𝐨𝐢. great, party at the police station.
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01. GENIAL, FIESTA EN LA ESTACIÓN DE POLICÍA.
jennifer's pov
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EL SONIDO PERSISTENTE de la lluvia golpeaba con insistencia el techo del automóvil, transformando la melodía que brotaba de la radio en un eco lejano y distorsionado.
Apretando el volante con sus manos enguantadas por un fino cuero marrón, Jen, fastidiada, subió el volumen a tope. Ahora, "Call Me" de Blondie resonaba con tal intensidad que transformaba el interior del vehículo en un concierto privado. La rubia tarareó el estribillo y luego infló su goma de mascar hasta hacerla explotar, mientras trataba de enfocar la vista en la oscura ruta que la llevaría a Raccoon City.
La canción llegaba al puente— probablemente la parte favorita de Jen—, haciendo que mueva los dedos en el volante al mismo ritmo. En los consecuentes minutos, vio de soslayo como pasaba el cartel que le daba la bienvenida la ciudad dónde se veía obligada a completar una misión. Una más de tantas. Sólo que de esta no tenía mucha información y sería guiada a medida que fuera avanzando, según lo que había entendido.
Jennifer no podía negar que tanto misterio en torno a lo que refería la misión, le generaba una especie de inquietud. Pero no era quién para cuestionar las órdenes de su superior. No había sido entrenada tantos años para doblegarse ahora.
La canción terminó y le dio paso a otra que Jen desconocía, así que estiró la mano para cambiar de estación, deteniéndose en la que un hombre relataba algo que en los oídos de Jen sonó sin sentido. Bajó un poco el volumen y se acomodó en su posición de nuevo, dispuesta a prestar atención al relato, pero de repente, a lo lejos, las luces rojas de un camión aparecieron en su campo de visión.
Jen frunció el ceño al notar que iba casi al mismo paso que una tortuga. Redujo la velocidad y se acercó al camión con las manos aferrándose fuerte al volante. Su paciencia yéndose al diablo en pequeñas porciones.
—¿Te estás dando una siesta o qué? —murmuró y tocó la bocina, esperando que el conductor del camión entendiera su mensaje y se hiciera a un lado.
Sin embargo, el camión permaneció obstinadamente en su lugar, avanzando lentamente por la carretera. La frustración de Jen se intensificó y comenzó a masticar el chicle con rabia. Volvió a tocar la bocina, esta vez con más insistencia, pero el camión continuaba su marcha.
—Hijo de pu-
Justo cuando la desesperación comenzaba a transformarse en enojo, el camión frenó abruptamente. El tiempo pareció detenerse por un instante eterno mientras Jen, con el corazón latiendo desbocado, pisó el freno con todas sus fuerzas. Pero era demasiado tarde. El coche chocó violentamente contra el camión, patinando sobre el asfalto. El impacto fue brutal, enviando el cuerpo de Jennifer hacia adelante sólo para ser sujeta con fuerza por el cinturón de seguridad y luego arrojada de vuelta hacia atrás. Las bolsas de aire se desplegaron con estrépito y el sonido de vidrios rotos y metales retorcidos llenaron el aire.
La mente de Jen se sintió entumecida por un momento y su visión se volvió borrosa. Un zumbido ensordecedor resonó en sus oídos. Le dolía el cuerpo y le tomó unos segundos registrar lo que acababa de suceder. El motor del auto estaba apagado y el parabrisas completamente destrozado, y el agua de lluvia empezaba a filtrarse, humedeciendo los asientos. Jen parpadeó varias veces, intentando enfocar sus ojos, luchando por orientarse.
—Mierda...
Sus manos temblaron ligeramente mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad, haciendo una mueca por el dolor en las costillas. Miró al frente, a la parte trasera del camión, con los ojos escocidos y los oídos todavía zumbando.
—Estúpido bastardo... —murmuró entre dientes.
Haciendo caso omiso del dolor y la incomodidad, Jen reunió fuerzas para apartar la bolsa de aire desinflada. Tomó la mochila que descansaba en el asiento del pasajero y la colgó en su hombro con un quejido de por medio. Abrió la puerta del auto y salió, tropezando un poco. El agua la envolvió inmediatamente, empapando su ropa y cabello, mientras contemplaba los daños del choque. El capó del camión estaba muy abollado, pero lo que le preocupaba era la parte delantera de su vehículo, completamente deformada. Jen ya no iría a ningún lado en corto plazo.
