sólo podemos aceptar nuestro destino, y vengar la muerte de los caídos – el hombre tragó saliva, más que nervioso.

- No vuelvas a buscar tregua aquí – pidió, ella asintió – ya no podemos hacer nada más por ti...

Hakon pegó un fuerte puñetazo contra la pared, agujereando esta, hiriendo su mano en el proceso, para luego caminar por el pasillo, escupiendo al suelo, con los labios apretados, terriblemente molesto, al darse cuenta de que su padre tenía razón, ya no podía hacer nada más por ella.

Bajó a la primera planta, agarró las pieles que descansaban en su asiento y se las colocó por encima, para luego abandonar su casa. Caminó por las frías y lluviosas calles, hasta que llegó a la casa de su mano derecha, y entró, sin tan siquiera llamar.

La mujer se tapó, como pudo, mientras su acompañante le miraba sin comprender. No había que ser un lince para entender qué era lo que aquellos dos hacían, sobre la cama de ella, desnudos y con los cuerpos sudados.

- Fuera – indicó al tipo, mirándolo con odio, señalando hacia la puerta por la que él acababa de entrar. Este se colocó las ropas con prisas, marchándose sin más, mientras ella sonreía, más que dispuesta a explicarle la situación a su señor.

- Mi señor... - comenzó, mientras él le cruzaba la cara, sin tan siquiera escucharla, agarrándola del cuello, haciendo que esta intentase liberarse, sin éxito. La dejó caer sobre la cama, haciendo que esta le mirase temerosa, pero esto cambió, al ver como él dejaba caer su abrigo de pieles sobre el suelo, y comenzaba a bajar sus pantalones, sacando su más que preparado miembro. Sonrió, con malicia, mientras ella se ponía a cuatro patas, más que dispuesta a obedecer a su amante.

Él se coló dentro de ella, con fuerza, y comenzó a embestirla, como un toro, agarrándola del pelo, echando su cabeza hacia atrás, mientras la muchacha gemía, en aquella cama, y él apretaba los labios, mordiéndolos, concentrándose en lo que estaba haciendo, dejándose llevar por el placer.

"No puedes ponerte de su parte, sobre todo cuando tienes una alianza con el lado contrario" – retumbó en su cabeza, haciendo que su cabreo creciese, y comenzase a darle con más fuerza, golpeando su trasero al hacerlo, dándole más y más y más, ni siquiera se detuvo cuando ella terminó.

Gritó, no era un grito de placer, era de ira. Pero se calmó en cuanto escuchó a su amante, gimiendo como una posesa, a causa de lo que él le hacía, y terminó volviendo a centrarse en lo que hacía, dejó de pensar en aquella mujer a la que debía odiar.

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