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o n c e

Un grito desgarró el agradable silencio que, junto a los primeros rayos de sol, bañaba la habitación de Olivia. Empapada en sudor y dolorida, como si alguien hubiera estado golpeándola por la noche, intentó reincorporarse. Su corazón latía con fuerza. Hasta llegó a pensar que se le iba a salir del pecho. Su respiración era superficial, agitada y hasta dolorosa: con cada inhalación sentía que se le clavaban agujas en la tráquea. Al sentir las sábanas húmedas, al ver las rosas rojas algo marchitas, al notar que los mechones oscuros de su cabello se le pegaban al rostro, entendió que aquello era la vida real. Ya no era aquel terrible sueño en el que se repetía una y otra vez el accidente.

En la pesadilla, Olivia se quedaba atrapada entre la carrocería del coche y el asiento. No sentía sus piernas y gritaba desesperadamente para pedir ayuda, aunque el pitido de sus oídos le impedía oír su voz. Sollozaba de manera ahogada, intentando alcanzar la mano extendida y ensangrentada de su hermano, que luchaba por mantenerse despierto. El sueño siempre terminaba de la misma forma: los ojos verdes de Riley perdían su brillo y, con una última exhalación, se despedía para siempre de su hermana, dejando su vista para siempre clavada en los ojos de Olivia. 

Esos ojos atormentaban a Olivia. Los veía por todas partes. En la oscuridad, en fotos, en el techo. La mirada perdida de ya un fallecido Riley Dolan se había grabado en su cabeza a fuego. Como si fuera un incendio forestal, ese maldito fuego, esos ojos verdes, consumían cada parcela de la mente de Olivia. Pesadillas que se repetían cada noche, pensamientos intrusivos, ganas de acabar con todo de una vez... todo era por culpa de aquellos ojos. 

Lo peor de todo es que los veía en ella. Los ojos de Olivia eran del color del jade, del color que durante generaciones había reinado en la familia Dolan. Le hacían sentirse culpable. A pesar de las sesiones de terapia con la doctora Jeon, Olivia, cada vez que se miraba al enorme espejo de marco dorado de su exclusivo cuarto de baño, deseaba haberse marchado junto a su familia. Sus mirada seguía siendo un continuo recuerdo de un ''¿por qué ellos y no yo?''. 

Con un largo suspiro, se lavó la cara con agua fría y recogió su cabello en una coleta. Volvió hasta los pies de la cama, donde se quedó contemplando las sábanas sudadas. No le impidieron volver a tumbarse sobre ellas. Olivia se hizo un ovillo. Tenía sueño, pero le aterraba cerrar los ojos por si volvía a tener pesadillas. Se quedó ahí, perdiendo la noción del tiempo, mirando a un punto de la pared pintada de blanco. 

Los minutos pasaron y pronto pudo escuchar los pasos acelerados de la señora Hudson. Desde que los padres de Olivia y su hermano fallecieron, la joven Dolan no había sido capaz de levantarse de la cama por sí sola, así que era el ama de llaves quien se encargaba de ir a despertar a Olivia. La puerta de su habitación se abrió despacio.

Con su característica y enérgica voz, la señora Hudson bramó: —¡Buenos días!  

No era una forma del todo amable para despertarse. Olivia se encogió aún más en un intento fallido de esconderse. Hizo un amago de taparse los oídos con la almohada, pero estaba tan cansada que no pudo ni mover los brazos.

La señora Hudson abrió las ventanas de la habitación, dejando que la cálida luz de aquel aburrido miércoles de verano bañara por completo la sala. Al volverse hacia Olivia, reparó en las sábanas empapadas y en los ojos rojos de la chica. Ahogó un grito. 

—¡Niña! —chilló, lanzándose sobre Olivia para ayudarle a reincorporarse. —¿¡Qué ha pasado!? —preguntó, pasando una mano por la frente y las mejillas de la joven. —¿Una pesadilla?

Sin mediar palabra, Olivia asintió. Se dejó llevar por la corpulenta y fuerte mujer, que con algo de brusquedad ayudó a Olivia a caminar hasta el baño. Mientras la señora Hudson aireaba la habitación y cambiaba las sábanas, la joven Dolan hizo un esfuerzo por meterse en la ducha. Dejó que el agua fría se llevara todas sus preocupaciones. 

