El agua tan grácil y majestuosa,

Imponente que contenida reposa

Formando mares y océanos

Demostrando su impetuosa presencia,

Una semejanza a la contención del cuerpo sobre el alma,

El espíritu allí reposa y habita,

Coexisten como dos fuerzas

Que dispares se agreden buscando la extinción del otro,

La desintegración del más débil

Y la supremacía del vencedor,

Siendo olas intempestivas que arrasan

En el baile constante

Que perturba el silencio sacro del resguardo.

Apacible y manso,

Delicado y grácil por su apariencia y tranquilidad,

Se mueve e irrumpe en la mente,

Cual estallido resonante

Que por la fuerza de expansión

Hace temblar todo en el interior,

Y cada lugar propio y específico para el ser

Se ha movido y mezclado,

La confusión abarca cada trazo y línea,

Todo no es más que la suma de fragmentos que han desaparecido y luchan por ser evocados,

Aunque desfigurados y ensombrecidos buscan un lugar en el silencio.

 Un lugar sórdido que enceguece el espíritu,

Lo ahueca hasta calcinarlo,

Y la protección del vacío crea un manto

Que acelera la respiración,

Incrementa cada exhalación para liberarse en un resoplido,

Que atosiga hasta la desesperación,

Y se pierde el sentido del ser,

Un cuerpo que ahora yace como un cascaron,

Como la piel que se desprende

Porque no reconoce los huesos y músculos que la unen,

Se convierte en la nada misma,

¡Oh, cuan desquiciante para la mente es no reconocerse y sentirse un foráneo retenido en las tormentas del temor!

Las paredes que edifican un lugar moldeado por los estallidos

No son más que vestigios y formas irreconocibles,

 Tan ajenos al alma que allí se resguarda,

Que batalla por continuar,

Por otra oportunidad mas y así detener el cataclismo

Anhelante y ennegrecido

Por demoler lo que se ha formado,

Porque la integración no es posible

Sino se construye a partir de la disgregación de la materia y los residuos del alma.