Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

1.1 rubia de oro


Alice Longbottom | rubia de oro


2 de diciembre de 2021

La Navidad se estaba acercando, y los alumnos podían sentir la emoción corriendo por sus venas. Hogwarts estaba repleto de jóvenes cantando villancicos y riendo por los pasillos, aunque nadie les iba a decidir que parecían ridículos. La escuela estaba recubierta de una extraña alegría que parecía incluir hasta a los profesores. Varíos Slytherin aseguraban haber visto a la profesora McGonagall con un sombrero navideño en las últimas semanas, bailando junto a Teddy Lupin, el nuevo profesor, y Filius Flittwick en el Gran Comedor. Otros, mayoritariamente Gryffindor, aseguraban por el contrario que eran solo rumores, y que la jefa de su casa nunca haría tales estupideces. Los Ravenclaw solo se mantenían distantes en el tema, aunque se decía que sabían la verdad. Aquella pequeña discusión, con el paso de los días, había acabado en una gran pelea, donde los Slytherin y los Gryffindor, como en los viejos tiempos, se insultaban sin parar.
Para Scorpius, y con su total sinceridad, lo encontraba desastroso. Es decir, ¿qué les importaba a las serpientes y a los leones si McGonagall había bailado o llevado un sombrero?
Con ese pensamiento, suspiró, dirigiéndose hacia la clase de Transformaciones. No era un secreto que al rubio no le agradaba la Navidad. La cosideraba arrogante, egocéntrica e infantil. Por eso, todos los alumnos estaban avisados de que, durante esa época del año, no debían acercarse al chico. Al ver las luces que inundaban el ambiente, Scorpius no podía evitar hacer una mueca y rechistar. Solo había una persona capaz de controlar al rubio, y el único que sabía la verdadera razón por la que el Malfoy rechazaba esa fiesta, Albus Potter, su mejor amigo.

—Entonces, ¿qué te parece si vienes a mi casa en vacaciones? —preguntó el azabache situándose a su lado mientras caminaba, cargando con demasiados libros—. Mis padres van a estar fuera, y a James y Lily les caes bien.

Scorpius se encongió de hombros con indiferencia, aunque una pequeña sonrisa se formó en su boca. Desde hacía años, cuando ocurrió el desastre, los dos amigos solían pasar la Navidad juntos, mirando películas y hablando de temas de extrema importancia.

—Me parece perfecto —respondió tranquilamente—. Estoy deseando volver a tu casa. Aunque, desde la última vez no puedo volver a mirar a tu padre a la cara...

Albus soltó una carcajada, sabiendo perfectamente a qué se refería su amigo, a ese suceso tan gracioso ocurrido aquel verano, cuando el chico Malfoy había ido a pasar unas cuantas semanas en casa de los Potter.

—Sabes que no fue tu culpa que mi padre confundiera tu poción con limonada —dijo, comprensivo, luego una sonrisa traviesa surcó sus labios—. Aunque fue muy gracioso cuando su piel se volvió verde.

Scorpius lo miró por un segundo con la cara totalmente seria. El solo recuerdo de esa tarde, cuando el gran Harry Potter parecía un elfo más que otra cosa, lo incomodaba. Tenía que admitir que había sido bastante divertido y que, a pesar de las consecuencias que tuvo para el Elegido volverse verde, todos se había echado unas buenas risas. Pero no le hacía ni pizca de gracia que su mejor amigo y sus hermanos se lo recordaran cada vez que podían.

En silencio, los dos chicos cruzaron el lindar de la puerta del aula de Transformaciones. Llegaban justo a tiempo. La sala ya estaba llena de estudiantes que hablaban animadamente en una esquina, o se copiaban los deberes unos a otros. Albus y Scorpius, como era normal, se sentaron en su sitio de siempre, le cuarta mesa a la derecha, justo detrás de Rose y Louis, los primos del azabache.

—¡Buenos días, chicos! —los saludó la pelirroja con una mano, mientras el francés los sonreía, sacando sus cosas—. ¿Cómo habéis dormido?

—Bien —respondió Albus.

—Mal —dijo a su vez Scorpius, suspirando—. La Navidad se está acercando. No hay ni un día en el que no cierre los ojos y me imaginé esas luces tan horrorosas, el árbol de Navidad, y las estúpidas comidas familiares.

Rose soltó una carcajada y apoyó una de sus manos en el hombro del rubio. La pelirroja sabía cómo de odiada era la Navidad para su amigo, pero aun así, le gustaba celebrarla con él. El rubio era un chico gracioso, y, cuando olvidaba en qué época del año se encontraban, podía llegar hasta a sonreír.

—Vamos, Scorpius, no seas dramático —le dijo negando con la cabeza—. Estas fiestas tampoco son tan malas.

El chico levantó una ceja, como pidiendo si era un reto.

—¿Ah, no? —preguntó—. Entonces, ¿por qué la gente tiene una obsesión por comprar? ¿Por qué, más que una celebración en familia, se ha convertido en una escusa para saltarse la dieta y comer? ¿Por qué los niños prefieron los juguetes nuevos que se les regalan que pasar tiempo con sus propios padres? —Rose se quedó en silencio, al igual que Louis y Albus. El rubio interpretó esto como una victoria—. Exacto, eso es lo que quería decir.

Albus negó y abrió la boca para responder a su amigo, pero justo en ese momento, la puerta se abrió estrepitosamente y Minerva McGonagall apareció por ella. Llevaba su típico vestido, y el deslumbrante sombrero en forma puntiaguda. Su cara era severa, aunque todos sabían que era solo una máscara para ocultar su dulce y cálido corazón.

