3.2 Londres muggle
5 de agosto de 2025
—Deberías comprártelo, te queda muy bien.
Scorpius soltó una carcajada al ver como el rostro de su novio enrojecía. Definitivamente, a Albus no le gustaban los cumplidos. La señora de la tienda los miró de reojo y negó con la cabeza, empezando a perder la paciencia. Era una mujer que tenía unos cincuenta y llevaba unas gafas de montura redonda. El rubio se había dado cuenta de que llevaba media hora observándolos con desconfianza, desde el mismo momento en el que habían entrado por la puerta. Al principio, su mirada lo había incomodado, pero a medida que pasaban los minutos se había olvidado que la dependienta estaba allí.
—No pienso comprarme esto —dijo Albus, mientras seguía mirando su figura en el espejo—. Me queda demasiado grande, ¿no lo ves?
Su novio se encogió de hombros, ladeó la cabeza con los ojos entrecerrados y, finalmente, negó.
—Te queda adorable —sentenció, provocando que el azabache bajara la mirada hacia el suelo.
—No lo sé.
Albus se giró, observando como quedaba todo su cuerpo en esa prenda. Era de un color lila un poco inusual, ya que llamaba bastante la atención. Además, la tela estaba cubierta por brillantes de un color azulado. No le convencía. Es decir, le gustaba, de verdad lo hacía, pero no era su estilo. Era el estilo de Scorpius. Quizás por eso el rubio lo miraba de esa manera tan especial. Albus no solía llevar prendas demasiado llamativas, ya que desde pequeño su padre le había enseñado que era mejor pasar desapercibido. Sonrió para sí mismo, sin saber qué hacer. Se había pasado toda la vida obedeciendo los deseos de sus padres, se podía considerar que era un buen chico. Incluso había dejado que su madre lo acompañara a comprar ropa y aprobara su vestimenta. Entonces, ¿realmente él, Albus Potter, tenía estilo propio? ¿O solo usaba lo más políticamente correcto?
—Está bien —suspiró el azabache—. Creo que me la compraré.
Scorpius casi saltó de la emoción. Adoraba ver a su novio con esa prenda, y lo adoraba a él. También se había dado cuenta de que, últimamente, Albus se sentía más libre. Había dejado de importarle tanto lo que los otros pensaran de él, y se había preocupado más de vivir.
La pareja se dirigió hasta el mostrador, donde la señora los seguía fulminando con la mirada, y entregaron la prenda.
—¿Solo esto? —preguntó la mujer, ajustándose las gafas. Los dos chicos asintieron—. De acuerdo.
La señora soltó un gruñido, frustrada, y Scorpius no pudo evitar soltar una pequeña risa, que disimuló tosiendo. Albus sonrió y le golpeó con el codo. El rubio lo miró indignado, como si el golpe le hubiera dolido, lo que hizo que, esa vez, su novio riera.
La mujer negó con la cabeza, provocando que la pareja parara de reír.
Pagaron y salieron de la tienda lo más rápido posible, asustados por la poca amabilidad de esa señora. Cuando se encontraron en el exterior, ambos estallaron en carcajadas. Desde que había empezado a salir, hacía algunos meses, no paraban de vivir experiencias como aquella, en la que ninguno de los dos podía aguantar la risa. Scorpius miró durante unos segundos a su novio y le ofreció una mano que el azabache aceptó.
—¿Dónde quieres ir? —preguntó el rubio.
Agarrados de las manos, empezaron a caminar por el Londres muggle. Albus adoraba pasear por esas calles, donde, a pesar de la multitud de personas que se encontraban a su alrededor, nadie los reconocía. Era una de las ventajas de estar rodeado de muggles, que nadie sabía que era el hijo del niño que vivió. Porque, a veces, Albus se cansaba de ser un Potter. Tener el apellido de su padre podía traer muchos beneficios, pero la fama no era, precisamente, un punto fuerte. Desde pequeño le había incomodado que las personas se le acercaran, que lo reconocieran con solo mirarlo. Nunca le había gustado ser el centro de atención.