—¡El desayuno está listo! —oyó a la Señora Hudson en la habitación. — Tienes ropa limpia aquí, niña. ¡Sécate bien antes de bajar al comedor! 

Olivia dejó que se le escapara un largo suspiro. Alcanzó una de las grandes y suaves toallas blancas que aún olían a suavizante y se enredó en ella. Evitó en todo momento mirarse al espejo. Con la cabeza gacha, salió del baño y se vistió con la ropa que la señora Hudson había dejado sobre la cama, ya con sábanas limpias. Aunque no tenía demasiadas ganas, Olivia abandonó su habitación y arrastró los pies hasta el amplio comedor de la mansión, donde antes se celebraban cenas que derivaban en una larga sobremesa con juegos y champán. 

La mesa de madera maciza, como siempre, estaba llena de coloridas frutas y repostería variada. Olivia no tenía un apetito tan grande como para comerse todo aquello, pero el nuevo inquilino de la casa, al parecer, sí.

—Bufnof díaf. —con la boca llena, Jungkook saludó a Olivia.

Olivia ya no se sentaba en la enorme silla que presidía la mesa, y Jungkook había ocupado un lugar a la derecha de la chica; habían reducido la distancia entre ellos. Tanto la señora Hudson como la doctora Jeon lo veían como un pequeño paso, pero para Olivia era algo enorme. La intocable señorita Dolan había hecho un esfuerzo gigantesco para dejar atrás esa sensación terrible de ver vacía la silla que solía ocupar su padre en todas las cenas. Lo importante por aquel entonces era que alguien estaba allí con ella. 

—Hola. —saludó ella, dejándose caer en una de las sillas. 

Jungkook alzó la vista un momento para observar a Olivia. Le llamaron la atención sus marcadas ojeras violáceas, profundas, del mismo color que un mal golpe en el costado. Evitando la mirada de Olivia, le preguntó: —¿Has dormido bien?

Ella se encogió de hombros. —Lo de siempre.

Jungkook no sabía a qué se refería con aquello. Si Olivia hubiera sido otra persona, seguramente Jungkook le habría gritado diciendo que se dejara de tonterías y contestara a la pregunta de una maldita vez con un sí o con un no. Pero, evidentemente, no lo hizo. Olivia tenía esa especie de coraza inquebrantable, y, más que una princesa encerrada en un torreón, a Jungkook le parecía una reina que sufría la soledad en su enorme castillo. Además, sabía de sobra que, si se pasaba con ella, no dudaría en brindarle una bofetada, así que Jungkook agachó la cabeza.

—Mmh, lo siento. 

—Tú tampoco has dormido mucho, ¿no?

Jungkook soltó una risilla. Olivia también se había fijado en sus ojeras. —No podía dormir, así que he estado toda la noche jugando. —respondió. —¿No vas a comer nada?

—No tengo mucho hambre... — ''pero haré un esfuerzo'', quiso añadir. Olivia hizo ademán de servirse algo de zumo en un vaso, pero Jungkook se adelantó y agarró la pesada jarra. —Ah, gracias. 

—De nada. —canturreó él. 

Los silencios entre ellos eran más cómodos. Habían pasado unas cuantas semanas desde su reconciliación, y, aunque apenas intercambiaban palabras, sí pasaban algo más tiempo juntos. Desayunaban, almorzaban y cenaban en el mismo lugar. Más de una vez, mientras Olivia leía en el desván, Jungkook se acercaba a hojear algún libro de arte. Cuando se cruzaban por los pasillos, se saludaban. Aún así, Jungkook seguía sin merodear por el ala prohibida de la mansión.

—¿A qué jugabas? —preguntó Olivia, curiosa. 

—A lo de siempre. —contestó Jungkook sin pensárselo. Al darse cuenta de la sorna que había coloreado su voz, alzó la cabeza y ahogó un grito. —L-lo siento- No quería- Es que-

Olivia esbozó una sonrisa y agitó la cabeza, restándole importancia al asunto. Fue uno de esos gestos sutiles que en la vida cotidiana se pasaban por alto... pero para Jungkook fue como ver las estrellas. Él también curvó sus labios en una sonrisilla, avergonzado. Volvió a centrarse en su bol con cereales.

