
7.
Viaje con malas pulgas 2.0.
La historia volvía a repetirse de alguna forma con un par de puntos diferentes:
Primero: ya no nos encontrábamos huyendo de un alfa psicótico, sanguinario y absurdamente obsesionado con mi persona, que, de hecho, se encontraba en el asiento del copiloto. Ahora su trasero ex peludo estaba aposentado en la parte de atrás del vehículo y había pasado de amenaza inminente a un mal menor.
Segundo: la familia de mi beta (por no apelar a otra clase de sobrenombres confusos) me perseguía, al igual que la mitad de la población de licántropos para hacerse con mi poder y desencadenar una cruenta guerra contra los defensores de la raza humana y los propios seres humanos.
Tercero y por ello no menos importante, Lyha se estaba muriendo y yo con él.
Luego estaba el tema de Kramer corriendo a vender al mejor postor su exclusiva sobre mi identidad.
Crispé los dedos entorno al volante durante unos segundos cuando el torrente de pensamientos rebosó el límite de lo que podía asimilar. Me forcé a respirar muy despacio por la boca, concentrarme en la carretera y no torturarme con los hechos.
El instinto de supervivencia debía prevalecer sobre las ganas de hacerse popó en las bragas.
—Oye, Thara —la voz de Luke se coló en mi mente, despertándome del trance autodestructivo. Parpadeé un par de veces, regresando del todo del viaje astral y giré la cabeza unos segundos para chequear su rostro e indicar que lo escuchaba—. Todo saldrá bien, ya lo verás.
Solté un suspiro.
Desde que el vínculo se había restablecido entre ambos su presencia me resultaba menos amenazante. Al parecer la relación alfa-beta lograba remitir los impulsos de alarma que cualquier hombre lobo provocaba en mí.
O quizás fuese tan solo otro síntoma más de la rápida generación de Lyha.
¡Optimismo, siempre!
—Eso espero —pronuncié en un susurro—. Lo último que quiero es que me utilicen como arma contra mi familia. Lauren y Riley son lo único que tengo, y están indefensas.
Capté como se reacomodaba en el asiento.
—También me tienes a mí —recordó él y su mano se posó sobre mi rodilla. Este contacto desencadenó un escalofrío que alcanzó las terminaciones nerviosas de mis dedos— ¿Has...?
Asentí, tragando saliva.
—Lo he notado —respondí.
Luke alzó las comisuras de los labios en una breve sonrisa que le iluminó los rostros e hizo refulgir sus ojos azules, otorgándole ese aire aniñado que siempre me había parecido contradictoriamente sexy.
—Es bueno —remarcó, con entusiasmo—. Lo es, porque así ambos somos más fuertes. Y ahora mismo, nos viene muy bien.
Su sonrisa terminó contagiándome.
—Tienes toda la razón.
—Qué romántico —ironizó Ryan.
Le eché un vistazo por encima del hombro. Se había apoderado de todos los asientos, tumbándose cuan largo era, con los brazos cruzados sobre el pecho en actitud relajada que destilaba un aire de chulería inherente a su persona.
Mantenía los ojos cerrados, como si estuviera a punto de dormirse.
—Si no te portas bien, te dejaré en la cuneta —amenacé con un punto de seriedad en la voz.
Ladeó una sonrisa burlona, pero no volvió a desplegar los labios para añadir uno de sus innecesarios comentarios.
—¿Cuánto queda hasta la casa de Kaleb? La última vez no tuve oportunidad de apreciar la distancia —recordé las eternas caminatas por el bosque, un ochenta por ciento de las veces desnuda completamente.
Luke alzó los hombros.
—No demasiado, unas dos horas o así. Depende del tráfico.
Me parecía bien preocuparme por algo tan mundanal como el tráfico como para variar. Al menos durante dos horas podía fingir que no me encontraba en constante riesgo de acabar degollada o sometida.
—Espero que Kaleb pueda ayudarnos.
El licántropo asintió, convencido.
—Lo hará. Es un alfa poderoso y respetado a pesar de ser tan joven. Tiene amigos importantes, contactos... y, además, no odia a los humanos —dijo, tranquilizándome.
Mis cejas se hundieron en un ceño fruncido con la inquietud.
—¿Estás seguro?
—Sí, seguro —fijó la vista en la carretera—. Confía en mí.
Eso también podía hacerlo.
Por mucho que hubiese ocurrido entremedias, a pesar de lo capullo que era cuando lo conocí, si estaba del todo convencida de algo, es que podía fiarme de él.
