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4.1 ella

Lily Potter | Ella

12 de abril de 2030

Roxanne le pasó una bebida al rubio, y este se la bebió de un golpe. No estaba seguro de qué tipo de bebida se trataba, pero no le importaba. Había llegado a la Madriguera sediento, llevaba horas enteras sin beber. En realidad, no había podido ni ir a su apartamento y limpiarse un poco antes de aparecer en una de las reuniones Weasley a las que, casualmente, seguía asistiendo. Lily le había insistido porque, a pesar de llevar más de tres semanas de viaje con el rubio, llegar tarde no estaba entre sus planes. Sin tener en cuenta las quejas de Scorpius, la pelirroja había acabado ganando la discusión.

—Entonces, ¿cómo ha ido? —preguntó la morena a sus dos mejores amigos—. No hemos sabido nada de vosotros en tres semanas.

Lily soltó una pequeña risa y negó con la cabeza, divertida. Cuando le propuso al rubio ir de viaje, no se imaginó ni por un momento todo lo que habían vivido. En un principio, su destino era visitar Argentina, pero a medida que los días pasaban, sus ganas de viajar aumentaban, al mismo tiempo que la lista de los países que debían visitar. Así que, con una sola mochila colgada en la espalda, el Malfoy y la Potter habían recorrido ciudades y ciudades, conociendo nuevos sitios y culturas. Al final habían vuelto a su hogar, ilusionados por volver a repetir esa experiencia.

—Ha sido complicado —se limitó a responder la pelirroja, con una pequeña sonrisa asomando en su rostro—. Hemos aprendido mucho, pero las peleas no han faltado. No conoces realmente a alguien hasta que te vas de viaje con él. —Entonces, se acercó más a su prima y susurró—: ¿Sabes que a Scorpius le huelen los pies?

El rubio, al escuchar esas palabras —Lily se había asegurado de que así fuera— abrió mucho la boca, indignado. Miró molesto a su amiga y le propinó un suave golpe en el hombro.

—Eso no es verdad —se excusó, levantando las palmas de las manos con inocencia—. A mí no me huelen los pies, era el perfume barato de Lily lo que olía tan mal.

—¡El vendedor me dijo que estaba fabricado con plantas naturales! —exclamó la Potter—. Además, tú nunca lo entenderías, no tienes un olfato tan refinado como el mío.

Scorpius soltó una carcajada.

—¡Tú lo que tienes es mal gusto!

Roxanne, que había estado escuchando toda su conversación, levantó una de sus finas cejas, confundida. Sí, antes del viaje Scorpius y Lily ya se llevaban bien. Ella lo ayudó a superar su ruptura con Albus. Cuando el rubio estuvo sumergido en ese pozo profundo, donde nadie le daba esperanzas de salir, Lily fue la única que creyó en él. Poco a poco, y mientras Albus estaba en Alemania, Scorpius fue recuperándose, volviendo a ser la mejor versión de él mismo. Desde entonces parecían ser uña y carne. Donde Lily iba, el rubio lo acompañaba. Pero, después de ese viaje, y aunque solo había hablado durante unos minutos con ellos, Roxanne fue consciente deque algo había cambiado. Había una energía entre ellos que antes no se presenciaba. Y eso, en cierta manera, la preocupaba. Porque ella los conocía mejor que nadie, y si algo había aprendido con el paso de los años, era que el amor siempre llega en el momento más inoportuno.

—Por aquí todos estábamos muy preocupados —dijo la morena, intentando quitar esos pensamientos de su mente—. Nadie podía contactar con vosotros Teníamos miedo de que os hubiera pasado algo. Rose incluso intentó localizaros a través de vuestro móvil, pero no dio resultados. Cuando llamasteis, James estaba a punto de hacer la maleta y salir a buscaros.

Lily y Scorpius estallaron es carcajadas con solo pensar en esa idea. A la pelirroja le divertía imaginar a su hermano buscándoles como loco mientras ellos se divertían en una playa de España.

—Queríamos llamaros antes, de verdad —aseguró el rubio—, pero nunca encontramos el momento.

La morena negó con la cabeza, un poco indignada. Estaba bromeando, claro, pero la verdad era que sí que se había preocupado por sus dos amigos. Ser un Weasley, un Potter o un Malfoy siempre había sido un peligro, y todos eran conscientes de ello. Por eso, cuando uno de ellos no daba señales de vida durante días, se temía lo peor.