—Maldita sea —siseó en voz baja, sacándose el chicle de la boca para tirarlo al suelo bruscamente—. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? ¿Caminar?
Entonces, escuchó un movimiento proveniente del camión. Así que con la ira quemándole las venas, avanzó con pasos decididos. Sus botas chapoteaban en los charcos que se formaban en el asfalto y un sinfín de insultos se acomodaron en su mente, listos para salir por su boca una vez se enfrentase al conductor del camión.Cuando llegó a la puerta del conductor, Jen la golpeó violentamente con su mano unas tres veces.
—¡Hey! —Jen gritó fuerte—. ¡Será mejor que tengas una buena explicación para esto!
Al principio no hubo respuesta, pero el leve sonido de un impacto y un grito masculino provenientes del frente del vehículo captaron su atención. En un abrir y cerrar de ojos, la ira de Jen dio paso a la curiosidad. Sacó su arma de la pistolera que colgaba en su cadera y, con cautela, continuó caminando hacia el sonido. A medida que se acercaba al frente, gruñidos se hacían más claros. Cuando estuvo cerca, pudo vislumbrar lo que estaba pasando. Había una mujer sobre un hombre... ¿forcejeando?
Algo no parecía estar bien.
Jen se quedó con los ojos fijos en la escena, y se tomó unos momentos para comprender lo que realmente estaba pasando. La mujer estaba atacando al conductor del camión, mordiéndole la carne de la garganta con una fuerza y ferocidad que parecía antinatural.
—¿Qué diablos...? —murmuró Jen, su cuerpo se tensó y su agarre se apretó alrededor del mango del arma.
Su mente luchaba por darle sentido. ¿Estaba soñando? ¿Se desmayó por el choque y estaba teniendo una pesadilla? Los gritos torturados del camionero resonaron en el aire lluvioso de la noche, y la mujer continuó desgarrando su carne sin descanso. No, esto era jodidamente real. El corazón de Jen se aceleró mientras la adrenalina corría por sus venas. No podía simplemente quedarse ahí. Tenía que actuar, incluso aunque le fastidiase darle una mano al estúpido que estropeó su auto.
Levantó su arma y apuntó directamente a la mujer sentada encima del camionero.
—¡Hey, tú, maldita loca! —Gritó Jen, haciendo a un lado su confusión para sonar firme—. ¡Quítate de encima!
La mujer atacante giró la cabeza abruptamente y los labios de Jen se torcieron en una mueca de asco. La vista envió un escalofrío helado por su columna. El rostro de la mujer estaba contorsionado, sus ojos en blanco y carentes de cualquier rastro de humanidad, mientras que su boca y barbilla estaban manchadas de sangre. Jen tragó saliva y apuntó directamente al pecho. Había presenciado situaciones grotescas durante sus misiones, pero nunca antes había visto algo así.
La mujer se levantó lentamente y comenzó a caminar hacia Jennifer, sus movimientos torpes siendo anormalmente ágiles. Había algo en su forma de verla, como un depredador acechando a su presa. Jen retrocedió unos pasos.
—¡No te acerques más o disparo! ¡No lo diré dos veces!
Pero era como si la mujer no la comprendiera o no le importara. Continuó acercándose, con la mirada fija en Jen como un animal hambriento. Sin dudarlo, le disparó en el pecho, esperando que el tiro sea efectivo y final. Pero la mujer sólo fue empujada hacia atrás, trastabillando levemente para recomponerse a los siguientes segundos, continuando su camino hacia Jen con más frenesí que antes. Los ojos de Jen se abrieron con incredulidad. La situación no tenía ningún sentido.
—Imposible... —murmuró, frunciendo el ceño.
Cada instinto en el cuerpo de Jen le gritaba que corriera, que se alejara de esa mujer. Pero su entrenamiento y años de experiencia en el ejército la obligaron a permanecer en su lugar y enfrentarlo. Respiró hondo, tratando de calmar sus nervios. Volvió a apuntar con el arma, teniendo en cuenta que la mujer no se vería afectada por un disparo tan fuerte como el anterior. Pero antes de que pueda formar un buen tiro, la mujer se arrojó sobre ella con un gruñido, inmovilizándola contra el suelo y haciendo que el arma se resbale de su mano.
Jen luchó y se retorció, tratando de alejar a la mujer con todas sus fuerzas. Pero esta tenía la misma resistencia que tres hombres. El aliento rancio de la mujer llegó a su rostro, provocándole un escalofrío. Fue entonces cuando sintió algo chocando contra su cuerpo. Al levantar un poco la mirada, se percató que su pistola estaba nuevamente a su alcance, gracias al camionero herido. Con una mano, Jen agarró el arma y, sin perder más tiempo, disparó a quemarropa al rostro de la mujer, provocando que su cuerpo cayera a un lado, finalmente sin vida.
