1.2 un beso
Alice Longbottom | un beso
25 de diciembre de 2021
—Me dijiste que solo íbamos a ser Lily, James, Rose tú y yo.
Scorpius se sentía traicionado. Sí, exacto, esa era la palabra, traicionado. Porque, ¿quién le iba a decir que Albus Potter, su mejor amigo, le iba a mentir de esa manera? Y aun sabiendo todos los problemas del rubio. Era inaceptable, Albus se había pasado esa vez. Era un engaño de primer grado, algo que iba a romper su amistad para siempre. ¿Cómo había podido? ¿Cómo se había atrevido a hacerlo?
El azabache suspiró.
—Scorpius, no seas dramático, cariño —dijo mientra se dirigía a la cocina a por unas bebidas, Scorpius lo seguía—. Ya te lo he dicho, solo teníamos que ser nosotros, pero James ha invitado a Fred, que a la vez ha invitado a Dominique, que a la vez ha invitado a todo Hogwarts. ¿Qué tiene de malo? Es solo una fiesta de Navidad
El rubio soltó una carcajada de impotencia. ¿De verdad su amigo estaba diciendo esas palabras?
—¡Albus! —exclamó furioso, y cinco chicos que reían en un círculo se giraron a mirarlo—. ¡No me gusta la Navidad! Tenía planeado pasármela viendo películas contigo. ¡Me dijiste que íbamos a ver Titánic!
El chico seguía caminando hacia la cocina. Ni siquiera delante de las palabras del rubio se detenía. Sí, era cierto, le había prometido a Scorpius que iba a ser una fiesta íntima, sin mucha gente. Pero, ¿qué podía hacer delante de esa situación? Él también estaba enfadado con James, pero ya no había forma de arreglarlo.
—Bueno, tendremos que adaptarnos a la fiesta
Aún escuchó unos minutos más como su rubio amigo se quejaba, siguiéndolo por todas partes. Albus suspiró, mientras agarraba una botella para rellenar unos cuantos vasos. En su oído izquierdo el chico seguía hablando y hablando. El azabache ni siquiera sabía cuales eran sus palabras ni sus motivos, estaba demasiado ocupado intentando que la bebida no se le derramada para ocuparse de asuntos menores.
—Y por estas y muchas más razones odio todo esto —finalizó Scorpius cruzándose de brazos.
Albus le dio unas palmadas en la espalda.
—Te felicito, amigo, eso ha sido un muy convincente discurso, casi logras que me lo crea y todo —respondió, y la sonrisa de superioridad del rubio se borró de su cara—, pero ya sabes que no puedo hacer nada para cambiar la situación. ¡Yo también soy una víctima en todo esto! —Luego, empezó a caminar hacia otra dirección, siendo seguido otra vez por Scorpius—. Pero míralo por el lado bueno.
Solo hizo falta que el azabache señalara a unos metros de distancia para que Scorpius se diera cuenta de a qué se refería. Unas tres chicas, de semblante gracioso y tierno, reían a carcajadas, cada una con un vaso. Parecían el tipo estereotipo de chica adolescente, con su pelo suelto y sus ganas de comerse el mundo. El rubio frunció el cejo.
—¿Quieres que consigamos novia? —preguntó con una ceja levantada.
Albus levantó el pulgar y guiñó un ojo.
—Exacto.
—¡Albus! —exclamó Scorpius, al ver que su amigo no comprendía a qué le estaba diciendo—. ¡No quiero una novia! No es una de mis prioridades, ahora mismo—suspiró, y con ojos tristes miró al chico—. Solo quería pasar un tiempo con mi mejor amigo.
Al principio, pareció que el azabache se lo pensaba un momento, en silencio, con los labios apretados en una media sonrisa. Pero, al final, solo se encogió de hombros y dijo con desgana:
—Mala suerte.
Dicho eso, y para no seguir escuchando el rubio, empezó a alejarse de su lado, temiendo que lo volviera a seguir. Pero Scorpius no lo hizo, solo se quedó en su sitio, con la boca entreabierta y viendo desaparecer a su mejor amigo entre la multitud.
—¡Pero sin ver Titánic no voy a saber si al final el barco se hunde o no! —exclamó.
