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Capítulo 28

Bebí un poco de mi bebida en la barra mientras veía a unos pocos metros cómo Michael le coqueteaba a una planta de plástico, Calum lloraba por Mortimer, Ashton le preguntaba al barman si había visto a la Pepsi alias el amor de su vida, y Luke sólo estaba ahí... sentado delirando acerca de pingüinos, jirafas y prácticamente todo un zoológico metido en su cabeza de rubia natural. Dirigí mi mirada al cielo pidiéndole paciencia a Dios.

Paciencia porque si me daba fuerza golpeaba a los cuatro en la cara con una sartén.

Básicamente todo se resumía a que después del parque de diversiones, el algodón de azúcar y los muchos miles de vómitos que tiré por culpa de los malditos juegos, los chicos decidieron que la noche no podía terminar aún y terminamos en un bar de mala güero, donde hasta ahora lo único que había aprendido era que los chicos no debían emborracharse de nuevo, que los baños no eran precisamente limpios y que la próxima vez que ellos dijeran que tenían una buena idea, correr lejos.

Muy lejos, como unas... mil millones de millas de distancia.

Tal vez más.

Mucho más.

—¿Segura que no quieres algo más para beber?— preguntó el barman acercándose a mí. Tenía veinte años, un perro, una casa en la playa y una confirmación de que no tenía SIDA, según lo que me dijo.

Había tratado de venderme alcohol desde hacía una media hora y yo no sabía cómo no decirle que no.

Y es en serio, le había dicho en inglés, español y coreano. No sabía cómo más decirle que de verdad no planeaba beber algo que no fuera bebida o agua. Hasta le había dicho que tenía diecisiete años, que era virgen y que jamás iba a probar una gota de alcohol, porque de mayor planeaba ser monja y morir virgen.

Él me respondió que era bonita.

No sabía si estaba ciego o sordo pero claramente debía ser una de las dos.

—No— respondí, con intención de ser grosera. Ya había intentado ser amable, rara, monja. Lo único que me quedaba era ser despreciable y que él se alejara, o decirle lo que estaba escrito mentalmente en mi plan B.

—Yo sé que te gustará, nena.

Sí, pasaría al plan B.

—Soy lesbiana— contesté, sin saber cómo continuar. Sus ojos se abrieron sorprendidos, y su sonrisa se convirtió en una incómoda y congelada ante mi falsa confesión. No era mi intención decirle eso (la verdad sí lo era) pero no me había dejado opción (sinceramente sólo quería decirle que era lesbiana para ver su cara). De todas formas, quería deshacerme de él, y si la única forma de hacerlo era decirle que era lesbiana, lo haría.

—Um, yo... debo irme— mencionó con duda señalando el baño. Me encogí de hombros y le sonreí inocentemente. Había logrado mi cometido. Se fue y noté cómo Luke se sentaba al lado mío frunciendo el ceño en dirección al barman.

—Apuesto que su pene mide como dos centímetros.

Yo también.

—¿Cuántas copas te has bebido?— pregunté mirándolo con curiosidad. Él miró sus manos extendidas y empezó a contar con los dedos en voz alta.

—Cinco... Seis... Lechuga... No, no, Luke, siete. Sí, siete. Porque siete viene después del seis. Así que si lo dividimos por la raíz cuadrada de Mortimer multiplicado por una jirafa con tres patas y un loro pirata... Unas dos botellas de vodka.

—¿¡Qué!?— exclamé con horror—. Creí que habías bebido menos.

—¡Yo también! Pero el unicornio rosa y el panda volador me dijeron que me veía un poco ebrio y, vamos, ¿quién no le cree a un unicornio y a un panda volador?— se rió.

—Oh por Dios, estás tan borracho.

—Lo sé. ¿Tú no?

—¿Me ves bailando por ahí como una stripper mientras exijo a gritos que Cameron Dallas me viole?

—No.

—Entonces estoy sobria.

—Me refería a que si alguna vez te has emborrachado.

—Oh... sí, sí, hace un año, en una fiesta de Andy— respondí empezando a recordar.

Terminé cayéndome unas mil veces al suelo, besándome con un niño de once años y diciendo que Winnie The Pooh me acababa de quitar la virginidad. En mi defensa, el suelo parecía querer un abrazo, el niño de once años era el hermano del chico más sexy de la fiesta por lo que los confundí por culpa de mi borrachera y en ese entonces todavía no conocía lo sensual que podía ser Cameron Dallas, así que básicamente mi amor platónico era un oso amarillo que comía miel y era más perezoso que yo en los días domingo.