Jen se tomó un momento, la lluvia caía incesantemente sobre su rostro y se mezclaba con el sudor. Su cuerpo seguía en shock y dolía en las partes afectadas tanto como por el choque, como por la caída, pero se obligó a levantarse. Con la respiración agitada, Jen miró el cadáver de la mujer. ¿Qué acababa de pasar? ¿Qué diablos era esa mujer?
Levantó la vista y vio al camionero arrodillado, mirándola con suplica y dolor. Su ropa estaba cubierta de su propia sangre y su mano sobre la mordedura en su cuello, tratando de detener el sangrado. Jen se acercó a él y se arrodilló sobre una rodilla, sintiendo cómo el agua empapaba sus pantalones. Notó que la cara del conductor estaba pálida y respiraba con dificultad. Un hilo de sangre todavía salía de la mordedura en su cuello.
Jen se estaba debatiendo internamente si dejar al hombre allí o no. Hacer una parada en algún hospital la ralentizaba con su misión, pero tampoco veía muchas opciones. La fémina dejó salir un resoplido de fastidio en cuanto cayó en cuenta que debía ayudarlo. No por simpatía, sino por practicidad.
—¿Puedes levantarte o no? —preguntó con su voz un poco áspera.
El hombre hizo una mueca, pero asintió débilmente. Jen puso los ojos en blanco, pero tomó el brazo libre del hombre y se lo puso sobre los hombros, ayudándolo a ponerse de pie. Era demasiado pesado y grande, lo que hacía la tarea más difícil, pero logró levantarlo.
—Si sobrevives a esto, deberías ponerte a dieta —pronunció ella, con los dientes apretados por el esfuerzo—. ¿Puedes caminar?
El hombre hizo un esfuerzo y asintió débilmente.
—Yo... eso creo —logró murmurar, su voz salía temblorosa y laboriosa.
Jen lo estabilizó lo mejor que pudo y comenzó a dar pequeños pasos, soportando su peso con una maldición en voz baja. Lo guió hasta el asiento del pasajero del camión, dónde depositó toda su fuerza para hacerlo subir. Gracias al cielo, el hombre aún tenía un poco de voluntad para sobrevivir, pues si dependía completamente de Jen, ya se habría rendido con él hace rato.
Jen se inclinó y le abrochó el cinturón de seguridad antes de cerrar la puerta y caminar hacia el lado del conductor, pasando nuevamente por al lado del cadáver de la mujer. Sus manos se hicieron puños al recordar que casi termina como el camionero.
Una vez en el asiento, cerró la puerta y hurgó en su mochila por su kit de primeros auxilios. Luego de un minuto preparando un vendaje, se lo alcanzó.
—Presiona esto en tu cuello —dijo—. Va a doler, pero es necesario, así que aguanta.
El hombre hizo lo que ella le indicó, haciendo una mueca de dolor cuando el vendaje se presionó contra la mordida. Jen volvió a observar su rostro, tratando de evaluar su condición. Parecía que el hombre iba a desmayarse en cualquier momento. Jen encendió el motor y, al mismo tiempo, se encendió la radio, llenando el ambiente con una canción. A pesar de que el camión estaba dañado, aún funcionaba bien, así que puso marcha y empezó a avanzar. Jen mantuvo sus ojos pegados a la ruta, mientras su mente repasaba una y otra vez los eventos que acababan de ocurrir.
Sin embargo, no pudo sumirse mucho en ellos, pues la canción de la radio se vio interrumpida por un anuncio que se vio incapaz de ignorar.
—Atención a todos los ciudadanos —dijo la voz masculina de la radio—. Debido a la extensión de la epidemia, les aconsejamos que vayan a buscar refugio en la comisaria de Raccoon City. Se les facilitará comida y medicinas a todo el que las necesite.
Jen frunció el ceño mientras escuchaba, apretando más el volante.
—¿Epidemia? —repitió en voz baja.
¿Una epidemia de qué? ¿Y por qué la comisaría ofrecía ayuda y suministros? No pudo evitar tener una sensación de inquietud. Algo no parecía estar bien y presentía que tenía que ver con lo que había visto en la ruta. Continuó conduciendo, el limpiaparabrisas luchaba para mantener el panorama libre de gotas. Si lo que había visto estaba conectado a una epidemia, lo más probable era que hubiera más de esas cosas, fueran lo que fueran.
