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Capítulo 04

El sujeto reacciona de forma positiva ante los cumplidos y halagos, no parece ser que las demostraciones de amor sean un desencadenante, debería estudiar las reacciones de las demás Alters.

Rosé cerró el cuaderno, y lo guardó en su cajonera.

Su trabajo estaba avanzando bastante bien, tenía ya unas cuantas páginas de anotaciones.

Llevaba un mes viviendo con Manoban, y tenían muy buena convivencia, ni Lisa ni ninguna de sus Alters comían su comida, no la molestaba cuando tenía que estudiar, no era ruidosa, y se iban a dormir y despertaban a horarios muy similares, así que no era molestada por luces encendidas o ruidos en la cocina.

Lisa era una compañera de cuarto ideal, y Rosé no podía entender por qué todos huían de ella.

—Unnie, le llegó un paquete —le dijo Lisa, cuando volvió de sus clases una tarde—. Está sobre tu cama.

Le agradeció y fue a ver, aunque ya sabía lo que era.

El Señor Choi le había recomendado comprar aquel juguete, esperaba que fuera un desencadenante, y de alguna forma "despertara" a la personalidad que no había conocido aún, a Lisnie, la que Lisa dijo que era una niña pequeña.

Y qué mejor para una niña pequeña que un lindo juguete de peluche.

Sonrió al ver el conejo rosa, tenía orejas largas y ojos muy grandes, llenos de brillos, del color del arcoiris.

—¡Lis! —salió del cuarto hacia la cocina-comedor, donde la tailandesa estaba trabajando en su computadora—. Mira, es un regalo para ti.

—Rosé, no deberías- —su voz se apagó cuando vio el juguete, se quedó boquiabierta unos segundos, luego rió de forma pequeña y adorable, una gran sonrisa ocupó su rostro—. Es muy lindo —su voz infantil era muy hermosa.

Rosé se lo dió y Lisa se levantó para tomarlo, abrazó al peluche, olió su aroma a nuevo y luego volvió a mirarla, tenía una sonrisa muy inocente y tierna.

—¡Gracias! —agradeció, prácticamente arrojándose sobre ella para abrazarla con fuerza, cosa que sorprendió un poco a Rosé.

Lisa era algo tímida para el contacto físico, se notaba que aquella otra no tenía vergüenza de abrazarla.

—De nada, ¿Lisnie?

—Soy Lisnie, sí. ¿Tú eres la novia de Lisa?

—¿Qué? —se ruborizó de forma furiosa y rió, algo incómoda.

—Sé que a Lisa le gusta alguien —dijo, giraba levemente sobre sus pies al igual que una niña inquieta—. Y eres la única que está con ella.

—Oh, no. Vivimos juntas pero no soy yo, Lis se junta con otras personas, con sus amigas.

La menor sonrió tan ampliamente que sus ojitos se cerraron bastante, sus mejillas resaltaron en el más sutil rojo.

—Nadie le dice Lis —murmuró, en una voz alegre—. Y no tiene amigas, no se junta con nadie, tú eres la única.

Rosé estaba algo ofendida, porque Lisa solía hablar de un par de amigas que tenía entre sus clases de fotografía.

No tenía ninguna razón para sentirse de ese modo, pero de alguna manera no podía evitarlo.

Quizás le decía que tenía más amigas sólo para no dar lástima.

—Yo soy amiga de Lisa, ella sí tiene amigas —dijo, luego de un momento en silencio, en donde Lisnie se encargaba de ver a su conejito.

—Eres la primer amiga en mucho tiempo —murmuró, por más que sonreía muy contenta, Rosé se sintió algo triste—. Lalisa quiere que me vaya, luego voy a jugar con el conejito —sonrió de esa forma tan pura—. Gracias, Rosie.

La sonrisa brillante se borró y el ceño de la pelinegra se frunció, miró al juguete.

—Es... —buscó la palabra indicada.

—¿Estúpido?

—No, a Lisnie le gusta, no puedo decir eso... Es peligroso. ¿Cómo se te ocurre hacer esto para que una niña pequeña salga? —Lalisa fue hacia el dormitorio, y dejó el peluche sobre su cajonera.

Mientras, Rosé, aún en el comedor, se preguntaba cómo era que Lalisa sabía lo que había hecho, y debía admitir que tenía miedo.

Tuvo que recordarse a sí misma que no había forma en la que Lalisa leyera su mente, sólo hacía acusaciones para ser brusca y que se alejara, porque todo lo consideraba un peligro.

Era la protectora principal, y muchas veces solían ser exagerados, encontrando todo como un problema o un peligro de muerte.

—Lalisa.

—Soy Lisa —respondió de forma tosca.

—Sé que no lo eres y no hay ningún problema con ello, en serio, el TI-

—No jodas —la interrumpió.

—Hey, no te he hecho nada —dijo, en voz algo baja, ofendida por lo bruta que era aquella chica.

Lalisa pareció pensarlo un momento, finalmente se acercó a ella, estaba muy seria y sabía bien cómo lucir amenazante.

—Mira, Roseanne Park, puede que a Liz le caigas bien, puede que a Lisa le gustes y puedes comprar a Lisnie con todos los peluches del mundo, pero mí confianza y mí respeto no te lo vas a ganar tan fácil —dijo—. No tengo ni puta idea de quién eres y no tengo ni una pizca de interés en saberlo, y te advierto: Si llegas a lastimar los sentimientos de Lisa, o de cualquiera de las demás, te romperé todos los huesos.

Rosé alzó sus cejas y tragó duro, evidentemente asustada.

—Yo no quiero lastimarlas —murmuró—. Quiero llevarme bien con ustedes, aún me queda bastante en la universidad y serían mis compañeras. No soy mala y sé que ustedes tampoco.

