Capítulo 11
Pasó un mes desde su primera cita, desde que comenzaron su noviazgo, y ambas estaban completamente felices.
Comenzaron a salir todos los fines de semana, Rosé llevó a Lisa a todos los lugares que quiso, solía llevar a Lisnie también, a algún parque, donde la podía dejarla jugar por horas, o una ocasión la llevó a una tienda de golosinas, donde la dejó elegir todas las gomitas que quiso.
Después tenía que cuidar a Lisa cuando terminaba con dolor de estómago, luego de que Lisnie comiera todos los caramelos.
Desde entonces no la había dejado llevar a Lisnie a ese lugar, ni volver a comprarle golosinas.
A veces, algunas noches, Lili la despertaba y se quedaba a pasar el rato con ella, Rosé comenzó a guardar algunos chocolates para la pequeña.
Tenía prohibido darle golosinas a Lisnie pero no a Lili.
Lili no había vuelto a lastimarlas, y se portaba muy bien, era bastante nerviosa y Rosé tenía que verla todo el tiempo, por temor a que hiciera algo peligroso.
A veces la encontraba pellizcandose, o clavando sus uñas en su piel, o razguñando su cuerpo, se tomaba el tiempo de calmarla, de hacerla sentir bien y de explicarle la cantidad de veces necesarias que ya no debía lastimarse.
—Sé que no lo haces a propósito, eres una chica excelente, sólo debes pensar un poco las cosas cuando veas que te estás lastimando... Ya nadie va a herirte, no tienes que hacerlo tú misma
tampoco.
Lili entendía perfectamente todo lo que Rosé le decía, era una niña excelente.
Con su novia, Lisa, solían tener largas sesiones de besos, últimamente, iban hacia la cama para una tarde de mimos y besos. A veces se quedaban hablando bajo, en suaves murmullos, o solo se quedaban en silencio disfrutando del calor corporal de su pareja, de las caricias sobre su espalda, su cabello, o sus brazos.
Rosé nunca la había tocado más allá, siempre había sido muy cuidadosa y suave con ella, siempre la había respetado muchísimo.
Lisa no tenía que sentirse mal o preguntarle al respecto para saber que era un tema similar a los besos.
Le estaba dando su espacio, y su tiempo, y cuando quisiera sólo tenía que pedirlo.
Al mes de estar saliendo, Lisa se sentía lista, al menos para intentar dar un paso, unos más grande, más íntimo.
Aprovechó una de sus sesiones de besos, en las camas, que seguían juntas, para comenzar con sus intenciones.
En el beso, se colocó sobre Rosé, sentandose sobre las caderas de la mayor. En cuanto esta sintió aquello, separó el beso.
—Lis, ¿que haces? —preguntó, no había sonado mal o enojada, sólo quería corroborar con ella lo que ocurría.
—Rosé... Me encantaría tener mi primera vez contigo —dijo, sus mejillas estaban muy rojas pero su tono no fue vergonzoso—. No sé hasta donde llegue, pero quiero intentar.
Rosé le sonrió y acarició sus mejillas de forma tierna.
—¿Estás segura? —Lisa asintió—. Bueno, mi Lis... Seré suave, y en cuanto vea que no eres tú, no haré nada.
—Gracias.
—Si sientes algo mal, dime.
Lisa asintió, tenía una sonrisa conforme en su rostro, sus mejillas estaban muy rojas.
Rosé se enderezó, quedando sentada en la cama, con Lisa sobre ella, sus labios fueron hacia el cuello de la pelinegra, dejando besos, succionando su piel, y rozando con sus dientes con suavidad, mientras la escuchaba respirar de forma pesada. Encantada con el tacto, enredó sus dedos en el cabello de la mayor, acercándola más.
Las manos de Rosé fueron debajo de su remera, rozando su torso, provocando leves cosquillas, continuaron hasta llegar a sus pechos, amansándolos con sus manos, escuchando el jadeo de la más baja.
—¿Vas bien?
—Sí... Continúa.
Rosé se apartó para quitarle la remera, dejando su torso a la vista, y sus labios fueron hacia los pezones de su novia, pasando su lengua primero. Lisa sintió un escalofrío recorrer su columna.
Continuó besando de la misma forma aquel sensible par, primero uno, y después el otro, se tomó su tiempo con cada uno, dejando que Lisa se acostumbrara, dejando que tuviera tiempo para decirle que no, si se sentía mal.
Rosé sabía que tocando algún punto de su cuerpo podría surgir un desencadenante, y Lisa se iría, lo más probable es que Liz ocupara su lugar, y al ser muda era poco probable que se presentara, solo se quedaría en su silencio de siempre.
Pero Rosé quería a Lisa, y Lisa quería a Rosé.
Por eso hablaba con ella un momento antes de avanzar un poco más, para asegurarse de que ella estaba allí.
Ambas sabían que llegaría el momento dónde Lisa pudiera hacer lo que quiera con su cuerpo, pero se trataba más que nada de la confianza que sentía, sabía que ante una inseguridad, Liz sólo iría a protegerla. No era mala, sólo estaba cumpliendo su trabajo.
—Lisa —llamó, la tailandesa bajó el rostro para mirarla, se veía muy hermosa estando ruborizada—. ¿Puedo bajar?
—Sí, por favor.
—Bien, recuéstate —Rosé las giró a ambas, ahora dejando a Lisa debajo, sobre las sábanas—. ¿Quieres que te los quite yo o lo harás tú?
—Tú —pidió, intentaba concentarse, porque sentía a Liz cerca de ella, estaba más alerta y atenta que nunca.
Rosé enganchó sus pulgares debajo del pantalón de la menor, para removerlos con lentitud, los dejó en el suelo y volvió hacia ella.