—¿Qué demonios pasa en esta ciudad?
Jen miró a su izquierda y vio al camionero recostado en el asiento, con los ojos cerrados. El vendaje de su cuello estaba empapado de rojo, una señal de que la herida de la mordedura probablemente era demasiado profunda para cerrarla con un simple trozo de tela. Jen se mordió el labio, contemplando la situación. El estado del hombre había empeorado severamente. Volvió la vista al frente, captando como las luces de la ciudad aparecían en el horizonte.
La adrenalina que corría por las venas de Jen no disminuyó ni un poco. Se sentía en alerta. Todos sus sentidos estaban despiertos y atentos a cualquier cosa. Mas aún cuando pasó por delante de coches abandonados y calles dañadas.
Fue entonces, que Jen fue arrebatada de sus pensamientos por el repentino gruñido proveniente del conductor del camión. Su corazón se apretó en su pecho. No fue un gruñido normal de dolor. Tenía el mismo tono que el de la mujer que los había atacado en la ruta.
Se giró hacia él, alternando entre el hombre y el frente. La cabeza del camionero se volvió en su dirección. En la penumbra, vislumbró la falta de vida y humanidad de sus ojos. Esta noche no le daría respiro, eso quedó claro. El infectado se lanzó hacia ella, dispuesto a hincarle el diente en dónde fuera. Sin perder un segundo, Jen pisó el pedal a fondo y giró violentamente el volante hacia un lado. El camión se desvió hacia otra calle y el infectado, empujado hacia atrás, chocó su espalda con la puerta.
Jen tomó una decisión rápida. Quedarse en el camión, con un zombie a apenas unos centímetros de ella, no era una opción. Y tampoco podía seguir gastando balas si debía enfrentarse a más de estas cosas. Rápidamente se desabrochó el cinturón de seguridad y abrió la puerta de su lado. El camión seguía moviéndose rápido, pero Jen no dudó, pues esto sí ya lo había hecho antes. Sin perder un segundo, antes de que el hombre pudiera atraparla, saltó del vehículo y rodó hacia el asfalto. El impacto fue fuerte. Jen sintió un dolor punzante recorrer su cuerpo, magullado por la caída. No había extrañado aquella sensación para nada.
Vio que el camión seguía su rumbo y se estrelló contra un poste de luz a unos metros de distancia. Del motor salieron algunas chispas y vapor. El conductor del camión todavía estaba dentro, pero Jen no quería saber por cuánto tiempo.
—Que puta locura... —murmuró, llevando su mano a su oreja para activar el comunicador—. Sargento, ¿me copia? ¿hola?
—¿Llegaste? —preguntó la firme voz masculina de su padre.
—Sí, pero hubieron unas complicaciones que definitivamente no podía ver venir —dijo Jen, tratando de contener la molestia en su voz—. ¿Sabías que la ciudad está en epidemia?
—No.
—¿No? —cuestionó Jen—. ¿Y no preguntarás a qué me refiero?
—Comunícate de nuevo cuando estés en el laboratorio.
Jennifer sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Y lo inquietante no era la misión en sí, sino la facilidad con la que su padre la arrojaba a nuevos riesgos como si fuera nada. Para Charles, la vida de su hija era simplemente otra pieza en el tablero. Jen no podía evitar sentir cómo aquella verdad le recorrió la piel como un frío metal contra su nuca.
Sin pensarlo, sacó su caja de chicles del bolsillo de su chaqueta café y se llevó uno a la boca. Masticó, tratando de disipar la tensión. Luego lo infló y la burbuja creció, expandiéndose en un orbe rosado hasta que estalló con un chasquido agudo que se perdió en el tumulto de la tormenta. Mientras que sus ojos, reflejando el brillo de los pocos faros intactos y el fuego alrededor, se esforzaban por penetrar la negrura para encontrar una vía de escape.
A unos metros, Jen pudo ver las enormes iniciales de la comisaría. Las enormes letras RPD brillaban con una luz tenue dentro de la penumbra. Por una fracción de segundo, pensó en tomar otra dirección, la que la llevaría directamente al objetivo. Pero estaba quedándose sin suficientes municiones, le dolía el cuerpo y si estos muertos vivientes le iban a dar una fiesta con cada paso que diera, entonces debía estar mejor preparada. ¿Y que mejor que una comisaría para conseguir un buen arsenal? Parecía la apuesta más alta en ese momento.