No sé de donde surgía la intensidad de ese sentimiento.
Simplemente lo sentía, en cada fibra de mi ser, en todos los poros de mi piel. Era extraño, fascinante y muy confuso y no había encontrado una explicación racional para ello, al menos no de momento.
La primera hora transcurrió sin incidentes.
Pero a partir de la segunda las cosas comenzaron a torcerse.
—¿Cómo puede ser que tengas toda una guarida secreta con una habitación del pánico, un garaje subterráneo y un arsenal de armas letales para los hombres lobo y no hayas llenado el depósito del coche? —preguntó Luke, remarcando cada sílaba con una mezcla de ira y fastidio correosa.
Ryan se encogió de hombros, con inocencia.
—No tenía pensado huir en las próximas horas, ¿de acuerdo? ¿O tienes alguna queja con respecto a la habitación del pánico? Creo que nos salvó el culo a todo —rebatió el ex alfa con una obviedad satírica—. Solo hay que repostar.
—Eso nos retrasará y podemos ser detectados —insistió el chico, afianzado en su indignación.
Ryan rodó los ojos con tedio.
—Esta matrícula está registrada a otra identidad, incluso si tuvieran pinchadas las cámaras de seguridad de todas las gasolineras del puñetero estado, no podrían relacionarla con nosotros. Y —golpeó las ventanas con la yema del dedo índice— es cristal tintado, tampoco pueden vernos. No conocen a Thara, ella puede ir, llenar el depósito y podemos continuar sin incidentes.
Ladeé la cabeza ante el peso de sus afirmaciones.
Me repateaba admitirlo, pero tenía razón.
—Hay una estación de servicio en menos de dos kilómetros —intervine en un tono conciliador, apelando a mis habilidades de Reina de los Traseros Peludos; la diplomacia—. Saldré yo sola, no me entretendré ni hablaré con nadie. Puedo hacerlo. No pasará nada.
Giré el volante, tomando el desvío. La carretera se estrechó hasta desembocar en una amplia gasolinera con sección de restaurante y aparcamiento para camiones.
Luke puso un semblante angustiado.
—Ten cuidado.
Le guiñé un ojo.
—Seré como un ninja, indetectable.
—Tú, ninja, tienes unas gafas de sol en la guantera —el brazo de Ryan salió de entre los asientos señalando el lugar concreto.
Me incliné, abriendo la guantera y pescando las gafas con los dedos. Eran de lentes oscuras, de pasta, bastante elegantes y grandes, tapando mis facciones hasta volverme poco reconocible.
Desplegué el parasol para estudiar mi aspecto en el pequeño espejo, viéndome obligada a peinarme un poco con los dedos hasta conseguir un aspecto un poco apañado.
Estar en una situación de vida o muerte no era excusa para ir con pelos de lunática.
Eso levantaría más sospechas y recelo.
—Paga en efectivo —me recordó Ryan pasándome una pesada cartera de cuero.
Cuando vi su contenido casi se me salen los ojos de las cuencas.
Jo-der.
Nunca había visto tal cantidad de billetes junta.
Ese día no podía tornarse más surrealista.
Me apeé del coche, quedándome de pie en la puerta un segundo antes de girarme hacia ellos. Intercambié la mirada de uno a otro, destacando aún más sus diferencias. Luke me observaba con sus espesas cejas en un ceño fruncido, los ojos azules, rutilantes, eléctricos, cristalinos, trasmitiendo una emoción clara de recelo, mezclado con un matiz de preocupación y, a la vez expectación.
Tenía el cabello revolucionado en mechones rebeldes.
Si prescindías de su naturaleza de licántropo, las garras, colmillos, los ojos amarillos... en esos momentos parecía un atractivo chico de dieciocho años cualquiera.
Pero Ryan no desprendía ni una pizca de ese aire de alguien cualquiera. A pesar de estar desprovisto de todo lo sobrenatural había algo en él, inquietante, sí, pero también evidente, que lo hacía destacar de una manera que no podría precisar.
Con esos ojos verdes tan intensos y enigmáticos y esas estúpidas facciones demasiado bellas para un alma tan podrida y perturbada.
Y, de nuevo, me había ido por las ramas.
—Volveré en seguida, portaos bien. Luke, vigílalo.
El chico me brindó un asentimiento, determinado y firme.
—Descuida.
Ryan movió la mano en un parsimonioso gesto de despedida.
—Hasta ahora, preciosa.