—¡Pregúntale a Rose, ella lo sabe todo! Además, ¿la película no trata justamente de eso, de que el barco se hunde?
Scorpius abrió mucho la boca, indignado.
— ¡Albus, eso era un spoiler! ¡Eres un maldito insensible!
—¡Y tú un infeliz! ¡Todo el mundo sabe que el Titánic acabó hundiéndose!
Debido a que parecía que Albus ya no podía escucharlo y que todos los presentes se habían girado a mirarlo, Scorpius solo negó con la cabeza. Empezó a caminar hacia la dirección contrario de la que se había ido su amigo. Sentía como las ganas de llorar lo invadían. ¿Por qué Albus había tenido que abandonarlo de esa manera? ¡Era su mejor amigo! ¡Y le había prometido que estarían juntos durante toda la noche de Navidad!
—¿Y tú qué diablos miras? —gruñó el rubio a un chico que lo miraba, intrigado.
El muchacho, que no superaba los catorce años, apartó la mirada, avergonzado.
—L-lo, sie-siento —susurró, y Scorpius sintió un extraño orgullo al saber que había hecho que aquel castaño se sonrojara.
Y aunque la música estaba a todo volumen y decenas de adolescentes bailaban a su lado, sin presenciar su existencia, Scorpius se sentía solo. Tal vez estaba solo en la vida.
O tal vez solo estaba siendo dramático, pero, ya se sabe, a estas edades, ¿quién está lo suficiente cuerdo?
Paseaba por la fiesta sin saber muy bien qué hacer. Había visto a James un par de veces mientras saludaba a los invitados. Scorpius deseaba ser como él. Quería ser despreocupado, humilde, divertirse sin pensar en el mañana, ser él mismo. Pero claro, ¿quién no querría ser James Sirius Potter? Por lo menos, Dominique se había dignado a ir a hablar con él, aunque esa conversación no había durado más de cinco minutos, cuando la rubia había tenido que irse porque su hermano estaba vomitando. El chico Malfoy había estado buscando a su mejor amiga, Rose, durante unos minutos, pero finalmente, Hugo le había informado que había tenido una urgencia de último momento.
Así que, después de una hora, se encontraba tirado en las escaleras principales de la casa de los Potter, sin querer admitir que se sentía como la mierda, y demasiado triste como para poder beber aunque sea una cerveza. Definitivamente, ese iba a ser la peor Navidad de su vida desde lo de su madre.
—¿Scorpius? —Pero, contra todo pronóstico, esa noche una voz interrumpió sus pensamientos, transformando sus perspectivas de esa fiesta—. ¿Qué haces aquí solo?
Al girarse, el rubio quedó deslumbrado por la belleza de una joven. Sí, la había visto anteriormente, miles de veces, pero esa vez la encontró más libre que nunca. Su pelo rubio, despeinado como de costumbre, resplandecía bajo la luz de los focos, y sus mejillas, maquilladas, parecían bendecidas por el mismo diablo. Ella sonreía en su vestido negro.
—¿Qué pasa? —preguntó sin borrar esa sonrisa—. ¿Ya no reconoces a tu compañera de Transformaciones?
Scorpius pareció salir del estado astral temporal en el que había estado sumergido por unos segundo. Asintió, sin saber qué decir, mientras la rubia se sentaba a su lado.
—Sí, sí, solo que —hizo una pausa, buscando las palabras perfectas—, Alice, luces... diferente.
Ella soltó una carcajada, enseñando su hermosa dentadura. Y esa risa fue música para los oídos del chico, como si los ángeles hablaran en un susurró, solo para él.
—¿Eso es bueno?
—Sí, muy bueno.
Los dos se quedaron en silencio. ¿Qué más podían decirse? Su relación solo se basaba en verse en clase, pasarse apuntes si los necesitaban y hablarse solo cuando era estrictamente necesario. Nunca se habían puesto a pensar en ser amigos, porque, simplemente, eran compañeros de clase. No importaba cuanto se reían el uno con el otro, o las sonrisas que nunca podrían aguantar, ni siquiera esas miradas que pedían a gritos lo que el corazón callaba. No eran nada más que compañeros de clase, unos que apenas se conocían de verdad.