Comenzó a caminar rápidamente en dirección a la estación, mirando por encima del hombro cada pocos pasos para asegurarse de que no la seguían. Cada músculo de su cuerpo le dolía mientras avanzaba y ella trataba de amortiguarlo mordiendo el chicle. No había ni un solo policía o civil en la calle. Nadie. Estaba extrañamente vacío y desierto. Cuando por fin se adentró al laberinto de autos y objetos caídos, percibió el sonido de gritos distantes y gruñidos cercanos. Ella siguió moviéndose, ahora con el arma en la mano.
En ese momento, algunos de los zombis comenzaron a emerger de entre los autos, gruñendo y tambaleándose. Sin dudarlo un momento, Jen siguió avanzando y les disparó justo en la cabeza, como aprendió anteriormente. Cada bala alcanzó su objetivo con fina experiencia. Con la otra mano, sacó el cuchillo que colgaba en su pistolera y lo hundió rápidamente en la cabeza de uno que se acercó demasiado.
Sus movimientos eran fluidos y despiadados, como si ya hubiera enfrentado grandes hordas de enemigos innumerables veces antes. Después de eliminar al último zombie que podría alcanzarla, Jen siguió corriendo a la estación. Podía sentir la fatiga apoderándose de ella, pero sabía que no podía permitirse el lujo de descansar todavía. Cada músculo chirrió por el esfuerzo, pero aun así siguió adelante.
Al terminar de atravesar el laberinto de autos abandonados, Jen finalmente llegó a las puertas principales de la estación. Se acercó a la puerta y empujó con fuerza, pero ésta no se movió. Estaba cerrada por dentro.
Una serie de maldiciones salieron de la boca de Jen y la frustración se acumuló en su pecho. Ella insistió y empujó la puerta de nuevo, su cuerpo mojado luchó contra el frío metal. Entonces levantó una mano y tanteó entre los barrotes del otro lado, buscando una cerradura en la puerta. Cuando finalmente sintió la manija de un barrote entrecruzado, la deslizó y empujó las puertas nuevamente.
Como si se estuvieran burlando de ella, las puertas finalmente cedieron con un chirrido. Jen se adentró inmediatamente en la estación y cerró las puertas con fuerza detrás de sí, mientras observaba cómo una pequeña horda de muertos vivientes se arrojaban contra los barrotes, tratando de abrirse camino hacia el interior. Ella dio un paso atrás, sin bajar la guardia ni por un momento.
Se tomó un momento para respirar y recomponerse, mientras se giraba para ver unas enormes puertas que le darían acceso al interior de la comisaría. No tenía idea de lo que la esperaba al otro lado, así que se quitó la mochila para apoyarla en el suelo, se arrodilló sobre una pierna—con una queja de dolor en medio—, y sacó una caja de munición.
Con cuidado, llenó el cargador de su pistola, contando cada bala como una oración. Con un clic final, Jen metió la última bala y volvió a colocar el cargador en la pistola. Quitó el seguro y sintió el peso familiar del arma en su mano.
Jen se levantó lentamente, apoyándose en la pared mientras su cuerpo se quejaba con cada movimiento. Respiró hondo, dejando que el frío aire llenara sus pulmones, y forzó a su mente a centrarse en la misión. No en el dolor, no en el miedo. Miró las enormes puertas, cerró la mochila y se la colgó a la espalda con un último tirón. Luego, subió las escaleras del porche con el arma en la mano y abrió las grandes puertas.
Al entrar, el vestíbulo se reveló ante ella, amplio y desolado. Con sus ojos escaneó los alrededores, buscando cualquier señal de peligro. Pero para su sorpresa, todo estaba inusualmente... tranquilo.
Caminó unos pasos más, agarrando con fuerza la pistola con la mano. El único sonido lo causaban sus botas mojadas en el frío suelo de baldosas. El silencio era casi inquietante y la obligaba a mantener los sentidos afilados, alerta ante cualquier señal, cualquier parpadeo en las sombras que sugiriera movimiento. Pero no había nada, ni el más mínimo indicio de vida. Parecía como si hubiese entrado en un pueblo fantasma.
Entonces, el sonido de un arma quitando el seguro la alertó y no tardó más de un segundo en darse la vuelta y apuntar, encontrándose con un policía herido sentado en un sofá, con las manos cubiertas de lo que parecía ser su propia sangre. Una mano sobre la herida en su abdomen y la otra sobre el arma que apuntaba directamente a ella.
Al darse cuenta de que se trataba de un policía por su ropa uniformada, Jen bajó lentamente su arma.
