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CAPÍTULO 15

El libro era probablemente uno de los más dañados que Tom tenía en toda su biblioteca; con las páginas amarillentas y desgastadas por el tiempo y el uso, se desgarraba ligeramente en las orillas. Cuando Perséfone pasó la página, comenzó a tener complicaciones para leer, ya que las palabras se perdían, con su tinta negra, en aquella hoja en particular, que tenía una gran mancha de sangre que la cubría casi por completo.

—He visto muchos monstruos terribles en mi tiempo sirviendo al señor tenebroso, pero ninguno tan terrible como lo son los dementores. Nada que pueda estar escrito en un libro puede asemejarse a lo que realmente es, incluso si para nosotros como magos oscuros es mucho menos terrible. Al final, no importa si no somos su alimento predilecto, si nuestros recuerdos no son suficientemente felices, para esas criaturas al final todos somos comida —dijo Barty, inclinado contra el marco de la puerta.

Perséfone cerró los ojos por un segundo y respiró profundamente, atrayendo a sí misma toda la oscuridad que en ella residía, sus ojos se volvieron oscuros como el alquitrán y una serie de imágenes la atravesaron en un flashazo. La boca vacía, la piel putrefacta, el manto oscuro y fino que ocultaba su cuerpo esquelético, y el brillo de un alma ascendiendo a través del aire hasta su boca. Eran imágenes que ella había pedido, a diferencia de las que llegaron después, en forma de un amplio lago que brillaba a la luz de la luna, y el dementor que flotaba por encima de éste, hasta que bajaba la vista, sus cuencas vacías clavadas en el agua y, a través de la mirada de la criatura, Perséfone pudo ver su propio reflejo.

Ella se estremeció con tal fuerza que el cabello que había estado sujeto con un lazo le cayó suelto sobre los hombros, y al apartárselo del rostro, por su falta de delicadeza, algunos mechones se le quedaron adheridos en los dedos, enredados.

—Tom te envió a advertirme —dijo Perséfone—, pero no te preocupes, yo ya lo he visto, incluso si mi cuerpo físico no lo ha hecho.

Barty exhaló. Los ojos de Perséfone habían vuelto a la realidad mientras ella hablaba y eso le había permitido recuperar la capacidad de respirar al mortífago.

—Para personas como nosotros, los dementores son muy peligrosos. Somos personas cuya felicidad comenzó a aparecer recién cuando éramos casi adultos, que tuvimos infancias marcadas por el dolor o la miseria. ¿Sabes por qué los mortífagos leales, aquellos que terminamos en Azkaban, les temíamos tanto, entonces? Un mortífago no teme a la muerte, o a la locura, y mucho menos temíamos que nos quitara la felicidad como emoción, como concepto, el problema era lo que representaba felicidad para nosotros, y te lo digo porque creo que coincidirás en ello. Los dementores nos quitaban a nosotros los leales, más que simplemente la esperanza o la cordura, nos quitaban a nuestro señor, porque servirle a él era la única felicidad que habíamos experimentado.

Barty no esperó a que Perséfone tuviera oportunidad de responder, sino que dio media vuelta y se alejó a paso rápido. Ella lo conocía suficientemente bien como parar estar absolutamente segura de que se dirigía a su habitación, que bloquearía la puerta con la cerradura muggle que ésta tenía, pero después además lanzaría una decena de hechizos sobre ésta, y solo entonces se acostaría en cama y volvería a ser el niño que tenía demasiado miedo de su padre, después el muchacho que encontró una nueva fe solo para que se la arrebataran, entonces sería el chico que fue encerrado y sintió que le succionaban la vida cada día... Y solo después de todo eso, volvería a ser Barty, el que ella conocía, que se arrodilló para ella, y que finalmente encontró a alguien más que compartía su fe.

Perséfone se dirigió al despacho de Tom, el libro habiendo quedado en el olvido sobre la mesilla en la biblioteca. Ella no tocó antes de entrar, nunca lo hacía, y aún así, él siempre sonreía al verla.

—Espero que seas consciente de que acabas de destrozar a Barty por al menos veinticuatro horas —recriminó Perséfone, cruzándose de brazos.

Tom dejó los trozos de pergamino que sujetaba sobre el escritorio y se puso de pie, caminando hacia ella.

