Capítulo 27
Miré hacia abajo con curiosidad y tragué saliva. Por el Dios del sexo, Cameron Dallas, Mortimer y Anakin Skywalker, iba a morir. Ni siquiera tendría la oportunidad de ser una maldita vieja solterona de más de sesenta años, virgen, que vive con sus once feos gatos debajo de un puente, justo al lado de un vagabundo, un basurero y Aleisha la prostituta. No, damas y caballeros, señoras y señores, mascotas y mascotos, cabras y cabros, mujer del bigote anormal y hombre lanza llamas del circo. Claro que no. Iba a morir joven, sola, virgen, al lado de un chico con cabeza de algodón de azúcar y además sin ningún gato.
Oh, mundo cruel, sociedad de los poetas muertos, distrito número trece, Disneyland (mal hecho Hazel Grace), ¿por qué me sucede esto a mí?
Tal vez había visto demasiadas películas.
—Me prometiste que no nos subiríamos a una montaña rusa— dije volteando a ver a Mike con horror. Él me sonrió despeinando mi cabello.
—Tranquila, no lo es— respondió, un segundo después escuchándose los engranajes del juego—. Esto será mucho peor.
Si después hallaban el cuerpo de Michael muerto y al lado de él un cuchillo, una pala y una sartén, era su culpa.
Eran las ocho de la noche y recién comenzaba la diversión (aunque yo todavía no le veía nada divertido al asunto). Estábamos en el parque de atracciones y sólo podía decir que los chicos eran los más emocionados con todo este asunto... en especial Ashton. Michael me había prometido que me regalaría un algodón de azúcar si me subía con él a un juego, siempre y cuando no fuera la montaña rusa, y yo como la estúpida desesperada que era por el algodón de azúcar y la comida, acepté.
Lo que no me esperaba era que nos subiéramos a un juego mucho peor que la montaña rusa, unas... mil quinientas veces peor.
Tenía ganas de vomitarle encima.
—¿Qué tal? ¡No estuvo tan mal después de todo!— exclamó riéndose cuando el juego había terminado por fin.
Lo volteé a ver con mis ojos de zombie, mi boca completamente seca y mi garganta dolorida por tanto gritar. Bufé al notar que no paraba de sonreír.
—Muérete.
No era por desearle ningún mal pero esperaba que un piano le cayera en la cabeza.
Algo así como "Tom & Jerry" o "El coyote & el correcaminos".
No era una mala idea. Tal vez algo sangrienta e inmadura pero, aún así, una buena y loca idea.
—¿Cómo estás?— me preguntó Luke pasando un brazo por sobre mis hombros. Le sonreí, tratando de no decirle que la verdad me encontraba pésimo, que estaba a punto de tirarle vómito ácido encima y que tenía unas inmensas ganas de dejar estéril al estúpido de Clifford.
—Mejor— respondí ordenando un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. Sentí cómo el mechón volvía a saltarse escapándose de mi agarre.
¿Qué?
Me alejé un poco de Luke, dejando a los chicos irse por su propio camino hablando y riendo, y comencé a ordenarme el cabello que de seguro debía de tener como alguna especie de león al estilo de los setenta y con frizz exageradamente grande.
Suspiré.
—Necesito ir al baño— susurré al vacío al darme cuenta de que todos los chicos se habían ido hacía ya rato de mi vista.
Me sentía como un perro abandonado en la calle que llevaba un cartel encima que decía "adóptame".
Vaya.
Entré al baño más cercano que encontré y me dirigí al espejo. Dios. No. ¿Qué es eso? ¿Tío Cosa? ¿Los locos Addams? Ni siquiera el tío Cosa tenía el cabello tan horrible. Qué horror. ¿Cómo los chicos no me habían dicho? ¡De seguro que se reían de mí cuando me habían dejado abandonada!
Esperen, ¿y si me habían dejado abandonada precisamente porque les daba vergüenza?
Curiosamente eso me incitaba a salir sin arreglarme en público y a hacerlos pasar vergüenza.
Pero qué mente criminal estaba creciendo en mi cabeza inocente.
«¿Esa cabeza inocente que quería violar a Cameron Dallas y que te diera duro contra todo?»
Cállate.
—¡Auch!— una voz familiar se escuchó dentro de uno de los cubículos del baño. Fruncí el ceño volteando a ver quién había sido pero la puerta seguía cerrada—. Puta, cállate.
—Cállate tú, y dame ese maldito gorro— masculló otra vez. Vi cómo un gorro café volaba de un baño a otro con facilidad—. ¡Ah! ¡Puta! ¡Tiene un moco!
—¡Tú no me quisiste dar un pañuelo!
—¿Lina?— solté el nombre con confusión. ¿Qué hacía ella aquí? Sentí cómo las respiraciones de las chicas dejaba de escucharse y se quedaron quietas como momias hasta que escuché que una se golpeaba contra la puerta.
—¡Por la puta de la esquina que se metió con el carnicero! ¡Esto duele!
—¿Lina, eres tú?— volví a preguntar. La puerta se abrió y vi cómo Lina salía vestida con unas gafas de sol, una peluca naranja y una chaqueta hasta los tobillos.
—¿Lina? No veo a ninguna Lina aquí. Solamente veo a un caballero que se confundió de baño. Perdone usted— dijo fingiendo voz masculina.
Santas carambolas, ¿Lina se había vuelto travesti?