—A la próxima, llamad antes —suplicó Roxanne—. Ya sabéis que en estos momentos no me puedo permitir estar preocupada por vosotros.

Con mucho cuidado, la chica dirigió una de sus manos hacia su inflado vientre. Miró hacia abajo y sonrió, acariciando dulcemente esa parte de su cuerpo. Hacía algunos meses que había comunicado la noticia, ganándose la portada de varios periódicos importantes. Toda la familia Weasley se había alegrado, deseando tener a otro miembro entre ellos lo más pronto posible.

Scorpius y Lily se unieron a acariciar el vientre de su mejor amiga, también sonrientes. Entonces, y ante todo pronóstico, sintieron una pequeña punzada en la palma de sus manos.

—¡Se ha movido! —exclamó Lily, con los ojos iluminados—. ¡Se ha movido!

Roxanne asintió, aún conservando la sonrisa en su rostro.

—Sí, últimamente no para de moverse —suspiró, llevándose una mano a la cabeza, como si estuviera mareada—. Creo que necesito ir a tumbarme un rato.

Sus dos amigos se miraron con el cejo fruncido. Empezaban a acostumbrarse a tener que cuidar de una embarazada, pero eso no quitaba el hecho de que los síntomas de Roxanne siempre parecían preocuparlos. La pelirroja ayudó a su amiga a levantarse de la silla, apoyándola en su brazo.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó.

—Sí, por favor.

A paso lento, las dos chicas salieron por la puerta de la cocina, dejando al rubio solo en la estancia. Él suspiró y se restregó los ojos. No había sido consciente de su cansancio hasta ese momento. Hacía más de diez noches que no dormía como era debido, y esas horas de sueño que le faltaban habían acabado pasándole factura. A pesar de que le dolía todo el cuerpo, adoraba viajar con Lily, había algo en ella que provocaba que Scorpius quisiera estar todo el día a su lado. Su sonrisa tenía ese brillo mágico que le provocaba cosquillas. Pero, lo que más apreciaba, era observar como cantaba, mirando hacia las estrellas, como si rezara a algún tipo de ser superior. Cuando ella entonaba dulces melodías, el rubio tenía la sensación que los ángeles detenían su camino para escucharla, envidiosos de sus grandes dotes. Parecía que cada vez que la pelirroja abría la boca, una nueva flor saliera, marcando el principio de una gran historia.

El rubio, sumergido en sus pensamientos, volvió a rellenar su vaso de esa extraña bebida que le había dado Roxanne, y bebió de él. Sabía dulce, muy dulce. Pero le gustaba. Rellenó su vaso de nuevo y volvió a repetir la acción una y otra vez. Cuando estaba a punto de llevarse a la boca el quinto vaso, el sonido de la puerta al abrirse lo interrumpió. Levantó la vista y frunció el cejo, preguntándose quién podría haber entrado. Fue una gran sorpresa para él ver como un chico pelinegro asomaba por la puerta y se quedaba observándolo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Scorpius, dejando el vaso en el mármol de la cocina y cruzándose de brazos.

Albus suspiró ante las palabras del rubio. Entró en la sala y cerró la puerta detrás de él. Ese día llevaba unos pantalones vaqueros de color negro como el carbón. Su camisa de un blanco tan puro como la luz, resaltaba gracias a un pequeño adorno que poseía en el costado derecho. Era una serpiente bordada.

—¿Podemos hablar?

El azabache se acercó a su antiguo amigo y lo miró a los ojos, con esa irresistible sonrisa que tanto lo caracterizaba. Scorpius le aguantó la mirada unos segundos, dispuesto a no dejarse vencer, a luchar hasta el final. Como era de esperar, el rubio acabó rindiéndose, y bajó la mirada, suspirando. Lo que menos le apetecía era escuchar como su exnovio le hablaba como si nada hubiera pasado.

—Vuelvo a repetir, ¿qué quieres? —El rubio se cruzó de brazos.

—Hace más de un año que no hablamos —dijo Albus.

Scorpius sonrió con impotencia, sin saber qué responder ante esas palabras. Ya sabía que hacía más de un año que ni siquiera se dirigían una palabra. Más concretamente, desde que su relación había acabado en desgracia. A pesar de la extraña amistad entre el rubio y la hermana del azabache, las cosas seguían complicadas entre los dos chicos.

