Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 09

Tom no habría besado a Perséfone en frente de todo el mundo, aquello habría contradicho su determinación de no ser visto como humano, débil, pero tampoco estaba por sobre la conducta típica y posesiva de pronunciar su reclamo sobre ella ante sus seguidores, fuera para garantizar su seguridad o por motivos menos nobles que aquel. Cuando el último de los mortífagos abandonó la mansión Riddle (exceptuando a Barty, que simplemente se fue a su habitación en la mansión), sin embargo, fue como si una burbuja estallara.

Había remanentes de dolor en el brazo de Perséfone, allí dónde la marca ahora estaba, pero más que esos efímeros atisbos de lo que había sentido cuando se grabó en su brazo, sino la constante pulsación del poder latiendo a través de su arteria radial. Una conexión entre ellos, más física que el nexo entre almas que ya compartían. La marca tenebrosa, que habitualmente solo recibían los más dignos entre sus seguidores, porque los conectaba de una forma que muchos desconocían que era en realidad bilateral.

Cuando Tom tiró de Perséfone hacia él, con la máscara plateada olvidada y abandonada en el suelo, la figura de la serpiente se retorció, enroscándose alrededor de la figura del cráneo, como si fuera a destrozarlo con su fuerza de la forma en que una anaconda trituraría los huesos humanos. La marca resaltaba en carmesí, como si estuviera tallada en su piel con un cuchillo y su color viniera de estar marcada con sangre.

El tirón de Tom fue brusco, sin advertencia, pero no fue algo que Perséfone no esperara. A pesar de los minutos de tenso silencio mientras sus seguidores abandonaban la mansión, ella había sentido la energía de Tom acumulándose, como una tormenta a punto de desatarse. Y cuando el último mortífago desapareció por la puerta, esa contención se rompió.

Tom la sujetó con fuerza, sus dedos clavándose en su cintura, y la arrastró hacia él como si no pudiera soportar la distancia entre ambos ni un segundo más. Sus labios se encontraron de forma explosiva, con una intensidad casi violenta. No había suavidad, no había delicadeza. El beso era puro poder y posesión, el reflejo de la marca que ardía en el brazo de Perséfone como si el fuego que corría por sus venas estuviera buscando una salida.

La lengua de Tom se entrelazó con la de ella, profunda y dominante, reclamando cada rincón de su boca con un fervor desesperado. El aire entre ellos parecía cargarse de una energía oscura y primitiva, una fuerza que los envolvía y los apartaba del mundo exterior. Perséfone respondió con la misma intensidad, su cuerpo encendiéndose con el contacto de Tom, una mezcla de dolor y placer recorriendo su espalda y su brazo marcado.

El latido del poder en su brazo se intensificó, acompañando el ritmo frenético de sus corazones. Era imposible separar el deseo del poder, la necesidad de uno del control sobre el otro. Tom la besaba como si quisiera devorarla, como si al tenerla entre sus brazos pudiera asegurarse de que ella nunca se le escaparía, de que siempre sería suya.

Perséfone no se resistió. Jamás había sido de naturaleza sumisa, pero con Tom todo era diferente, porque era consciente de que no quería o necesitaba resistirse, ya que nunca estaría mejor que estando a su lado. La fuerza con la que él la reclamaba solo despertaba en ella un deseo aún mayor, una necesidad de igualar su intensidad. Sus manos encontraron el rostro de él, sus dedos enredándose en su cabello, tirando, exigiendo más.

El beso se volvió más profundo, más desesperado. Los dientes de Tom rasparon su labio inferior, y Perséfone gimió contra su boca, una mezcla de dolor y placer que la hacía perder el sentido del tiempo y el espacio. El mundo alrededor de ellos desapareció por completo. Solo estaban ellos, los dos, envueltos en la oscuridad que compartían, una oscuridad que los unía de manera inquebrantable.

Tom la empujó contra la pared más cercana, su cuerpo presionándose contra el de ella, atrapándola entre su fuerza y la fría superficie. Perséfone sintió cómo todo su ser ardía al contacto con él, su piel, sus nervios, todo estaba alerta, vibrando con la electricidad del momento. Y, aun así, quería más. Necesitaba más.

Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad. Los labios de Tom estaban hinchados, y la mirada en sus ojos era feroz, una mezcla de triunfo y deseo que no dejaba lugar a dudas sobre lo que sentía. Perséfone, sin aliento, lo miró con una intensidad igualada, sus propios ojos oscurecidos por el mismo fuego que consumía a Tom.