Apenas charlaron, pero las pocas palabras que intercambiaron durante la hora del desayuno fueron más que suficientes. En cuanto Olivia vació su vaso de zumo y su plato con tortitas bañadas en sirope, Jungkook se levantó de la mesa y la rodeó para llegar justo al lado de la chica. Ella le devolvió una mirada interrogante. 

Jungkook, de naturaleza más bien tímida, no supo muy bien cómo pedir a Olivia que le acompañara al jardín. Por eso, soltó: —Estás pálida.

La joven enarcó las cejas. —Ya. —respondió, como diciendo ''es evidente, apenas veo la luz del sol''. 

El chico miró un instante la techo. Más bien, no sabía cómo ahorrarse el vergonzoso momento de preguntarle a Olivia si quería salir con él al jardín a dibujar. Su madre le había repetido miles de veces que hiciera sentir a Olivia bien, que la tratara como si fuera uno de sus amigos... así que eso hizo: agarró las muñecas delgadas y frágiles de Olivia y, con algo de brusquedad, tiró de ella para que se levantara de la silla. Jungkook no era un chico de palabras; era de acciones. Sin decir nada, con la señora Hudson asombrada mirando la escena, Jungkook caminó hacia el hall principal asiendo la muñeca de Olivia, que correteó tras él intentando seguir su paso.

—¿Qué haces? —bufó ella, más sorprendida que molesta.

Jungkook se giró hacia ella con una sonrisilla. —¿No te apetece tomar el aire? —inclinó ligeramente la cabeza

Olivia se zafó del agarre de Jungkook agitando la mano. Se quedó un instante pensativa, observando al chico. Sus ojos eran muy diferentes de los de Riley: rasgados, oscuros, brillantes, como un orbe de azabache, llenos de vitalidad y calidez. Había algo en ellos que calmaba a Olivia. Sin pensárselo mucho, asintió. 

—Hace mucho que no salgo al jardín. —murmuró, evitando la mirada de Jungkook después de haberla observado durante infinitos segundos. 

Él se dio la vuelta, todavía sonriente, y echó a correr escaleras arriba. —¡Voy a por mi bloc! —anunció, gritando.

Olivia vio cómo Jungkook desaparecía por el pasillo principal de la primera planta en busca de su material de dibujo. Segundos después, la señora Hudson apareció con una enorme sonrisa dibujada en su rostro. 

—¿Va a salir, señorita? —preguntó, intentando ocultar la ilusión de su voz. Hacía días, casi semanas, que Olivia no abandonaba la enorme mansión. Ni siquiera había salido al balcón de su habitación. Al ver que Olivia asentía, la señora Hudson dio una palmada. —¡Bien! ¡Voy a buscarte un calzado cómodo!

Olivia se quedó sola, en aquel enorme hall que tantas veces había albergado fiestas, esperando a que Jungkook llegara con sus bocetos bajo el brazo y a que la señora Hudson trajera unas sandalias y aquel sombrero que protegía la fina piel de Olivia del sol. La espera se le hizo eterna.

—Joder, —escuchó a su espalda, junto a unos pasos ligeros. Era Jungkook. —ese pasillo es interminable. —protestó, pasándose una mano por su cabello ondulado y echándoselo hacia atrás. —¿Estás lista...?

—¡Sí...! —la señora Hudson correteó para llegar al lado de la chica. Se agachó a los pies de Olivia para ayudarle a ponerse las carísimas sandalias que no calzaba desde el verano pasado. Las abrochó con fuerza. —Bien, ya está. — le puso la pamela de color crema y dedicó una sonrisa a los dos jóvenes. —Aprovecharé vuestro paseo por el jardín para ayudar en la cocina. ¡Pasadlo bien! 

Jungkook se despidió con una leve reverencia -sabía que en Estados Unidos no era común hacerlo, pero seguía conservando la costumbre- y Olivia caminó hacia la entrada principal sin mirar atrás. Tenía tan poca fuerza que ni siquiera pudo abrir la puerta de metal. Olivia miró a Jungkook con frustración, y él, sin necesidad de una orden verbal, se encargó de empujar la puerta. 

