2. Dolor y Belleza.
Capítulo 2 – Dolor y belleza.
Llegué tarde a clase de biología, y cómo era de esperar, no había ningún sitio libre, sólo una que había en el rincón, desde apenas podía verse una mierda. Aún así, me senté, saqué mis libros, y me dispuse a escuchar la forma correcta de diseccionar una rana.
La puerta volvió a abrirse, tan sólo un par de minutos después, y por ella apareció nada más y nada menos que Christine Gleen. Pero no parecía ella en lo absoluto, para empezar, llevaba las mismas ropas del día anterior, no traía ni un solo libro, su maquillaje estaba algo emborronado, y tenía grandes ojeras en su rostro. Se sentó en el único sitio que había libre, junto a mí, en aquella mesa alejada de la mano de dios.
Diseccionamos a la rana, ella lo hacía con más fuerza de la que debía, y terminó espachurrándola.
- Hazlo con más cariño – me quejé, haciendo que mirase hacia mí, molesta, me callé en ese justo instante. Si las miradas matasen, la suya lo habría hecho – ¿ni siquiera vas a disculparte por romperme la nariz, ayer?
- Te lo merecías – me dijo, haciendo que me molestase con ella – no te acerques a mí, friki.
- ¿Qué pasa, Gleen? ¿Estás irritada porque tu madre se ha enterado de que eres una guarra? – me había pasado, lo sabía, y por eso no me cogió por sorpresa que ella intentase volver a golpearme, pero la detuve, agarrando sus manos, lo que la enfureció aún más.
- ¿Qué está pasando ahí detrás? – preguntó el señor Méndez.
- Nada, profesor – respondí, para luego soltarla y mirar hacia ella - ¿quieres volver al despacho de dirección?
- ¿Quieres que vuelva a romperte la nariz? – preguntó, volviendo a prestar atención al resto de la clase.
- ¿Por qué crees que esta vez no voy a detener el golpe? – le dije, haciéndola sonreír, bajando la cabeza.
Espera un momento. ¿Ella había sonreído? ¿Por qué?
- Si necesitas ayuda con las matemáticas, igual deberías de pedirlo – añadí, haciendo que la perdiese de golpe, y mirase hacia mí, con cara de pocos amigos – puedo darte clases si me ayudas con literatura – proseguí, aunque ella no quitó su cara de pasa, en lo absoluto – nadie se tiene por qué enterar.
- ¿A qué coño te crees que estás jugando, tonto del culo? – me insultó, molesta porque me atreviese a sugerir si quiera que ella y yo podríamos estar juntos en una habitación.
- Suspenderás matemáticas – le dije, haciendo que volviese a molestarse – y no podrás recuperar tus notas para la universidad.
- A las siete en tu casa – respondió sin más, dejándome sorprendido, pues pensé que realmente iba a mandarme a la mierda – si le cuentas a alguien algo de esto, te mato – asentí, para luego tomar apuntes a lo que el profesor decía, mientras ella tan sólo escuchaba.
El día fue raro, supongo que después de haber quedado con Gleen ya nada parecía tener sentido. ¿Cómo se me había ocurrido proponer aquello?
Llegué a casa, recogí un poco, y traje todos los libros de matemáticas al salón, mirando hacia el reloj, eran las siete y diez y no había rastro de ella. Pero tan pronto como escuché los gritos que provenían de la casa de enfrente me asomé a la ventana, observándola allí, en la puerta de su casa, con la mochila colgando de un hombro.
- ¿Ni siquiera vas a pensártelo? – preguntó ella, molesta con la situación.
- Vendrán el sábado – aseguró su madre – y si no estás de acuerdo volverás al internado, ¿o es que quieres quizás que te mande a Argentina con tu padre?
Ella se marchó sin más, calle abajo, pero se detuvo en cuanto escuchó la puerta de la calle de su casa, en señal de que su madre había vuelto dentro. Cruzó la calle y caminó hacia mi casa, tan sólo un par de minutos después golpeaba la puerta.
