2.2 he sido yo
Rose Granger | he sido yo
4 de junio de 2023
Rose suspiró y se sentó en la mesa de Slytherin, junto a su primo. Esa noche no había dormido demasiado bien, las pesadillas la acechaban desde hacía días. Se restregó los ojos con cansancio y se apoyó en la mesa, ignorando las miradas de sorpresa que le dirigían el resto de alumnos al ver a una leona en la mesa de las serpientes.
Albus, al percatarse de su presencia, la observó con el cejo fruncido durante unos instantes. Le extrañaba ver a la pelirroja allí, ya que Scorpius no se encontraba cerca, y la chica no solía visitar a su primo muy a menudo. Además, se veía nerviosa.
—Buenos días, Rose —dijo Albus, intentando captar su atención—. ¿Pasa algo?
Ella inspiró profundamente, clavando la vista en el plato del azabache. Llevaba el pelo despeinado y unas eminentes ojeras debajo de los ojos. Además, su piel estaba más pálida de lo usual y sus ojos se veían cansados.
—No lo sé —respondió—. Es decir, sí lo sé.
El chico se mordió el labio, intentando comprender las palabras de su prima.
—Creo que no te sigo.
—He estado toda la noche escribiendo otra carta para Scorpius —dijo la pelirroja—. Pero, no sé, creo que no es suficiente, ¿sabes? No me gusta, no me gusta para nada.
Albus suspiró y miró a su prima, un poco molesta,
—A ver, dámela, la leeré.
La chica primero miró a izquierda y derecha, queriéndose asegurar que nadie estaba mirando. Realmente, el tema de las cartas era como traficar droga. No había peligro de que Scorpius apareciera por sorpresa, ya que estaba castigado por hablar en clase. Al ver que nadie parecía importarle su conversación con Albus, Rose metió la mano en su bolsillo y sacó un sobre rosa que ya les empezaba a resultar familiar a ambos.
—Aquí la tienes. —Rose se lo ofreció a su primo.
El azabache agarró el pequeño sobre y sacó su contenido: una hoja de papel escrita con esa letra pulcra que tanto admiraba.
"Querido Scorpius Malfoy;
Vuelvo a ser yo. Ya hacía tiempo que no te escribía, lo sé. He estado bastante ocupada con las clases, y lo siento. Ayer vi como mirabas a Alice Longbottom, y no puedo negar que me puse celosa. Tú y yo no somos nada, y no tengo ningún derecho a estarlo, pero son sentimientos que una no puede evitar. Porque ella es perfecta, con su pelo rubio y sus ojos brillantes. Preciosa, única. Y yo solo soy yo. Nunca me querrías de la misma forma en la que la quisiste a ella. Y eso duele, tengo que admitirlo.
Cada día veo las miradas que la gente te dirige. Empiezan a fijarse en ti, en tus movimientos, en tu elegancia al hablar. Y me alegro, porque eres demasiado especial como para permanecer en las sombras. Siempre lo he sabido. Tengo la sensación de que Hogwarts está empezando a valorarte. Eres único, Scorpius, espero que lo sepas. No quiero que pienses que soy una acosadora, pero te adoro en todos los sentidos. Con tus imperfecciones, con tus admirables cualidades. Y te quiero, te quiero mucho.
Llevo unos días sintiéndome mal. Lloro por las noches, no puedo parar de pensar en ti. ¿Por qué no me miras de esa forma en la que la mirabas a ella? ¿Por qué no me besas? ¿Por qué no me susurras palabras de amor al oído? ¿Por qué no me envuelves en tu calor? Son preguntas que soy incapaz de responder. A veces tengo la sensación de que soy invisible para ti, solo una más entre la multitud. Pero tú, Scorpius, tú lo eres todo para mí. Todo. Espero que sepas que yo moriría por ti. Si supieras quién soy, ¿tú harías lo mismo por mí? Lo dudo.
Deseo que algún día nuestros caminos se crucen.
Muchos besos:
Anónimo"
Albus acabó de leer y le devolvió la carta a su prima. Estaba bien, le había gustado. Se notaba que Rose sabía elegir las palabras adecuadas. Cada letra reflejaba un amor único, y no dudaba ni un segundo de que a Scorpius le gustaría. Durante los últimos meses, el azabache no había parado de escuchar como su amigo hablaba de esas cartas, alagando a quién fuera que las escribía. Rose iba por el buen camino, eso no se podía dudar.