Avancé hasta el mostrador de la gasolinera para pedir que me llenaran el depósito. Me puso un poco nerviosa el hecho de que no fuera autoservicio y una persona extraña se aproximara tanto al vehículo, pero no pasó nada.
Esperé, alerta.
El ambiente estaba saturado de olor a combustible, acaparando por completo mi atrofiado sentido del olfato. Si alguien se acercase, quizás tardaría demasiado en detectarlo.
Pagué la suma precisa, dándome el lujo de pillar un par de cosas más en la tienda antes de regresar al coche.
No me juzguéis, pero el estar en peligro de muerte, me despertó un hambre voraz.
Devoré cinco chocolatinas seguidas sin poder saciarla del todo, así que, con el estómago algo revuelto, volví a poner el coche en marcha.
Cuando nos hubimos alejados unos cuantos kilómetros, volví a respirar tranquila.
—¿Habéis visto? No ha sido para tanto —comenté, contenta.
—El lobito, que es un poco agonías —se burló Ryan y desde atrás, le revolvió aún más el cabello.
Luke emitió un gruñido de fastidio que se acercó a lo animal.
—Vuelve a hacer eso y te arranco la mano.
Sí, todo seguía exactamente igual.
En esta ocasión la tranquilidad no duró tanto tiempo.
—Esto debe ser una broma —solté, entre divertida, sorprendida e incrédula.
Ryan negó.
—Es muy serio, Thara. Detén el coche.
—Thara, no lo hagas... —pidió Luke, lanzándole una mirada mortífera al antiguo hombre lobo.
Solté un suspiro derrotada. La carretera estaba poco transitada y nos encontrábamos atravesando un tramo de bosque, por lo que me resultó fácil encontrar un lugar donde aparcar el coche, a un costado de la ruta.
—Gracias —Ryan sonó sinceramente agradecido y se dispuso a abrir la puerta.
—Sigue soñando, lunático. No pienso dejar que vayas solo.
Miré a Luke asombrada.
—No hace falta...
El alzó una mano y después su cara se tornó un poco roja debido a la vergüenza, lo que incrementó sus niveles de adorabilidad hasta extremos que rozaron los límites de despertar instintos caníbales.
—Yo también me estoy meando.
Mis labios compusieron una O perfecta y también sentí el rubor cosquillearme en las mejillas.
—Vale —fue lo único que se me ocurrió decir.
Ambos se bajaron del coche y no avanzaron más de un par de metros.
Vi como se internaban en una zona, ocultándose entre los arbustos y empleando el vehículo como barrera visual para el resto de los coches que podían circular por la vía que en aquellos momentos se encontraba desértica.
No pude evitar esbozar una micro sonrisa divertida por la actitud vigilante y recelosa de Luke algo mermaba por la necesidad de descargar su vejiga.
La mueca se congeló en mi rostro cuando la sensación de hambre regresó de nuevo, revolviéndome el estómago que emitió una serie de quejidos roncos poco normales. Fruncí el ceño, llevándome las manos al vientre sin comprender, en un inicio, aquella devastadora sensación que me descolocó la vista.
El frente se volvió borroso y me agarré al volante con tanta fuerza que lo escuché crujir bajo mis dedos cuando todo discurrió por un camino que conocía demasiado bien.
Un hormigueo intenso y ardiente se desencadenó desde un punto impreciso de mis intestinos, poblando mi cuerpo en apenas un segundo y arrancándome un quejido lastimero. Rompí a sudar y aún con la mente embotada logré abrir la puerta del piloto para saltar fuera del todoterreno.
Las rodillas no me sostuvieron y el aire fresco no redujo en lo más mínimo el fuego abrasador que mi propio organismo generaba.
Caí de bruces sobre la carretera, luchando contra las sensaciones, intentando reprimir la transformación, pero todo fue en vano, por completo inútil, tan solo incrementando el dolor. Gateé un metro hacia delante hasta caer sobre los arbustos donde mi cuerpo empezó a convulsionarse por los calambres.
Cada transformación era peor.
Supe sin necesidad de que nadie me lo indicara que aquello era un efecto colateral de la enfermedad de Lyha.
—¡Thara!
Mi nombre me llegó distorsionado hasta tal punto que fui incapaz de reconocer la voz.
—¿¡Qué cojones está pasando?!
—¡THARA!
Lo último que vi antes de perder la conciencia de forma definitiva fueron los rostros emborronados de ambos chicos. Mis labios se entreabrieron, queriendo decir algo, pero de ellos solo salió un aullido lastimero.
Después, nada.
Teorías, AQUÍ.
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