—Yo también soy policía —dijo ella, comenzando con su habitual fachada falsa de policía amable.
Jen señaló la placa que estaba sujeta a la funda de su cadera, ya que su ropa no era exactamente la de un oficial. El policía bajó su arma a mitad de camino.
—Soy Marvin —respondió tajante, tenía la misma expresión severa y recelosa que todos los policías parecían tener incrustada en sus rostros.
—Jennifer —soltó firme, estudiando al oficial con atención.
Marvin parecía estar en las últimas. Tenía las manos cubiertas de sangre, como si hubiera intentado detener la hemorragia, evidentemente, de forma inútil. No bajó su arma por completo, mientras miraba a Jen con escepticismo.
—Nunca te había visto por aquí antes.
—No soy de aquí —aclaró Jen—. ¿Tienes alguna idea de lo que está pasando?
Marvin gruñó mientras se recostaba contra el sofá, haciendo una mueca de dolor. Bajó completamente su arma y la colocó en el asiento junto a él. La sangre de su herida goteó por su mano y a través de su camisa.
—No lo sé —dijo con voz ronca—. Todo lo que sé es que esta maldita ciudad se ha ido al infierno.
Al parecer todos estaban en la misma página y nadie tenía ni la más remota idea de que estaba pasando. Jen se quedó pensativa por un momento, tratando de organizar en su mente las palabras correctas para conseguir lo que quería. La razón por la que había ido a la estación en primera lugar.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó ella, fingiendo preocupación para ganarse la confianza de Marvin.
Pero el hombre sacudió la cabeza enfáticamente y frunció el ceño.
—No te preocupes por mí —ordenó sin derecho a réplica—. Pero si quieres ayudar con algo... hay un policía novato merodeando por la comisaría, intentando ayudar. Este lugar es un desastre, tal vez puedas echarle una mano.
«Ja, sí, claro. Su puta madre le va a echar una mano», pensó Jen.
—Por supuesto —comunicó la rubia con seguridad, ajustándose la coleta del cabello. Entonces se preparó mentalmente para preguntar lo que realmente le interesaba—: Necesitaré algo de munición y... otra pistola, tal vez, ¿tienes un mapa o algo que me lleve a la armería?
Marvin la miró por un momento, como si la estudiara, probablemente sopesando si confiar en ella o no. Pero después de unos segundos, cedió lo suficiente como para brindarle ayuda; después de todo, ella era policía también. Él señaló débilmente el extremo norte del vestíbulo, donde se encontraban algunos escritorios.
—Por allí —dijo, señalando otra habitación que tenía las persianas bajas, pero aún se podía ver el otro lado. Jen siguió la dirección con la mirada—. Ese es el salón. La armería está pasando la biblioteca o detrás de la oficina de STARS, en caso de que tomes un giro equivocado —Marvin respiró profundo, como si le estuviera costando hablar—. De cualquier manera, cuando llegues a cualquiera de esos dos lugares, sabrás qué sigue. El novato debe estar por allí también.
Jen permaneció atenta a él, grabando la información otorgada en su psiquis. La armería era su principal objetivo en ese lugar. Pero si no era cuidadosa, este policía novato, que tanto mencionaba Marvin, podría ser un obstáculo en su misión.
—Haré lo mejor que pueda —dijo finalmente Jen, mirando la herida de Marvin—. ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?
Él soltó una leve risita incrédula, seguida de una mueca de dolor.
—¿Qué puedo hacer? —respondió, gesticulando su abdomen herido—. Intentaré mantenerme con vida hasta que llegue la ayuda. Pero tú deberías irte. Seguramente el chico está pasando por un momento difícil.
A pesar de sus heridas, Marvin estaba más preocupado por la seguridad de un policía novato que por la suya propia. Una pequeña parte de ella incluso envidiaba esa actitud gentil. Mientras que la otra parte predominante gritaba que el tipo era un estúpido.
—Está bien —dijo, ajustándose la mochila en la espalda—. Lo encontraré y volveré aquí para ver cómo estás.
Mintió. Descaradamente. Pero Marvin asintió y esbozó una leve sonrisa, apreciando la intención. Entonces, se reclinó en el sofá, luciendo exhausto.
—Buena suerte —murmuró, antes de cerrar los ojos momentáneamente.