—¿Qué te parece? —le preguntó su prima.
El chico asintió, forzando una sonrisa.
—Está muy bien, Rose. De verdad.
Ella sonrió, enseñando todos sus blancos dientes. Albus se preguntó cómo su prima podía pensar que no era suficiente para Scorpius. Rose era un cuadro perfecto, cada movimiento que hacía parecía haber estado diseñado por un artista. En cambio, él era un desastre.
—Perfecto —dijo la pelirroja—, porque vuelvo a necesitar tu ayuda.
Albus abrió mucho los ojos, y negó con la cabeza.
—No, no, no. No lo voy a hacer.
Rose lo miró con decepción.
—Vamos, Albus, por favor.
—Rose, hasta el momento he estado dejando yo todas las cartas que tú has escrito. Te toca a ti, no pienso volver a arriesgarme a que Scorpius me vea. No.
—¡Eres su mejor amigo, Albus! —exclamó Rose, indignado—. ¡Para ti es mucho más fácil! ¿Qué te cuesta dejar la carta en su bolsillo, o entre sus libros? Nunca te ha visto, y esta vez no lo hará. Por favor, primo, sabes que es importante para mí.
Albus era débil, eso no se podía negar. Intentaba con todas sus fuerzas aguantar, mantenerse firme a su palabra, no ceder. Pero al observar los ojos de Rose, brillantes por las lágrimas que empezaban a acumularse en ellos, no pudo negarse.
—De acuerdo —suspiró—. Dame la maldita carta.
Scorpius no se encontraba cerca. Eso era bueno, muy bueno. Además, había dejado sus libros en la habitación, como si hubiera construido el escenario perfecto para Albus. El chico sonrió. Las últimas veces que había tenido que ayudar a Rose, todo había salido bien. Dejaba la carta en sus bolsillos, entre sus libros o en su baúl sin ser visto. Tenía que admitir que le daba un poco de miedo que su amigo lo viera, pero adoraba ver como los ojos del rubio se iluminaban cada vez que leía las palabras de Rose. Aunque él no fuera el motivo, se alegraba por su prima.
Esperó a escuchar si alguien se acercaba a la habitación, pero como respuesta solo recibió el silencio. Fue entones cuando, muy lentamente, sacó la carta de su bolsillo. Sintió su tacto, casi como pudiera oler el amor que desprendía, y se acercó a la cama de Scorpius. Observó sus libros durante unos segundos y suspiró. Entonces, abrió el primero, de un color azul oscuro, por una página aleatoria y dejó la carta en él.
—¿Albus? ¿Qué haces?
Una voz provocó que el chico dejara caer todos los libros y se apartara de la escena, como si pretendiera fingir que no estaba husmeando entre los libros de su amigo. Sentía como el corazón le latía con violencia, y el sudor empezaba a acularse en la palma de sus manos.
—¿Estabas mirando entre mis libros?
Scorpius lo observaba desde la puerta, con el cejo fruncido. Llevaba el pelo rubio despeinado y sus ojos iban de Albus a los libros, y de los libros a Albus. Pero, lo que más le horrorizó, es que Rose estaba justo detrás de él. Cuando la pelirroja comprendió la situación, abrió mucho los ojos, y su cara se volvió rojiza. Ambos sabían que lo habían echado todo a perder El azabache sonrió, intentando aparentar que no pasaba nada.
—Sí, no encuentro los míos y quería consultar una poción.
Entonces, el rubio relajó su expresión facial y Albus sintió que había vencido. Scorpius se acercó a él.
—Habérmelo pedido, amigo.
El azabache asintió enérgicamente, intentando evitar un suspiro de alivio. Le dirigió una mirada de tranquilidad a Rose, y esta le respondió con una media sonrisa. El rubio agarró los libros del suelo con delicadeza. Pero, en ese momento, un pequeño sobre rosa cayó. Scorpius frunció el cejo.
—¿Qué es esto?
Rose y Albus se miraron aterrorizados, mientras el chico lo abría y empezaba a leer lo que contenía en su interior. Pasaron unos minutos en silencio, hasta que el rubio levantó la vista y miró a su amigo sorprendido.