—Él estará bien —dijo Tom, encogiéndose de hombros—. Me preocupa más que tú vayas a estar bien.

Perséfone sonrió, sin poder evitarlo.

—Iba a estar bien incluso sin haber recibido esa advertencia.

—No puedes culparme por preocuparme, amor.

—Pero puedo intentarlo —respondió ella, con una sonrisa pícara, rodeando su cuello con sus brazos al mismo tiempo que él ponía los suyos en la cintura de Perséfone—. Tom, tienes que saber que no hay forma en el universo que permita que vayas solo a reunirte con los dementores en Azkaban. Puedes llevarme contigo o no ir en absoluto.

Él se inclinó, sus labios tocaron suavemente los de ella, apenas un efímero roce que Tom no permitió que se alargara.

—Quiero que aprendas a realizar el encantamiento patronus, entonces. ¿Llegaste a intentarlo mientras estabas en Hogwarts?

—Una vez, sí. No logré hacerlo. Entonces alguien se ofreció a enseñarme, pero eso jamás llegó a suceder por una combinación de muchísimos motivos distintos. Supongo que no había nada suficientemente feliz en mí como para lograrlo en su momento.

—Dicen que los magos oscuros no podemos realizar encantamientos patronus. Hay historias sobre lo que sucedería si lo intenta alguien que no es puro de corazón, pero conozco personas ruines capaces de realizar el hechizo, entonces creo que no se trata de la pureza, sino de la misma fuente de la felicidad. Si la felicidad en tu patronus viene del sufrimiento ajeno, está condenado al fracaso. Creo, entonces, que tú deberías poder lograrlo.

Tom sujetó el brazo de Perséfone, levantando la manga de la túnica para mostrar la funda de su varita y se la colocó en la mano, pero su propia mano permaneció enroscada alrededor de la de ella, sus dedos fríos contra la cálida piel.

—Tom...

—Responde esto, Perséfone. ¿Eres feliz? ¿Eres feliz ahora, conmigo?

—Lo soy —respondió ella, en un hilo de voz, mirándolo a los ojos. El halo rojizo que rodeaba su iris la llamaba como una polilla a la luz.

—Di el encantamiento, amor —dijo Tom, acariciando la mejilla de Perséfone con su mano libre.

Ella cerró los ojos. Como cada vez que lo hacía, su mente fue invadida con terribles imágenes y escandalosos gritos que en esa ocasión en particular tenían menos coherencia que de costumbre. Y entonces imaginó un brillo a través de sus parpados cerrados, un brillo que le caló hasta los huesos y trajo el silencio junto con un dolor punzante que le atravesó el cuerpo. Las imágenes llegaron entonces. El diario de Tom Riddle. La primera vez que entró al diario, y la primera vez que lo abandonó. Haberlo perdido, y haberlo encontrado. Enamorarse. Ser elegida como la primera opción de alguien por primera vez en su vida. Amarlo, amarlo más que a cualquier cosa o persona, cada segundo de cada día, cada noche a su lado y cada día durante la mañana, la tarde y el anochecer..., existir, existir por y para él. Suya. Era suya. Y él era suyo.

Perséfone apretó los ojos con fuerza.

Expecto patronus.

La luz se filtró incluso a través de sus párpados. Un brillo que ella solo había visto en sus pesadillas.

Abrió los ojos.

La mayoría de los magos no lograba realizar un patronus corpóreo nunca en su vida, y se contentaban con el humo difuso y blanquecino que era suficiente para salvar sus vidas en un apuro. Aún así, un patronus incorpóreo no era frecuentemente logrado por los magos en su primer intento, o el segundo, o el tercero, ni siquiera el cuarto.

Por eso que Perséfone lo hubiera logrado en apenas su segundo intento era extraordinario, porque no era solo un patronus incorpóreo.

Era una figura inmensa, majestuosa, que brillaba tanto que ella pensó que podría quedarse ciega si permanecía mirándola demasiado tiempo. Se preguntó si en realidad encajaba con ella, mientras se esforzaba por mantener el hechizo.

Entonces el animal la miró, y rugió con tal fuerza que Perséfone soltó la varita. Inevitablemente, la figura plateada se desvaneció.

Tom y ella permanecieron allí, mirándose, habiendo recién descubierto que el patronus de Perséfone Weasley era nada menos que un león.





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