Jen tomó eso como una señal para irse. Giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia el otro extremo del vestíbulo, donde estaba el salón. Mientras avanzaba por el, Jen observaba atentamente su entorno. El lugar parecía haber sido el escenario de una batalla no hace mucho. Había vidrios rotos y papeles por el suelo, algunos escritorios volcados y manchas oscuras que parecían ser sangre.
Finalmente llegó al salón y miró dentro, a través de las persianas. En la habitación había algunas mesas y sillas, además de un sofá y una máquina de café. No podía ver toda la habitación a través de las rendijas de las persianas, pero no parecía haber ningún movimiento.
Entonces, vio una caja en la pared, al lado de la persiana. Cuando la abrió, vio una palanca, la bajó e hizo subir la persiana en consecuencia. Sin dudar, entró en el salón. Sus botas hicieron un suave golpe en el suelo, avanzando por toda la estancia hasta encontrar una puerta.
Cuando la abrió para ir al otro lado, encontró un pasillo enorme y oscuridad absoluta. Así que, viéndose obligada, agarró la pequeña linterna que colgaba de su funda y la encendió, buscando cualquier señal del policía novato que Marvin mencionó, o de algún muerto viviente.
El sonido de la lluvia afuera era una tétrica música de fondo. Los únicos sonidos dentro, eran sus propios pasos y el eco de su respiración. Había una ligera tensión en sus músculos, como si esperara que algo saltara en cualquier momento.
Cuando llegó al final del pasillo, encontró a un oficial tirado en el suelo. Muerto. Más no parecía ser uno de los que volvían a caminar. Jen apuntó a su derecha y otro pasillo la esperaba. Enfocando un poco hacia arriba con la linterna, pudo ver a otro de los oficiales colgado del techo. Muerto e inerte, como una espeluznante decoración de Halloween.
Era una imagen un tanto macabra, y Jen no pudo evitar sentirse un poco incómoda al respecto. Se acercó al cuerpo y lo miró más de cerca. La piel del oficial aún estaba fresca, sin signos de descomposición, pero la falta de vida en sus ojos le dijo que el hombre ya no estaba.
Jen continuó caminando por el pasillo, hasta pasar por otro que la llevó directamente a una puerta con barricadas, impidiéndole pasar al otro lado. Giró su mirada hacia la derecha y vio una puerta, lista para entrar, esperando que no la alejara demasiado de su destino.
La abrió lentamente, primero con la mano y luego, la empujó con un pie, para así mantener la pistola y la linterna en alto. Cuando estuvo segura de que no había nada, rebuscó en el lugar. En uno de los cajones de un escritorio encontró un mapa que le indicaba que se encontraba cerca de la biblioteca, en el primer piso. Y la armería estaba detrás.
Jen pasó la linterna por la oficina, buscando otra salida. De repente, la luz pasó por una ventana rota. Tal vez si pasaba por allí, llegaría al otro lado del pasillo...
Ella caminó hasta la caja que estaba debajo de esta ventana y subió, colocando la linterna entre sus dientes y la pistola en la funda. Levantó los brazos hacia el marco de la ventana y se obligó a impulsarse. Con un poco de esfuerzo, logró levantar su cuerpo a través de la ventana rota y, con cuidado de no lastimarse con los bordes afilados de vidrio roto, aterrizó sana y salva al otro lado.
Se sacó la linterna de la boca e iluminó su entorno. Vio el mismo pasillo de hace un rato, pero victoriosamente desde el otro lado. Había sorteado la barricada. Sonrió y sacó su arma nuevamente para atravesar el nuevo pasillo. Sin embargo, aunque pudo avanzar un poco más, pronto se encontró con otra de las malditas barricadas. Ya estaban empezando a colmarle la paciencia.
—¿Cuántas más hay, carajo? —se quejó en un murmullo—. ¿Realmente tengo que dar vueltas de nuevo?
Miró a través de la barricada de sillas y vigas para ver si había algún signo de movilidad del otro lado, pero no había nada. Todo estaba muy tranquilo, muy limpio. Como si alguien hubiera pasado por todo el camino que ella había recorrido hasta ahora. ¿Quizás el policía novato?
De todos modos, una barricada no la detendría. Otra vez, no. Con cuidado de no hacer demasiado ruido, empezó a deshacerse de algunas cosas para darse el paso. Era como el juego del Tetris en la vida real. Le tomó unos minutos, pero con un poco de esfuerzo logró crear un pequeño espacio en la parte inferior de la barricada.
Con una rápida mirada a su alrededor, Jen se agachó y comenzó a gatear por el hueco. Se metió por la estrecha abertura, sintiendo los bordes de las sillas rotas y las vigas contra su cuerpo, rasgando su piel descubierta, hasta finalmente llegar al otro lado con un gruñido final.
