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10. El significado de la amistad.


Capítulo 10: El significado de la amistad.

Ella dejó de esconder las cosas de la noche a la mañana, y el lunes, todo el mundo sabía que yo era su tutor, el que la ayudaba con las matemáticas, incluso se acercaba a mí delante de todos y me hablaba como si fuese su igual.

- Tío – se quejaba Pete – qué calladito te lo tenías – añadía, haciéndome reír, mientras guardábamos los libros en la taquilla, preparándonos para nuestra clase de matemáticas.

- Ahí vienen – añadió Jacke, mientras ella y sus amigas avanzaba por el pasillo, deteniéndose junto a mí, le sonreí, divertido, mientras ella hacía lo mismo.

- Aún tengo dudas con todo ese rollo de despejar la X – se quejaba, mirando hacia mí, asentí, en señal de que la ayudaría – ¿a las siete en tu casa? – asentí, de nuevo – Nos vemos, Micke.

- ¿Nos vemos Micke? – preguntó Pete, sin dar crédito tan pronto como ella se marchó con sus amigas a nuestra próxima clase – Christine Gleen acaba de llamarte por tu nombre.

- Hemos dejado de ser invisibles – se percataba Jacke, justo cuando una de las deportistas le saludaba, divertida – Phoebe Clark acaba de saludarme – estaba flipando, lo sabía bien, así que tan sólo pude reírme, divertido.

- Recordad que los finales son en dos semanas – aseguraba el profesor, mirando hacia ella – debes ponerte las pilas, Gleen.

- Esta vez aprobará – aseguraba Charlotte, haciendo que el profesor mirase hacia ellas – incluso se ha buscado un tutor.

- ¿Es cierto eso? – preguntó, con incredulidad, mientras la muchacha asentía - ¡Eso es muy bueno por tu parte, Gleen! – Ella sonrió, sujetó sus cabellos rebeldes tras su oreja, y siguió copiando los ejercicios de la pizarra.

Ese día estaba especialmente nervioso, cuando llegué a casa, lo preparé todo para cuando ella llegase, eran las ocho y doce, y aún no había ni rastro de ella. Lo cierto es que comenzaba a impacientarme, a y media, no dejaba de mirar por la ventana, como un idiota, esperándola.

Ella no apareció hasta el día siguiente, justo iba a salir de casa, cuando la vi, iba vestida con las ropas del día anterior, tenía el rostro demacrado, las ojeras marcadas, y se notaba a leguas que había estado llorando.

Temblaba cuando dejé que entrase en casa, y no me atreví a preguntar nada. Nunca la había visto así, en toda mi vida.

- Siento el plantón de ayer – se disculpó, levantando un poco la vista para mirarme, quitándola con rapidez – me surgió algo.

- No pasa nada – la calmé, para luego sujetar un mechón de cabello detrás de su oreja - ¿has desayunado? – pregunté, mientras ella negaba - ¿y tus libros? – volvió a mover la cabeza, en señal de que no los tenía – somos amigos, si necesitas...

- Te necesito – aseguró, bajando la cabeza, con rapidez, aterrada de que pudiese descubrir sus secretos. Ella siempre era un misterio – mis libros están en casa.

- Puedes usar los míos – la calmé, pero ella no estaba sorprendida en lo absoluto, tan sólo lo aceptó sin más – Cris...

- ¿Puedo quedarme unos días? – pidió, a lo que asentí – vete a clase – me dijo, dándose la vuelta, pero le di la vuelta, agarrándola de la mano, volviendo a mirarla, mientras ella bajaba la mirada, temerosa de que pudiese hacerle daño – vas a llegar tarde por mi culpa – La agarré de la mano, sin querer escuchar nada más, y la conduje a mi cuarto de baño, ella rio al darse cuenta de lo que pretendía.

- Dúchate y ponte una de las ropas que dejaste en mi habitación – pedí, sonriéndole, observando como ella miraba hacia mí – Te estaré esperando en el instituto – sonrió al escuchar eso. Me di la vuelta, o al menos lo intenté, pues entonces la escuché a ella.

- Lamento haberte obligado a quedarme aquí la otra vez – miré hacia ella – Chantajearte, lo lamento.

- Ya no importa – le dije, observándola, con detenimiento – dúchate.

Me marché a clase, llegué de milagro a la clase de biología, y cogí apuntes, cosa que yo no solía hacer, pero sabía bien que ella los necesitaría para no perderse nada.