El Malfoy se quedó callado, sin querer responder a las palabras de Albus. La prioridad de todo Malfoy siempre había sido su honor.

En cambio, el pelinegro negó con la cabeza y suspiró, apartando la mirada del chico y dirigiéndola hacia el suelo, como si se avergonzara.

—He visto como miras a mi hermana —soltó de repente, e inmediatamente se sintió aliviado, como si esas palabras hubieran estado quemando su interior, deseando salir.

El rubio, al escucharlo, lo miró con los ojos muy abiertos, sorprendido. No se esperaba que eso fuera lo que el azabache le quería decir. Su rostro se tiñó de un color carmesí, lo que provocó que Albus sonriera disimuladamente.

—¿Qué? No sé de qué me hablas —dijo el rubio.

El Potter negó con la cabeza. Conocía a Scorpius desde hacía años, antes de salir, habían sido mejores amigos. ¿De verdad pensaba que podía engañarlo? Albus Potter lo sabía todo del rubio, y eso no iba a cambiar por mucho que el Malfoy se empeñara en que lo hiciese. Por eso reconoció de inmediato la expresión de su rostro, esa misma que ponía cuando mentía.

—Vamos, Scorpius, puedes engañar a James, a Rose e incluso a Roxanne, pero a mí no —sentenció Albus—. A mí nunca podrás engañarme.

El rubio apartó la mirada del otro chico, avergonzado. Era cierto, era incapaz de engañar al azabache. Al igual que era incapaz de odiarlo. Y aunque lo que más quisiera fuera mentirle, negar todas esas acusaciones rotundamente, prometer que no sentía nada por la hermana de su exnovio, esa misma que había estado junto a él en sus peores momento, no podía.

—Lo siento —suspiró Scorpius—. Yo no quería.

Albus negó con la cabeza y apoyó una mano en el hombro del rubio. Sorprendentemente, este no se apartó, consciente que lo que más necesitaba en ese momento era el apoyo del azabache.

—No tienes que sentir nada, está bien —aseguró el chico, y Scorpius pudo observar como una pequeña sonrisa asomaba en sus labios—. ¿Sabes? Cuando tenía trece años todos los primos Weasley hicimos una promesa: ningún primo saldría con el exnovio de otro. Era una ley, nuestra ley. En ese momento no entendíamos nada, éramos unos críos. Creíamos que el mundo nos pertenecía —rio, negando con la cabeza—. Pero esta promesa se rompió hace mucho tiempo. Es decir, mírate, tú eres el principal culpable.

Scorpius soltó una carcajada, y el azabache se unió a él. De repente, ambos chicos estaban riendo sin parar, sintiendo como su estómago dolía cada vez más y más a causa de las risas. Sentían como si estuvieran en los viejos tiempos, como si nada hubiera pasado, como si aún fueran esos niños asustados de crecer.

El rubio suspiró y miró a su antiguo amigo con la cabeza ladeada.

—No sé, Albus —se encogió de hombros, negando con la cabeza—. Cuando rompimos prometí que no iba a volver a enamorarse.

—Hay cosas que no se controlan, Scorpius, y enamorarse es una de ellas —aseguró Albus, para después apartar la mirada—. Yo no elegí estar enamorado de ti, como tampoco decidí dejar de estarlo.

El rubio asintió tristemente, comprendiendo las palabras del azabache. Eran tristes sí, pero también eran tan reales como la vida misma.

—Tengo que confesarte algo —susurró el Malfoy, para después clavar la mirada en los verdes ojos del otro chico—. A veces desearía que no nos hubiéramos conocido, todo sería mucho más fácil. Olvidarte, por ejemplo.

El azabache se mantuvo serio durante unos segundos, hasta que sus expresiones faciales se relajaron y soltó una suave risa. Albus golpeó suavemente el hombro del rubio, con una picaría típica de él.

—Entonces tampoco hubieras conocido a mi hermana, Malfoy.

Scorpius asintió, divertido. Albus nunca cambiaría. A pesar de que hubieran crecido, madurado, pasado por peleas, citas, gritos, besos, aún le parecía ver a ese azabache de once años que conoció en el Expreso de Hogwarts. Y, sí, tenía que confesarlo, durante todos esos años había añorado tener un amigo. Quizás, por mucho que se amaran, su destino era ser amigos. Y, por mucho que dolía, era hora de empezar a admitirlo.