Albus se encogió de hombros.
—No me importa —respondió—. Tal vez deberíamos caminar un poco más, sin un destino fijo.
Scorpius sonrió de medio lado y asintió, concordando con su novio. A veces era mejor caminar sin destino, seguir las indicaciones del corazón. Eso mismo había hecho el rubio meses atrás, cuando, después de dejar esa novia que tanto lo había dañado, había besado a Albus entre las runas abandonadas de una pequeña aldea. En ese momento no estaba pensando, ni siquiera tenía en mente, que aquel chico era su mejor amigo, solo había seguido lo que el corazón le gritaba. Y había acertado, ¿verdad?
—¿Vas a pasar el resto del verano con tu padre? —preguntó Albus, interrumpiendo el cómodo silencio que se había instalado en el ambiente.
El rubio asintió.
—Sí, tenemos pensado hacer un pequeño viaje, aunque no tenemos muy clara la destinación —respondió, para luego sonreír—. Si quieres puedes venir con nosotros. Mi padre estará encantado, le encantas. Después de Rose, para mi padre es un regalo de Merlín que tú seas mi novio.
Albus soltó una carcajada. Era cierto que su prima no había sido la mejor novia.
—Veo que Rose no se ganó el cariño de Draco Malfoy.
—Me preguntó por qué será —ironizó Scorpius—. Entonces, ¿vendrás?
El azabache suspiró y se encogió de hombros.
—No lo sé —dijo, un poco avergonzado—. Después de lo que pasó con Rose, es mejor que aún mi familia no se entere de que estamos saliendo, ¿sabes?
A Scorpius le sorprendieron las palabras de su novio. Era cierto que las cosas con Rose no habían acabado demasiado bien —no habían acabado nada bien— pero le parecía surrealista que Albus tuviera que esconder su relación por eso. Es decir, su relación con la pelirroja no había funcionado, nada más. ¿Acaso ellos no tenían derecho a ser felices?
—¿Tus padres no saben que estamos saliendo? —Scorpius frunció el cejo y miró a su novio.
El azabache negó con la cabeza y se mordió el labio.
—No te enfades —suplicó—. Ya sabes que estamos pasando por una situación complicada. Rose no ha parado de llorar desde que terminaste con ella. Da bastante pena, la verdad. Tío Ron le ha puesto precio a tu cabeza, y tiene a todos los primos Weasley buscando venganza. Simplemente creí que era lo mejor para todos. Además, mis primos y yo hicimos la promesa de que ningún primo Weasley saldría con el exnovio de otro. No quiero ser la oveja negra de la familia.
Scorpius sonrió y depositó un pequeño beso en los labios de su novio.
—No pasa nada, Albus, lo entiendo.
—¿De verdad?
—Sí —aseguró—, además, algún día ya lo sabrán. A no ser que quieras casarte conmigo sin que tus padres se enteren.
Albus elevó una ceja y miró al rubio con picardía.
—¿Me estás proponiendo matrimonio, Scorpius?
—Algún día —se limitó a decir el chico—. Y formaremos nuestra propia familia y tendremos muchos, muchos hijos. ¿Qué te parece?
El azabache soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Me parece que estás loco.
Siguieron caminando en silencio, mirando aparadores y comentando su futuro. Scorpius estaba seguro de que quería tener hijos, pero Albus se negaba rotundamente. Aseguraba que los críos solo causaban problemas. Entre peleas de broma pasaron los minutos. Scorpius empezó a entonar una dulce melodía, y Albus siguió la canción. Parecían atrapados en una burbuja de la cual ninguno era capaz de salir, donde todo parecía perfecto. El flash de una cámara interrumpió ese momento.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Albus con el cejo fruncido.