- Estas todo aplicado hoy – se percató Pete, haciéndome sonreír, justo cuando terminó la clase - ¿qué le ha pasado a Gleen? ¿Sabes algo? – preguntó, me encogí de hombros, viéndola aparecer por el pasillo, se encontró con sus amigas, que le preguntaron sobre su tardanza. Entonces levantó la vista y me observó, para luego caminar hacia nuestra próxima clase.

Las dos clases siguientes hasta la hora de la comida fueron bien, hasta que el idiota de Fernández apareció en mi campo de visión.

- Tenías razón – le dijo a Mason, haciendo que este sonriese, divertido – es toda una diosa en la cama.

- ¿Qué hiciste para que cayese? – preguntó él, mirando hacia la mesa de las populares – Porque te dio calabazas varias veces.

- Su hermano me consiguió una cita con ella por un módico precio – aseguró, haciendo que este le mirase con incredulidad.

- ¿Qué has dicho?

- Su hermano parece estar vendiéndola por ahí por un par de dólares – bromeó, riéndose divertido – ella es una puta y él su chulo.

Sabía que estaban hablando de ella, y me hirvió la sangre, caminé hacia ellos, dejando de prestar atención a la cola para la comida, atravesé la sala, frente a las miradas de algunos curiosos y le crucé la cara, me eché sobre él y comencé a golpearle, mientras el resto del instituto nos miraba, y un par de profesores intentaban separarnos.

- Vuelve a decir eso de ella una vez más y te mato – espeté, tan pronto como el profesor Jhonson nos hubo separado.

Cómo era obvio ambos acabamos en el despacho del director, pero ninguno de los dos soltamos prenda sobre lo que sucedía. Así que tras un castigo en el que debíamos quedarnos después de clase a ordenar los trofeos por año, volvimos a clase.

- ¿Por qué mierdas te has peleado con Fernández? – preguntó Pete, sin comprender mi actitud de los últimos días. Teníamos clase de historia, y el idiota de Sean estaba allí. Me levanté de mi asiento, sin tan siquiera contestar a mis amigos, sentándome junto a aquel capullo, haciendo que me mirase con incredulidad, mientras el profesor hablaba sobre la guerra de la independencia y el resto de la clase cogía apuntes.

- Un pajarito me ha dicho que vas por ahí ofreciendo a mi novia por dinero – declaré, haciendo que este me mirase sin comprender, sorprendiéndose con mis palabras – Creo que no te ha quedado claro aun lo que hay entre nosotros – añadí, fulminándole con la mirada – si vuelves a hacerle daño, te mataré, Sean – sonrió, divertido, al darse cuenta de que estaba cuidando de ella.

- ¿Sabes que esa mierda de amenaza no vale nada? – preguntó, mientras yo apretaba el bolígrafo con la mano – Si ella disfruta con los tíos que le consigo... ¿qué clase de novio de mierda eres tú que ni siquiera puede saciarla?

Ni siquiera pude decir nada más, pues el profesor nos llamó la atención por estar de cháchara.

Al terminar las clases tuve que quedarme dos horas por el puto castigo, y cuando volví a casa, ella se había traído sus libros y una maleta, no me quejé, entré en la casa y bebí directamente de la jarra de agua.

- ¿Qué te ha pasado hoy con Fernández? – preguntó, sentada en la mesa haciendo problemas matemáticos. Negué con la cabeza, en señal de que no iba hablar de ello - ¿me ayudas a despejar x? – preguntó.

- ¿Con ecuaciones? – pregunté, ella asintió, en señal de que así era. Me senté junto a ella y miré hacia el ejercicio – Tienes que conseguir dejar la x sola en un lugar, luego es fácil, sólo haces las cuentas y ya.

- Qué fácil es para ti decirlo – se quejó, haciéndome reír – mira, por ejemplo, aquí – señaló hacia un punto del problema – habría que sacar el mínimo común múltiplo para poder pasar estos números a ecuaciones, ¿no? – asentí – Vale, pues entonces, lo estaba haciendo bien, porque el mínimo común múltiplo es dos, y entonces al ponerlo aquí... - dejé de escucharla y me quedé mirándola, como un idiota. ¿Por qué estaba tan guapa desde ese punto, así de concentrada?

- Voy a ponerme a leer un rato, avísame si necesitas mi ayuda – le dije, para luego abrir el libro de Cumbres Borrascosas, aquello era un rollo, pero era necesario para aprobar la asignatura.

- ¿a leer? – preguntó, advierta, agarrando el libro - ¿Cumbres borrascosas? – preguntó, haciéndome reír.

- ¿Pensaste que no sabía leer o algo? – pregunté, ambos reímos, y luego me devolvió el libro – tenías razón la otra vez, el libro es más intenso que la película.

- Te lo dije – aseguró.

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