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Hacía tanto tiempo que Olivia no salía de su habitación que la mayoría de las criadas se sorprendieron. Todas saludaron, todas parecían contentas de que por fin la señorita saliera de su oscura habitación después de vete tú a saber cuántos días. La señora Hudson, tan servicial como siempre y más feliz que nunca porque por fin su niña veía la luz al final del túnel, se ofreció a llevarla en la silla hasta el jardín, así que Jungkook simplemente caminó a su lado, mirando al suelo.

Cuando salieron al jardín, Olivia también acabó sorprendida. Le hubiera gustado sonreír al ver los colores vivos de las flores, o al sentir el olor suave y fresco del césped recién cortado, o al estar simplemente allí, fuera, en la calle, después de semanas interminables en las que sólo podía recordar el chasquido de su rótula fracturándose, o peor aún, los últimos momentos que pasó con sus padres y su hermano en el coche... Pero sólo logró ponerse aún más nostálgica. Olivia suspiró repetidas veces intentando retener las lágrimas, aunque apretar los labios y pestañear rápido sólo hacía que tuviera aún más ganas de llorar.

La primera en darse cuenta fue la señora Hudson. A la pobre mujer casi le dio un ataque de pánico al ver a su niña Olivia con los ojos rojos y vidriosos. Fueron escasos los segundos que Olivia tardó en ponerse histérica, en sentir esa ansiedad que a veces le dificultaba la respiración.

— ¡Voy a por algo de agua! — Exclamó la mujer, apretando con cuidado el hombro la de chica de la silla de ruedas, como si quisiera calmarla a pesar de que ella estaba tres veces más alterada. La señora salió corriendo como una exhalación, directa a la puerta trasera que daba a la cocina.

Olivia escuchó a Jungkook suspirar. Se preguntó si se aburría o si se había hartado ya de ella. Seguro que él estaba acostumbrado a ir con chicas guapas mayores que él, y seguro que se divertía yendo a la playa o a fiestas organizadas por sus compañeros de clase. Era verano, y él estaba ahí, con ella, seguramente deseando irse. Lo que Olivia no sabía es que, mientras ella se sentía culpable por ser una basura de persona, Jungkook suspiraba con miedo a que le sucediera algo. No quería que le pasara algo a Olivia; quizá en aquel momento era algo egoísta y Jungkook prefería no tener responsabilidades... y tampoco sufrir la consecuencias.

 Él se acuclilló para verla, y ella se escondió detrás de los mechones lacios de su pelo.

— ¿Quieres que te lleve a ver los rosales? — Preguntó con voz acaramelada, suave.

Olivia no fue capaz de decir nada. Quería responderle, pero ella creía que no era quién para hacerlo. No era más que una piedra al lado de un diamante. No era nada. Ni siquiera podía girar el cuello o levantarse de una silla de ruedas. Dependía de muchos, pero no tenía a nadie. Todos a quienes quería estaban muertos. Más de una vez se preguntó si estaba muerta en vida, y si eso era peor que estar muerta de verdad. Probablemente sí lo era. 

Jungkook empujó la silla con una brusquedad que contrastaba demasiado con la dulzura de su voz. Llevó a Olivia hacia el rosal con urgencia, casi corriendo. Ella, seca por dentro y con una sensación de tener un nudo atándole el esófago, se sentía impotente. Miró hacia arriba sin mover el cuello cuando sintió la mano de Jungkook posada tímidamente sobre su hombro.

— Mira, ya estamos aquí.

La rosaleda era el sitio favorito del jardín de Olivia. Era un pasillo creado por una estructura metálica, donde se enredaban las rosas rojas. Se quedó observándolas por un buen rato, hasta que Jungkook se acercó a uno de los rosales. A Olivia siempre habían gustado las rosas, siempre le habían parecido preciosas, pero por un momento, pensó que Jungkook era más bonito que aquellas flores que tanto adoraba. Le observó arrancar una flor que quedaba a su altura. A pesar del tallo espinoso, Jungkook se  acercó a ella y se la tendió con cuidado, como si temiera a Olivia.

Ella no tenía fuerzas para levantar el brazo y coger la rosa. Ni siquiera pudo musitar un mísero ''gracias''. Jungkook dejó la flor en su regazo con suma delicadez, quizá temiendo que el roce de los pétalos hiriera a la paciente de su madre, y puede que en un futuro, su amiga. 

Olivia tuvo la sensación de que se veía doblemente débil y rota.

Jungkook se miró las yemas de los dedos. Se había pinchado con las espinas. Olivia se sintió fatal por él, pero Jungkook pareció notar que volvía a empeorar y enseguida movió ambas manos quitándole importancia al asunto, con una sonrisilla nerviosa.

— Estoy bien, estoy bien... — dijo. Miró hacia los lados, sin saber qué hacer. — Y... te gustan las rosas, ¿no? — Olivia gruñó algo que Jungkook se tomó como una afirmación. Se sentó en el suelo, a sus pies, sin importarle mucho que estuviera lleno de polvo y tierra. Encontró dos piedras y se puso a jugar con ellas. — Podría hacerte un ramo con las rosas si quieres, Oli... ¿Puedo llamarte Oli?

— Sí... — murmuró.

— ¿Te gusta?

— ¿Oli...?

Sonrió entornando los ojos y enseñando sus dientes perlados, mirando al suelo. Seguía concentrado en jugar con las dos piedritas.

— Es mono, ¿a que sí? — Soltó. — Tenía un amigo al que sólo podía llamar por su apodo. Si le llamaba por su nombre de pila, se cabreaba. Por eso a veces pongo motes a la gente... Es la costumbre.

Olivia no supo  si tenía curiosidad por saber de Jungkook y su amigo o si sólo quería escuchar su voz. Era bonita, suave y dulce. Era ese tipo de voz que querías oír deseándote las buenas noches, esa voz que no te molestaría si estuviera cantando todo el día.

— ¿Cómo... se llamaba tu amigo?

Volvió a sonreír, pero aquella vez Jungkook lo hizo con algo de amargura. — Yoongi. Ya no sé nada de él... Se fue de Corea un poco antes que yo, con mi hermana, pero han desaparecido del mapa, así que...

Así que él también tenía un familiar al que no había vuelto a ver. Olivia se lo tomó como un punto común entre ellos dos, aunque quizá, dentro de una probabilidad bastante pequeña, él era capaz de volver a reencontrarse con su hermana. La chica empezó a tener curiosidad por Jungkook.  El lado cotilla de Olivia volvía a reaparecer después de unas semanas oscuras e interminables.

— ¿Tienes hermanos entonces? — preguntó, tímida.

— Sí, una hermana mayor. Era- Es muy guapa. Todo el mundo decía que me parecía a ella, pero yo creo que no nos parecíamos en nada. Era un calco de mamá... la doctora.

— ¿Cómo se llamaba?

— Hyesun. — Jungkook hizo una mueca triste. — A veces la trataba muy mal, y cuando encontró a alguien que por fin la apreciaba, me di cuenta de que la quería y de que no fui bueno con ella.

— Siempre te das cuenta de lo mucho que quieres a  ese alguien que no consideras importante cuando ya no está... Cuando ya se ha ido, te das cuenta de que lo echas de menos y de que esa persona ha dejado algo en ti. Lo peor es que es muy difícil deshacerse de ese algo. Vuelva o no, esa persona a la que querías ya es inolvidable. Y eso es lo que duele, el no poder borrar el recuerdo de la persona, porque te hace sentir culpable, mal, una basura, porque sabes que lo querías y que no hiciste nada por demostrárselo. 

Jungkook alzó la cabeza y  miró a Olivia claramente sorprendido. — Wow. Nunca pensé que ibas a hablar tanto... — después soltó una risilla. A lo mejor la idea de su madre sí servía y era cierto que Olivia sólo quería hablar con alguien más acorde a su edad.

Escucharon pasos acelerados. Al rato, la señora Hudson apareció enfrente de ellos con la doctora Jeon y una bandeja de plata, donde llevaba unos vasos cargados de limonada helada.

— ¡Uf, qué susto me han dado estos chicos! ¡Pensé que os habíais escapado! —exclamó. Enseguida  ofreció a Olivia uno de los vasos. Le ayudó a sujetarlo. — Ten, mi niña. Bebe, debes de estar seca como el Sáhara con este calor.

Mientras la señora Hudson le daba el otro vaso a Jungkook, la doctora se acercó a su hijo. Él se levantó enseguida en cuanto su madre empezó a preguntarle en un idioma desconocido tanto para Olivia como para la señora Hudson, en bajo. Jungkook respondía tranquilo, a pesar de que intercambiaba miradas nerviosas con Olivia y con su madre. Seguramente notó que  ella le miraba interrogante, así que sonrió, afable, como si quisiera decirle con poco más que una mirada que podía confiar en él. 












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