Abrí, despreocupado, mientras ella entraba y miraba hacia la mesa del salón.
- ¿tu madre no está? – preguntó, mientras yo negaba con la cabeza, y ella se ponía a la defensiva – Si intentas cualquier cosa rara, friki... me voy.
- No te lo tengas tan creído, Gleen, no eres mi tipo – me quejé, mientras ella se sentaba sobre una de las sillas, y abría la mochila, haciendo que me diese cuenta de que había más que libros metidos en ella. Sacó los libros de matemáticas, y la cerró con rapidez - ¿vas a alguna parte?
- ¡Qué te importa, friki! – espetó. Ella era así, no quería que me metiese en sus cosas, así que me insultaba en cuanto tenía oportunidad.
- ¿por dónde deberíamos empezar? – pregunté, agarrando el libro, buscando algo que fuese fácil, algo que...
- Los números primos – pidió – explícame esa mierda – asentí, junto a ella, poniéndole varios ejemplos en un folio, para luego comentarle la teoría, ella lo entendió en seguida en cuanto le hice un par de ejercicios. Sonrió hacia mí, pero perdió esta en cuanto se percató de que era yo – vale, ahora explícame eso del álgebra.
- Eso ya es un poco más complicado, creo que antes deberíamos empezar por lo básico.
- ¿Crees que soy idiota y no voy a entenderlo?
- No creo que seas idiota, pero es complejo si no tienes una base primero, prefiero enseñarte la base.
- ¿Qué te parece esto? Dos horas de matemáticas, a cambio de dos horas de literatura. Todos los días, después de clase.
- ¿Qué pasa con tus ensayos con las animadoras?
- Eso no es importante ahora – respondió – además, dudo que sea un tema que deba discutir contigo. ¿lo tomas o lo dejas?
- ¿tus padres no se enfadarán si llegas tan tarde a casa?
- Repito, friki. Eso no es asunto tuyo.
- Como quieras.
Le enseñé a operar con raíces cuadradas y a despejar ecuaciones de primer y segundo grado. Ella parecía ser más lista de lo que siempre pensé, solo que en lugar de atender en clase se ponía a hacer el tonto con sus amigas. Típico de las populares.
- Tres reglas básicas a la hora de escribir una buena redacción – explicaba, justo en mis horas de aprendizaje – infórmate sobre el tema a escribir o en tu caso léete el libro a resumir, piensa en cuál es el tema principal del libro y créate un guion.
- La próxima redacción es para dentro de dos semanas, sobre Orgullo y Prejuicio de Jane Austen.
- Bien, ¿lo has leído? – me preguntó, a lo que negué con la cabeza - ¿has oído hablar algo del libro? – volví a negar con la cabeza – hay un par de películas, si te aburre tanto leer, ¿por qué no empiezas por ahí?
- Si me veo la película ya no tengo que leer el libro, ¿no? – ella negó con la cabeza.
- ¿Fuiste al cine a ver Harry Potter? – preguntó, mientras yo asentía - ¿te leíste los libros? – volví a negar con la cabeza, exasperándola por completo – Te haré un resumen, porque veo que eres un cazurro que odia leer. Las películas no detallan los libros a la perfección, los libros siempre son mejores, te hacen sentir mucho más.
- ¿Te has leído los siete libros de Harry Potter? – pregunté, con curiosidad. Ella asintió, dejándome altamente sorprendido – ¡No me lo creo! Dime al menos alguna diferencia entre los libros y la película.
- Cuarta película, Harry Potter y el cáliz del fuego, Neville Longboton gracias a su famoso libro de herbología, encuentra a Harry en la biblioteca y le consigue las branquialgas para que pueda sumergirse en el río – asentí, recordaba aquella escena – cuarto libro, Harry Potter y el cáliz del fuego, fue Dobby el que le consiguió las branquialgas a Harry.