Lo malo comenzó después, cuando vomité más que una embarazada en el WC de la casa de Andy, descubrí que mi dolor de cabeza era provocado por la resaca y no por haberme caído unas mil quinientas veces al piso y, pues, tuve que soportar toda una semana siendo llamada la esposa de Winnie The Pooh, además de que habían menciones en Twitter que decían «¡Felicidades porque alguien tomó prestada tu virginidad! (Prestada porque, robar es malo)».

Bonita y traumatizante primera experiencia de probar alcohol. Con eso ya había quedado marcada de por vida y definitivamente mi último sueño imaginable era volverme una alcohólica drogadicta adicta al cigarro y quedar embarazada a edad joven por culpa de un chico confundido que solamente quería tener sexo. Básicamente la historia de una adolescente común y precoz (desgraciadamente yo no era ninguna de las dos) que terminaba con un drama de telenovela y un final extrañamente feliz.

Y después todos me decían que ser una obesa adicta a la comida y quedarse echada todos los fines de semanas en cama era algo terrible.

Deberían estar orgullosos de mí.

Supongo.

—Oh por los Misfits, quiero follarme un pingüino— suspiró Luke segundos después. Lo miré, reprimiendo una risa—. Me hace falta actividad sexual.

—Ni que me lo digas— me reí negando con la cabeza.

—¿Quieres follar conmigo?

—No.

—Valía la pena intentarlo.

—¿Qué hay de Ashton?

—No creo que Ashton quiera follar conmigo— respondió frunciendo el ceño y recostando sus brazos sobre la barra.

—No, me refería a dónde está. No lo veo con la Pepsi.

—De seguro fue al baño— dijo, encogiéndose de hombros—. Cuando la naturaleza llama, debes responder.

—Eso creo— suspiré, aburrida de estar aquí.

—¿De verdad no quieres follar conmigo? Tengo un condón.

—No, Luke.

—Me lo compré el otro día. La chica dijo algo acerca de que tenía sabor a fresa.

Mis ojos se abrieron con sorpresa y horror. ¿Él...?

—Oh, no, no, la chica de la caja, dijo que en la etiqueta decía que era con sabor.

—Ya— murmuré avergonzada de que hubiera adivinado mis pensamientos.

—¿Te gusta el sabor a fresa?

Me sonrojé.

—Prefiero el chocolate— respondí sin saber qué decir.

—También tengo uno de sabor de chocolate.

—Chocolate agrio— me inventé poniendo los ojos en blanco. Escuché a Luke gruñir.

—Sabía que debía comprar el condón de chocolate agrio.

Me reí negando con la cabeza. No quería admitirlo del todo pero sí me provocaba risa y ternura verlo tan borracho. Parecía indefenso y sus ojos azules miraban varias veces hacia abajo, como si tuviera sueño y sólo quisiera dormir. Me preguntaba mentalmente si él era de esos chicos que bebían de manera descontrolada siempre o lo hacía con moderación.

De todas formas no me importaba demasiado, sólo era alcohol y divertirse un rato.

—¿Qué hay de Thomas?— me preguntó Luke repentinamente. Elevé mis cejas—. Te vi con Thomas en el parque de atracciones.

—Oh, pues nada. Ustedes me abandonaron y a él lo habían abandonado también.

—¿Su novia?

—Su tía y su prima— contesté sonriéndole levemente.

—¿No tiene novia?

—Creo que no.

—Maldición.

—Mañana saldré con él por la noche. Me invitó a comer.

—Como... ¿como una cita?— preguntó mirándome indeciso de decir lo que ya había dicho.

—Eso creo— respondí, encogiéndome de hombros y sonriéndole otra vez—. Él es lindo.

Luke frunció el ceño de mal humor.

—Es gay.

—¿Y qué hay de ti y Aleisha?— pregunté tratando de ser simpática aunque en el fondo solamente quería botarle el sándwich a la muy puta.

—No lo sé. Yo le gusto— contestó haciendo una mueca.

—¿Y a ti te gusta?— cuestioné esperando lo peor.

—Creo que es linda.

Fruncí el ceño de mal humor.

—Es puta.

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