—¿Esto lo has dejado tú, Albus? —preguntó, enseñándole la carta.
El azabache negó con la cabeza, nervioso,
—No —aseguró.
Scorpius levantó una ceja, desconfiando. Albus le dirigió una mirada a Rose, que solo se mordió el labio. El chico pudo observar como estaba a punto de echarse a llorar. Suspiró y volvió a posar la mirada en su mejor amigo.
—De acuerdo, sí, he sido yo.
El rubio abrió mucho los ojos, sorprendido. Eso no se lo esperaba.
—¿Tú has estado dejándome cartas durante meses?
—Sí, lo siento.
Albus intentó fingir una sonrisa, pero desistió al cabo de unos segundos. Un incómodo silencio se había instalado en el ambiente, y ya nadie parecía tener el valor para romperlo.
—No lo entiendo —susurró Scorpius—. En todas tus cartas te referías a ti en femenino.
El azabache se rascó la nuca, nervioso. Tenía la sensación de que era una pesadilla, de que en cualquier momento despertaría y nada de eso habría pasado.
—Ya, no quería que adivinaras que había sido yo —se excusó, y Rose le agradeció con la mirada.
—Pero podrías habérmelo dicho a la cara, ¿sabes? —dijo Scorpius, evitando mirar a Albus a los ojos—. Soy tu mejor amigo, no te hubiera juzgado. Estas palabras que me escribes son preciosas, Albus. De verdad. Me han encantado todas estas cartas, pero no sé. No me esperaba esto.
El Potter solo bajó la mirada y asintió, avergonzado. Quería salir de allí lo más rápido posible. Detrás del rubio, Rose, se sentía culpable. No estaba escuchando las palabras de Scorpius, su cabeza estaba en otro mundo, valorando la mejor posibilidad. Quería abrazar a Albus y pedirle perdón por haberlo metido en ese apuro, pero sus instintos le suplicaban que se quedara quieta, esperando a ver qué pasaba a continuación.
—No sé qué decirte —terminó—. Creo que-
—¡He sido yo! —exclamó Rose, interrumpiendo al rubio. Ambos chicos se giraron hacia ella—. Lo siento por dejar que te inculparas, Albus. Creo que tengo que empezar a asumir las consecuencias de mis actos. —El azabache asintió, aliviado, Entonces, la pelirroja se giró hacia el Malfoy—. Scorpius, me gustas, me gustas mucho. Llevo meses enviándote cartas porque era incapaz de decírtelo en la cara. Albus me ha ayudado, pero él no tiene nada que ver. Soy yo a la que tienes que rechazar.
Scorpius se acercó a su amiga.
—Rose, yo...
—No, tranquilo, lo entiendo. No me quieres, no pasa nada, yo solo esperaba-
Sus palabras fueron interrumpidas, ya que el rubio había estampado sus labios contra los de ella. Rose abrió mucho los ojos durante unos segundos, sin acabarse de creer lo que estaba pasando, para finalmente cerrarlos y seguir el beso. Ambos llevaban esperando mucho tiempo ese momento. Un fuego empezó a quemarlos, dejando solo las cenizas de esos dos adolescentes. Las llamas los envolvían en una calidez que ninguno había sentido nunca, derritiendo ese mismo hielo que los había mantenido separados. En ese momento, nada importaba, solo ellos dos. Dos almas en pena que, al fin, habían encontrado su otra mitad. Dos amantes desesperados.
Albus, separado unos metros de la pareja, carraspeó.
—Chicos, muy bonito, de verdad. Pero, ¿podrías no besaros delante de mí? Es un poco incómodo.
Scorpius rio en medio del beso, pero no separó sus labios de los de Rose. No podía. Era como si una fuerza los uniera, una fuerza imposible de romper. El azabache se balanceó, esperando a que sus dos amigos terminaran.
—Voy a comer, creo que después de todo, hoy me lo he ganado —dijo Albus.
Cuando escucharon como la puerta de la habitación se cerraba detrás de ellos, Scorpius depositó un último beso en los labios de Rose y la miró a los ojos. Unos ojos que reflejaban estrellas en ellos. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió acompañado. La soledad ya no era una opción.
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