—Hey, Arnold— exclamó con voz gruesa golpeando la puerta de otro baño. Aleisha vestida con gafas de sol en forma de estrellas, un gorro café y una chaqueta gris que le llegaba hasta las rodillas salió.
¿Dos travestis?
—Oh... hola, um... Lino— respondió, frunciendo el ceño después y haciendo que el bigote falso se moviera también—. ¿Quién es esta joven señorita de cabeza de cereza? Cuando yo tenía tu edad...
—Sí, sí, Alex, digo, Arnold. Todos sabemos que tus historias de cuando eras joven eran increíbles. Ahora supéralo porque no eres "forever young" y jamás lo serás amenos que Edward Cullen te muerda el cuello.
—Cállate, soy Peter Pan.
—Chicas, ya sé que son ustedes— les dije tratando de no reír o espantarme—. ¿Por qué están vestidas así?
Se quedaron calladas y se miraron entre sí.
—¡Alerta ocho, ocho, tres! ¡Hemos sido descubiertas! ¡Abolan misión! ¡Repito, abolen la misión!— exclamó la de la peluca naranja, saltando por la ventana segundos después.
Esa tenía que ser Lina.
—¡Soy divergente!— chilló la otra siguiendo a la anterior y, también, saltando por la ventana.
—¡Auch!— exclamó Lina desde afuera—. ¿¡Qué te sucede!? ¿¡Por qué tiraste encima de mí, idiota!?
—¡Cállate! ¡Se me rompió una uña!— le respondió la otra.
Fruncí el ceño. Sí, esa era Aleisha.
Me hice una trenza rápidamente frente al espejo y mojé un poco mi cabello. Bufé con resignación. No había mejorado demasiado pero era mejor que mi anterior peinado. Salí del baño buscando a los chicos (para sorpresa mía por supuesto que no estaban ahí), cuando mis ojos se toparon con mi querido vecino francés al cual no se le entendía nada.
Excepto cuándo decía "mercadería" y es que, ay, válgame Dios, le salía tan lindo.
—Hola, Thomas— me acerqué a él con una pequeña sonrisa. Volteó a verme y me sonrió también. Llevaba unos vaqueros sueltos, una playera cualquiera y tenía el cabello ordenado a su propio estilo.
—Hola, señorita Summers— me saludó, llevando ambas manos a sus bolsillos—. ¿Cómo estás? ¿Dónde está tu... séquito de chicos que te siguen por todos lados?
—Pues siguiéndome no están— me reí ligeramente encogiéndome de hombros—. ¿Y tú qué tal? ¿Viniste solo?
—Vine con mi prima y mi tía. Se subieron a un juego sin mí. Creo que puedo vivir con eso— dramatizó poniendo los ojos en blanco. Me reí—. ¿Quieres subirte a un juego?
—Todo menos la montaña rusa— respondí dando un paso hacía atrás con diversión.
—¡Apoyo esta petición!— exclamó de una manera entretenida y apoyando su brazo en mi hombro. Reímos y nos dirigimos a la rueda de la fortuna. Nos miramos entre sí.
—¿De verdad quieres subir a este juego?— pregunté arqueando una ceja. Él hizo una mueca como si estuviera pensándolo y sonrió.
—No.
Tomó mi mano rápidamente y me obligó a correr hasta las tazas giratorias. Llegamos y lo único que podía hacer era jadear con cansancio. ¿¡Qué clase de cyborg era este chico!? Estaba agotada. ¿Cómo era posible correr tanto? ¿Estaba loco?
—¿Estás bien?— me preguntó extrañado. Asentí tragando saliva. No lo estaba pero ya qué—. Sólo corrimos dos tres metros, Dylan.
Cállate, Thomas.
—¿Te quieres subir?— me preguntó simpático señalando el juego.
—Seguro— dije sonriéndole y recomponiéndome relativamente rápido. Nos subimos a una taza giratoria y el juego comenzó.
Se podría decir que parecía el juego más inofensivo pero solamente quería vomitar.
—Tal vez no debimos subirnos— comentó con sus manos en su nuca. Mis ojos subieron hasta toparse con su mirada y los abrí con horror.
¿TAL VEZ, MALDITO FRANCÉS DE HERMOSO ACENTO Y CABELLO MÁS ORDENADO QUE EL MÍO? ¿SÓLO TAL VEZ?
Hashtag done.
—¿Ese no es Luke?— preguntó Thomas frunciendo el ceño. Volteé la cabeza viendo en su misma dirección y en efecto, sí lo era.
—Hey, tienes razón. ¡Eh, chicos! ¡Luke!— exclamé moviendo los brazos para que nos vieran. Noté cómo pasaron de largo y mi entrecejo se frunció—. Estúpidos.
Después de todo Michael todavía me debía un algodón de azúcar.
—¿Quieres ir a otro juego?— preguntó emocionado Thomas tironeando mi manga del polerón.
Este chico era como un niño pequeño.
—¿No fuiste a muchos parques de atracciones en tu infancia, eh?— le dije arqueando una ceja.
—No.
—Eso explica bastante.
—¿Qué te parece el de allá?— dijo mirándome con sus dos grandes ojos castaños iluminados de la emoción. Volteé sobre mis talones y me encontré con ese temible juego que básicamente consistía en sentarse, elevarse y esperar a caer en caída libre.
Le sonreí dulcemente.
—No.
Porque gallina se nace, no se hace.
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