Scorpius no tuvo la oportunidad de responder, porque en ese momento, una señora de pelo corto y rubio bajó de un coche y se acercó a ellos. Llevaba un vestido rojo como la sangre, y el pelo corto y sucio. Además, llevaba en la mano una libreta y una pluma con la que parecía apuntar todo lo que estaba pasando.
—¡Albus Potter! ¡Scorpius Malfoy! —gritó, acercándose hacia los dos chicos—. Trabajo para El Profeta. ¿Pueden responder unas preguntas, por favor?
—Mierda —susurró el azabache entre dientes—.Nos han encontrado.
Scorpius se quedó mirando la escena con los ojos entrecerrados. Le parecía increíble que no pudieran pasear tranquilos a pesar de estar en el Londres muggle. Siempre había creído que los periodistas eran unas pulgas, capaces de hacer cualquier cosa por una exclusiva. Era consciente que solo estaban haciendo su trabajo, pero parecían ser expertos en intimidar a la gente. Estaba a punto de agarrar más fuerte la mano de su novio e irse, dejando a esa mujer sin ningún artículo, pero, de repente, y contra todo pronóstico, una idea cruzó por su mente.
—Vamos a darle a esa mujer lo que quiere —dijo.
Albus lo miró con los ojos muy abiertos, pensando que su novio se había vuelto loco. Siempre había sabido que nunca —repito, nunca—, debían darle a los periodistas ningún tipo de información. Por eso, se sorprendió al escuchar las palabras de su novio.
—¿Qué? —preguntó confundido.
Scorpius solo sonrió.
—¿No crees que ya va siendo hora de que hagamos pública nuestra relación?
Ginny dio un sorbo a su café y se restregó los ojos. El día anterior había sido duro. Acompañar a Harry Potter nunca era una tarea fácil, y menos si esta vez se trataba de una reunión tan importante. Además, James había decidido que, aprovechando que sus padres no estaban en casa durante todo el día, iba a probar nuevos hechizos sin el peligro de que su madre lo molestara.
—Buenos días —saludó Harry a su mujer, mientras entraba por la puerta de la cocina—. ¿Cómo has dormido?
La pelirroja se encogió de hombros, observando como el hombre se sentaba en la silla que se encontraba a su lado.
—Bien, supongo —respondió, para después dar otro sorbo a su café—. Oye, ¿sabes sin Albus ayer estuvo en casa? Porque sé que James y Lily sí que estuvieron, pero he visto que sus zapatos están sucios, así que supongo que salió.
Harry se encogió de hombros, dándole el ejemplar de El Profeta que cada día llegaba a su puerta a Ginny. Aún no había podido leerlo, ya que a su esposa le gustaba ser la primera en enterarse de las últimas noticias. Una de sus muchas manías.
—Creo que me comentó que iba a ir al Londres muggle con Scorpius.
La pelirroja elevó una de sus delgadas cejas y sonrió.
—¿Con Scorpius? —preguntó, y Harry asintió—. Entre ellos hay algo, ¿verdad?
Harry frunció el cejo y negó con la cabeza.
—Son solo mejor amigos, Ginny —suspiró—. Ya sabes que a esta edad en la que se encuentran los chicos suelen salir mucho con sus amigos. No empieces, que ya nos conocemos.
—Ya, Ron y Hermione también eran "mejores amigos" y mira la manera en la que acabaron —respondió la mujer, mirando a su marido con superioridad—. Y Dean y Seamus, y Draco y Astoria, y George y Angelina, e incluso tú y yo.
El hombro puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
—Es muy diferente, Ginny.
La pelirroja solo se encogió de hombros y abrió el ejemplar de El Profeta que, minutos antes, su marido le había dado. Al ver la primera noticia, abrió mucho los ojos y sonrió de medio lado. Después, dirigió una mirada divertida a Harry.
—¿Qué? —preguntó el azabache.
Ginny negó con la cabeza.
—Así que mejores amigos, ¿no? —dijo, enseñándole la noticia.
Harry Potter se atragantó con el café al ver la fotografía que salía en la página principal. Eran un rubio y un azabache besándose.
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