II. El encuentro.
La lluvia caía sobre el gran incendio de Birkan, apagando las llamas, llenando la tierra con sus gotas, haciendo que los pájaros se refugiaran en sus nidos sobre los árboles, mientras las ramas de estos se mecían a causa del viento. La brisa se abría paso entre la lluvia, llevando olores varios, llegando hasta aquel lugar, en la frontera de Leobrock.
Los arqueros no se movieron, a pesar de la lluvia, y ni siquiera dejaron de apuntar a aquella muchacha, tan sólo esperaban la llegada de su señor, ansiosos de que él mismo le quitase la vida a esa traidora.
Unas risas varoniles inundaron sus oídos, ella sabía perfectamente a quien pertenecía, pero ni siquiera quería recordar aquello, así que se concentró en sus enemigos, pero era en vano, aquel momento apareció en su mente...
"Pronto seremos los dueños de todo este territorio – aseguraba él, caminando a su lado, con su arco en mano, y aquel porte varonil que le caracterizaba. Pero ella ni siquiera se fijó en eso, ni una sola vez – pronto el tratado culminará y estaremos juntos"
"Estaríamos juntos, aunque no hubiese tratado – contestó ella, sin dejar de mirar hacia el frente – seguiremos siendo amigos pase lo que pase"
"¿Jora? ¿Eres tú? – bromeó, logrando hacerla sonreír – Siempre dices que los sentimientos son una debilidad, y ahora estás aquí, hablando de amistad"
Un majestuoso caballo negro llegaba hasta los arqueros, su jinete se bajó, y caminó hacia Liov, el líder de estos.
- ¿Qué es tan urgente como para ...? – su pregunta se detuvo, tan pronto como giró la cabeza, y se percató de que allí, a escasos pasos de ellos, sobre la ladera, se encontraba una joven de cabellos rubios y ojos grises. La reconoció en seguida. Su rostro cambió en seguida, tornándose enfadado. Sacó su espada y la atacó sin que nadie lo predijese, aunque ella si pareció hacerlo, porque le esquivó con rapidez - ¿Cómo osas presentarte aquí, después de todo? – se quejaba, observando como ella se daba la vuelta, metiéndose en el bosque, mientras él la seguía, dejando atrás a sus hombres.
Sacó su hacha, más que dispuesto a acabar con la vida de aquella traidora, mientras corría tras ella, lanzándole su arma. Esta atravesó el viento, Jora esquivó un árbol, y la hoja cortó algunos de sus cabellos, mientras seguía su camino.
- ¿¡Cómo te has atrevido!? – insistía él, cada vez más enfadado, aligerando el paso un poco más – Debiste haber sabido que sí venías aquí... a pedir ayuda... te mataría – alargó la mano, ya casi la tenía, un poco más y la alcanzaría. Y lo hizo, se aferró a su cabello, tirando de él, logrando detenerla.
Un grito de dolor resonó en aquel bosque, y una joven cayó al suelo, fue un ruido sordo, mientras su enemigo se colocaba sobre ella, acercando la hoja de la espada a su cuello, mientras la respiración agitada de ambos apenas les dejaba vivir aquello con exactitud.
- Tu padre creía que eras inteligente, pero mírate... venir aquí no lo ha sido – tragó saliva, pues él tenía razón.
- Hablemos – pidió ella. Él negó.
- No – apretó su espada un poco más, cortando levemente su delicada piel – no dejaré que envenenes mi mente con tus palabras.
- Estoy desarmada – añadió ella - ¿de verdad vas a matarme así? ¿Sin darme la oportunidad de luchar?
Ambos se observaban, sin soltar palabra alguna, hacía siete años que no se veían, desde que el tratado fue violado, desde que ambos territorios se volvieron enemigos.
Hakón tragó saliva, observando sus facciones. Ella había cambiado, se había vuelto incluso más bella con el paso de los años.
Jora también lo hizo, aterrorizada, pues jamás pensó volver a verle. Ya no era ese niño delgaducho, con peinados mediocres que la seguía a todas partes, era un hombre atractivo, con ojos agua marina y cabello rubio, ancho de espaldas, fuerte, alto y apuesto, con el cabello recogido en una alta coleta.