A pesar de ser aún temprano, el sol brillaba con fuerza. Iba a ser, de nuevo, un día de lo más caluroso. Olivia entrecerró los ojos para protegerse de la claridad. 

—Qué calor... —se quejó. Miró a Jungkook. —¿No tienes cal-

Antes de que Olivia pudiera continuar, el chico lanzó su bloc de dibujo al suelo con cierta irritación y, sin decir nada, se quitó la camiseta de manga larga que llevaba. Debajo, vestía una de color blanco, de manga corta, entallada. La tela se ceñía a su cintura. Olivia imaginó que Jungkook escondía una buena figura debajo de la ropa holgada, pero nunca pensó que una simple camiseta blanca le haría sentirse un poco abrumada. 

—¿Mejor? —soltó, con cierta sorna. Olivia apartó la mirada y caminó en busca de la sombra de algún árbol.

El césped estaba seco y las flores casi marchitas. El jardín no tenía el resplandor de antes, eso estaba claro. Olivia llevaba semanas sin decir nada a los jardineros, así que, además de tener una piscina sucia, tenían parterres descuidados y esculturas a punto de resquebrajarse. Jungkook prefirió no comentar nada al respecto. Si fuera de noche, los jardines de la mansión parecerían más bien los de un cementerio. 

Con un largo suspiro, Olivia se dejó caer bajo la sombra de un enorme sauce. Era uno de sus lugares favoritos del jardín. Jungkook, que ya había estado varias veces ahí -en soledad y con ella- se sentó a su lado.

—Estoy cansadísima. —murmuró, con voz suave, mientras Jungkook abría su bloc de dibujo. —¿Puedo verlos?

Si le decía que sí, Olivia vería bocetos de ella misma. Con aire reticente, Jungkook le tendió la libreta. Durante semanas, era lo único que podía dibujar: a ella. Había intentado seguir las líneas de los personajes de aquel videojuego al que jugaba todas las noches con la intención de quitarse de la cabeza las facciones delicadas de Olivia, pero no pudo. Incluso durante su enfado, Jungkook solo pudo retratar a Olivia -y eso le frustró aún más-. 

La chica pasó sus delicadas manos por el papel. —¿Quién es?

Escéptico, Jungkook enarcó una ceja. Los dos cruzaron una mirada. Fue entonces cuando comprendió que ella no se reconocía en aquellos dibujos. No se reconocía a través de los ojos oscuros de Jungkook que, lejos de verla como un monstruo como ella creía, la veían como una antigua pero bellísima muñeca de porcelana: frágil, pero demasiado aterradora como para acercarte. 

Jungkook miró al cielo despejado. —Una amiga. 

—¿De Seúl? —preguntó, extrañada. 

—Sí, lo que pasa es que en Corea no hay solo coreanos. —dijo. 

El tono algo irónico de Jungkook hizo, sorprendentemente, que Olivia soltara una especie de risilla. Hojeó el bloc. —Ah, ¿si? Es que no lo conozco personalmente, nunca he ido a Seúl, así que no puedo decirte si solo hay coreanos o no... —le tendió el cuaderno a Jungkook. —Podrías ser ilustrador. 

Él agitó la cabeza mientras dejaba el bloc en su regazo. —No, es solo un hobby.

Olivia le miró casi ofendida. —Pues yo creo que podrías ganar una pasta.

Jungkook enarcó aún más las cejas. —¿¡Siendo ilustrador!? Alucinas. 

—¡Si eres bueno, con cualquier cosa puedes ganar dinero! —exclamó ella. 

—¡Eso crees tú porque eres rica! —se defendió Jungkook. Al instante, cerró la boca. —O sea, q-quiero decir...

—Tienes razón. —Olivia se encogió de hombros. —Para mí todo es más fácil porque tengo miles de dólares en la cartera.

Lo dijo con tanta seriedad que Jungkook no supo si lo decía bromeando o no. —¿Es... ironía?

Fríos, pero con una pizca de brillo, los ojos verdes de Olivia se clavaron en los de él. —Claro. 

Jungkook suspiró con cierto alivio y decidió cambiar de tema. —La última vez que estuvimos aquí-

—No te había pegado una bofetada, aunque ahora creo que te la merecías, y me llamabas ''Oli''. ¿Por qué ya no me llamas así?