—Buenos días, jóvenes —los saludó, sin tan siquiera dignarse a mirarlos, ordenando sus cosas sobre el escritorio.

Rose le dedicó una última sonrisa a Scorpius, justo antes de girarse para atender a la profesora. La pelirroja era una buena estudiante. Entregaba sus tareas al día, sacaba buenas notas en los exámenes y tenía un impecable comportamiento. A pesar de esto, era muy sociable y solía salir de fiesta con regularidad. Era el claro ejemplo de que, si te esforzabas, podía tener de las dos partes. Y Scorpius la admiraba por ello, en cierta manera.

El rubio estaba tan sumiso en sus pensamientos que casi no se dio cuenta de que Minerva había sido interrumpida por una joven que entraba al aula apresuradamente. Llevaba su túnica mal colocada, como si se hubiera vestido con prisas. Su corbata, indicando que era una Hufflepuff, estaba mal colocada. El pelo rubio le resplandecía con la luz del cielo, despeinado, totalmente incontrolable, sujetado en una coleta. En la mano llevaba una manzana mordida, y parecía apresurada.

—Oh, por Merlín, lo siento mucho, directora —se disculpó, entrando por el lindar de la puerta y acercándose a ella—, le juro que yo tenía pensado despertarme a las seis, se lo juro por lo que más quiera. Pero ya sabe, llegué ayer y tuve que deshacer mi equipaje y claro, eso me llevó mucho tiempo, y el despertador no me ha sonado. Además, me he encontrado con mi padre por el pasillo, y he tenido que detenerme a saludarlo. No era mi intención llegar tarde, los siento, lo siento, lo siento.

La mujer suspiró, parecía agotada delante de las palabras de la chica, que hablaba apresuradamente y sin detenerse ni un momento. Eso le hizo pensar a Scorpius que, en realidad, el discurso estaba ensayado, y que era su plan llegar tarde, por lo que no pudo evitar soltar una risa, que solo escuchó Albus.

—De acuerdo, señorita Longbottom —la interrumpió finalmente McGonagall—. No pasa nada. —Luego se volvió hasta el resto de la clase, que miraban la escena que se desenvolvía delante de sus ojos intrigados—. Jóvenes, os presento a Alice Longbottom. Llegó ayer desde Beauxbatons, trasladándose a Hogwarts por razones personales —suspiró, como si estuviera cansada de repetir esas palabras. Mientras Minerva la presentaba, Alice solo podía asentir y sonreír—. Y debido a que ahora tenemos una nueva alumna, creo que es necesario que hagamos cambios de sitio.

—¿Qué? ¡No! —exclamó toda la clase.

No era un secreto que cada estudiante tenía su grupo de amigos, y que su mayor terror era separarse de ellos. Albus, a su lado, le dedicó una fugaz mirada, que significaba mucho más de lo que quería admitir. Llevaban sentándose juntos desde primer año, cuando se hicieron amigos, encontraban incompetente que ahora los obligaran a cambiarse de sitio. Rose también miró a Louis con una mueca.

—Es injusto —sentenció Louis—. Seguro que me toca sentarme con Alex Zabini, y ya sabéis lo insoportable que es cuando se lo propone. —Sí, definitivamente, el francés y el chico Zabini no se llevaban nada bien.

Pero, a pesar de las quejar de sus estudiantes, la profesora los obligó a levantarse e obedecer sus órdenes. Empezó a dar instrucciones, señalando sitios y personas.

Finalmente, dijo:

—Scorpius Malfoy y Alice Longbottom, aquella mesa de ahí.

Y el mundo del rubio se paró por un segundo. Tenía una sensación que no podía explicar. Por una parte estaba triste de no poder sentarse más con su mejor amigo, pero, por otra, la felicidad lo había invadido cuando el nombre de la chica fue pronunciado justo después del suyo. Y no lo entendía porque, ¡ni siquiera la conocía!

Los dos jóvenes colocaron sus cosas en los sitios correspondientes. Cuando los dos estuvieron sentados, y aprovechando que la profesora no había terminado de dictar los sitios, la rubia se giró hacia él, con un mano alzada.

—¡Hola! —exclamó—. Soy Alice Longbottom. —Sacudió su mano en el aire, como si esperara que Scorpius se la estrechara. Y él lo hizo.

—Lo sé, te acaban de presentar delante de toda la clase —respondió con una sonrisa—. Yo soy Scorpius Malfoy. No digas nada sobre mi apellido, por favor —le pidió, apartando la mirada—, ya demasiada gente lo hace.

Alice negó.

—No iba a hacerlo, me pareces un chico interesante, Scorpius.

Él soltó una carcajada delante de la extraña actitud de la chica. Nadie lo solía tratar con tanta amabilidad.

—¿Eres la hija del profesor Longbottom? —preguntó Scorpius, intrigado—. No sabía que tenía hijos.

—Sí, exacto, nunca habla de nosotros —suspiró Alice, dramatizando la situación—. Frank y yo somos su pequeño secreto.

Algo había en la voz de aquella chica que hacía que Scorpius querriera seguir hablando con ella hasta el amanecer. Él, años más tarde, la clasificaría como magia pura. Y tal vez Alice Longbottom era magia, o tal vez no, pero si de algo estaba seguro Scorpisu es que, con la rubia a su lado, las clases de Transformaciones no iban a ser tan aburridas como se imaginaba.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro