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Prólogo

En lo más profundo de un bosque perdido en Barcelona, resonaban pisadas rápidas y duras, que pertenecían a un chico corriendo con todas sus fuerzas. Ese sonido era desgarrador, cargado de un sentimiento tan visceral que parecía arrancado de lo más profundo de su alma: absoluto terror.

Sus pulmones ardían, el aire frío estaba cortándole la garganta con cada inhalación desesperada y podría jurar que era capaz de escuchar sus propios latidos. Sin embargo, sintió como se le detenía el corazón durante un instante al escuchar un sonido ensordecedor desgarrando el aire y el eco de este resonar; un disparo. No podía detenerse. No ahora.

A penas podía sentir el dolor de aquella puñalada en su pierna, la adrenalina que experimentaba era tan inmensa que era imposible sentir el cómo el cuchillo que le habían clavado cada vez se enterraba más en el interior de su pierna y como poco a poco se desangraba cada vez más rápido y en mayor medida.

Su mirada se perdió, volviéndose cada vez más borrosa y desconcertante.

Quería gritar, rogar por ayuda, pero en aquel lugar, absolutamente nadie le oiría y tampoco tenía la fuerza para hacerlo.

Solo quería salir vivo de allí, anhelaba volver a casa, con sus mascotas y su esposa, a la cual había sido infiel varias veces. No obstante, en ese instante deseaba besarla, pedirle perdón por todas aquellas veces en las que se había acostado con otras personas.

Otro impactante disparo se escuchó en ese lugar, pero esta vez sintió la bala rozar su pómulo derecho; casi le había dado. Asimismo, experimentó un dolor terrible, la bala tocó su piel y se encontraba en carne viva, ardiente y soltando sangre. Soltó un grito desesperado, mientras se llevaba la mano a su rostro, tratando de tapar la herida.

Oyó otro disparo, pero esta vez, sí que anotó, justo en la pierna, la contraria a la que tenía la puñalada hecha previamente al disparo. Automáticamente, cayó de cara al suelo por el dolor.

— ¡No me mates, por favor!

Trató de girarse, encontrándose de frente al hombre que llevaba la pistola en su mano. Los labios de este se curvaron hacia arriba de una forma antinatural, dejando ver sus dientes. Su mirada era de satisfacción y a su vez llena de frialdad, sin sentimientos.

— ¡Déjame vivir, te lo ruego!

El hombre se puso de cuclillas frente a él antes de acariciarle la frente. Eso le dio una breve oleada de fe, quizás lo dejaba vivir. No obstante, sintió como surgía un dolor agudo en su pierna y a su vez un grito devastador salió de su boca.

Giró la mirada y logró ver el cuchillo que antes estaba en su pierna, en la mano del hombre.

Sus labios empezaron a temblar y sus ojos a lagrimear.

Iba a morir, aquel era su final.

— ¿Cómo prefieres morir? — Preguntó el hombre observando el cuchillo. — ¿De manera lenta y dolorosa, o rápida? —

El dedo de su asesino recorrió la hoja del cuchillo, limpiando la sangre. Seguidamente, se llevó el dedo a la boca, degustando la sangre.

— ¿Quieres probarla? — Preguntó como si se tratase de una piruleta.

El herido negó con la cabeza, lleno de terror.

— Entonces contéstame, hijo de puta. — Gesticuló con fuerza.

No era capaz de hablar, el terror lo había paralizado.

— D-de-de... m-ma-mane-manera... r-rá-rápid-rápida... — Tartamudeó.

La figura que tenía enfrente sonrió vacilante, a su vez chasqueó la lengua. Aquella sonrisa era maquiavélica, llena de frialdad, y disfrute.

El cuchillo lentamente se acercó a su cuello, él solo cerró sus ojos, no quería ver, quería morir de una vez. Sintió un dolor intenso y agudo, estaba cortándole el cuello, de manera lenta.

— ¿Pensaste que realmente te haría caso? — Rio el hombre. — ¿De verdad lo creías?

Cada vez más mareado y adolorido, sintió cómo la sangre mojaba sus extremidades, pero de un golpe seco, casi inmediato, dejó de sentir. Había clavado el cuchillo en su corazón.

El hombre que acababa de matarlo casi inaudiblemente pronunció un "menudo idiota" y se levantó, yéndose. Probablemente, nadie encontraría el cadáver de aquel hombre. Porque al final, estaban en medio de un bosque, uno al que nadie iba, ya que había cosas más importantes para la gente común; el parque de atracciones del Tibidabo.

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