- Wuau ¿Eres una friki de Harry Potter no? – pregunté, haciendo que ella perdiese su confianza en sí misma y me mirase con cara de pocos amigos.
- Tienes que leer el libro, Jackson – insistió – la película sólo te ayudará a tener una idea de sobre qué va el libro, pero la verdadera esencia de la obra está en ella misma – proseguía, mientras yo me daba cuenta de algo, Christine Gleen no era la chica materialista y pija que todos pensaban.
- ¿De qué va el libro? – pregunté, pues era más que obvio que ella lo había leído.
- ¡No pienso decírtelo! – me dijo, sin más – Si quieres saber de qué va, mira la película.
- Vale – acepté – veré esa estúpida película, para mañana, siempre que tú dejes de llamarme friki.
- No pienso ceder a tus chantajes, Jackson – respondió, para luego comenzar a explicarme cómo hacer un buen guion sobre un libro, y captar el tema principal de la obra. Ella era buena, muy buena, y se notaba a leguas que le encantaba la literatura.
Su reloj sonó, indicándole que eran las diez en punto.
- Bien, seguiremos mañana – aseguró, para luego meter sus libros en la mochila y mirar hacia mí - ¿tu madre no vuelve aún? – negué, justo antes de hablar.
- Ella no suele estar, su trabajo la hace viajar mucho, así que ...
- ¿Vives sólo? – preguntó, con incredulidad.
- Se podría decir que sí.
- Los servicios sociales te detendrían si se enterasen de ello – se percató, haciéndome sonreír.
- Pero tú no vas a contar nada, ¿verdad?
- No si me haces un favor – aseguró. La miré con atención – deja que me quede aquí esta noche.
- ¿Perdón?
- Necesito darle una lección a mi madre, no puedo volver a casa, cuando mañana se desatará la guerra, así que me quedaré aquí esta noche, y pensaré qué hacer.
- ¿piensas dormir en el sofá?
- Podría dormir incluso en el suelo – aseguró, haciéndome reír, pero perdí la sonrisa tan pronto como la miré – de nuevo, déjame recordarte, que, si le cuentas algo de esto a alguien, te mataré, Jackson.
- Vale, te dejaré quedarte – le dije – pero no tienes por qué dormir en el sofá. Puedes dormir en la habitación de mi madre.
- No pienso dormir en la habitación de tu madre, Jackson.
- ¿y en la mía? – me miró con incredulidad – quiero decir, yo dormiré en la de mi madre y así tú puedes dormir en la mía. El sofá es un asco, pensábamos cambiarlo la semana pasada, pero se han retrasado en la entrega – ella siguió observándome un poco más antes de hablar – cambiaré las sábanas.
- Sólo voy a quedarme una noche – reiteró – no creo que sea necesario todas estas molestias que te tomas, Jackson.
- Quédate hasta que pienses qué hacer – le dije, ella negó con la cabeza, y se sentó sobre el sofá, hundiéndose en él, rompiendo a reír, justo antes de mirarme.
- Tienes razón, el sofá es un asco. – asentí – Vale, ¿dónde está tu habitación? – preguntó, la llevé hasta ella, y la recogí un poco, para luego observar como ella abría la mochila y sacaba las pocas ropas que había conseguido sacar de su casa sin que su madre se diese cuenta.
- ¿Te apetece comer algo? – pregunté, haciendo que ella mirase hacia mí, con atención – hay sándwiches en la nevera, los hice esta mañana, así que no están muy pasados.
- ¿Sueles cocinar y poner lavadoras? – preguntó, a lo que yo asentí - ¿incluso limpias? – volví a asentir - ¡Nunca lo habría imaginado!
- Si le dices a alguien algo de todo esto... - comencé, acortando las distancias entre ambos - ... te mato – ella rompió a carcajadas, a la par que yo, pero nos detuvimos en cuanto volvimos a mirarnos.
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