«Qué dolor en el culo es esto», pensó, levantándose del suelo y sacudiendo su ropa. Rápidamente escaneó sus alrededores, asegurándose de que no hubiera peligro, y continuó su camino por el pasillo.
Tras un buen rato caminando, se topó con una escalera a su derecha y de repente los caminos se hicieron más amplios. Un cartel indicaba que la escalera la llevaría al segundo piso y recordó que el mapa decía que la biblioteca estaba en el primer piso, así que permaneció avanzando dónde estaba.
Su mente comenzó a trabajar sobrepensando en la forma en que sorteó la barricada anteriormente, dándose cuenta de que continuó por el pasillo y el policía novato, probablemente, no corrió la misma suerte y tomó otro camino. Por lo que eso significaría que esa parte podría no estar despejada de amenazas.
El tenso silencio y la oscuridad del pasillo la tenían nerviosa tras esa realización. De repente, su corazón se detuvo cuando vio por el rabillo del ojo que algo se movió en la oscuridad. Su cuerpo se tensó aún más y el tiempo pareció ralentizarse. Su mano instintivamente levantó su pistola, lista para disparar.
De un segundo a otro, un zombie se abalanzó sobre ella con un gruñido y Jen le disparó en la cabeza justo a tiempo, neutralizándolo. Y cómo si hubiera tocado la campana de una iglesia, se escucharon más gruñidos desde el frente del pasillo y detrás de ella.
—Genial —masculló fastidiada, viendo como los de atrás bajaban frenéticos de la escalera—, fiesta en la estación de policía.
Los contó rápidamente. Seis atrás, cuatro adelante. Y se abalanzó para neutralizar a los cuatro.
Con el frente despejado, comenzó a correr. Los gruñidos se podían escuchar detrás de ella, exigiéndola. Su corazón latía aceleradamente y su respiración era errática, pero de alguna manera logró mantener la cabeza fija en sobrevivir. Otros dos zombies intentaron obstaculizarla por delante, pero Jen esquivó a uno, pateó a otro y luego siguió corriendo hacia otro pasillo.
Había una luz al final, proveniente de una puerta. Ella siguió forzando los músculos se sus piernas para llegar a esta. Y cuando por fin lo hizo, extendió la mano hacia la manija, abrió la puerta y se arrojó dentro, cerrando y bloqueando la puerta detrás de sí.
Se apoyó contra las puertas, tomándose unos momentos para recuperar el aliento, tratando de disminuir su respiración y su ritmo cardíaco. Podía escuchar los gruñidos y golpes de los zombies afuera, tratando de entrar.
—Cerca —murmuró, mirando a su alrededor y comprobando sus alrededores.
Estanterías enormes, libros por todos lados y... más malditos zombies. Jen puso los ojos en blanco, resopló y puso su linterna en el bolsillo de su funda para poder sacar el cuchillo y no desperdiciar tantas balas. No quería aceptarlo, puesto que Jennifer prácticamente detestaba al resto de los seres humanos y la forma en la que el mundo trabajaba, pero estaba algo harta de no ver vida.
Rápida y metódicamente comenzó a rematarlos, intentando no hacer mucho ruido. Sus músculos gritaron, pidiéndole descanso, pero la adrenalina estaba en su punto de hervor. Cuando el último de los no-muertos yació inmóvil a sus pies, Jen exhaló un suspiro de alivio. Al menos ya no tendría que lidiar con más de ellos dentro de la biblioteca.
En ese momento, escuchó el sonido de madera rompiéndose y algo cayendo del piso de arriba. Jen instintivamente miró arriba, dió un paso atrás y se cubrió con los brazos.
Era alguien.
Un joven.
¿Muerto?
¿Vivo?
Jen le apuntó con el arma, mientras el muchacho todavía estaba de rodillas, con la cabeza gacha. Lentamente, él comenzó a levantar la vista y Jennifer esperó ver otra vez los ojos blancos y vacíos de los no-muertos. Empero, conectó mirada con unos ingenuos y suaves ojos cerúleos que estaban cargados de vida, miedo y esperanza.
Nota de Lexy:
Introducción larga y probablemente densa, pero necesaria para la historia, mí gente. Prometo que a partir del siguiente capítulo se viene lo que todos queremos aquí ah
Todos sabemos quién es el bebote de ingenuos y suaves ojos cerúleos, verdad???? jsjskjd
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xoxo, Lexy.
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