El rubio observó como Albus reía y un pensamiento cruzó su mente. Un pensamiento que provocó que su rostro se iluminara.

—Te veo más feliz —dijo, sonriente—. Hay alguien en tu vida, ¿verdad?

En ese momento, fue el turno de Albus de enrojecer. Se encogió de hombros y miró la puerta de la cocina, en un gesto para comprobar que nadie los estaba escuchando. Entonces, volvió a dirigir toda su atención hacia el rubio y asintió muy lentamente, como si se avergonzara de ello.

—Puede ser —respondió, tímido—. ¿No has visto quién se encuentra en la Madriguera? No pasa exactamente desapercibido.

Scorpius frunció el cejo, confundido. En un principio no entendía las palabras de Albus. Desde que había llegado a la Madriguera, no había percibido nada fuera de lo común (sin contar que Dominique había llegado con el pelo teñido de un azul eléctrico), así que no llegaba a comprender qué estaba insinuando el Potter. Estaba a punto de preguntar cuando, de repente, una idea cruzó su mente. Abrió la boca con sorpresa y señaló a Albus. No podía creerlo, debía de ser una broma.

—¿Alex Zabini? No puede ser.

El azabache asintió muy lentamente y con una gran sonrisa en el rostro. El rubio solo pudo rodearlo con sus brazos, atrayendo su cuerpo en un abrazo. Desde hacía meses que temía la reacción del Malfoy al enterarse. En su época de Hogwarts, Alex no había sido precisamente su amigo. Por eso, cuando años más tardes Albus se encontró con el chico en un bar muggle y le explicó todo lo que había pasado con Scorpius, le sorprendió que el Zabini lo comprendiera y ayudara tanto.

Ambos chicos se separaron y se quedaron mirándose por unos segundos.

—Me alegro por ti, de verdad —susurró Scorpius—, A pesar de todo lo que hemos pasado, quiero que sepas que puedes contar conmigo.

Albus inspiró profundamente, Le encantaba escuchar como el rubio susurraba esas palabras. Creía que, después de su ruptura, nunca podría escucharlas salir de su boca otra vez. Quizás había sido su pequeña charla sobre Lily, o el ambiente en el que se encontraban, pero algo entre ellos se había reparado mágicamente. Algo que creían roto.

—Gracias, Scorpius —dijo el azabache—. Tú, si necesitas ayuda con el tema de mi hermana, también puedes contar con mi ayuda. Al fin y al cabo, fuimos amigos antes que novios.

—¿Podemos volver a ser amigos? —preguntó Scorpius.

Albus se mordió el labio y negó con la cabeza.

—Aún no, Scorpius. Han sido muchos años, ¿sabes? Danos tiempo, te juro que en unos meses volveremos a ser esos dos amigos que siempre fuimos.

El Malfoy asintió y dirigió la mirada hacia su muñeca, donde se encontraba la pequeña pulsera. Después de tanto tiempo, aún la llevaba con él a todos sitios. A pesar de todo, le seguía trayendo buenos recuerdos. Y, además, era preciosa. Albus siguió su mirada y se encontró con la sorpresa. Scorpius se encogió al darse cuenta de que se había percatado de ese pequeño detalle, y empezó a quitársela, como si quisiera devolverla, pero el azabache se lo impidió.

—No —susurró—, quédate la pulsera. Es el recuerdo de un amor que, al menos yo, nunca olvidaré.

Ambos se sumergieron en un cómodo silencio. Parecía que todo lo que les había mantenido preocupados durante el último año, empezaba a acomodarse en su sitio. Todo iba a ir bien desde ese mismo momento. Scorpius, al fin, había empezado a superar ese capítulo de su vida, aceptando que se merecía un nuevo comienzo. Uno en el que Lily podría protagonizar un papel. Realmente, eso era lo que más quería, que Lily lo acompañara en ese viaje que estaba a punto de emprender.

Albus abrió la boca, quizás queriendo añadir algo más, pero sus palabras no llegaron nunca a ser pronunciadas. La voz de Louis Weasley rompió la calma que se había instalado en la casa de los Weasley:

—¡Que alguien me ayude, tenemos que llevar a Roxanne a San Mungo, va a dar a luz!

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