Lalisa se quedó en silencio, mirándola fijamente. Era de verdad intimidante.

—Si llegas a hacer algo mal, seré la primera en golpearte —Rosé iba a responder, pero su compañera parpadeó unas cuantas veces y vió al rededor, confundida—. ¿Qué me perdí? —preguntó Lisa, la mayor rió ligeramente.

—A Lisnie le gustó mí regalo y Lalisa vino a decirme que me quiere.

—No es cierto —y ahí estaba esa voz grave e intimidante de nuevo y la linda pelinegra que le fruncía el ceño, Lisa negó para apartar a la otra Alter de su cabeza—. Dios... —masajeó sus sienes, algo molesta por tantos cambios.

Rosé soltó una carcajada, porque aquello había sido divertido.

—Hey, ¿estás bien? —preguntó luego, tomando sus brazos.

Lisa asintió.

—Sí, sólo... Tomaré un té y el dolor de cabeza se va a ir —avanzó hacia la cocina, pero al parecer estaba más mal de lo que aparentaba, porque se dió con el marco de puerta en toda la cara.

De inmediato, soltó un quejido y retrocedió unos pasos, apretando su nariz.

—Oh, Lis —Rosé se acercó a ella, tenía pequeñas lágrimas de dolor en sus mejillas.

La afectada se sintió tonta y avergonzada.

—Estoy bien, estoy bien —limpió sus lágrimas con la manga de su buzo, y respiró profundo para controlar el llanto, en segundos el dolor de su cara se había atenuado a una molestia.

—Ven, te acompaño —habló con una sonrisa encantadora, tomó su mano y la guió con cuidado hasta la mesa del comedor, dejándola sentada en la silla—. ¿Quieres hielo?

—Sí, por favor —murmuró, y en segundos tenía un paquete de espinaca congeladas en la cara—. Gracias, Rosé...

—No hay de qué. ¿Quieres tu té? —ella asintió.

Park lo preparó para ella, al mismo tiempo que hacía un café con leche para si misma.

Entre el proceso, no pudo evitar pensar en las palabras de la pequeña Lisnie.

"La novia de Lisa, a Lisa le gusta alguien..."

De repente sentía a su corazón acelerarse y a sus mejillas enrojecer, también sintió algo tonta

Pensó en preguntarle al respecto, pero prefirió quedarse callada, le llevó el té a la mesa, Lisa dejó a un lado la bolsa de congelados.

—¿Mejor?

—Sí, gracias —habló en un murmullo, aún estaba algo avergonzada por toda esa escena estúpida.

—No hay de qué, Lis.

Merendaron en silencio, y Rosé no podía sacarse las palabras de Manoban de la cabeza.

Le gustaba a Lisa.

En parte se sentía estúpida por pensar en aquello una y otra vez, por otra parte se sentía culpable.

Estaba siendo extremadamente buena con la menor, todo a pedido del Señor Choi (aunque en general, siempre había sido igual de buena y atenta con todos, era su forma ser, su profesor sólo se lo había remarcado), el hombre creía que el primer paso para un buen trabajo de análisis e investigación de un sujeto, tenía que ser ganar su confianza, ya con la confianza de Lisa sobre ella, haría todo más fácil.

Claro que ganar la confianza de alguien y enamorarla eran dos cosas distintas.

Sólo tenía que vivir con ella, usar distintas técnicas psicológicas para ganar su confianza y atención, luego hacer lo necesario para obtener los resultados que quería, para todas las preguntas que se le pudieran ocurrir.

Esa última parte del trabajo era libre, podía investigar lo que quería, quería centrarse en la vida de Lisa, y en las otros Alters, en lo cotidiano, en lo bueno y en los malo de la vida diaria, en los problemas que podían causarle el TID en su rutina.

Aunque su profesor le había sugerido investigar cosas más fuertes, como los desencadenantes, su pasado, sus traumas, las razones por las que tenía TID... Y seguía insistiendo con eso aún.

Pero a Rosé le parecía demasiado cruel jugar con los traumas y el pasado de alguien más, de hacerla tener ataques de pánico sólo para ver cómo era su reacción, sólo por un estúpido trabajo.

—¿Sabes cuántos hijos de Piaget murieron durante su investigación? —solía decirle cada tanto su profesor, como una forma de aliento—. Park, si algún día sales de aquí con un título te tocaran situaciones dónde tendrás que forzar a tu paciente a un ataque de pánico, para que libere toda su frustración. O quizás peor, quizás para conseguir datos a favor de una causa judicial de... No sé, un secuestro, o un asesino, y será la única forma en la que te cuenten todas las cosas horribles que necesitas saber.

—Usted dijo que puedo centrarme en lo que sea para mí trabajo, elegí la vida cotidiana de Manoban, no los traumas que desarrollan en trastorno. La próxima vez que quiera que investiguemos los traumas infantiles de alguien dígalo directamente en la consiga y ya —respondió la última vez, retirándose de la sala bastante enojada.

La miró y se sintió mal, realmente mal.

Porque no era su culpa sentir cosas por alguien que la trataba bien, por la única compañía que tenía en la universidad, y claro que Lisa no mercería aquello.

Era una persona, como todos, con un corazón enorme, y una sonrisa encantadora, era tierna y muy linda.

Lisa notó la mirada de la rubia sobre ella.

—¿Tengo la cara muy hinchada? —preguntó, insegura.

—No, sólo... Eres muy linda —alagó con toda su honestidad, porque nunca podría mentir sobre lo preciosa que Lalisa Manoban era.

La alagada no dijo nada, e intentó actuar como que no había escuchado nada de aquello, pero se puso tan roja como un tomate y tuvo que irse, dejando a Rosé riendo con ternura.

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