- Te daré un arma – dijo, poniéndose en pie, cediéndole la mano a su contrincante – así podrás entrar en el Valhala con la cabeza bien... - ni siquiera pudo terminar la frase, pues ella agarró su mano, tirándole al suelo, desarmándole, colocándose sobre él, con la espada en la mano, más que dispuesta a rebanarle el cuello.
- Nunca subestimes al enemigo – contestó ella, sujetándose un par de mechones detrás de su oreja – el corazón te hace débil – le dijo, como tantas otras veces antes.
Él levantó la mano, alargándola, rozando su mejilla con la yema de los dedos, mientras ella intentaba resistirse a aquello. Eran enemigos, en aquel momento sólo eran eso.
- ¿Entre la familia y los amigos que elegirías? – preguntó él, como un idiota. A pesar de haber pretendido ser fuerte y hacer como si hubiese dejado el pasado atrás, no lo hacía – Te pregunté eso hace siete años...
- No hables – ordenó ella, más que dispuesta a cortar la cabellera de aquel hombre.
- ¡Me traicionaste! – gritó - ¡Nos traicionaste a todos!
- Sí, y volvería a hacerlo – insistió, mientras él agarraba su mano, y la apretaba un poco más sobre la espada.
- Mátame – ordenó – mátame ahora y demuéstrales a todos que es cierto, que eres la hija del fuego, y que nunca te importó el tratado o mis sentimientos...
- ¡Noh! – se quejaba Jora, asustada, observando como la sangre de aquel muchacho manchaba la hoja. Él no podía morir, aún no era el momento, aún no había llegado su hora, lo sabía.
Tiró de la espada hacia ella, con tanta fuerza que cayó hacia atrás, tirándola luego lo más lejos que pudo, poniéndose en pie, más que dispuesta a huir de él.
- ¿Por qué? – escuchó a sus espaldas, un enorme nudo se formó en su estómago, recordando el pasado...
"Se detuvo con los brazos abiertos frente a su hermano, mientras su madre la miraba asombrada, y los hombres levantaban sus armas, más que dispuestos a arremeter contra ella.
- Violaré el tratado – aseguró en voz alta, haciendo que todo su pueblo mirase hacia ella, incluidos su propia familia – renunciaré a mi lugar como señora de estas tierras... - su madre asintió, y su hermano levantó su hacha, colocando la hoja en el cuello de la joven, más que dispuesto a acabar con la vida de su propia hermana, si así era necesario.
- Al fin lo has entendido, ¿no? – comenzó su madre, caminando hacia ellos, apoyando la mano en el hombro de su hijo, indicándole con este gesto que podía bajar el arma – Ella no es una amenaza para nosotros, se hará a un lado y dejará que tú tomes su lugar, ¿verdad, Jora?
- Lo haré si respetas al menos uno de los deseos de nuestro padre – se giró hacia su hermano, observando como él apretaba los dientes, molesto – no atacaréis Leobrock.
- Mírate – comenzó su madre, antes de que su hermano hubiese respondido a la petición que le hacía – eres igual que tu padre, dejas que los sentimientos te dominen...
- Respetaremos tu deseo – añadió su hermano, para luego bajar su arma, echándola a un lado, emprendiendo su camino, hacia el territorio vecino, junto a sus hombres.
- ¿Por qué no viniste aquella tarde? – insistió él, ni siquiera se quedó a responder a esa pregunta, no podía, no después de haber renunciado a tanto para proteger aquello que amaba. Así que hizo lo único que podía hacer en un momento cómo aquel, echó a correr, adentrándose más y más en el bosque, perdiéndose de vista. - ¡Te daré una tregua! – gritó, logrando que ella se detuviese, mirando hacia atrás – por la amistad que se procesaban nuestros padres... te daré refugio, ropas y armas – Jora se volteó, tras limpiarse las lágrimas, deteniéndose frente a él – sólo una noche y te irás.
- No – contestó ella, aún se sentía demasiado culpable por haber traicionado sus promesas, incluso las que le hizo a su padre – me darás armas, ropa y alimento, pero no aceptaré tu hospitalidad – él asintió, recogió su espada del suelo y emprendió la marcha, mientras ella le seguía.
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