—¿Y qué hacías antes de que yo llegara? —preguntó Alice de repente, mirándolo directamente a los ojos.
Scorpius se encogió de hombros.
—Nada. —Y de repente, ante esos ojos marrones, quiso desvelar todos sus secretos. Necesitaba desahogarse—. La verdad es que hoy esperaba poder pasar la noche con Albus, es nuestra tradición navideña. Miramos películas, jugamos a juegos y hablamos de cosas sin importancia. Pero, por lo que parece, ha preferido interponer esta fiesta a mi presencia.
Alice apoyó una mano en su hombro, como si quisiera reconfortarlo solo con ese movimiento.
—No seas tan dramático, Scorpius —respondió con una sonrisa sincera—. Tal vez Albus tampoco esperara que la noche acabara así, pero ha decidido solucionar su malestar e intentar divertirse.
—Pero representaba que tenía que estar conmigo, y más en un día como este.
La rubia parecía confundida delante de esa última frase. ¿Un día como ese?¿Qué había de especial para Scorpius en el día de Navidad? Otra persona, quizás se hubiera ahorrado la pregunta, pero ella era Alice Longbottom, y si por alguna cosa era conocida, era por no saber cerrar la boca.
—¿Qué pasa con el día de Navidad, Scorpius? He escuchado rumores que en esta época del año te vuelves extraño.
Scorpius solo pudo apretar la mandíbula, conteniendo sus ganas de llorar como lo hacía cada noche de diciembre, deseando que todo fuera diferente. Pero algo le indicaba que Alice era una chica que sabía escuchar y comprender, y que, quizás, lo iba a ayudar en lo que hiciera falta.
—Nada en especial. —El rubio apartó la mirada—. Solo que, hace unos años, estaba celebrando la Navidad con mi familia, comiendo los deliciosos postres de mi abuela y cantando villancicos, a nuestra manera. —Rio un poco, como si el recuerdo, de repente, hubiera tomado forma en su consciencia—. Pero la noche no fue según como la teníamos planeada. Mi madre se desmayó en medio de la cena. La llevamos rápidamente a San Mungo, pensando que sería algún problema menor. —Y ahora, aunque no quisiera, sus ojos estaban cristalizados—. Pero le detectaron una extraña maldición que llevaba en la sangre. ¿te lo imaginas? El mismo día de Navidad recibiendo, en vez de un regalo, esta escalofriante noticia. Murió ese mismo verano —suspiró, mirándola, ahora, directamente a los ojos—. Por eso, con Albus, no solemos celebrar la Navidad. Él es el único que me comprende verdaderamente.
Alice se llevó una mano a su boca entre abierta, sorprendida por las palabras del rubio. Y, como si no se diera cuenta, agarró la mano de Scorpius, queriéndole transmitir su apoyo.
—Lo siento mucho, debió ser horrible para ti.
El chico sonrió tristemente y abrió la boca, quizás queriendo decir algo. Pero sus palabras quedaron ahogadas por la voz de una chica, que gritaba a todo pulmón mientras señalaba a un punto fijo sobre sus cabezas.
—¡Mirad, Scorpius Malfoy y Alice Longbottom están debajo de un muérdago! ¡Se tienen que besar!
Y, efectivamente, al levantar la vista, Scorpius pudo comprobar que lo que decía la chica era cierto, y no una malvada mentida para hacerlo sonrojar. Rápidamente, se giró para mirar a su compañera, que sonreía.
—No es necesario que lo hagamos si tú no qui-
Pero no tuvo tiempo de terminar, porque los labios de Alice ya estaban sobre los suyos, moviéndose al compás de la música. Al principio, el rubio se quedó estático, sin saber cómo reaccionar, pero en seguida cerró los ojos y siguió ese beso tan esperado. Y es que parecía que todo flotaba a su alrededor, y que ellos dos eran los únicos seres vivos del universo. Aunque Scorpius podía escuchar los susurros a su alrededor, los gritos ahogados y la sorpresa de la gente. También pudo presenciar como Albus, su mejor amigo, lo observaba, y como sacaba su móvil, tomando algunas fotografías. Pero, en aquel momento, nada le importó. Porque Alice Longbottom le enseñó algo que nadie más pudo: a disfrutar de las Navidades.
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