Jungkook soltó una carcajada suave. Eligió una hoja en blanco del cuaderno y sacó un bolígrafo que llevaba en el bolsillo del pantalón. —Porque Oli es más mono que Olivia, y después del bofetón creo que es más adecuado llamarte Comandante, o algo así. 

—Hazlo. Lo digo en serio. Comandante Dolan no suena mal...

—Prefiero Oli, la verdad. —confesó Jungkook, que empezó a dibujar las primeras líneas del boceto. —Hoy estás habladora, ¿eh?

—Lo mismo digo. ¿A quién vas a dibujar...? 

Olivia se arrastró por el césped para acercarse a Jungkook y poder ver mejor qué es lo que estaba dibujando. Dobló sus rodillas, las rodeó con sus brazos y se acomodó justo al lado de Jungkook, que sintió el ligero roce de la piel fría de Olivia con la suya. Ella le miró con impaciencia, como diciendo ''empieza ya el dibujo, ¿no?''.

Jungkook tragó saliva y se preguntó por qué narices estaba tan nervioso de repente. A ti, estuvo a punto de contestar. —No lo sé. Improvisaré.

La chica siguió con atención cada línea nueva, cada curva que la ágil mano de Jungkook, blandiendo aquel viejo bolígrafo de tinta negra, dibujaba en el papel. Poco a poco, fue vislumbrando el rostro de una chica de nariz respingona. 

—Ojalá pudiera dibujar así... No sé hacer nada bien. —comentó ella mientras Jungkook continuaba con el dibujo. Olivia se inclinó ligeramente hacia él, absorbida por el boceto.

Jungkook dio los últimos toques y punteó las mejillas de la chica que acababa de dibujar con la esperanza de que Olivia recibiera las señales. Si la joven Dolan tenía algo distintivo además de sus profundos ojos verdes, eran sus pecas. Su tez era tan blanca que más que parecer pequeñas manchas parecían pequeños puntos puestos ahí a conciencia. Para terminar, Jungkook firmó con rapidez la esquina inferior de la página.

Olivia alzó la cabeza. Jungkook distinguió, de nuevo, algo de brillo en sus ojos. No era su intención, pero se perdió en ellos. Cruzaron una mirada larga, quizá intensa, hasta que Jungkook se dio cuenta de que estaba empezando a fijarse demasiado en ella: en sus pestañas larguísimas, en el pequeño arco que formaba su labio superior, en su barbilla salpicada por algunas pecas...

El sonido de el papel rasgándose hizo que Olivia se sorprendiera. Ahogó un grito. —¿¡Por qué lo arrancas!?

Sin decir nada, Jungkook le tendió el dibujo y se levantó para poder mantener las distancias cuanto antes. Olivia, extrañada y con la mano algo temblorosa, aceptó el regalo. Jungkook se sacudió los pantalones con fuerza, echó un vistazo a su alrededor y, lleno de vergüenza, huyó. Dejó su camiseta negra en el suelo, junto a Olivia, que se quedó sentada bajo la sombra del sauce unos minutos más. Vio a Jungkook correr por todo el jardín y murmurando en su idioma natal con la nariz arrugada y los ojos cerrados con fuerza. Olivia pensó que quien realmente necesitaba terapia era Jungkook. ¿Qué clase de persona tenía un arrebato así? ¿Quién se ponía a dar vueltas por un jardín de tantas hectáreas de la nada? 

Olivia se levantó para volver al interior de la mansión y decirle a la señora Hudson que llevara algo de agua a Jungkook. Parecía estar al borde de un golpe de calor.

Pero no era así. El sudor era lo de menos, y la cara de sufrimiento no era por el ejercicio. Jungkook sufría porque no entendía que le estaba pasando con Olivia y, por qué en lugar de aborrecerla... tenía ganas de besarla. 

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me alegro de estar escribiendo esta historia ahora y no con 15 años porque podría haber sido un desastre jaj 

no sé si mencioné el nombre del hermano de olivia en algún capítulo, así que en caso de que le haya puesto uno diferente en algún momento, lo siento mucho JAJAJ De todas formas, Riley es el nombre del hermano que oli perdió en el accidente¡!

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