—Rosé, bésame —pidió, y su novia obedeció sin dudarlo.
Quería un beso suave, que la calmara, porque su corazón estaba latiendo muy rápido, estaban llegando más lejos de lo que había pensado, había llegado más lejos que la última vez.
Duró un momento, en donde se sintió mejor, al separarse le pidió a la rubia que bajara.
Rosé hizo un camino de besos, desde su boca, pasando por su mandíbula, a su cuello, hacia sus clavículas, y sus pezones, besó su abdomen, mientras escuchaba los suaves gemidos Lisa.
—¿Sigues ahí?
—Algo así —dijo, se sentía mareada y alejada de la situación, perdida, sabía que estaba por cambiar con otra alter.
—¿Quieres que pare?
—No, sigue...
Rosé no estaba muy segura, así que llevó sus manos hacia los muslos contrarios, acariciándolos, apretando ligeramente, mientras continuaba marcando besos que descendían.
Lisa tenía muchas ganas de que Rosé llegara con sus gruesos labios a su intimidad, de sólo pensar en la mayor chupando y succionándola, la hacía gemir.
Pero en su estómago crecía una inseguridad, y un vacío, que la aterraba, y podía sentir como iba perdiendo el control de a poco.
Las manos de Park acariciaron su centro por sobre la tela de sus bragas, subiendo hasta su clitoris y descendiendo suavemente, un gemido escapó de sus labios.
—R-Rosé... —gimió su nombre con un hilo de voz—. L-Lo siento... Creo que voy a cambiar.
—Está bien, Lis —se alejó de su cuerpo.
En cuanto dejó de tocarla se sintió mal, porque en serio quería, quería con todo su corazón, quería eso y mucho más... Las lágrimas subieron a sus ojos rápidamente.
—L-Lo siento mucho...
—Hey, hey... No llores, no hay por qué llorar —se acercó a su rostro, dejó pequeños besos sobre el, se recostó a su lado y la abrazó, Lisa correspondió—. Has llegado lejos, es solo el primer intento, muy bien, estoy orgullosa de ti.
Lisa murmuró una respuesta, pero no se
entendió, sentía su cuerpo muy lejos de sí misma, de pronto no tenía ninguna sensación, ni frío, ni calor, ni exitación, ni podía sentir en aroma de Rosé, no sentía nada, supo que ya no tenía el control.
La mayor esperó unos largos minutos, dónde el silencio la acompaño, no había roto el abrazo, finalmente, se enderezó para verla, la pelinegra le sonrió ampliamente.
—Hola, Liz —la otra le saludó con su mano—. Vístete. ¿Quieres comer algo? Creo que quedaron un par de galletas de las que te gustan.
Liz asintió, contenta.
Le dejó el cuarto para que se colocara su ropa en paz, y fue a la cocina a buscar entre los cajones la bolsa con sus galletas.
Ese fue sólo el primer intento, le siguieron unos cuantos más, Lisa estaba obsesionada con poder lograrlo, y aprovechaba cada rato libre para intentarlo.
Pero la presión y la inseguridad hacia que durara cada vez menos, al punto que a la semana y media de tener intentos constantes, con un simple beso en el cuello se había sentido mal y tuvo que parar.
Frustrada, se dedicó a llorar, mientras Rosé la abrazaba y dejaba mimos sobre su cabello y besos en todo su rostro.
—Rosé, yo... Te quiero mucho, te quiero tanto, y te deseo como no tienes idea... —murmuró entre lágrimas.
—Lisa...
—Pero no puedo, n-no puedo hacer nada, nada me sale bien... Y-y las demás, s-solo viene a protegerme como si fuera algo malo...
—Lisa.
—Yo confío en ti y creía que ellas también p-pero...
—Lis, mírame —tomó su mejilla y obligó a sus llorosos ojitos a mirarla—. Liz sólo intenta protegerte, y no intenta alejarte de mí, ella también confía en mí, ella solo evita lo que tú estás sintiendo... Quiere protegerte de tus emociones. Tienes tanto miedo de que ella tome en control que haces que aparezca, haces que te aleje porque te sientes insegura, ella solo está haciendo lo mejor que puede, lo que sabe hacer... Ella no está haciendo nada malo.
—Lo sé... Lo sé, lo siento. Es que... Llevo queriendo hacer esto desde hace mucho tiempo, no pude hacerlo cuando mi crush de secundaria me invitó, y en vez de sexo tuve un diagnóstico de un trastorno grave... Y ahora estás tú, y no quiero que pase igual que pasó entonces y te alejes, y que no pueda sentir nada de ti... Y me dejes en el olvido porque no puedo hacerlo.
—Lisa, eres más que alguien para tener sexo, eres mi novia, eres hermosa y maravillosa... Eres muchísimo y me importas muchísimo, y podrás hacerlo, claro que puedes, yo creo que puedes y tú también deberías creer en ti misma. No te dejaría por nada en el mundo, y menos por algo así, linda.
Lisa sorbió su nariz y asintió, limpió sus lágrimas con la manga de su remera.
—Tómate un tiempo. Descansa —habló Rosé, frotó su espalda con cariño—. Dentro de unos días podemos intentarlo de nuevo y todo estará bien, ya verás, tenemos mucho tiempo para que podamos lograrlo, y lo haremos juntas, ¿si?
—Sí —respondió, con un leve puchero.
—Perfecto —dejó un beso sobre su nariz—. Eres hermosa, Lis —la abrazó con firmeza y con un poco más de fuerza de lo normal, haciendo que con el apretón soltara un quejido y riera.
—Gracias, Rosé. Te quiero —dijo, apoyando su cabeza en el hombro de la mayor, sintiéndose más segura.
—Yo te quiero más, Lis.
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