— ¿Rojo? —preguntó Perséfone, en voz baja, recorriendo la marca tenebrosa con su dedo desde la parte superior del cráneo hasta la punta en la que terminaba la serpiente. Tom se estremeció ligeramente, con escalofríos recorriendo su columna, antes de ladear la cabeza.

—Me imaginaba que tu marca sería diferente a la de la mayoría, pero no sabía en qué aspectos lo sería.

—Explícate —indicó ella, suavemente. Prefería escuchar la explicación de él, que no pecaría nunca de incoherente, a las voces en su cabeza y en sus sombras susurrando su propia explicación. La oscuridad, por supuesto, tenía un argumento propio que felizmente sostenía a gritos: «Rojo, rojo, rojo, rojo carmesí. Es la sangre que vas a derramar, o tu propia sangre manchando la piedra al fin».

—La marca tenebrosa me conecta a mis mortífagos, y mientras más leales sean ellos, más oscura será. Tú y yo ya estamos unidos, y lo tuyo no es envidia, admiración u otro tipo de devoción igualmente contraproducente. Tú me amas, Perséfone, y eso en mis mortífagos solo implicaría una marca tan oscura como la noche, pero en ti... Ese no es el caso en ti. Porque además de lo que tú sientes, importa lo que yo siento, y eso le dio otro color a tu marca, algo que señale que eres distinta —tarareó Tom, sujetando la mano de Perséfone y acariciando sus nudillos con las yemas de sus dedos.

—Rojo como la sangre, rojo como el amor. Tiene sentido, porque no dejaría una sola alma vagando en este mundo si tú me pidieras garantizarlo.

—El mundo no ha hecho nada por nosotros, solo puede tener sentido que lo modelemos ahora a nuestra imagen, a nuestra idea y a nuestro sueño. Y no dejaré que te ensucien con su asquerosa sangre sucia.

El silencio cayó sobre la habitación, pesado y lleno de significado. Perséfone no apartó la mirada de Tom. Era más que una promesa de protección, era una declaración de guerra al mundo que los había moldeado a base de sufrimiento y traición.

Ella deslizó su mano por la mejilla de Tom, sus dedos trazando líneas invisibles sobre su piel mientras una sonrisa se dibujaba lentamente en sus labios. La promesa de sangre y destrucción no la perturbaba; al contrario, la alimentaba, encendía el fuego que ardía dentro de ella y que él había logrado despertar y no menguaría hasta consumirlo todo. Eran dos fuerzas implacables, destinadas a reinar o perecer juntas.

— Haremos que tiemblen, que se arrodillen ante nosotros, y cuando lo hagan, no habrá piedad, solo caos —murmuró Perséfone, sus labios rozando los de Tom, apenas un susurro de contacto antes de apartarse ligeramente.

Tom entrecerró los ojos, complacido por sus palabras. Su mano se deslizó desde la nuca de Perséfone hasta su cintura, apretándola contra él una vez más, pero esta vez con una calma peligrosa, como si todo lo que acababa de suceder fuera apenas el preludio de algo mucho más grande.

—Eso es lo que quiero escuchar —respondió él, con voz baja y aterciopelada, mientras sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de orgullo y deseo—. Juntos, somos imparables.

Perséfone asintió, pero no hubo necesidad de más palabras.

Con un último beso, esta vez más suave, casi reverente, Tom se apartó, su mirada aún fija en Perséfone.

—Descansa —ordenó suavemente, aunque su tono dejaba en claro que no había opción.

Perséfone lo miró durante un segundo más, estudiando su rostro, la firmeza en sus palabras y la promesa de lo que vendría, y esbozó una amplia sonrisa, porque había aprendido que Tom tendía a dejar ver más de lo que estaba dispuesto a decir, y podía leerlo como a un libro, del derecho y al revés. Aun así, sin discutir, se alejó de él, aunque la electricidad de su cercanía aún crepitaba en el aire, y el peso de la marca seguía latiendo en su brazo, recordándole lo que ahora era: no solo su aliada, sino su igual, y lo más importante de todo, la única persona a la que él alguna vez podría amar.

Mientras ella subía las escaleras, en dirección a la habitación que ambos compartían, sus pensamientos estaban fijos en lo que vendría. El futuro era incierto, pero una cosa era segura: donde fuera que la oscuridad los llevara, lo harían juntos. Y el mundo jamás sería el mismo.

La puerta se cerró tras él después, e inclusolos planes más importantes se desvanecieron entonces.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro