13. Un beso con fervor
Capítulo 13: Un beso con fervor.
El lunes, no vi a Issy en todo el día, estaba con sus compañeros cerebrines empollando para el examen de biología, así que no quise molestarla. Pero a la salida me estaba esperando, con una sonrisa de oreja a oreja. Me despedí de los chicos y caminé a paso decidido hacia ella, estaba preciosa.
Nos sonreímos al encontraros, estaba a punto de besarla cuando le escuché justo detrás.
- ¿Y quién va a matarte a ti cuando le hagas daño? – preguntó, miré hacia atrás, haciendo que Issy nos mirase, sin comprender. Era Sean - ¿quién va a matarte a ti cuando le rompas el corazón? – Miré hacia ella, pero no podía encontrarla, no estaba con sus amigas. ¿Dónde demonios estaba? – Se ha ido – contestó, antes de que hubiese hecho ninguna pregunta.
Dejé a todos atrás, incluso a Issy y corrí calle abajo, hacia casa, alcanzándola cuando estábamos cerca de nuestra manzana, mientras mi teléfono comenzaba a sonar. Ella se dio la vuelta y me observó, decaída.
- Dejémoslo aquí – pidió, sin atreverse a mirarme aún – las mentiras y todo esto – proseguía, para luego abrazarme, dejándome noqueado – Gracias por este tiempo, Mike.
- ¿Dónde vas a quedarte? – fue lo único que pude preguntar. Ella sonrió, sin ganas, sin separarse ni un palmo.
- Ya encontraré un lugar – aseguró, pero yo sabía que no era cierto, se quedaría con su familia, a pesar de lo mucho que lo odiaba.
- Puedes quedarte en casa, aunque ya no seamos novios de pega – negó con la cabeza, separándose de mí – Oye, mira sé que es complicado debido a tu adicción y todo eso, pero ...
- ¿De qué hablas? – preguntó, con incredulidad - ¿de qué adicción me hablas?
- Tu hermano me lo ha contado, sobre la ninfomanía y todo eso – rompió a carcajadas en cuanto dije aquellas palabras.
- ¿a ti también? – preguntó, molesta, para luego volver la vista hacia mí – No soy ninfómana, Mike.
- No lo entiendo – todo era mentira, su hermano me había mentido para alejarme de ella, por eso había dicho esa idiotez – pensé que era por eso por lo que me rogabas que me mantuviese alejado de ti.
- No, no tiene nada que ver con eso – aseguró.
- Entonces... ¿qué...? – pero ni siquiera pude preguntar nada más, pues ella me agarró de la nuca y se aferró a mis labios, como tanto anhelaba. Ambos nos devorábamos, el uno al otro, con fervor, sin querer separarnos ni un palmo, importándonos bien poco estar en medio de la calle. Nuestras respiraciones crecieron, al límite, hasta que ella se separó, y yo la observé con incredulidad – adiós, Mike.
- Tus cosas aún están en mi casa – la detuve, haciendo que se percatase de ello. Maldijo, para luego mirar hacia mí, divertida.
Caminamos juntos, sin dejar de mirarnos de hito en hito, sin decir una palabra, hacia casa. Entramos por la puerta, y caminamos hacia mi habitación.
Abrió el ropero y comenzó a sacar su ropa amontonándola sobre el escritorio, ante mi atenta mirada.
La agarré de la mano y la atraje hasta mí, haciendo que dejase de prestar atención al armario y mirase hacia mí.
- ¿Por qué no querías que me involucrase contigo? – insistí, mientras ella se molestaba de escuchar aquellas palabras.
- ¿Cómo iba a involucrarme con el tío que me abandonó de niña? – preguntó, dolida, dejándome claro algo, ella aún estaba molesta por lo ocurrido en el pasado – no quiero ser abandonada otra vez, Mike – volvió la vista hacia el armario, pero en ese instante, volví a agarrarla.
- Te gusto – no era una pregunta, y ella lo sabía – por eso quieres terminar las mentiras, porque me has visto con Issy.
- ¿Crees que soy idiota y no sé lo que hay entre vosotros? – se quejó, dejándome claro que ella lo sabía.
- Sabías que me gustaba ella, ¿no? – asintió, despacio, mientras yo apretaba mi cabeza contra la suya, molesto – Pues sí, me gustaba, pero ya no me gusta – admití, en voz alta, reconociendo aquello que podía hacerme quemar en la hoguera. La tenía delante de mí y sólo quería besarla, quería quemarme, arder en el fuego – ahora me gusta otra tía.
- Susane – lanzó, como si intentase adivinarlo – Si te gusta puedo...
- ¿Puedes? – pregunté, divertido, sin mirarla aún - ¿y qué harás si te digo que la que me gusta eres tú? – La besé entonces, sin dejar tiempo a nada más, mientras ambos apretábamos la cabeza del otro con fuerza, incapaz de separarnos, con nuestras respiraciones agitadas, sintiendo cada vez más.
No sé muy bien cómo, pero sin apenas darnos cuenta acabamos en la cama, haciendo el amor, mientras ella gemía debajo de mí, y ambos nos dejábamos llevar por aquello.
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