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☽Satélite06

Moon

Contrario a lo que esperó y para su fastidio, la venganza no le supo dulce. Fue un trago amargo que aún saborea en la lengua y que le revuelve el estómago. Sin embargo, estaba dispuesto a continuar con su plan. Sobre todo, porque no tenía otra alternativa. Ya estaba hecho.

–Prometo no enfadarme si me dejas ir ahora. Se está haciendo tarde y es tiempo de que me vaya.

–Y yo debo creer que no vendrás contra mí solo porque alzas el meñique en un gesto de tregua, claro, ¿cómo no?

El mencionado meñique cayó en derrota cuando no lo convenció. Pero Hoseok no permitió que más culpa pese sobre él. Además, lo ridículo de la propuesta de paz detonó un gastado enfado  que lo sumió en más devaneos sobre qué hacer a continuación. 

Podría, tal vez, huir. Aunque ni bien consideraba aquella idea, la descartaba de un manotazo. Por supuesto que irían por él, lo cazarían sin piedad alguna porque nadie, nadie nunca, debió atreverse jamás a lo que hizo. Ir contra el designio del Universo era un acto de subversión impensado.

Y si en su fuero interno, allí donde las sombras de su envidia, su rencor y su profunda e indómita pasión yacen, almacena el orgullo del valiente. O del inconsciente, a este punto es lo mismo. 

–¿Qué gano con delatarte?

–Mi lugar, mis dominio y mi… todo. ¡Todo! –se jaló los cabellos, vibrando de insoportable angustia porque la perspectiva de perder lo que tanto le costó ganar lo apavoró. 

En llamas, su espíritu ardió con un fulgor que lo caracteriza, pero mermó su potencial cuando notó que, en simbiosis, su némesis brilló. Le recorrió un escalofrío, enchinándole la piel, ante la gélida belleza de este quien, pese a su postura en desventaja, todavía conservó la regia dignidad. Y, desde luego, lo enfrentó.

Nunca, ni una vez, aún con todos sus esfuerzos, Seokjin había retrocedido. Parecía, en cambio, enraizado ante el desafío y ante cada atropello dirigido a él. Como si, acaso, fuera esta reacción de virulenta competencia, la que lo animara. La que le ofrecía energías para encandescer la noche con su sereno brillo. 
 
¿Podría ser injusto, ser devorado por los celos, como para negar la majestuosidad de su oponente? A veces, sí. Días como hoy, donde no tiene fuerzas para continuar esta lucha que inició ya ni sabe por qué y que se extendió hasta agotarlo, no. 

–Mi ambición es de corto alcance, déjame la noche y puedes tener las demás parcelas del tiempo que no me importan. Amanece cada día y enceguece al mundo, quédate el resto de las tardes y apenas aguarda por mí para marcharte.

–¿Por qué? ¿Por qué tuviste que llegar y arruinarlo todo? Yo era suficiente, siempre lo fui. Eres tú quien me necesita para brillar, para que el mundo no sea consumido por las sombras.

La sonrisa que en ese instante le mostró Seokjin, despejó las últimas resistencias de Hoseok. Lo desarmó, dejándolo en el suelo, alicaído y consciente de que había perdido no solo la batalla sino la guerra.

–Admítelo, ansias mi llegada tanto como yo verte –Y con el coraje que Hoseok no posee, agregó también–: No soportaría ver que te apagas.

Y yo no soportaría que te apagues por mí, pensó, pero no lo dijo. Ya no tuvo valor para continuar mintiéndose. Aquella condición de eternos, pero fugaces encuentros era agridulce. Verlo y no poder estar con él porque para que uno reine el otro debía marcharse, era una condena. Y la razón de vengarse del Universo lo que, comprueba ahora, para nada serviría más que para extinguirlos.

Al principio, fue un juego fácil el coquetear a la distancia, sabiendo que existían límites infranqueables y volvían platónicos los sentimientos. Y esta dinámica alimentó esperanzas que caducaron cuando el otro se alejó día tras días, noche tras noche. La tortura no se detuvo allí pues, si no fuera suficiente el calvario ya, se produjeron momentos de encuentros que probaron que los dos compartían un summum de extasiosa felicidad…  que les era arrebatado cuando el eclipse concluía.

Eso los trajo hasta hoy. La desesperada causa de Hoseok se confundió con un enojo que no pertenecía a Seokjin, sino a… ¿importa? Suspiró, concentrándose en liberar a su rehén. Este, que había sido colaborador activo de su empresa de saquear la noche y robar la luna, sonrió antes de llegar a él y rodearlo con los brazos.

Hoseok se rindió, sintiendo el helado manto de alivio de saberse perdonado, de no ser juzgado por tal acto de estupidez. ¿Cómo el sol podría atentar contra la luna? ¡Cuán incrédulos fueron aquellos que lo acusaron! No conocían el trasfondo de su causa, ni tendrían beneficio de ello. Ambos, tras separarse y verse a los ojos, acordaron no mencionar este frustrado plan de permanecer juntos.

–Hasta el otro eclipse –Susurró Hoseok.

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